Elisa habló despacio y con calma. Ni una sola frase estaba fuera de lugar ni faltaba ningún punto importante. La sala quedó en silencio; solo se escuchaba su voz. El juez, los auditores y todos los miembros del personal escuchaban estupefactos. Vicente apretó los puños porque no sabía qué decir. No tenía nada para salvar la situación; era una batalla perdida.
—Lo siento, hice todo lo que pude —dijo desanimado mirando a Gabriel.
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