A pesar de su desdén por Ana, no se podía negar que Elisa exudaba una belleza innegable y un aire de gracia, tanto que su encanto difería del de los lugareños, una rareza inigualable, del tipo que se encuentra una vez en la vida. Elisa entrelazó casual sus dedos con los de Gabriel, una sonrisa curvó sus labios.
Él correspondió al gesto, su conexión era evidente. Dirigiéndose a Ana, Elisa comentó:
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