Capítulo 208 La única señora bourth
Había pasado una semana desde su última salida al club de golf, y la noche de la reunión de excompañeros de Enzo había llegado.
El evento se llevaría a cabo en un prestigioso hotel de la ciudad, con un código de vestimenta de gala.
Enzo estaba impecable en un elegante traje negro hecho a medida, con una camisa blanca y una corbata de seda oscura.
Amatista, por su parte, lucía un vestido de satén rojo, ajustado en la cintura y con un escote elegante que resaltaba su figura.
Su cabello caía en ondas suaves, y sus labios llevaban un tono carmesí que combinaba perfectamente con su atuendo.
Cuando bajaron de la camioneta en la entrada del hotel, todas las miradas se dirigieron a ellos.
Era imposible no notar la presencia de los Bourth.
Apenas ingresaron al salón del evento, varios excompañeros de Enzo se acercaron para saludarlo.
La conversación comenzó con bromas sobre los años pasados, los cambios y los recuerdos del instituto.
Pero, como era de esperarse, pronto salió el tema de Sofía.
—Es increíble. —Comentó Nicolás con una sonrisa nostálgica. —Todos pensábamos que Enzo y Sofía terminarían juntos.
Algunos rieron con complicidad, mientras Sofía sonreía de manera casual.
—Bueno, éramos solo adolescentes. —Dijo ella con falsa modestia. —Pero sí, Enzo me trataba muy bien.
—Eso es cierto. —Intervino Valeria con diversión. —Hasta te daba regalos.
—Sí, lo recuerdo. —Dijo otro de los excompañeros. —¿Qué fue lo que te regaló?
Sofía rió suavemente, disfrutando la atención.
—Oh, algunas cosas. Un collar, flores en varias ocasiones, incluso una pulsera que aún conservo.
Amatista observó la escena con absoluta tranquilidad.
Sabía exactamente qué estaba pasando.
Sofía intentaba restarle importancia, pero al mismo tiempo, dejaba entrever la cercanía que había tenido con Enzo.
Todos comenzaron a reírse, como si la presencia de Amatista sobrara en la conversación.
Hasta que Sofía decidió dirigirse directamente a ella.
—Pero no te pongas celosa, Amatista. —Dijo con una sonrisa falsa. —Después de todo, eran solo cosas de niños. Ahora jamás me fijaría en Enzo… después de todo, ya está casado.
Amatista sonrió con elegancia.
Con un gesto natural, tomó la mano de Enzo entrelazando sus dedos con los de él y miró a Sofía con serenidad.
—No estoy celosa en lo absoluto. —Respondió con suavidad. —De hecho, muchos de esos regalos los escogí yo.
El grupo quedó en silencio por unos segundos.
Sofía parpadeó con sorpresa.
—¿Qué?
Amatista inclinó levemente la cabeza.
—Sí. Enzo me contó que te trataba bien porque le recordabas a mí.
La incomodidad de Sofía fue evidente.
—¿En serio?
Enzo intervino entonces, con su tono firme e inquebrantable.
—Desde que tengo memoria, mi mundo ha girado en torno a Amatista.
Sofía intentó sonreír, pero su incomodidad era obvia.
Enzo apretó suavemente la mano de su esposa y la miró con orgullo.
—Para mí, solo hay una señora Bourth. —Dijo con seguridad. —Y es la mujer que sostiene mi mano en este momento.
El silencio se extendió por unos segundos más antes de que alguien intentara cambiar el tema.
Pero Amatista ya había ganado ese juego, como siempre.
El ambiente se sintió tenso por unos segundos.
Los excompañeros se miraban entre sí, sin saber exactamente cómo reaccionar.
Sofía, por su parte, forzó una sonrisa, aunque su incomodidad era evidente.
—Bueno, supongo que el destino tenía otros planes. —Dijo en un intento de sonar indiferente.
Amatista mantuvo su expresión serena, sin necesidad de decir más.
