—Señora Gavira, no me importa cómo. Si quiere proteger su vida, debe dejar que Jacinto vea cambios positivos en él. De lo contrario, no podré ayudar. —Genaro le aconsejó al ver el pánico en su mirada.
Esta era, sin duda, la última oportunidad. Alexandra salió del despacho aturdida. Antes de darse cuenta, ya estaba de pie en la puerta de la sala, mientras el hombre sentado en la cama del hospital la miraba sin reaccionar. Alexandra se quedó estupefacta.
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