Su risa carecía de auténtica alegría, y Raquel enmudeció por un breve momento ante su actitud petulante. Tener un padre así era un desafortunado golpe de mala suerte, una maldición que se había extendido por generaciones.
—Tus tratos con Vicente son cosa tuya. Por favor, no me metas —dijo Raquel, perdiendo la paciencia.
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