Capítulo 187 El inicio de la cacería
El ambiente en la sala principal del club Le Diable estaba cargado de expectación cuando Amatista, Enzo y Emilio cruzaron la puerta. Todos los presentes los observaron con atención, notando de inmediato el evidente cansancio en sus rostros.
—Por fin llegaron —dijo Alan, con una media sonrisa mientras recargaba un brazo sobre el respaldo del sofá—. Ya estábamos preguntándonos qué diablos pasó.
Facundo cruzó los brazos y miró directamente a Enzo.
—¿Y bien? ¿Tienes noticias?
Amatista no respondió. Con la misma elegancia natural que la caracterizaba, se deslizó hacia las escaleras con una leve sonrisa.
—Yo necesito un baño —anunció suavemente, dejando un leve rastro de su perfume en el aire antes de desaparecer en dirección a su habitación.
Enzo, en cambio, se dejó caer en uno de los sillones de cuero negro con un suspiro. Sacó su encendedor y lo hizo girar entre sus dedos, con su expresión cerrada pero satisfecha.
—La cacería de Diego ya comenzó —anunció con voz firme.
Un silencio cargado de tensión se instaló en la sala, hasta que Eugenio dejó escapar un silbido.
—Vaya… eso sí que es una noticia.
—¿Cómo lo lograste? —preguntó Esteban, con interés.
Emilio, sin prisa, se sirvió un trago antes de responder.
—Digamos que encontramos el incentivo correcto para poner a alguien a cazarlo por nosotros.
Joel sonrió con diversión.
—Déjame adivinar… ¿Liam?
Enzo asintió lentamente.
—Le di lo que quería y él me dará lo que yo quiero.
Alexander, que hasta ese momento había permanecido en silencio, dejó su copa sobre la mesa y lo miró con seriedad.
—¿Cuánto crees que tarde en darnos resultados?
—No mucho —afirmó Enzo con seguridad—. Diego no tiene dónde esconderse por mucho tiempo.
—Eso es lo que quiero escuchar —comentó Andrés, inclinándose hacia adelante con los ojos brillando de anticipación.
Samara, quien había permanecido observando la escena, habló con calma.
—Diego es escurridizo. No hay que confiarse.
—No lo estoy haciendo —replicó Enzo con frialdad—. Solo digo que es cuestión de tiempo.
El ambiente en la sala principal de Le Diable seguía cargado de tensión y expectativas. Todos los hombres miraban a Enzo con curiosidad, esperando detalles sobre su trato con Liam.
Fue Joel quien rompió el silencio.
—¿Y qué demonios te pidió Liam a cambio de cazar a Diego?
Enzo exhaló el humo de su cigarro con calma antes de responder.
—Quiere instalarse en la ciudad —dijo con naturalidad—. Lo ayudaré con contactos y negocios para que pueda establecerse.
Facundo alzó una ceja.
—Eso no es nada complicado para ti.
—No, no lo es —coincidió Enzo.
Emilio, que aún tenía su trago en la mano, sonrió con aire pensativo.
—Tengo un par de ideas de negocios que estoy por desarrollar. Lo incluiré en uno de ellos.
Enzo asintió en agradecimiento.
Joel y Facundo intercambiaron una mirada antes de que Facundo hablara.
—Nosotros estamos por invertir en un terreno para construir una villa lujosa. También podemos incluirlo en eso.
—Nos aseguraremos de que tenga un buen lugar en la ciudad —añadió Joel con una leve sonrisa.
Enzo les agradeció con un gesto de cabeza.
Alan, siempre fiel a su estilo relajado, se acomodó en el sofá y comentó con despreocupación:
—Yo no tengo ninguna inversión próxima, pero si la tuviera, lo incluiría.
Los demás estallaron en risas y lanzaron algunos comentarios burlones, a lo que Alan respondió con una sonrisa perezosa.
Emilio se estiró y dejó su vaso sobre la mesa.
—Voy a darme un baño y luego comer algo.
Everly, que había estado cerca, se acercó con una sonrisa tranquila.
—El almuerzo estará listo en unos minutos.
—Perfecto —murmuró Emilio antes de desaparecer por el pasillo.
Enzo apagó su cigarro y se puso de pie.
