—Bien, aunque lo hicieras por mí en ese entonces, ¿y ahora? ¿Qué sentido tiene mantenerme encerrada aquí? Y no me digas que el estado de mis piernas se debe a mi herida de bala.
—En realidad se debe a tu herida —insistió Salomón—. Aunque Sebastián te disparado en el omóplato, la bala te presiono un nervio que había afectado a tu capacidad de caminar.
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