Capítulo 85 El silencio en la mañana

La luz suave de la mañana se filtraba a través de las cortinas. Amatista despertó con su mente aún llena de ideas. La necesidad de dar forma a esos pensamientos la impulsó a levantarse con cautela, sin hacer ruido para no interrumpir el sueño de Enzo. Con delicadeza, se deslizó fuera de la cama y se vistió. No quería que su amor se despertara aún. Se sentó en la pequeña mesa de trabajo que había dispuesto cerca de la ventana, donde la luz matutina le ofrecía la mejor vista para concentrarse. Su mente comenzó a volcar sus ideas sobre el papel.. Mientras trabajaba, sus ojos se deslizaban hacia la figura de él, que permanecía inmóvil sobre la cama, envuelto en la sábana. La visión de Enzo, con su cuerpo relajado en el descanso, era un recordatorio constante de que todo lo que hacía estaba, de alguna manera, ligado a él. A medida que el tiempo pasaba, la habitación comenzó a llenarse de una luz más fuerte, anunciando que el día estaba avanzando. Fue entonces cuando Enzo comenzó a moverse en la cama, despertando lentamente. Amatista no hizo ningún gesto de sorpresa al ver que sus ojos se abrían y se fijaban en ella. Con una sonrisa suave, él se incorporó en la cama. "¿Qué haces despierta tan temprano, gatita?", preguntó Enzo, su voz aún entrecortada por el sueño, pero con una suavidad que solo él podía ofrecer. Amatista levantó la mirada hacia él, sin dejar de trabajar. "Quiero terminar el diseño para entregarlo más tarde", respondió, su tono calmado pero decidido. Con una leve sonrisa, le mostró el boceto del colgante, al que había añadido unos aros complementarios, buscando que el conjunto tuviera una armonía perfecta. Enzo se acercó lentamente, observando el diseño con atención. La admiración en sus ojos era evidente. "Está muy bien, gatita. Eres increíble", le dijo, su tono cargado de satisfacción. Miró la hora, y luego levantó la vista hacia ella, como si un pensamiento lo hubiera atravesado. "Es hora del baño, ¿no crees?", añadió, sus ojos destellando con una mezcla de ternura y complicidad. Amatista no necesitó que lo dijera dos veces. Era un ritual que ambos compartían, casi como un lenguaje secreto entre ellos. Se levantaron juntos, y el agua caliente del baño envolvió sus cuerpos mientras se sumergían en la intimidad del momento. No necesitaban palabras para comprenderse, solo el roce de las manos, el susurro de la respiración del otro, y la cercanía que les daba la sensación de estar en casa, juntos, sin nada que los separara. Un baño compartido, siempre, como si fuera una pequeña promesa de unión. Después del baño, se vistieron rápidamente. Enzo tenía una agenda llena de reuniones, y Amatista, después de un día exigente, tomaba su clase, seguida de una sesión de ejercicio en el gimnasio. La rutina en el gimnasio era para ella una válvula de escape, una forma de mantener su cuerpo y mente en equilibrio. Enzo sabía que ese tiempo para ella era sagrado, pero también entendía que, al final del día, ella siempre volvería a él. Mientras tanto, él se sumergía en sus compromisos de negocios, tratando de coordinar la ampliación de sus proyectos con la misma eficacia con la que trataba a sus socios. En el gimnasio, Amatista se entregaba a la rutina sin reservas. Comenzaba con una carrera ligera en la cinta, enfocándose en el ritmo de sus pasos y la sensación de su cuerpo en movimiento. Era un momento que no compartía con Enzo, y le gustaba esa pequeña independencia. A veces, durante su carrera, pensaba en todo lo que había dejado atrás, en el mundo exterior que sentía tan lejano, pero la sensación