Benedicto no podía apartar los ojos de las manos del médico. Era evidente que temía perderse la prueba, igual que cuando se dirigió hacia fuera de la sala para responder la llamada telefónica.
Una prueba de piquete en la piel era todo lo que se necesitaba para determinar si el joven era alérgico a la penicilina. El silencio se mantuvo en la sala mientras todos contenían la respiración. Una vez que el médico terminó, le indicó a Edmundo que sujetara el hisopo y le recordó:
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