El gesto desdeñoso de sus labios era inconfundible. Sus ojos destilaban desapego y desprecio. Raquel entendía el motivo de su presencia, pero se negó a entablar conversación, no quería reabrir emociones pasadas. Creía firmemente que su relación con Vicente no era asunto de nadie más.
—No necesito demostrarle mi valentía, Señor Saldívar. Nuestros caminos no se cruzan en los negocios ni en la vida personal. Si no se marcha, no tendré más remedio que llamar a la policía —afirmó Raquel con frialdad, su postura inquebrantable.
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