del sudor en su piel y el aire fresco que le acariciaba la cara la anclaba al presente. La rutina era una forma de liberar su mente. Después de correr, pasaba a una serie de ejercicios de pesas, concentrándose en tonificar sus músculos y mejorar su resistencia. No le gustaba sentirse vulnerable, y el gimnasio era su forma de combatir esa sensación. Cada levantamiento era un recordatorio de que podía sostenerse a sí misma, aunque su corazón siempre estuviera atado a Enzo. Al regresar a la suite por la tarde, se encontró con una situación que ya había experimentado, pero que esta vez tenía una carga diferente. La misma pareja de días atrás estaba en el vestíbulo del hotel. La mujer la observó con una sonrisa que no llegó a ser amable, y sus palabras llegaron a los oídos de Amatista con una claridad perturbadora. "Algunas solo pueden permitirse estar en lugares de lujo a cambio de algo", dijo la mujer, su tono cargado de juicio y desprecio. Amatista, al escuchar esas palabras, no dejó que el comentario la tocara. Sabía que había algo más profundo detrás de las críticas de esa pareja, pero no estaba dispuesta a permitir que las opiniones ajenas la afectaran. La mujer, sin embargo, continuó. "Seguro que solo por estar con él puedes disfrutar de todo esto, ¿verdad?", comentó, señalando con un gesto hacia el lujo que rodeaba el hotel. Amatista no respondió, solo mantuvo la calma, observando al hombre, que miraba hacia ella con una mezcla de curiosidad y desdén. Al llegar al ascensor, la mujer observó que Amatista marcaba el piso de una de las suites del hotel. El hombre, con una sonrisa burlona, comentó que conocía a uno de los dueños del hotel y que hablaría con él para "controlar mejor" a los huéspedes, insinuando que personas como ella deberían ser vigiladas. Amatista, sin inmutarse, decidió no perder el tiempo con sus insinuaciones. Se mantuvo firme, ignorando sus comentarios, y sin decir una palabra más, dejó que el ascensor subiera hasta su piso.. Cuando la pareja bajó y el ascensor continuó su ascenso, Amatista respiró profundamente. El peso de las palabras de la mujer había quedado atrás, y ahora solo quedaba el silencio de su entorno. El ascensor llegó a su destino. La puerta se abrió y Amatista salió, caminando tranquila hacia la suite. Después de un día agotador lleno de reuniones y conversaciones cargadas de tensión, Amatista y Enzo finalmente se encontraron en la quietud de la noche. Había algo en la atmósfera que les pedía escapar, romper con la rutina y ceder a un momento de desconexión. El día había sido largo, pero el horizonte prometía algo más ligero, algo que les permitiera relajarse y disfrutar de la compañía del otro sin pensar en lo que los rodeaba. Cuando el teléfono de Amatista sonó, la voz de Enzo en el otro lado fue como un respiro. —Gatita, prepárate. Te espero en la puerta del hotel en veinte minutos. Vamos a un restaurante cercano. Me dijeron que la comida italiana es excelente y el vino… —Enzo dejó la frase en suspenso, seguro de que ella entendería a qué se refería. Amatista sonrió al escuchar su voz. A pesar de lo agitado de su día, había algo reconfortante en escuchar esas palabras. Dejó que el teléfono se deslizara entre sus manos mientras pensaba en lo que iba a ponerse. No iba a ser una noche cualquiera, pero tampoco quería mostrar más de lo que ya había revelado. El vestido negro era simple, elegante. El tipo de prenda que le otorgaba un aire de sofisticación sin esfuerzo, con un escote discreto en la espalda que al mismo tiempo insinuaba. Se perfumó con su fragancia favorita, esa que sabía que a Enzo le