Capítulo 61 El tiempo se detiene
Enzo se detuvo en seco, como si las palabras de Massimo lo hubieran alcanzado de manera inesperada. Su respiración comenzó a calmarse, aunque la ira seguía burbujeando en su interior. Volvió a mirarlos, sus ojos fijos en el suelo mientras trataban de controlar su respiración.
—Voy a destruirlos —susurró con voz temblorosa, casi como una amenaza para sí mismo, sin poder apartar la imagen de Amatista de su mente.
Poco a poco, la tensión en su cuerpo comenzó a ceder. En su mente, las escenas de todo lo que había sucedido corrían como una película. Pero de repente, en medio de ese caos mental, una imagen lo atravesó como un rayo: Amatista, sentada sobre su escritorio, con esa sonrisa traviesa que solía compartir con él.
Era una visión tan clara que hizo que Enzo se quedara inmóvil. En su mente, la veía levantarse con delicadeza y acercarse hacia él. Él, parado frente a su escritorio, sentía cómo ella levantaba la mano y, sin decir una palabra, lo acariciaba suavemente en la mejilla, como si fuera la imagen de la calma que tanto necesitaba. El gesto era simple, pero significaba todo.
Enzo cerró los ojos por un momento, tomando una profunda respiración, permitiendo que su mente se calmara por fin. La imagen de ella, tan serena, le dio la fuerza necesaria para poner los pies en la tierra. Se alejó de la mesa y se dio vuelta para enfrentar a los hombres en la oficina.
—Necesitamos pruebas —dijo, su tono ahora mucho más sereno, pero no exento de determinación—. Si no las conseguimos, no podremos presionar a los Ruffo. Necesitamos algo que los comprometa.
Massimo asintió, aliviado de que finalmente Enzo hubiera recobrado su compostura.
—Nos encargaremos de eso, Enzo. Te lo prometo.
Paolo, siempre pragmático, agregó:
—Lo primero es localizar a Amatista. Después, si encontramos algo que podamos usar en su contra, podemos movernos rápidamente.
Enzo asintió, los ojos fijos en el horizonte como si estuviera visualizando el próximo movimiento. Sabía que la situación no sería fácil, pero también sabía que, por encima de todo, lo que más deseaba en ese momento era tener a Amatista de vuelta a su lado.
—Vamos a encontrarla —dijo con firmeza—. Y cuando lo hagamos, nadie podrá escapar de lo que les va a llegar.
Los hombres presentes se movieron con rapidez, entendiendo que cada segundo perdido podría ser fatal. Sabían que el tiempo estaba en contra de ellos. Con Amatista fuera de su alcance y los Ruffo actuando desde las sombras, la presión que Enzo sentía solo aumentaba. Pero nada detendría a Enzo. Nadie tenía idea de lo que era capaz de hacer cuando algo tan valioso para él estaba en juego.
Los días habían pasado con una lentitud casi insoportable. Amatista permanecía en la misma habitación húmeda y oscura, pero había aprendido a adaptarse, a observar, y a buscar pequeños resquicios de humanidad en su captor, Lucas. El hombre, aunque brusco y distante al principio, se había suavizado en sus interacciones con ella. Parecía que el tiempo y las circunstancias habían comenzado a quebrar las barreras entre ambos.
Esa tarde, mientras Lucas revisaba su arma en una esquina, lanzó una mirada curiosa hacia Amatista.
—Eres diferente a lo que imaginé que sería alguien en tu posición —comentó sin levantar mucho la voz—. Te ves tranquila, incluso relajada.
Amatista dejó escapar una risa breve, cruzando las piernas mientras estiraba un poco las cadenas que ataban su pie al suelo.
—Digamos que tengo algo de experiencia en esto de estar encerrada —respondió con una sonrisa irónica.
Lucas levantó una ceja, sorprendido por su respuesta. Dejó el arma a un lado y se acercó un poco más, curioso.
—¿Experiencia? ¿Cómo alguien como tú termina acostumbrándose a algo así?
Amatista lo miró por un momento antes de responder, jugando con un mechón de su cabello para disimular la tensión interna que sentía.
—Hace años, por razones que no vienen al caso, estuve confinada en una finca. Era un lugar hermoso, pero no podía salir. Pasé mucho tiempo sola, aprendiendo a ocupar mi mente.
Lucas se recargó contra la pared, cruzando los brazos mientras la escuchaba.
—¿Y por qué estabas ahí?
