Sin embargo, antes de que pudiera dar un paso, él le agarró repentinamente la mano; cuando ella se dio cuenta de lo que ocurría, el hombre ya la había colocado en su brazo. Además, nadie notó nada extraño, ya que pensaban que Gabriel y Elisa estaban muy unidos como de costumbre. Supusieron que había sido Gabriel quien le había ofrecido el brazo y que Elisa aceptó por voluntad propia. La mujer quiso liberarse, pero Gabriel la sujetó con fuerza y ni siquiera podía forcejear; se acercó a él. Aunque sonreía, el hombre casi podía oír el rechinar de sus dientes.
—Gabriel, ¿qué quiere?
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