Lo único que pudo hacer Elisa fue parpadear en silencio, ya que quería irse, pero no podía. Gabriel se había ido, pero no estaba muy lejos, aunque estaba lo bastante alejado como para que desde la mansión no pudieran verlo. Estacionó el auto, sacó una caja azul del maletero, la puso en el asiento del acompañante y luego volvió al del conductor. No tenía prisa por irse y parecía esperar a que pasara el tiempo, pero no se lo notaba contento. Su teléfono sonó y le hizo recobrar el sentido.
—¿Qué haces merodeando? —preguntó Vicente.
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