Alexandra no le preguntó nada más, pero al salir de la cafetería no permitió que Juan condujera. En su lugar, se dirigió ella misma al asiento del conductor con la llave del auto en la mano. Al ver eso, Juan tampoco insistió en conducir. Poco después, los dos regresaron al departamento.
—Juan, como te duele la cabeza, no vayas a la escuela por la tarde. Descansa en casa. Voy a salir a ocuparme de algunos asuntos personales, ¿de acuerdo?
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