Capítulo 196 Recuerdos en un girasol
El sol de la mañana iluminaba suavemente la ciudad mientras Enzo y Amatista volvían a la mansión en la camioneta. El trayecto transcurrió en un cómodo silencio, con Amatista apoyando su cabeza en el asiento, aún sintiendo el calor de la noche anterior en su piel.
Enzo, con una mano en el volante, la observaba de reojo con una media sonrisa. Le gustaba verla así, relajada, con esa expresión satisfecha que solo él podía provocarle.
Cuando llegaron a la entrada de la mansión, Enzo apagó el motor, pero en lugar de bajar de inmediato, abrió la guantera y sacó una pequeña caja de terciopelo negro.
—Antes de que bajemos, quiero darte esto.
Amatista levantó la cabeza con curiosidad y lo miró mientras él le tendía la caja.
—¿Un regalo? —preguntó con una sonrisa.
—Nuestro aniversario no podía pasar sin que te diera algo especial —respondió Enzo con su tono tranquilo.
Amatista tomó la caja y la sostuvo entre sus manos con cariño.
—El tuyo llegará en unos días —dijo, observándolo con una pequeña sonrisa traviesa.
Enzo se encogió de hombros con naturalidad.
—No hay apuro, Gatita. Pero quiero que abras el tuyo ahora.
Amatista asintió y abrió la caja con cuidado.
Dentro, sobre el suave terciopelo, descansaba un delicado collar con un colgante en forma de girasol. El diseño era fino, detallado con precisión, como si cada pétalo de la flor hubiera sido esculpido con un propósito.
Su corazón dio un pequeño vuelco al recordar.
Los girasoles…
Uno de los primeros regalos que Enzo le había dado cuando tuvieron su primer encuentro íntimo. Ella tenía dieciocho años y, aunque no lo entendió del todo en ese momento, ese gesto había marcado un punto de no retorno en su historia.
—Amor… —susurró, deslizando los dedos sobre el colgante con una mezcla de sorpresa y emoción—. Es hermoso.
Enzo la observó con calma, pero en sus ojos había una intensidad diferente.
—Sabía que te gustaría.
Amatista sonrió y lo miró con dulzura.
—Pónmelo.
Enzo tomó el collar con suavidad y se inclinó sobre ella para rodearle el cuello con la fina cadena. Sus dedos rozaron su piel al abrocharlo, provocándole un escalofrío sutil.
Cuando terminó, Amatista tocó el colgante con una sonrisa emocionada antes de mirarlo nuevamente.
—Gracias, amor. Es el regalo más lindo que podrías haberme dado.
Enzo se inclinó y la besó suavemente en los labios.
—Lo que más amo de los girasoles es que siempre buscan el sol. Y vos, Gatita… —susurró contra su boca—. Siempre fuiste mi luz.
Amatista sintió su corazón latir con fuerza ante sus palabras y, sin decir nada más, lo besó con la misma ternura con la que él la miraba.
Amatista y Enzo cruzaron las puertas de la mansión, sintiendo el cambio inmediato de ambiente al entrar. A pesar de la imponente estructura y el lujo que los rodeaba, el lugar tenía un aire cálido, familiar, algo que solo había sido posible desde que sus hijos estaban allí.
Mientras caminaban hacia la sala, Amatista giró levemente hacia Enzo.
—Más tarde me reuniré con Santiago —comentó—. Tenemos que hablar de algunas cosas antes de la asociación.
Enzo asintió con naturalidad mientras se quitaba la chaqueta del traje.
—Yo me iré al club en un rato —dijo—. Si querés, cuando termines la reunión, podés venir. Jugaremos un rato y después volvemos juntos a casa.
Amatista lo miró pensativa por un momento y luego sonrió.
—Mejor invitaré a Santiago aquí para hablar. Así, después de la reunión, voy al club con los niños y tenemos un momento en familia.
Enzo sonrió con aprobación.
—Me gusta más ese plan. No veo la hora de que crezcan más para enseñarles a jugar.
Amatista soltó una risa suave mientras imaginaba a Renata y Abraham sosteniendo palos de golf mucho más grandes que ellos.
—Se verán muy tiernos con esos palos en la mano —comentó divertida.
—Quizás, pero igual los haré aprender —respondió Enzo con una sonrisa de lado—. Quedamos así entonces. Me cambiaré e iré al club.
—Perfecto. Llamaré a Santiago ahora mismo —dijo Amatista, sacando su teléfono mientras se dirigía hacia el salón.
