Él sabía que el hombre no podía dejarla ir, pero seguía fingiendo que no le importaba; quería ver qué haría Gabriel. Vicente cruzó las piernas y aún tenía una sonrisa retorcida. Jeremías, por otro lado, miró a Gabriel y le aconsejó:
—No hay nada que Felipe no pueda hacer, este hombre es muy audaz. Además, Elisa y tú están divorciados, ella no representa ninguna amenaza para él.
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