Gabriel cerró la puerta y bajó a Elisa con delicadeza. Ella no quería ingresar a la casa, así que se dio la vuelta para irse. No obstante, Gabriel había restablecido la contraseña de la puerta. Además, solo se podía acceder con huella digital. La mujer lo fulminó con la mirada y rugió:
—¿Qué demonios quiere? —Por un momento, pensó que se comportaba como una arpía.
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