Esa noche, Alexandra experimentó el mejor sueño que había tenido en mucho tiempo. En su sueño, había regresado a la época en que aún vivían en la Bahía de la Frontera. Era una noche tranquila. Los niños dormían muy en paz en el piso de abajo mientras ella se acurrucaba en el piso de arriba con Sebastián. Con sus cuerpos apretados el uno contra el otro, podía sentir su calor y su olor familiares.
El sueño era tan hermoso que se resistía a despertar. Sin embargo, cuando abrió los ojos al día siguiente, se vio a sí misma acostada en la mesa helada.
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