encantaba, y recogió su cabello en un sencillo moño. La espera sería breve, pero necesitaba sentirse bien. El eco de sus tacones resonaba por el pasillo del hotel mientras se dirigía hacia la puerta. Estaba lista para salir, y la noche parecía invitarla a relajarse, a desconectarse de los recuerdos y las preocupaciones. Mientras se recargaba en el marco de la puerta, su mirada recorrió el hall, y fue en ese instante cuando la vio. La pareja desagradable que había cruzado su camino por la mañana, esa misma pareja que no perdía oportunidad para hacer comentarios indebidos, se encontraba justo frente a ella, charlando con Javier, uno de los socios más cercanos a Enzo. —Quizás deberíamos revisar mejor a los huéspedes, no vaya a ser que alguien venga a desprestigiar el lugar —sugirió la mujer de la pareja, su tono envenenado y cargado de desdén. Javier, sin embargo, no prestó mucha atención a la sugerencia. Le dedicó una mirada rápida a Amatista, evaluándola con una indiferencia calculada. A pesar de que el hombre de la pareja era un amigo cercano suyo, la falta de respeto de sus palabras no merecía su respuesta. —Claro, claro. No se preocupen —respondió Javier, cambiando rápidamente de tema. Su actitud calmada sugirió que no le gustaba perder el tiempo con trivialidades. Luego, les indicó que entraran a comer algo. La conversación, aunque cargada de tensión, se disipó de inmediato cuando Javier se dispuso a guiarlos al restaurante. Amatista, ajena a la escena que se desarrollaba ante sus ojos, no podía perder tiempo con personas como esas. Estaba decidida a centrarse en lo que realmente importaba: Enzo. Pronto, vio la camioneta de Enzo acercarse, y al instante, su corazón dio un pequeño salto. La puerta se abrió, y él apareció frente a ella, con una sonrisa traviesa que siempre lograba hacerla sentir especial. —Gatita —murmuró Enzo mientras la miraba de arriba a abajo, su tono bajo, suave—, qué hermosa estás. Amatista se sintió acalorada por el cumplido, pero más que todo, por la forma en que sus palabras la tocaban. No hacía falta más para que ella se sintiera a gusto, a salvo, como si el resto del mundo no importara. Ambos se acomodaron en la camioneta, y mientras Enzo conducía hacia el restaurante, la conversación fue ligera, tranquila. Los dos sabían que necesitaban desconectar, pero también sabían que la noche traía consigo un toque de diversión y complicidad. El restaurante era pequeño, con una decoración acogedora y un ambiente relajado. Se sentaron cerca de una ventana, desde donde podían ver la ciudad iluminada mientras disfrutaban de su cena. La pasta fue deliciosa, y aunque ambos se sintieron inclinados a probar el vino del lugar, Enzo, al ser el conductor, sugirió llevar la botella para probarla más tarde, en la intimidad de la suite. No era la primera vez que hacían algo así; en muchas ocasiones, lo pequeño y privado les resultaba más atractivo que cualquier evento grandioso. Entre risas y charlas sobre trivialidades, el tiempo se les escapó sin que se dieran cuenta. Cuando ya estaban listos para marcharse, un rostro familiar apareció en la puerta del restaurante. Gabriel, otro socio de Enzo, los observó desde su mesa. Desde su posición, pudo ver claramente a Enzo, pero no alcanzó a identificar a la mujer que lo acompañaba. No la conocía, y aunque algo en la manera en que Enzo la trataba le pareció peculiar, no se atrevió a hacer ninguna suposición. Gabriel los observó en silencio, con una expresión pensativa, pero Enzo, ajeno a su presencia, no se dio cuenta de que lo estaban mirando. Amatista, igualmente, no notó la mirada