Capítulo 157 Ecos del pasado
Pasó un rato desde la llegada al club. Amatista logró que los bebés se durmieran, y ahora sus respiraciones suaves llenaban el silencio de la sala. Los sillones alrededor estaban ocupados por Alan, Joel, Facundo, Andrés, Rita, Isis y algunas mujeres y hombres que trabajaban en el bar. La atmósfera era tensa, y aunque nadie hablaba, las miradas estaban fijas en la mujer que, finalmente, habían conocido como la "famosa Gatita" de Enzo.
Alan rompió el silencio, inclinándose hacia Facundo con una sonrisa maliciosa.
—Bueno, ahora entiendo por qué Enzo está obsesionado con ella. Esos ojos valen cualquier riesgo.
Joel soltó una carcajada contenida. —¿Y lo que hizo? Desafió a Diego y salió viva. Tiene más agallas que algunos aquí.
—Más que Rita, eso seguro —interrumpió Facundo con burla, mirando de reojo a Rita, que se tensó en su asiento.
—Enzo definitivamente perdió quedándose contigo —añadió Andrés, fingiendo compasión hacia Rita. —Aunque supongo que alguien tenía que llenar el espacio vacío.
Rita apretó el vaso que sostenía, sus nudillos poniéndose blancos.
—Ya basta —murmuró, pero su tono carecía de fuerza.
Isis, que estaba sentada junto a ella, inclinó la cabeza hacia los hombres, su mirada cargada de desdén.
—¿No tienen nada mejor que hacer que comportarse como imbéciles? —soltó, pero su comentario no logró acallar las risas.
Mientras tanto, una de las empleadas del club se acercó a Amatista con una sonrisa amable.
—Señora, si quiere, puedo cuidar de los niños un rato. Tal vez quiera limpiarse las heridas.
Amatista parpadeó, sorprendida por la oferta. Hasta ese momento, había estado tan enfocada en calmar a los bebés que había olvidado por completo el estado en el que estaba.
—Gracias... de verdad —dijo, levantándose con cuidado.
La mujer le indicó el baño más cercano, y Amatista se dirigió allí. Una vez dentro, cerró la puerta tras de sí y se miró al espejo. Su reflejo era un recordatorio cruel de lo que había ocurrido: su frente tenía un corte que había dejado rastros de sangre seca, y su labio partido lucía aún más inflamado bajo la luz. Levantó lentamente la remera, observando con una mueca el golpe oscuro en sus costillas. El dolor al tocarlo la hizo detenerse.
Mientras tanto, en la sala, los comentarios seguían fluyendo.
—¿Cuánto creen que tardará Enzo en dejar a Rita ahora que la verdadera reina está aquí? —se burló Alan, provocando risas entre los demás.
Rita lanzó una mirada asesina hacia el grupo, pero no dijo nada. Isis, en cambio, cruzó los brazos y habló lo suficientemente alto como para ser escuchada.
—No sean tan idiotas. Enzo siempre ha sido un hombre práctico. Si está con Rita, es porque tiene razones para ello.
—Sí, claro, "práctico" —respondió Facundo con sarcasmo. —Práctico sería tener a Amatista como esposa y a Rita... bueno, como la sombra que es.
Rita estaba a punto de responder cuando Enzo volvió a la sala con un botiquín en mano. Su mirada recorrió el lugar, buscando a Amatista.
—¿Dónde está? —preguntó, con un tono seco que inmediatamente silenció las bromas.
La empleada que cuidaba de los bebés levantó la mano. —Fue al baño a limpiarse las heridas.
Sin decir nada más, Enzo se dirigió hacia la puerta que le señalaron. Sin dudar, abrió y entró al baño.
Amatista se sobresaltó al verlo, pero al reconocerlo, se relajó un poco.
—Me asustaste —dijo con un suspiro, limpiando los restos de sangre de su frente.
Enzo cerró la puerta tras de sí y dejó el botiquín sobre el lavabo. Sin decir palabra, se acercó y la envolvió en un abrazo repentino. Su fuerza y calidez contrastaron con la dureza de su expresión.
Amatista contuvo el aliento, el dolor de sus costillas intensificándose bajo su presión.
—Enzo... me duele —susurró, dando un paso atrás.
Él la soltó al instante, su ceño fruncido mientras la miraba con preocupación.
—¿Qué te hicieron?
Amatista levantó la remera lentamente, revelando el golpe oscuro en sus costillas. Enzo apretó los puños al verlo, su rostro endureciéndose.
—Déjame curarte —pidió, aunque su tono era más una orden.
Amatista asintió, y Enzo sacó gasas y antiséptico del botiquín. Sus manos eran cuidadosas mientras limpiaba las heridas, pero su expresión reflejaba una tormenta interna.
—Diego pagará por esto —murmuró, mientras colocaba un vendaje en la frente de Amatista.
Ella lo miró con una mezcla de cansancio y confianza. —Solo quiero que todo esto termine, Enzo.
Él asintió, su mirada más suave al verla vulnerable. —Lo haré terminar.