Sabía que ya había dejado claro su lugar.
Y, lo más importante, sabía que Enzo le pertenecía desde mucho antes de que cualquiera de esas personas pudiera imaginarlo.
—No hay duda de eso. —Intervino Nicolás, intentando aligerar el ambiente. —Desde que llegaste con ella, Enzo, se nota que no hay otra mujer en tu vida.
Enzo soltó una risa baja, con esa seguridad inquebrantable que siempre lo caracterizaba.
—Es que nunca la hubo.
Amatista le dedicó una sonrisa cómplice, sintiendo el cálido contacto de su mano en la suya.
Los demás, al darse cuenta de que Sofía no tenía más terreno para seguir insinuando cosas, comenzaron a hablar de otros temas.
Los meseros pasaban entre los asistentes con bandejas de copas llenas de vino y champagne.
Algunos de los excompañeros propusieron un brindis por los viejos tiempos.
—Por los años de instituto y lo lejos que hemos llegado. —Dijo Valeria, levantando su copa.
—Y porque algunos lograron casarse con la persona que realmente amaban. —Agregó Nicolás con una sonrisa, mirando con complicidad a Enzo y Amatista.
Todos rieron, pero Sofía solo bebió de su copa sin decir mucho.
Amatista disfrutó el momento, sin necesidad de seguir con indirectas o aclaraciones.
Ya había ganado la primera batalla de la noche.
Y si algo tenía claro, era que Enzo solo tenía ojos para ella.
Mientras los demás seguían conversando, Enzo se inclinó un poco hacia ella, hablándole solo a su oído.
—Sos increíble, Gatita.
Amatista le dedicó una mirada juguetona.
—¿Por qué lo decís, amor?
Enzo sonrió, pasando los dedos por la parte baja de su espalda.
—Porque siempre tomás el control de todo sin siquiera esforzarte.
Amatista soltó una risa baja y tomó un sorbo de su copa antes de contestar.
—No tengo que esforzarme, mi amor. —Susurró. —Simplemente soy la señora Bourth.
Enzo la miró con intensidad, con esa admiración que nunca se molestaba en ocultar.
—Y la única.
El brindis continuó, la charla siguió fluyendo y la noche apenas comenzaba.
La música fluyó en el ambiente, envolviendo el salón con una melodía elegante y sensual.
Los invitados comenzaron a moverse hacia la pista de baile, dejándose llevar por la atmósfera de la noche.
Enzo giró levemente su copa en la mano, observando a Amatista con una mirada cargada de intención.
—Vamos a bailar.
Amatista arqueó una ceja con diversión.
—¿Desde cuándo sos tan entusiasta con el baile?
Enzo se encogió de hombros.
—Desde que tengo la mejor pareja para hacerlo.
Ella sonrió antes de tomar su mano y dejarse guiar hasta la pista.
La canción que sonaba era perfecta.
Un ritmo lento, sensual, que invitaba a estar cerca, a moverse con calma y provocación.
Enzo puso una mano firme en la cintura de Amatista, atrayéndola contra su cuerpo sin dejar espacio entre ellos.
Ella deslizó sus brazos alrededor de su cuello, moviéndose al compás de la música, con los cuerpos pegados y miradas cargadas de insinuación.
—No vas a negar que bailamos bien juntos. —Murmuró Amatista cerca de su oído.
Enzo sonrió de lado, deslizando sus manos por la curva de su espalda con lentitud.
—Bailamos bien porque tenemos química en todo, Gatita.
Amatista rió suavemente, inclinando el rostro hasta rozar su nariz con la de él.
—Eso es cierto.
Mientras seguían bailando, Enzo aprovechó la cercanía para llevar la conversación hacia un tema que no pensaba dejar pasar.
—¿Cuándo vamos a dejar de esperar para darle más hermanos a Renata y Abraham?
Amatista sonrió con diversión, sin sorprenderse por su insistencia.
—Amor, ya te dije que es muy pronto.
