El Señor Carrera no tenía ningún respeto por Gabriel. Su respuesta había desafiado los límites de la paciencia de Gabriel. La sonrisa burlona que se dibujaba en sus labios fue suficiente para enfurecer a Gabriel, que quería darle un puñetazo, pero Elisa lo contuvo y negó con la cabeza.
—¡No seas precipitado! —le advirtió en voz baja. «Parece que está solo, pero no sabemos si su gente está escondida a nuestro alrededor. Solo somos dos los que estamos aquí en contra de él. Si empezamos una pelea, no podemos ganarles. Además de eso, Gabriel todavía está lesionado. ¡No puedo dejar que su condición empeore!».
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