Cuando terminó de vendarla, Amatista preguntó:
—¿Cómo está Roque?
—Amadeo está trabajando en él. Hará lo que sea necesario para salvarlo. No te preocupes.
Enzo la abrazó nuevamente, esta vez con más cuidado, como si temiera romperla.
—Necesito una pastilla para el dolor... y un vaso de agua —dijo Amatista en voz baja.
Enzo revisó el botiquín, encontró un analgésico y asintió. —Espera aquí.
Enzo salió del baño con pasos firmes, ignorando los murmullos de los presentes.
—¿Ya se mudaron al baño? —bromeó Joel, provocando risas entre los socios y algunas de las mujeres.
Facundo se inclinó hacia Alan, con una sonrisa burlona. —Es lógico, ¿no? Parece que ahí está su santuario.
Enzo no les dirigió ni una mirada, caminando directamente hacia la barra para recoger un vaso de agua. Al regresar, encontró a Amatista saliendo del baño, avanzando lentamente hacia el sofá donde descansaban los bebés.
Amatista se sentó con cuidado junto a los pequeños, agradeciendo a la mujer que los había cuidado con una sonrisa sincera. Ajustó las mantas que los cubrían antes de voltear hacia Enzo, quien se acercaba con el vaso en la mano.
—Aquí tienes —dijo él, entregándoselo.
Amatista tomó el vaso con un asentimiento y empezó a beber mientras Enzo se sentaba en un sillón frente a ella. Sus ojos no se apartaban de ella, estudiando cada gesto, cada palabra no dicha en su expresión.
Cuando terminó de beber, Amatista dejó el vaso sobre una mesa cercana. Enzo inclinó su cuerpo hacia adelante, apoyando los codos sobre las rodillas.
—Ahora, Gatita, cuéntame todo. —Su tono era bajo, cargado de expectación.
Amatista respiró hondo antes de comenzar.
—Todo pasó muy rápido… —susurró, con la mirada fija en el suelo por un instante antes de alzarla hacia él. —Estábamos acomodando a los niños en el asiento trasero. Roque estaba asegurando al último bebé cuando lo vi… un hombre apuntándole con un arma.
Enzo apretó los puños, pero se mantuvo en silencio mientras ella continuaba.
—Grité, pero no sirvió de nada. Le disparó a Roque, dos veces, antes de que pudiera reaccionar.
Un murmullo se alzó en la sala. Alan chasqueó la lengua.
—Y el tipo sigue vivo… qué suerte tiene.
—Más bien, qué suerte tienen todos ellos —añadió Facundo, cruzándose de brazos.
Amatista los ignoró, sus ojos enfocados en Enzo.
—Entonces apareció Diego —prosiguió, tragando saliva. —Dijo que había sido muy difícil encontrarme, pero que lo había logrado. Luego empezó a golpearme.
Las palabras arrancaron una exclamación de una de las mujeres presentes.
—¿Golpearla? Pero… —comentó una de las mujeres que había estado con Enzo en el pasado, mirando hacia él con una mezcla de sorpresa y curiosidad.
—Eso suena más personal que profesional —añadió otra, cruzando las piernas mientras miraba a Amatista de arriba abajo.
Isis, desde su lugar, rodó los ojos, mientras Rita desviaba la mirada con el ceño fruncido.
Amatista no se dejó afectar y continuó.
—Diego dijo que yo era la única forma de destruirte. Después de eso… no sé cómo, pero Roque le disparó al otro hombre, y yo aproveché para golpear a Diego.
—Tienes más agallas de las que creí —comentó Joel, alzando una ceja con una leve sonrisa. —Ahora entiendo por qué Enzo no te deja ir.
—Es más interesante de lo que pensé —murmuró otra de las mujeres, con una risa contenida.
Amatista, imperturbable, siguió relatando.
—Diego volvió a golpearme contra el auto, pero Roque le disparó otra vez. Fue entonces cuando Diego y el otro hombre se marcharon.
Enzo entrecerró los ojos, y su mandíbula se tensó más con cada palabra.
—Ayudé a Roque como pude. Estaba perdiendo mucha sangre, pero no quería ir a un hospital. Me dijo que más personas vendrían, así que hicimos un torniquete y lo ayudé a subir al auto.
Se detuvo un momento, tomando aire.
—Después te llamé y seguí tus instrucciones. Mientras veníamos hacia acá, el auto que nos seguía detuvo el ataque y se marchó.
Enzo permaneció en silencio por unos segundos, digiriendo cada detalle. Sus ojos no abandonaron los de Amatista ni por un momento, y aunque su postura era tensa, su voz salió sorprendentemente calmada.
—Hiciste todo bien, Gatita. Todo.
Amatista asintió, pero el peso de lo ocurrido seguía reflejándose en su rostro. Desde el otro extremo de la sala, Facundo comentó en voz baja:
—Creo que ahora entiendo por qué nunca nos habló de ella. No está mal, nada mal.
—Y nosotros perdiendo el tiempo con otras —agregó Alan, mirando de reojo a las mujeres presentes, lo que provocó risas entre algunos.