Enzo la observó por un momento antes de acercarse y dejar un beso en su frente.
—Nos vemos en un rato, Gatita.
—Nos vemos, amor —respondió ella con una sonrisa, marcando el número de Santiago mientras Enzo subía las escaleras para cambiarse.
Enzo bajó las escaleras con su porte imponente, ya vestido con ropa más cómoda pero manteniendo la elegancia que lo caracterizaba. Antes de salir, se dirigió al área donde estaban los niños junto a Esther, la nueva niñera.
Renata y Abraham jugaban en una manta extendida sobre el suelo, rodeados de juguetes, mientras Amatista estaba sentada con ellos, observándolos con ternura.
Enzo se acercó y se inclinó para besar la cabeza de cada uno de sus hijos antes de dirigirse a Amatista.
—Nos vemos en el club, Gatita —murmuró, dejándole un beso en la sien.
Amatista le sonrió.
—Nos vemos, amor. Diviértete.
Enzo le dedicó una última mirada antes de salir de la mansión y subir a la camioneta. Su destino: el Club de Golf Bourth.
Pasaron unas horas en las que Amatista se quedó con los niños y Esther, asegurándose de que todo estuviera en orden antes de su reunión. Abraham y Renata estaban más inquietos que de costumbre, pero con la paciencia y dulzura de Esther, lograron calmarlos hasta que se durmieron en la cuna.
Justo cuando Amatista terminaba de revisar algunos correos en su teléfono, escuchó el sonido de un auto estacionado frente a la mansión. Se levantó y caminó hasta la entrada, encontrándose con Santiago.
—¡Llegaste puntual! —comentó con una sonrisa.
—No iba a hacerte esperar, jefa —bromeó Santiago, dándole un abrazo breve antes de seguirla hasta el jardín.
Ambos tomaron asiento en una de las mesas al aire libre, disfrutando de la brisa cálida de la tarde.
—¿Cómo va todo en Lune? —preguntó Amatista mientras servía un poco de limonada para ambos.
Santiago suspiró.
—Avanzando, pero hay algo de lo que quería hablarte antes de la reunión de mañana.
Amatista levantó una ceja, curiosa.
—Dime.
—Quiero que sigas encargándote de los diseños personalizados y del asesoramiento en la entrega de colecciones. Es lo que mejor haces y lo que diferencia a Lune del resto —explicó Santiago—. Pero hay un detalle con la nueva diseñadora que debemos tener en cuenta.
—¿Qué pasa con ella? —preguntó Amatista, apoyando los codos sobre la mesa.
Santiago hizo una mueca.
—Se llama Leticia Montenegro. No es exactamente lo que esperaba… es una persona interesada y algo calculadora.
Amatista suspiró.
—Debemos cuidarnos, pero no podemos olvidar que esta empresa la creamos nosotros. Somos los socios mayoritarios y no debemos dejar que nos pisoteen.
Santiago asintió.
—Sí, pero tampoco podemos permitirnos acabar con la asociación si algo sale mal. Perderíamos demasiado.
Amatista tomó un sorbo de su limonada y se encogió de hombros con tranquilidad.
—Si eso sucede, le pediremos financiamiento a Enzo. Podremos devolverlo con intereses si es necesario.
Santiago dejó escapar una risa baja.
—Me lo imaginaba. No sé qué es peor, si pedirle a un banco o a Enzo Bourth.
Amatista sonrió con diversión.
—No te preocupes, enzo sabe que recuperará su dinero.
Santiago negó con la cabeza, pero se relajó un poco.
—De todos modos, espero que no lleguemos a eso. Mañana conoceremos al nuevo socio y a su equipo. Ernesto tendrá su propia oficina, al igual que Leticia.
Amatista asintió, consciente de que los siguientes días serían cruciales para el futuro de Lune.
—Entonces mañana empezamos una nueva etapa. Habrá que ver cómo juegan sus cartas.
Santiago la observó con una sonrisa confiada.
—No importa cómo jueguen ellos. Nosotros siempre llevamos la ventaja.
Y con esa certeza, ambos continuaron planificando su estrategia para asegurarse de que Lune siguiera siendo suya, sin importar los obstáculos que pudieran surgir.
Luego de despedirse de Santiago, Amatista entró a la mansión con paso decidido y buscó a Esther en la sala de juegos, donde Renata y Abraham jugaban con tranquilidad.
