Las palabras de Elisa hicieron que Gabriel volviera en sí. «¿Qué demonios estoy haciendo?» Al instante, frunció el ceño y su rostro se ensombreció. Solo Dios sabía lo disgustado y frustrado que estaba. Así que cerró los ojos y permaneció en silencio mientras se apoyaba en el asiento del auto.
Solo entonces Elisa suspiró aliviada. Teniendo en cuenta lo furioso que estaba Gabriel, no sabía qué medidas despiadadas podría tomar. Justo en ese momento, su teléfono comenzó a vibrar y, en cuanto miró el identificador de llamadas, respondió sin molestar a Gabriel.
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