Amatista soltó un suspiro y, en tono de broma, respondió:
—Para proteger mi identidad, o al menos eso decían. Aunque tengo que admitir que ese lugar era mucho más cómodo que esto. —Su risa fue suave, pero no dejó de observar a Lucas, evaluando cuidadosamente sus reacciones.
El guardia sonrió, aunque con una mezcla de incredulidad y respeto.
—Parece que has tenido una vida interesante.
—Digamos que nunca me aburro —contestó Amatista, guiñándole un ojo.
Lucas no respondió, pero su expresión reflejaba una creciente admiración, quizás incluso un poco de simpatía.
En la oficina del club de golf, el ambiente era opresivo. Enzo, tras tres días de búsqueda infructuosa, lucía exhausto. Su ropa estaba arrugada, su barba crecía desordenada y sus ojos mostraban sombras de noches sin dormir. Paolo y Emilio, preocupados por su estado, permanecían cerca, vigilándolo con atención.
Enzo salió del baño de su oficina, habiéndose dado una ducha rápida para intentar despejarse. Su camisa apenas abotonada y su cabello húmedo lo hacían ver más vulnerable de lo que solía mostrar. Se sentó en su escritorio, pasando las manos por su rostro mientras dejaba escapar un suspiro largo y pesado.
—Nada todavía —murmuró, casi para sí mismo.
Paolo se acercó, colocando una mano firme en su hombro.
—Estamos en ello, Enzo. Maximiliano y Mauricio tienen a sus hombres peinando las calles. Massimo y Mateo están revisando la última ubicación conocida de la camioneta, y Alejandro y Valentino están siguiendo pistas sobre los conductores. Vamos a encontrarla.
Enzo asintió, aunque su mirada seguía perdida. Justo en ese momento, la puerta se abrió, y Alicia, su madre, entró con una bandeja llena de comida.
—Hijo, tienes que comer algo. No te ayudará en nada estar débil —dijo con una voz cargada de preocupación.
Enzo levantó la vista, sus ojos encontrándose con los de Alicia. Por un momento, toda su fachada de control se rompió.
—¿Y si no la encuentro, mamá? —preguntó, su voz apenas un susurro.
Alicia dejó la bandeja en la mesa más cercana y se acercó para tomar el rostro de su hijo entre sus manos.
—La encontrarás. Tú nunca te rindes, Enzo. Además, Amatista es fuerte. Está esperando por ti, lo sé.
Enzo cerró los ojos por un momento, dejando que las palabras de su madre lo consolaran brevemente. Luego asintió, volviendo a enderezarse.
Lejos de la mansión, en un jardín apartado, Hugo y Martina Ruffo discutían en voz baja. Hugo parecía cada vez más nervioso, mientras que Martina mantenía una expresión de fría determinación.
—Esto tiene que parar, Martina. Si Enzo descubre lo que hiciste, nos destruirá. Sabes que es capaz de todo —dijo Hugo, mirando a su hija con desesperación.
Martina rodó los ojos, exasperada.
—Papá, cálmate. Nadie se enterará. Y aunque lo hicieran, no tengo intención de dejar que todo esto sea de Amatista. Enzo me pertenece, y voy a hacer lo que sea necesario para que lo entienda.
—Martina, ¡esto es un juego peligroso! Ya te dije que no quiero ser parte de esto.
Martina lo miró con una sonrisa helada.
—Entonces, quédate al margen. Pero no vuelvas a hablar de esto cerca de la mansión. Sospecho que nos están espiando.
Hugo frunció el ceño, alarmado.
—¿Qué vas a hacer ahora?
—Voy a hacer que Amatista escriba una carta diciendo que decidió irse por su cuenta. Quizás Enzo no lo crea al principio, pero sembrará la duda.
Hugo negó con la cabeza, su expresión reflejando tanto frustración como miedo.
—Martina, esto no terminará bien.
—No te preocupes, papá. Yo sé lo que hago.
Mientras los Ruffo tejían sus intrigas, Enzo se inclinaba sobre su escritorio, revisando los últimos informes que le habían llegado. Cada pequeño detalle era analizado con precisión, cada pista evaluada como si su vida dependiera de ello.
—Gatita, aguanta un poco más —susurró para sí mismo, su mandíbula apretándose mientras su determinación se fortalecía.
Aunque la oscuridad parecía rodearlos, Enzo estaba decidido a traerla de vuelta, sin importar el precio que tuviera que pagar.