Enzo deslizó sus labios por su mejilla antes de murmurarle al oído.
—No es pronto si podemos con más.
Ella rió, alejándose un poco para mirarlo con una ceja alzada.
—Sos muy insistente con esto, ¿no?
—Quiero más hijos con vos. —Dijo sin rodeos, con esa seguridad suya que la volvía loca.
Amatista lo miró, disfrutando de la forma en que su esposo la deseaba tanto como para querer más de ella en todos los sentidos.
Finalmente, se mordió el labio antes de darle una respuesta que sabía que lo dejaría satisfecho.
—Está bien.
Enzo entrecerró los ojos, analizando su expresión.
—¿Está bien qué?
Amatista acercó sus labios a su oído, disfrutando de hacerle esperar su respuesta.
—Esta noche lo hacemos sin protección. Si quedo embarazada, tendremos al bebé. Si no, esperamos.
La respiración de Enzo se volvió más pesada por un momento.
Sabía que Amatista no decía cosas a la ligera.
Si estaba aceptando esa posibilidad, era porque realmente lo estaba considerando.
Su agarre en su cintura se volvió más firme, sus ojos brillaban con una intensidad oscura y peligrosa.
—Sabés lo que va a pasar, ¿no? —Murmuró con voz ronca.
Amatista sonrió con picardía.
—Tal vez. Pero me encanta jugar con la incertidumbre.
Enzo soltó una risa baja, acercándose aún más hasta rozar sus labios con los de ella.
—Esta noche, Gatita… vas a ser mía en todos los sentidos.
Amatista le sonrió sin miedo.
—Siempre lo soy, amor.
La canción siguió envolviéndolos mientras se perdían en su propio mundo, anticipando lo que la noche aún tenía reservado para ellos.
Las palabras de Amatista seguían flotando en la mente de Enzo, provocándole una necesidad primitiva que solo ella lograba despertar.
Su mirada se oscureció al observarla, con esa mezcla de deseo y posesión que siempre le provocaba.
—No sabes en lo que te acabás de meter, Gatita. —Murmuró, con los labios peligrosamente cerca de su oído.
Amatista sonrió con aire juguetón, enredando sus dedos en la nuca de Enzo mientras se balanceaban al ritmo de la música.
—¿Ah, no?
Él deslizó una mano por su espalda, presionando su cuerpo más contra el suyo.
—Si me das la posibilidad de hacerte madre otra vez… no voy a desaprovecharla.
Amatista sintió el escalofrío recorrer su piel, pero no se acobardó.
Lo conocía demasiado bien. Sabía que él no era un hombre que dejara las cosas al azar.
Así que, en un susurro provocador, le respondió sin temor.
—Entonces espero que esta noche no tengas misericordia, amor.
Enzo dejó escapar una risa baja, oscura, disfrutando cada una de sus palabras.
—Nunca la tengo con vos.
Mientras seguían bailando, perdidos en su burbuja de seducción, una voz cercana interrumpió el momento.
—Si nos van a dar un espectáculo, al menos háganlo después del brindis.
Amatista y Enzo se giraron hacia Nicolás, quien los miraba con una sonrisa divertida mientras sostenía una copa de champagne.
A su lado, Valeria y otros excompañeros los observaban con expresiones que iban desde la diversión hasta la sorpresa.
Sofía se mantenía en silencio, con la copa entre las manos y la mandíbula ligeramente tensa.
—¿No pueden despegarse ni cinco minutos? —Bromeó Valeria.
Enzo no se molestó en apartarse de Amatista.
Mantuvo su mano en su cintura, como si estuviera dejando claro que no tenía ninguna intención de soltarla.
—Cuando tenés algo como esto, no lo dejás ir. —Dijo con naturalidad, provocando algunas risas entre los presentes.
Amatista lo miró con una sonrisa traviesa antes de deslizar un dedo por su mandíbula.
—Él solo está marcando territorio, como siempre.