—Esther, ¿podrías acomodar las cosas de los niños en un bolso? Los llevaré conmigo.
Esther asintió con una sonrisa.
—Por supuesto, señora Amatista. ¿Necesita algo más?
—No, solo lo esencial para los niños. En un momento bajo.
Dicho esto, Amatista subió rápidamente a su habitación. Se dio una ducha rápida, dejando que el agua caliente relajara sus músculos, antes de envolverse en una toalla y caminar hasta el vestidor.
Escogió una remera celeste con detalles en rosa, de mangas cortas, que dejaba su cintura ligeramente al descubierto, combinándola con un short negro ajustado que resaltaba su figura sin perder la comodidad. Ató su cabello en una coleta alta y, tras asegurarse de estar lista, bajó a la sala principal.
Allí, Esther ya la esperaba junto a uno de los guardias, quien sostenía a Renata en brazos, mientras Abraham estaba en los de la niñera.
—Aquí tiene todo listo —informó Esther, señalando el bolso con las cosas de los niños.
Amatista asintió con aprobación y miró al guardia.
—Llévanos al club.
Mientras caminaban hacia la entrada principal, Esther preguntó con cierta duda:
—¿Quiere que los acompañe, señora?
Amatista negó con la cabeza rápidamente.
—No, no será necesario. Además, volveremos tarde, así que puedes tomarte el resto del día para ti.
Esther sonrió agradecida y se despidió de los niños con una caricia en la mejilla antes de retirarse.
El guardia y Amatista acomodaron a los niños en la camioneta y emprendieron el trayecto hacia el club.
Diez minutos después, llegaron a la entrada del exclusivo Club de Golf Bourth. El guardia miró a Amatista a través del retrovisor.
—¿Quiere que la ayude con los niños?
Amatista sacó su teléfono y negó suavemente.
—No te preocupes, llamaré a Enzo para que venga a buscarnos. Mientras tanto, pasa las sillas de los niños a su camioneta, así podremos marcharnos juntos más tarde.
El guardia asintió y salió del vehículo, mientras Amatista marcaba el número de Enzo.
—Gatita —atendió él, su tono relajado.
—Amor, ya llegamos. Ven a la entrada a buscarnos.
—Voy en camino.
Minutos después, Enzo apareció con su andar tranquilo y seguro, vestido con ropa casual pero manteniendo esa presencia dominante que lo caracterizaba. Sus ojos se fijaron de inmediato en Amatista, y luego en los niños.
Amatista tenía a Renata en brazos, mientras el guardia sostenía a Abraham.
Enzo tomó a su hijo con facilidad y acarició su cabecita con ternura.
—Vamos, Gatita. En la terraza están Massimo, Emilio, Samara, Mateo, Clara, Paolo y los hermanos Sotelo.
Amatista alzó una ceja, sorprendida.
—Hace tiempo que no los veo.
—Podemos pasar un rato antes de jugar —sugirió Enzo, acomodando mejor a Abraham.
Amatista sonrió y asintió.
—Me parece bien. Vamos.
Con Renata en brazos y Enzo sosteniendo a Abraham, se dirigieron hacia la terraza, listos para compartir un momento en familia y con amigos.
Amatista y Enzo caminaron por el elegante club de golf, captando más de una mirada a su paso. No solo por la presencia dominante de Enzo o la belleza innata de Amatista, sino porque, con los gemelos en brazos, se veían diferentes. Más humanos, más completos.
Cuando llegaron a la terraza, el ambiente ya estaba cargado de risas y conversación. La mesa estaba ocupada por rostros conocidos: Massimo, Emilio, Samara—quien se había convertido en la novia oficial de Emilio—, Mateo con Clara, Paolo, y los hermanos Maximiliano y Mauricio Sotelo.
—¡Miren quién llegó! —exclamó Massimo con una sonrisa.
—La señora Bourth en persona —agregó Emilio en tono bromista mientras le guiñaba un ojo.
—¿Y qué tal el viaje al hotel anoche? —bromeó Paolo con una sonrisa de lado, causando las risas de todos.
Amatista arqueó una ceja sin inmutarse mientras acomodaba mejor a Renata en sus brazos.
—Muy bien, gracias por preguntar. Y vos, Paolo, ¿cuándo piensas dejar de hacer preguntas sobre mi vida privada?
Las carcajadas se hicieron más fuertes, incluso Enzo dejó escapar una sonrisa mientras tomaba asiento con Abraham aún en brazos.
