Las palabras de él atravesaron a Gabriel como cuchillos afilados, dejándolo herido y humillado. Gabriel le propinó otro golpe, y el Señor Carrera cayó al suelo, aturdido y sangrando.
—¿Qué te sucede, Gabriel? —preguntó el Señor Carrera, sus labios se curvaron en una mueca de desprecio—. ¿Estás enfadado porque ya no tienes a tu esposa para aconsejarte? Es triste valorar algo solo después de que se ha perdido.
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