«¿De verdad Jacinto me deja manejar Hacienda Oceánica?».
En cuanto se dijeron esas palabras, todos los ojos se giraron hacia Alexandra, la miraron con sorpresa y envidia. Jocelyn y Silvia, en particular, casi se volvían locas de resentimiento. Ambas apretaban los puños con tanta fuerza que sus uñas se clavaban de manera dolorosa en las palmas. En realidad, no era solo Juliana, sino todas las mujeres de este lado de la familia las que habían competido por el puesto de matriarca de los Junco.
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