En ese momento, Salomón no sabía cómo describir mejor sus sentimientos. Era como si de repente lo hubieran arrojado a la oscuridad cuando ya se había acostumbrado a vivir bajo la luz del sol. Se sintió como un bebé alimentado con una medicina amarga justo después de probar la dulzura por primera vez, como alguien que disfruta del calor de un día de primavera y es empujado a la dura frialdad del invierno. La dureza parecía familiar, pero ya no estaba acostumbrado a ella.
—¿Qué pasa, cariño? No tienes buen aspecto. ¿No te sientes bien? —preguntó Irma con preocupación mientras se acercaba a Salomón. La mujer por fin se dio cuenta de que algo no iba bien con su marido.
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