de Gabriel. Gabriel sonrió sutilmente mientras veía cómo Enzo tomaba la mano de Amatista y se dirigían hacia la salida. No se atrevió a hacer un comentario y, sin que Enzo lo notara, se quedó observando hasta que ambos desaparecieron por la puerta del restaurante. El regreso al hotel fue tranquilo. La camioneta avanzaba lentamente, y el sonido de la música de fondo en el vehículo era la única compañía mientras Amatista y Enzo compartían una conversación íntima sobre lo que habían visto, lo que habían hecho. Al llegar a la suite, Enzo no perdió tiempo y abrió la botella de vino, sirviendo un vaso para cada uno. Aunque Amatista nunca se consideró una amante del vino, había aprendido a apreciar sus matices, sobre todo porque sabía lo mucho que a Enzo le gustaba. Mientras conversaban, las palabras se deslizaban suavemente entre ellos, pero a medida que el vino hacía su efecto, Amatista comenzó a sentirse ligeramente relajada, más ligera. La sensación del alcohol en su cuerpo le otorgaba una cierta calidez que no podía negar, pero también le hacía perder el control de sus pensamientos de una forma placentera. Enzo, atento a cómo se sentía, le sugirió que descansara. —Vamos a la cama, gatita —dijo con suavidad, quitándole los zapatos y la ropa para que pudiera estar más cómoda. La tapó con la manta, dándole un beso en la frente antes de levantarse para darse una ducha rápida. El agua caliente del baño corría sobre el cuerpo de Enzo, relajándolo después de un día agitado. Aprovechaba esos momentos de soledad para ordenar sus pensamientos y liberar el cansancio acumulado. Al terminar, se envolvió en una toalla y salió del baño con el cabello aún húmedo, dispuesto a disfrutar de una noche tranquila junto a Amatista. Sin embargo, lo que vio lo tomó por sorpresa. Amatista estaba sentada en la cama, con las piernas cruzadas y una expresión que mezclaba la tristeza y el desconcierto. Su cabello ligeramente despeinado y el rubor en sus mejillas, provocado tanto por el vino como por la calidez de la habitación, le daban un aire infantil y vulnerable. Llevaba puesta solo su ropa interior, tal como él la había dejado después de desvestirla y acomodarla en la cama. Sus ojos, brillantes y vidriosos, se levantaron hacia él cuando escuchó sus pasos. —¿Qué pasa, gatita? —preguntó Enzo, acercándose con calma mientras se inclinaba un poco para mirarla mejor. La curiosidad se mezclaba con una pizca de preocupación. Amatista lo miró fijamente por un momento, como si estuviera decidiendo si lo que veía era real o no. De repente, extendió los brazos hacia él, con un gesto que era una mezcla entre un abrazo desesperado y un intento de atrapar un oso de peluche. —¡Amor! —exclamó, con una voz un poco más alta de lo normal. Enzo se rió por lo bajo, tomando sus manos antes de que se tambaleara y terminara de cara contra las almohadas. Pero ella se aferró a él como si su vida dependiera de ello. —Gatita, ¿qué es todo este drama? —preguntó divertido, acariciando suavemente su mejilla. —Pensé que te habías ido —confesó Amatista, su voz quebrándose por un instante, aunque inmediatamente se rió de manera nerviosa, como si el pensamiento fuera tan absurdo que la hacía dudar de sí misma—. Como cuando estábamos en la mansión, ¿recuerdas? —Continuó, con los ojos fijos en él, llenos de esa mezcla de tristeza y vino que solo ella podía llevar con tanta gracia—. Te ibas por días y yo... yo me quedaba sola. Y ahora, entraste al baño y... y pensé que... —Hizo una pausa, dejando que su cabeza cayera ligeramente hacia adelante, como si estuviera agotada por la intensidad de sus