La noche había caído en el lugar donde Amatista seguía cautiva. La habitación estaba envuelta en penumbras, apenas iluminada por una bombilla colgante que parpadeaba de vez en cuando. El frío comenzaba a calar en los huesos, y el único sonido constante era el leve tintineo de la cadena atada a su pie cuando Amatista movía la pierna.
Lucas entró con un plato de comida sencilla: arroz, un trozo de pan y un vaso de agua. Caminó hacia ella con pasos firmes pero tranquilos. Se inclinó para dejar el plato a su lado y luego se incorporó, cruzando los brazos mientras la observaba.
—Come —ordenó con un tono más suave del que había usado los días anteriores.
Amatista levantó la vista hacia él, sus ojos brillando con una mezcla de curiosidad y determinación. Tomó el plato y comenzó a comer lentamente, disfrutando del calor que la comida traía consigo. Tras unos momentos de silencio, rompió la quietud.
—Tú tampoco pareces un típico guardia —comentó, mirando a Lucas con una leve sonrisa.
Lucas arqueó una ceja, pero no respondió de inmediato. En cambio, se apoyó contra la pared, observándola con atención.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó finalmente, su tono neutral.
Amatista se encogió de hombros ligeramente, llevándose otro bocado a la boca antes de responder.
—He visto a muchos hombres como tú. Algunos tienen una mirada que dice que están dispuestos a hacer cualquier cosa, sin importar qué. Tú no tienes eso.
Lucas soltó una risa baja, aunque parecía estar evaluando sus palabras.
—¿Eso es algo malo? —preguntó, una sombra de duda cruzando su rostro.
Amatista lo miró con un aire reflexivo, dejando el plato a un lado por un momento.
—No lo tengo del todo claro. Lo que sí sé es que no estás aquí por convicción. Estás aquí por otra situación, ¿cierto?
Lucas no contestó de inmediato. Dejó que el silencio llenara la habitación, pero no de forma incómoda. Era como si las palabras de Amatista hubieran tocado algo dentro de él que prefería no explorar. Finalmente, soltó una risa breve y se encogió de hombros.
—Tú tampoco eres una prisionera típica —comentó, devolviéndole la mirada.
Amatista rio suavemente mientras tomaba el vaso de agua.
—Culpable —admitió con una sonrisa—. Pero creo que también es porque confío en que me están buscando.
Lucas levantó una ceja, claramente intrigado.
—¿Estás tan segura de eso?
Amatista asintió sin dudar.
—Sé que Enzo llegará. Lo sé.
Lucas no respondió, pero sus ojos parecían evaluarla, como si tratara de entender cómo alguien podía tener tanta fe incluso en una situación tan sombría.
De vuelta en la oficina del club de golf, el ambiente seguía cargado de tensión. Enzo, sentado en su escritorio, tamborileaba los dedos sobre la madera mientras revisaba los informes más recientes que llegaban de su equipo. Su mirada era fija, pero su mente estaba en constante movimiento, trazando posibles escenarios y estrategias.
La puerta se abrió de golpe, y Massimo y Mateo entraron con expresiones serias. Ambos llevaban sus abrigos empapados, evidencia de la intensa búsqueda que habían estado liderando.
—¿Qué encontraron? —preguntó Enzo, levantándose de inmediato.
Mateo fue el primero en hablar, dejando su celular sobre el escritorio con una imagen ampliada en la pantalla.
—Encontramos la camioneta abandonada a unas cuadras de la última localización conocida. Preguntamos en la zona, y una mujer nos dijo que vio cómo dos hombres sacaban a una mujer de la camioneta y la subían a una todoterreno amarilla.
Massimo asintió, cruzándose de brazos mientras añadía más detalles.
—Buscamos cámaras en el área y encontramos una que capturó la todoterreno. Tenemos la placa, y ya enviamos la información al contacto en la policía. Él está investigando a quién pertenece el vehículo y tratando de identificar a los hombres.
Enzo se acercó al teléfono, observando la imagen de la todoterreno con una mirada intensa. Por unos segundos, no dijo nada, dejando que el peso de la información se asentara en la habitación.
—Necesitamos saber quiénes son esos hombres y dónde están —murmuró finalmente, apretando los puños.
—Ya lo estamos investigando —dijo Mateo, tratando de tranquilizarlo—. Pero esta pista es sólida. Vamos a encontrarlos.
Paolo, que había estado observando desde un rincón, se acercó a Enzo y colocó una mano en su hombro.
—Esto es un avance. Estamos más cerca.
Enzo asintió lentamente, pero su mandíbula seguía tensa.