Enzo, con la tensión aún palpable en su rostro, se acercó a Amatista.
—Yo me encargaré de todo —dijo con firmeza—. Diego no volverá a tocarte un pelo.
Amatista asintió lentamente, pero antes de hablar, dejó escapar una pequeña risa amarga.
—Diego sabe lo que hace. Hoy podrían habernos matado si hubieran querido, pero no lo hicieron.
—No digas eso —respondió Enzo, con una mirada dura—. No dejaré que te pase nada.
—Lo sé —respondió Amatista, su tono serio—, pero si Diego y el otro hombre hubieran querido, podrían habernos disparado y listo. Pero decidieron solo golpearnos. Claro que no contaron con que Roque les disparara. Nunca tuvieron intención de matarme. Y no se acercaron a los niños para nada.
Enzo se quedó pensativo, pero no se dejó engañar por las palabras de Amatista.
—Puede ser, pero tal vez Roque no les dio tiempo a más.
Amatista negó con la cabeza, haciendo un gesto con la mano.
—No. Ellos no tuvieron tiempo para planear las cosas. Se suponía que a los bebés y a mí nos darían el alta por la mañana siguiente, pero Roque convenció al médico para que nos dieran el alta hoy. Alguien en el hospital debió avisarles, y tuvieron que improvisar la amenaza. Era claro que no iban a matarnos, o por lo menos a mí y a los bebés.
Enzo la miró fijamente.
—¿Entonces qué crees?
Amatista lo miró con seriedad, sabiendo que había que llegar al fondo de todo esto.
—Mientras Diego me golpeaba, me dijo que no era nada personal contra mí. —Miró a Enzo con una intensidad que marcó la diferencia en sus palabras—. Tú los eliminaste porque Martina me secuestró. Eso debería hacer que él también tenga resentimiento hacia mí.
Enzo, molesto, frunció el ceño.
—¿No crees que golpearla como lo hizo no fue suficiente resentimiento?
Amatista suspiró, claramente cansada de la actitud de Enzo, y lo miró con una ceja levantada.
—¿En estos cuatro meses te volviste más tonto o qué? —dijo con un tono sarcástico. Luego, su mirada se endureció—. Diego no me golpeó por venganza. Él lo hizo para que tú perdieras la cabeza cuando me vieras así. Y en cuanto a los disparos al auto, todos fueron hacia la carrocería. Si hubieran querido detenernos, podrían haber disparado a las ruedas, pero no lo hicieron.
Enzo comenzó a procesar lo que Amatista acababa de decir. Las palabras de ella estaban teniendo un peso más grande de lo que pensaba.
Amatista continuó, con más firmeza en su voz.
—Diego está detrás de ti, Enzo. Pero estoy segura de que no es una venganza por su familia. Hay algo más detrás. Y para detenerlo, tenemos que saber qué es.
Los socios, que escuchaban la conversación con atención, comenzaron a murmurar entre sí.
—Tiene razón, Enzo —dijo Alan—. Si Diego hubiera querido venganza, habría sido mucho más directo.
Joel asintió, cruzando los brazos.
—Exacto. Si realmente estuviera buscando vengarse de ti, no estaría golpeando a Amatista de esta forma. Habría ido directo al grano.
Facundo, que había estado callado hasta ese momento, intervino.
—Lo que dice Amatista tiene sentido. Si fuera algo personal contra ella, no habrían tenido reparos en hacerlo más grave. Lo que realmente importa es lo que hay detrás de todo esto.
Andrés, mirando a Enzo, añadió en voz baja.
—Algo no cuadra. No es solo venganza, hay algo más que nos está faltando.
En ese momento, Amadeo entró en la habitación, con su característico porte serio.
—Roque está bien —dijo, mirando a Amatista—. Se está recuperando. Si no hubiera sido por el torniquete, habría perdido mucha más sangre, y habría sido imposible estabilizarlo.
Amatista dejó escapar un suspiro de alivio.
—Gracias, Amadeo —dijo con gratitud. Puedes revisar mis heridas.
Amadeo se acercó a Amatista, revisando el golpe de su frente y su labio, su mirada enfocada en el estado de salud de ella.
—¿Y este? —preguntó Amatista, mientras levantaba la remera, mostrando el golpe en sus costillas.
Amadeo asintió y comenzó a palpar suavemente la zona de las costillas.
—Voy a palpar para ver si hay alguna fractura.
Amatista se aguantó el dolor, y todos observaban con algo de preocupación mientras Amadeo examinaba el área.
—Creo que no hay fractura —dijo finalmente, mirando a los demás—. Pero le recetaré algunos medicamentos para el dolor.
Amatista bajó la remera y asintió.
—Gracias, Amadeo.
Amadeo, con una ligera sonrisa, agregó.
—De nada. Trataré de que se sienta mejor.
La habitación se quedó en silencio, mientras las palabras de Amatista seguían resonando en la mente de todos. El misterio detrás de Diego y su conexión con Enzo seguía sin resolverse, pero al menos todos tenían claro que había algo más profundo y oscuro que necesitaban descubrir.