propias emociones. Enzo soltó una carcajada suave, más divertido que preocupado. Su gatita, incluso en ese estado, lograba arrancarle una sonrisa. Se sentó junto a ella en la cama, envolviéndola con un brazo para sostenerla mejor. —¿De verdad pensaste que iba a abandonarte por una ducha? —bromeó, levantándole el rostro con suavidad para mirarla a los ojos. —¡Lo parecías! —protestó ella, inflando las mejillas como una niña enojada antes de dejarse caer contra su pecho, aferrándose a él como si estuviera salvándose de un naufragio—. Estaba aquí sola... sola y sin ti... y sin... sin el vino. —Ah, entonces es el vino lo que realmente extrañabas —respondió Enzo con una sonrisa torcida, pasando una mano por su cabello para calmarla. —No, amor... no es solo el vino —murmuró Amatista, aunque su tono dramático le arrancó otra risa a Enzo—. Es que tú me dejaste ahí, toda... toda tirada como un almohadón bonito. —Un almohadón bonito, ¿eh? —repitió él, negando con la cabeza mientras la acomodaba mejor sobre sus piernas. —Sí, pero no quiero ser un almohadón bonito —continuó Amatista con un puchero adorable—. Quiero ser tu almohadón favorito. Y no me dejes nunca, ¿ok? Prométemelo... prométemelo ahora mismo, o me pondré a llorar de verdad. —Lo miró con una intensidad que hizo que Enzo tuviera que morderse el labio para no estallar en carcajadas. —Gatita, no voy a ningún lado, nunca. —Su tono fue sincero, aunque el brillo divertido en sus ojos traicionaba su esfuerzo por mantenerse serio. Se inclinó para besarle la frente, dejando que ella se relajara un poco en sus brazos—. Ahora, basta de tonterías. Estás borracha y cansada. Necesitas descansar. —Pero me quitaste el vestido... —dijo de repente, mirándolo con acusación fingida. —Claro que lo hice, estabas a punto de dormir con los tacones puestos también. ¿Te imaginas lo incómodo que sería eso? —respondió él, rodando los ojos. —¿Entonces me desvestiste como si fuera una muñeca? —insistió Amatista, llevándose una mano al pecho como si estuviera profundamente ofendida, aunque la sonrisa que intentaba ocultar delataba que estaba jugando. —Por supuesto, y lo haría otra vez. Ahora, ¿quieres dormir o quieres seguir inventando teorías sobre mi abandono? —replicó Enzo, alzando una ceja. Amatista soltó una risita, dejando que su cuerpo se aflojara completamente en los brazos de Enzo. —No te vayas, amor... nunca te vayas. —Susurró finalmente, apoyando su cabeza contra su pecho, con la voz ahora más suave y cargada de sueño. —Nunca, gatita. Estoy aquí contigo, siempre. —Le aseguró, ajustándola entre sus brazos mientras la recostaba con cuidado en la cama una vez más. La habitación quedó en silencio, excepto por la respiración tranquila de Amatista, que finalmente se dejó llevar por el sueño. Enzo se quedó a su lado, viéndola dormir, una sonrisa suave en su rostro mientras acariciaba su cabello con ternura.
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Índice
Capítulo 1 Mi objeto más deseado Capítulo 2 La soledad de la ausencia Capítulo 3 Un refugio en medio del caos Capítulo 4 El regreso de enzo Capítulo 5 Un día para nosotros Capítulo 6 El secreto de la gatita Capítulo 7 Entre terrenos y promesas Capítulo 8 El cumpleaños de enzo: la sombra del secreto Capítulo 9 El peso de las sombras Capítulo 10 La traición bajo la sombra Capítulo 11 Bajo el manto de la tempestad Capítulo 12 El sol y las sombras Capítulo 13 Bajo las sábanas del silencio Capítulo 14 Entre sombras y suspiros Capítulo 15 Bajo el silencio de la mansión Capítulo 16 El peso de la culpa Capítulo 17 Promesas que rompen el alma Capítulo 18 El