Samara, quien se encontraba junto a Emilio, miró a los niños con una sonrisa tierna.
—Están enormes —comentó mientras se inclinaba para acariciar la mejilla de Renata—. Son tan adorables.
—Y van a ser tan problemáticos como sus padres —añadió Mateo con diversión.
—Definitivamente —afirmó Maximiliano Sotelo, sirviéndose un poco de whisky—. Aunque con un padre como Enzo, dudo que se atrevan a hacer muchas travesuras.
—Tarde o temprano lo harán —agregó Mauricio Sotelo con una sonrisa—. Pero que disfruten su infancia antes de aprender cómo funciona el mundo.
Amatista miró a sus hijos con dulzura.
—Que sean niños el mayor tiempo posible, sin preocupaciones ni obligaciones.
Enzo no dijo nada, pero la manera en que sus ojos se suavizaron al mirar a Renata y Abraham dejaba claro que estaba de acuerdo.
—¿Entonces qué? —intervino Emilio—. ¿Se quedan con nosotros un rato o van directo al campo de golf?
Enzo miró a Amatista y ella sonrió con tranquilidad.
—Nos quedaremos un rato. Hace tiempo que no compartimos con todos.
—Perfecto —dijo Paolo, alzando su copa—. Porque hay muchas cosas que quiero saber, cuñada.
La tarde pasó entre risas, bromas y anécdotas. El plan de jugar al golf quedó olvidado mientras todos se sumergían en una charla amena, disfrutando del tiempo juntos.
El sol comenzó a descender, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados, mientras el grupo continuaba conversando. Mateo, con una copa en la mano, se giró hacia Amatista con curiosidad.
—¿Y cómo va la asociación en Lune?
Amatista se acomodó mejor en la silla y suspiró.
—Es pronto para saberlo, pero estoy segura de que podré manejarlo. Como siempre.
—No lo dudo —comentó Clara, aún con ese brillo de admiración en los ojos—. Pero todavía no puedo creer que vos hayas sido siempre la diseñadora de Lune.
—Sigo sin entender cómo nadie lo descubrió antes —agregó Emilio con diversión—. Pero ahora todo tiene sentido.
Amatista sonrió con orgullo.
—El anonimato fue lo mejor en su momento, pero ahora que salí a la luz, hay más cosas por hacer.
Mateo apoyó un codo en la mesa y la miró con una sonrisa de lado.
—Y hablando de promesas… ¿te acordás que dijiste que diseñarías algo especial para Clara cuando salieras del anonimato?
Clara abrió los ojos con sorpresa y miró a Amatista con emoción.
—¡Es cierto!
Amatista sonrió y asintió con tranquilidad.
—No me olvidé. Me pondré a trabajar en ello de inmediato.
Mateo tomó la mano de Clara con suavidad y la miró con una expresión más seria, aunque llena de ternura.
—Estamos pensando en casarnos… y sería genial que diseñaras nuestros anillos de boda.
El grupo reaccionó con entusiasmo ante la confesión.
—¡Eso merece un brindis! —exclamó Maximiliano, levantando su copa.
Todos lo imitaron, chocando sus copas en un gesto de celebración mientras Clara y Mateo compartían una sonrisa cómplice.
Cuando la emoción por la futura boda bajó un poco, Amatista miró a Samara con curiosidad.
—¿Y qué tal van vos y Emilio?
Samara le dedicó una sonrisa rápida antes de encogerse de hombros.
—Bien. Todo marcha tranquilo.
Emilio bufó y miró a Amatista con fingida desesperación.
—¿Tranquilo? ¡Necesito tu ayuda! Convencela de que se mude conmigo.
Samara lo miró con una ceja levantada.
—Estoy bien en mi departamento.
—Samara… —se quejó Emilio—. Es diminuto. No aguanto más quedarme ahí.
Las carcajadas no se hicieron esperar.
—Podrías buscar un término medio —sugirió Paolo—. Alquilar un departamento más grande, algo que les guste a los dos.
Samara pareció pensarlo por un momento antes de asentir.
—Eso suena mejor. La mansión es demasiado grande para mi gusto.
Emilio suspiró, resignado.
—Lo que sea, mientras no tenga que dormir otra noche en ese sofá incómodo.
Las risas volvieron a invadir el ambiente mientras la noche caía por completo, marcando el final de un día que, sin dudas, había sido mejor de lo esperado.