Las risas aumentaron, pero Sofía se limitó a beber de su copa sin hacer comentarios.
Minutos después, el brindis oficial de la noche se llevó a cabo.
Las copas chocaron en el aire, y se pronunciaron palabras sobre el tiempo que había pasado y lo lejos que todos habían llegado.
Enzo apenas prestó atención.
Tenía la mente ocupada en la mujer a su lado y en lo que se prometieron en la pista de baile.
Cuando el brindis terminó, algunos excompañeros se acercaron a ellos para seguir la charla, pero Amatista se inclinó hacia Enzo con una sonrisa cómplice.
—Nos vamos. —Susurró.
Enzo no dudó ni un segundo.
Tomó su mano y, sin necesidad de explicaciones, la guió fuera del salón.
No necesitaban quedarse más tiempo. El verdadero evento de la noche recién iba a comenzar, y sería solo entre ellos dos.
Enzo no estaba dispuesto a esperar.
Tan pronto salieron del salón, en lugar de dirigirse a la camioneta, la guió con decisión hacia la recepción del hotel.
Amatista lo miró con diversión, comprendiendo al instante lo que planeaba.
—¿Así que ahora no querés ni esperar a llegar a casa? —Susurró, con una sonrisa traviesa.
Enzo entrecerró los ojos, inclinándose hasta su oído.
—No después de lo que me dijiste en la pista de baile, Gatita.
Ella sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, completamente consciente de la intensidad que brillaba en su mirada.
Cuando llegaron a la recepción, Enzo pidió la mejor suite disponible.
No tardaron más de un par de minutos en recibir la llave.
Subieron en el ascensor sin decir una palabra, pero sus cuerpos hablaban por ellos.
Amatista podía sentir la tensión ardiendo en el aire, la forma en que Enzo la observaba, como si apenas pudiera esperar.
Cuando llegaron al piso indicado, Enzo apenas cerró la puerta detrás de ellos antes de atraparla entre sus brazos.
No hubo suavidad en el primer beso.
Fue intenso, exigente, una declaración de todo lo que había estado conteniendo.
Las manos de Enzo se deslizaron por su espalda, bajando hasta aferrarse a su cintura mientras la presionaba contra su cuerpo.
Amatista gimió contra su boca, perdiéndose en la sensación.
—Tenés demasiada ropa, amor. —Murmuró contra sus labios.
Enzo sonrió con arrogancia.
—Solucionalo.
Ella no necesitó más incentivo.
Con movimientos precisos, comenzó a desabrocharle la camisa, dejando besos por cada centímetro de piel que quedaba expuesto.
Enzo soltó un suspiro ronco, dejando que sus dedos deslicen las finas telas del vestido de Amatista.
Cada prenda cayó al suelo con lentitud provocadora, hasta que no hubo barreras entre ellos.
La llevó hasta la cama con facilidad, tomándose su tiempo para explorar cada rincón de su cuerpo.
La noche se llenó de susurros y jadeos, de movimientos acompasados que los llevaron al límite una y otra vez.
Amatista no era capaz de pensar en otra cosa que no fuera Enzo.
La manera en que la adoraba con cada caricia, con cada beso, con cada embestida.
Las horas se esfumaron en un ciclo de placer y necesidad insaciable.
Cada vez que Amatista pensaba que habían terminado, Enzo la volvía a llevar al borde una vez más.
No hubo descanso, no hubo espacio para otra cosa que no fuera la rendición mutua.
Y cuando finalmente el amanecer comenzó a asomarse, ambos quedaron tendidos en la cama, exhaustos, satisfechos y completamente entregados el uno al otro.
Enzo envolvió a Amatista entre sus brazos, dejando besos perezosos en su frente.
—Definitivamente no nos resistimos el uno al otro. —Murmuró con diversión.
Amatista sonrió contra su pecho, sin fuerzas para responder.
Solo suspiró con satisfacción, dejándose llevar por el sueño, sabiendo que había valido cada segundo.