secreto bajo la piel del lobo Capítulo 19 Un amor que enciende la tarde Capítulo 20 El contrato de prometida Capítulo 21 Entre sombras y compromisos Capítulo 22 Un aniversario silencioso Capítulo 23 Verdades a la luz: una noche en el club privado Capítulo 24 El eco de las decisiones Capítulo 25 Sombras y promesas Capítulo 26 Entre el amor y el control Capítulo 27 Entre secretos y verdades Capítulo 28 Marcas de lealtad y rivalidad Capítulo 29 La herida silenciosa Capítulo 30 La lección de enzo Capítulo 31 "El día que conocieron a 'gatita'" Capítulo 32 La noche en la mansión bourth Capítulo 33 Un día en la mansión bourth Capítulo 34 Entre amenazas y confesiones Capítulo 35 Sombras bajo la mansión bourth Capítulo 36 Bajo el sol del campo de golf Capítulo 37 Encuentros y tentaciones Capítulo 38 Miradas y confesiones Capítulo 39 La tentación en el camino a casa Capítulo 40 La llegada de enzo al club Capítulo 41 En la terraza del club Capítulo 42 Certezas bajo el sol Capítulo 43 La elegancia de lo cotidiano Capítulo 44 Bajo el sol del campo Capítulo 45 Bajo la mirada del club Capítulo 46 La fiesta de francesco Capítulo 47 Recuerdos y bromas en la fiesta de francesco Capítulo 48 Una mañana para dos Capítulo 49 Bajo el sol de la tarde Capítulo 50 Una noche de contrastes Capítulo 51 La intensidad de la noche Capítulo 52 Un juego de estrategias Capítulo 53 Compromisos en la mesa Capítulo 54 Compromisos y límites Capítulo 55 Estrategias y planes Capítulo 56 Una mesa de tensiones veladas Capítulo 57 Una dosis de dulzura y confusión Capítulo 58 Ecos de ambición y confianza Capítulo 59 Un amanecer truncado Capítulo 60 El cautiverio de amatista Capítulo 61 El tiempo se detiene Capítulo 62 El código de amatista Capítulo 63 El juego de las sombras Capítulo 64 Entre el miedo y la estrategia Capítulo 65 Entre las sombras y la resistencia Capítulo 66 La negociación con franco calpi Capítulo 67 El rastro de amatista Capítulo 68 La tormenta en calma Capítulo 69 La espera y la comodidad Capítulo 70 Retorno al refugio Capítulo 71 Entre sombras y luz Capítulo 72 La gran inauguración Capítulo 73 Juegos peligrosos Capítulo 74 Una noche solo nuestra Capítulo 75 Una mañana juntos Capítulo 76 Un desafío en el campo Capítulo 77 Un encuentro en la terraza Capítulo 78 Compromisos y nuevos comienzos Capítulo 79 Una tarde en el jardín Capítulo 80 Destino costa azul Capítulo 81 Un encuentro inesperado Capítulo 82 Una mañana de aventuras Capítulo 83 La lluvia y la sorpresa Capítulo 84 La verdad en la oscuridad Capítulo 85 El silencio en la mañana Capítulo 86 Una resaca para recordar Capítulo 87 "Sombras que se acercan" Capítulo 88 Entre regalos y secretos Capítulo 89 La reunión que perdura Capítulo 90 El compromiso silencioso Capítulo 91 La ira de enzo Capítulo 92 La verdad oculta Capítulo 93 El precio de la verdad Capítulo 94 Nervios y distracciones Capítulo 95 Encuentros y confesiones Capítulo 96 "El fantasma del pasado" Capítulo 97 La verdad oculta Capítulo 98 El silencio de la obsesión Capítulo 99 Decisiones y vigilancias Capítulo 100 El encuentro con clara Capítulo 101 Sombras y promesas Capítulo 102 En un lugar para ella Capítulo 103 Un nuevo comienzo Capítulo 104 Sombras entre el pasado y el presente Capítulo 105 El valor del cambio Capítulo 106 Entre sueños y cadenas Capítulo 107 La herida del orgullo Capítulo 108 Un amor en ruinas Capítulo 109 Siempre será su gatita Capítulo 110 Jugando con el poder Capítulo 111 Un acuerdo frío Capítulo 112 Un nuevo comienzo Capítulo 113 Bajo la luz de lune Capítulo 114 Entre sombras y café Capítulo 115 Nuevas direcciones Capítulo 