Lo que no se atrevió a decir fue que Marvin estaba muerto. Los ojos de Salomón estaban enrojecidos mientras asentía con gesto serio. Se vengaría de la otra parte implicada en el accidente si no levantara la cabeza y visto a una joven de pie, rígida, fuera de la unidad de cuidados intensivos. Se acercó y llamó por detrás de la mujer:
—¿Susana?
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