«Pensé que Federico me estaba ayudando en mi peor momento, pero resulta que solo se aprovechaba de mi situación. Y la deuda de gratitud que creía deberle al final se convirtió a fin de cuentas en una broma patética. ¿Qué ingenua fui? A fin de cuentas, nunca me vio con compasión. ¡Qué ridículo!».
Alexandra no supo cómo es que se fue. Solo recordaba haber arrastrado los pies sintiendo como si estuvieran llenos de plomo. Cuando al fin volvió a la realidad, se encontró parada frente a la prisión que acababa de visitar por la mañana.
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