—No es suficiente —dijo con voz firme—. Quiero que redoblen los esfuerzos. Massimo, Mateo, lleven esta información a los Sotelos. Que sus hombres intensifiquen la búsqueda en las áreas circundantes. Emilio, Paolo, quédense conmigo. Necesitamos coordinar esto.
Los hombres asintieron y comenzaron a moverse rápidamente, dejando a Enzo con la imagen de la todoterreno aún fija en su mente.
Mientras los pasos resonaban por los pasillos y las órdenes se transmitían de un hombre a otro, Enzo permaneció de pie, mirando por la ventana hacia el campo de golf vacío. Su mente estaba dividida entre la furia y la preocupación.
—Aguanta, gatita. Estoy más cerca de encontrarte —murmuró para sí mismo, su voz apenas un susurro, pero cargada de determinación.
En la habitación oscura donde Amatista seguía cautiva, el único sonido constante era el leve crujido de la vieja silla en la que Lucas estaba sentado. Él sostenía su pistola sobre el regazo, pero su postura relajada mostraba que no esperaba ningún problema inmediato. Amatista, atada y encadenada, observaba los detalles del lugar con discreción, buscando algo, cualquier cosa que pudiera ayudarla a entender dónde estaba.
El silencio comenzó a volverse incómodo, por lo que Amatista decidió romperlo con una pregunta que parecía inofensiva.
—¿Cómo se verá la luna esta noche? —preguntó, su tono curioso y despreocupado.
Lucas levantó la vista hacia ella, sorprendido por la naturaleza aparentemente trivial de la pregunta. Tras un momento de duda, respondió.
—Desde aquí, hay una buena vista de la luna y las estrellas. Es diferente a la ciudad; no hay contaminación ni luces que las opaquen. El cielo es claro, como debe ser.
Amatista sonrió, inclinando ligeramente la cabeza.
—Debe ser hermoso. —Por dentro, comenzó a unir las piezas del rompecabezas. Si el cielo era tan claro y no había contaminación, era probable que estuvieran en una zona rural, lejos de la ciudad.
Lucas no respondió. Simplemente se recostó en la silla, mirando hacia la puerta como si el simple acto de hablar con ella fuera una transgresión.
Amatista no se dejó desanimar por su silencio.
—¿Por qué eres tú el único que me vigila? —preguntó, manteniendo su tono casual—. ¿No hay otros guardias?
Lucas la miró con cautela, sus labios apretados como si considerara si debía o no contestar. Finalmente, optó por no decir nada.
—No importa. —Amatista levantó una ceja y añadió con una sonrisa juguetona—. Me caes bien, Lucas.
Él soltó una risa seca, pero no comentó nada. Se limitó a sacudir la cabeza como si la conversación fuera un juego que no podía permitirse jugar.
Amatista dejó que el silencio volviera brevemente antes de hablar de nuevo, esta vez con un tono más serio.
—¿Sabes por qué iba al médico cuando me secuestraron? —preguntó, mirando directamente a Lucas.
Él negó con la cabeza, su curiosidad evidente en sus ojos.
—Tenía un dolor de estómago que llevaba varios días molestándome. Al principio pensé que era algo que comí, pero ahora… creo que no es eso.
Lucas frunció el ceño, sin entender adónde quería llegar.
—Creo que estoy embarazada —dijo Amatista, su voz firme pero cargada de un dejo de vulnerabilidad que no solía mostrar.
La confesión tomó a Lucas por sorpresa. Sus ojos se agrandaron ligeramente, y su postura cambió, como si la información fuera un golpe inesperado. Se quedó en silencio, procesando lo que acababa de escuchar. Amatista, por su parte, mantuvo la mirada fija en él, tratando de leer su reacción.
—¿Y estás segura? —preguntó finalmente, su voz baja.
—No del todo, pero lo sospecho. Por eso iba al médico. Quería confirmarlo —respondió Amatista, dejando que su tono se suavizara para subrayar la importancia de sus palabras.
Lucas desvió la mirada hacia la ventana por un momento, como si buscara en el cielo las respuestas que no podía encontrar en la habitación. No dijo nada más, pero el leve temblor en sus manos delataba que las palabras de Amatista lo habían afectado más de lo que quería admitir.
Amatista, consciente de que había plantado una semilla de duda y compasión en él, decidió no presionarlo más por ahora. En su mente, cada conversación era un paso más hacia una posible salida. Aunque estaba atrapada, no iba a rendirse. Sabía que Enzo la buscaría, pero también sabía que necesitaba encontrar una manera de ayudarlo a encontrarla.