116 Un destello en la multitud Capítulo 117 Sombras en la fiesta Capítulo 118 Secretos y revelaciones Capítulo 119 Una nueva vida en camino Capítulo 120 Protección y frustración Capítulo 121 La verdad a medias Capítulo 122 El límite de la lealtad Capítulo 123 Un paso hacia el cambio Capítulo 124 Protección en la mansión bourth Capítulo 125 Fiebre en la madrugada Capítulo 126 Una tarde de reuniones en la mansión bourth Capítulo 127 Espacios y silencio Capítulo 128 Interrupciones y confesiones Capítulo 129 Desayuno de conflictos Capítulo 130 Cunas y secretos Capítulo 131 Diez minutos más Capítulo 132 Preparativos y sospechas Capítulo 133 Bajo la seda de la noche Capítulo 134 Sombras entre diseños Capítulo 135 Un juego de ventaja Capítulo 136 Refugio en la calma Capítulo 137 La ira de enzo Capítulo 138 Ecos de la desconfianza Capítulo 139 Ecos de la ausencia Capítulo 140 Sombras en el silencio Capítulo 141 Silencios y revelaciones Capítulo 142 La ira del lobo Capítulo 143 La sombra de la sumisión Capítulo 144 Secretos Capítulo 145 Movimientos silenciosos Capítulo 146 Voces en la oscuridad Capítulo 147 Revelaciones entre sombras Capítulo 148 Hilos de orgullo y desprecio Capítulo 149 Encuentro en el ascensor Capítulo 150 La grieta en la oscuridad Capítulo 151 La sombra de la amenaza Capítulo 152 Revelaciones Capítulo 153 Pasado Capítulo 154 Última jugada Capítulo 155 Bajo la sombra del peligro Capítulo 156 Una huida desesperada Capítulo 157 Ecos del pasado Capítulo 158 La calma Capítulo 159 Refugio en la tormenta Capítulo 160 El adiós temporal Capítulo 161 Bajo presión Capítulo 162 Sabores de seducción Capítulo 163 Ecos de la pasión Capítulo 164 La almohada favorita Capítulo 165 Bajo las risas, la tensión Capítulo 166 Un reloj en el tiempo Capítulo 167 El juego de las sombras Capítulo 168 Interrogatorio a amatista Capítulo 169 La doble jugada Capítulo 170 Cazador y presa Capítulo 171 La espera inmóvil Capítulo 172 A un lado Capítulo 173 El peso de la venganza Capítulo 174 Frágil como el cristal Capítulo 175 La jaula dorada Capítulo 176 Un rastro de fuerza Capítulo 177 Entre la indiferencia y el deseo Capítulo 178 Jaque al rey Capítulo 179 Resaca y suplicio Capítulo 180 Despertar entre sus brazos Capítulo 181 Verdades y juegos Capítulo 182 Almuerzo entre risas y miradas Capítulo 183 Caza en marcha Capítulo 184 Entre poderes y sonrisas Capítulo 185 Conversaciones y juegos de poder Capítulo 186 La noche de reposo Capítulo 187 El inicio de la cacería Capítulo 188 Trampa en el camino Capítulo 189 La caída de un traidor Capítulo 190 Sorpresas en la mañana Capítulo 191 Advertencias al amanecer Capítulo 192 Celebrando a su manera Capítulo 193 Madrugada entre secretos y besos Capítulo 194 De vuelta a casa Capítulo 195 La celebración comienza Capítulo 196 Recuerdos en un girasol Capítulo 197 Aniversario inagotable Capítulo 198 Recuerdos del pasado Capítulo 199 Una noche de coincidencias Capítulo 200 Deseo incontrolable Capítulo 201 Al volante del deseo Capítulo 202 Interrupciones inesperadas Capítulo 203 Provocaciones peligrosas Capítulo 204 El contrataque de amatista Capítulo 205 Sin espacio para el pasado Capítulo 206 El precio de la provocación Capítulo 207 Un despertar en familia Capítulo 208 La única señora bourth Capítulo 209 El amanecer de un nuevo día Capítulo 210 Persistencia y tentación Capítulo 211 En sus brazos, siempre Capítulo 212 Juegos peligrosos en la oficina appCapítulo 213 Promesas selladas en la oficina appCapítulo 214 Dos meses de distancia appCapítulo 215 El mejor regalo app
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