—Yo también me daré un baño.
Subió las escaleras con paso firme, pero en lugar de dirigirse a su propia habitación, entró en la de Amatista. No le sorprendió encontrarla en la ducha, el sonido del agua llenaba el espacio con un murmullo constante.
Se quitó la ropa sin hacer ruido y entró tras ella, el vapor envolviéndolo de inmediato. Amatista no lo había notado aún, perdida en sus pensamientos, hasta que sintió sus manos deslizándose por su cintura.
—¿Qué haces? —preguntó con un tono entre sorpresa y diversión.
Enzo sonrió y acercó sus labios a su oído.
—Estoy en una misión.
Ella se giró para mirarlo con el ceño levemente fruncido.
—¿Una misión?
—Sí —susurró él, acortando la distancia entre ambos con una mirada intensa—. Recuperar al amor de mi vida.
Amatista lo observó en silencio por unos segundos, sintiendo la calidez de su cuerpo contra el suyo. Y aunque quiso responder con algo sarcástico, su corazón latió con fuerza al escuchar esas palabras.
El agua tibia resbalaba por la piel de Amatista, pero no era eso lo que le provocaba escalofríos, sino la manera en que Enzo la miraba. Sus ojos oscuros tenían esa intensidad peligrosa que siempre la desarmaba, la misma que la hacía sentir que era la única persona en su mundo.
—¿Y cómo piensas completar esa misión? —preguntó con fingida indiferencia, cruzándose de brazos mientras inclinaba la cabeza ligeramente, desafiándolo.
Enzo sonrió con descaro y levantó una mano para apartar un mechón húmedo de su rostro, rozándole la mejilla con la yema de los dedos.
—Con paciencia… y estrategia —susurró, acercándose más, hasta que su aliento cálido se mezcló con el vapor que los envolvía—. Ya me conoces, gatita, nunca fracaso en una misión.
Amatista sonrió, pero no se apartó.
—No lo sé, Enzo. No pareces tener un plan muy sólido.
Él alzó una ceja, desafiado.
—Tal vez porque mi plan depende de ti —susurró, inclinándose para besar la línea de su mandíbula.
Amatista cerró los ojos por un instante, disfrutando la sensación. Pero no iba a ponérselo fácil. Apoyó las manos en su pecho y lo empujó suavemente contra la pared de la ducha, dejando que el agua resbalara por su piel antes de mirarlo con una sonrisa juguetona.
—Entonces, deberías esforzarte más —murmuró antes de inclinarse sobre él, rozando sus labios con los suyos sin llegar a besarlo completamente.
Enzo soltó una leve risa, atrapando su cintura con firmeza.
—Siempre lo hago, gatita.
Sus labios finalmente se encontraron en un beso intenso, cargado de deseo y emociones no resueltas. Amatista deslizó las manos por su cuello, enredando los dedos en su cabello húmedo, mientras Enzo la apretaba más contra él, como si temiera que se desvaneciera entre sus brazos.
El agua seguía corriendo a su alrededor, pero ninguno de los dos parecía notarlo.
Amatista fue la primera en separarse, respirando agitadamente.
—Deberíamos terminar la ducha. Nos están esperando —susurró con una sonrisa divertida.
Enzo la miró con evidente insatisfacción.
—Si dependiera de mí, no saldríamos de aquí en todo el día.
—Pero no depende de ti —replicó ella con diversión, dándole un beso fugaz antes de apartarse.
Enzo la observó por unos segundos, luego negó con la cabeza y tomó el jabón para seguir su ducha con una sonrisa torcida.
—Tienes razón. Pero recuerda, gatita… la misión sigue en curso.
Amatista sonrió de lado, sin responder, y salió de la ducha con la satisfacción de saber que, por mucho que Enzo quisiera tener el control, cuando se trataba de ella, siempre era ella quien mandaba.
Cuando Amatista y Enzo bajaron al comedor, la mesa ya estaba servida y todos los demás estaban tomando asiento. El ambiente era distendido, cargado de conversaciones animadas y risas. Emilio ya estaba ahí, con un vaso en la mano, probablemente su segundo trago del día.
—Mira quiénes finalmente se dignan a aparecer —comentó Alan con una sonrisa burlona, inclinándose hacia Facundo—. Aposté a que iban a tardar más.
