—Pequeño Juan, ¿cómo es que tienes las llaves de este auto? Mamá... ¡Te amo muchísimo!
Estaba tan emocionada que comenzó a balbucear de manera incoherente. Una mirada al espejo retrovisor mostró a la criada cuyo rostro se había puesto rojo por la ira fuera de la casa, pero Alexandra estaba demasiado lejos para preocuparse. Sentado en el asiento del pasajero delantero, Juan la miró con frialdad. «Este auto es mío, ¿de acuerdo? ¡Mami tonta!».
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