Esa noche, Juan y Gael fueron a la prisión para ver al convicto. En los fríos y húmedos confines del lugar, el convicto fue arrastrado como un perro y arrojado a los pies de Juan. Al ver a los dos jóvenes, se quedó sorprendido y se preguntó quiénes eran. A pesar de su juventud, se notaba enseguida que no eran gente corriente por el aura distinguida que ambos desprendían.
—¿Quiénes son?
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