Facundo rió, asintiendo con diversión.
—Lo admito, también pensé lo mismo.
Amatista los miró con fingida confusión mientras tomaba asiento.
—¿De qué están hablando?
—De nada, gatita —intervino Enzo con una sonrisa ladina, tomando asiento a su lado y sirviéndose agua como si la conversación no le interesara en lo más mínimo.
—Nada, nada… —murmuró Alan con evidente diversión—. Solo que les tomó un poco más que a los demás bajar.
—Oh, por favor, yo también tardé y nadie está diciendo nada —intervino Emilio, apoyando un codo en la mesa con una sonrisa.
—Porque a nadie le interesa cuánto tardas en arreglarte —bromeó Esteban, causando carcajadas.
—Déjenlos en paz, al menos se ven relajados —comentó Samara con una sonrisa cómplice, aunque Amatista detectó un brillo travieso en su mirada.
—Claro, claro —añadió Alexander, alzando su copa—. Lo importante es que ya estamos todos aquí.
El almuerzo comenzó entre conversaciones animadas. Eugenio y Joel discutían sobre los planes para la villa de lujo, mientras Luna comentaba algunas ideas para la decoración de interiores.
—Si van a construir algo exclusivo, tienen que hacer que cada detalle valga la pena —dijo ella, con un brillo profesional en la mirada—. No solo es cuestión de diseño, sino de experiencia.
—¿Ves? Por eso quiero que Luna se encargue de la parte estética del proyecto —dijo Facundo, asintiendo con aprobación.
—Sabes que te va a salir caro —agregó Alexander, con tono burlón.
—Siempre vale la pena pagar por lo mejor —respondió Facundo con una sonrisa.
—¿Y tú, Emilio? —preguntó Esteban—. Dijiste que tenías algunos proyectos en mente.
—Sí, estoy trabajando en algo… —respondió Emilio, bebiendo un poco de su trago—. Y dado que vamos a incluir a Liam en nuestros negocios, tengo algunas ideas donde podría encajar sin problema.
Enzo asintió con satisfacción.
—Eso facilitará todo. Quiero que Liam se instale en la ciudad con el respaldo suficiente para que no haya problemas en el futuro.
—Le estás dando demasiado, si me preguntas —comentó Joel con un encogimiento de hombros—. Pero supongo que Diego lo vale.
—Diego vale su cabeza —corrigió Enzo con frialdad, bebiendo de su vaso—. Y no me importa lo que tenga que darle a Liam con tal de conseguirlo.
El silencio se hizo por un momento. Aunque la conversación había sido ligera hasta ahora, todos sabían que el tema de Diego no era algo que Enzo tomara a la ligera.
Amatista lo miró de reojo y le rozó la pierna con la suya bajo la mesa, en un gesto sutil pero significativo. Enzo, sin apartar la vista de su vaso, giró ligeramente la mano para rozar la suya con la yema de los dedos.
El ambiente pronto se relajó de nuevo, y Alan, fiel a su estilo, volvió a tomar la palabra para desviar la conversación con algún comentario irreverente que hizo reír a todos.
Alan terminó su copa con calma, con una sonrisa traviesa pintada en los labios.
—Ahora que lo pienso… —dijo, inclinándose ligeramente sobre la mesa—. Durante nuestra ausencia, hubo alguien que estaba muy preocupada por ustedes tres.
Todos lo miraron con curiosidad.
—Obviamente, todos queríamos saber qué estaba pasando, pero hay que reconocer que hubo una persona especialmente inquieta… y no me refiero a Amatista o a Enzo.
Amatista arqueó una ceja, pero cuando Alan desvió la mirada hacia Samara, comprendió al instante.
—No sé de qué estás hablando —intervino Samara con rapidez, intentando mantener la compostura.
—Oh, por favor —continuó Alan, disfrutando de la situación—. Todos estábamos preocupados por lo que podría pasar con Diego, pero lo tuyo fue otra cosa. No podías dejar de preguntar por Emilio…
Samara sintió que el calor subía a su rostro, pero antes de que pudiera responder, le propinó una patada a Alan bajo la mesa. Él soltó una carcajada, inclinándose hacia atrás con una mueca de dolor.
