Elisa y el saltador observaron cómo se marchaba la policía. En los ojos de Elisa brillaba la determinación. Comprendió que sólo podía confiar en sí misma y que el fracaso no era una opción. Tenía que triunfar. Del mismo modo, los dos, cada uno con sus propios motivos ocultos, empezaron a charlar sin rumbo fijo. Elisa sacó una bolsa de cerveza de algún lugar y se acercó lentamente al hombre. La persona decidida a acabar con su vida fue muy cautelosa, y detuvo a Elisa cuando aún estaba a dos o tres metros.
—¡Detente ahí mismo! Si das un paso más, salto! —gritó.
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