—¡Auch! Lo admito, me lo merecía, pero no intentes desviar el tema.
Amatista, divertida, miró a Emilio y no pudo evitar reírse.
—Te lo advertí —murmuró con burla.
Emilio, que hasta ese momento solo había observado la escena con una ceja levantada, bebió un sorbo de su trago antes de responder con una sonrisa ladeada:
—Creo que voy a necesitar más alcohol para esta conversación.
Las carcajadas no tardaron en estallar entre los presentes, mientras Samara rodaba los ojos, aún con el rostro ligeramente sonrojado.
—Ya, ya —intervino Amatista, divertida—. Dejemos el chisme para después. Además, Samara es una mujer hermosa, capaz de conquistar al que quiera.
Dicho eso, le dirigió a Samara una mirada cómplice.
—No le hagas caso a los envidiosos.
Samara sonrió y le agradeció con un gesto.
—Qué lindas palabras, Amatista. Se agradece el apoyo.
—Ajá… —murmuró Luna, cruzándose de brazos y alzando una ceja con fingido dramatismo—. ¿Y yo qué?
Amatista le tiró un beso en el aire con una sonrisa encantadora.
—No te preocupes, Luna. Tú también eres hermosa.
La mesa estalló en risas nuevamente, y Luna le guiñó un ojo.
—Eso ya lo sabía, pero se agradece el recordatorio.
El almuerzo transcurría entre risas y conversaciones animadas cuando, de repente, el sonido del teléfono de Enzo interrumpió el ambiente relajado. Todos lo miraron con curiosidad mientras él sacaba el dispositivo de su bolsillo y observaba la pantalla. Su expresión se mantuvo fría, aunque sus ojos adquirieron un brillo calculador al ver el nombre que aparecía en la pantalla.
—Denme un momento —murmuró, levantándose de la mesa y alejándose unos pasos antes de responder la llamada—. ¿Liam?
Del otro lado de la línea, la voz tranquila de Liam resonó con la misma frialdad que Enzo.
—Ya lo tengo.
Enzo no necesitó ninguna aclaración. Su mandíbula se tensó, y aunque su expresión no cambió, una oleada de satisfacción oscura se extendió por su cuerpo.
—¿Está vivo?
—Sí. Puedes venir por él o, si lo deseas, puedo acabarlo yo mismo.
El silencio de Enzo se alargó por unos segundos mientras evaluaba la opción. Finalmente, su decisión fue clara.
—No. Lo haré yo mismo. Saldré de inmediato. Llegaré en un par de horas.
—Te estaré esperando.
La llamada se cortó, y Enzo se quedó unos segundos mirando el teléfono antes de guardarlo nuevamente en su bolsillo. Cuando se giró para volver a la mesa, su expresión era la misma de siempre: impenetrable, firme, controlada.
—¿Qué pasó? —preguntó Alan, frunciendo ligeramente el ceño al notar su cambio de actitud.
—Diego ya está en mis manos —respondió Enzo con frialdad—. Me iré ahora mismo.
El ambiente en la mesa cambió de inmediato. Aunque todos sabían que ese momento llegaría, la confirmación de que Diego finalmente estaba atrapado hizo que la tensión se asentara sobre ellos como una sombra.
—¿Solo? —preguntó Emilio, apoyando los codos sobre la mesa y entrelazando los dedos.
—Sí —afirmó Enzo con firmeza—. Esto es algo que debo manejar personalmente.
Amatista, que hasta ese momento solo había escuchado en silencio, sostuvo la mirada de Enzo con atención. No intentó detenerlo, no intentó convencerlo de que cambiara de opinión. Sabía que nada de lo que dijera haría que Enzo reconsiderara su decisión.
Finalmente, solo le dijo con voz tranquila:
—Cuídate.
Las palabras de Amatista no eran una súplica, sino una declaración simple y sincera. Enzo la miró por un instante, captando cada matiz en su expresión. No necesitaba más que eso.
Se acercó a ella, inclinándose ligeramente para rozar sus labios en un beso breve, pero cargado de intención.
—Siempre, gatita.
Sin decir nada más, se enderezó y salió de la sala con paso decidido. El destino de Diego estaba sellado.