Capítulo 194 De vuelta a casa
El sol se filtraba por las cortinas de la habitación cuando Amatista abrió los ojos, sintiendo el calor de la mañana acariciar su piel. Se estiró perezosamente entre las sábanas y miró el reloj en la mesita de noche. Casi eran las diez.
Bostezó, girando en la cama con la intención de buscar a Enzo, pero al alargar la mano solo encontró el espacio vacío. Frunció el ceño, todavía medio dormida, preguntándose dónde estaría, aunque no tuvo mucho tiempo para procesarlo.
La puerta se abrió y, como si lo hubiera invocado, Enzo entró a la habitación con su caminar seguro de siempre.
—Despierta, Gatita —murmuró con una sonrisa de lado—. Arréglate, vamos a desayunar con los demás.
Amatista se estiró un poco más antes de incorporarse con pereza.
—¿Y luego?
Enzo se acercó y le pasó una mano por el cabello revuelto, con una caricia distraída.
—Luego volvemos a la mansión.
Los ojos de Amatista se iluminaron al instante.
—¿En serio?
Enzo asintió, divertido con su reacción.
—El club es lindo, pero nada como la mansión Bourth.
—Exactamente —dijo ella con emoción, ya levantándose de la cama.
Aunque había disfrutado de la estancia en el club, la mansión Bourth era su hogar, el único lugar donde realmente sentía que pertenecía.
—Te doy veinte minutos —anunció Enzo antes de salir de la habitación.
Amatista rodó los ojos con una sonrisa y se dirigió al baño para alistarse.
Cuando Amatista llegó al comedor, la mayoría ya estaba reunida alrededor de la gran mesa. Se notaba que la fiesta de la noche anterior había pasado factura, pues algunos aún parecían adormilados, mientras otros ya estaban disfrutando de su café.
—¡Miren quién decidió unirse a los mortales! —bromeó Alan al verla entrar.
—Déjenla, seguro necesitaba dormir bien después de ser el espectáculo de la noche —añadió Joel con una sonrisa burlona.
Amatista resopló y tomó asiento junto a Enzo, quien ya tenía su café servido.
—No empiecen, que todavía no sé qué hice exactamente anoche —dijo, sirviéndose jugo.
—Eso es lo mejor —intervino Massimo—. No recordarlo te ahorra la vergüenza.
—O te la aumenta —agregó Emilio, con una sonrisa de lado.
Paolo, sentado frente a ella, se cruzó de brazos con aire pensativo.
—Aunque, pensándolo bien… ¿deberíamos refrescarle la memoria?
—No lo creo —intervino Enzo con su tono tranquilo, sin siquiera alzar la vista de su café—. No necesita saber más de lo necesario.
Amatista lo miró con suspicacia, pero antes de que pudiera insistir, Darío desvió la conversación.
—Lo importante es que ahora todos sabemos que Bourth es un sentimental.
Las carcajadas estallaron en la mesa mientras Enzo simplemente se apoyaba en el respaldo de su silla con una media sonrisa.
—Digan lo que quieran —respondió con calma—. Pero al final, la almohada favorita soy yo.
Amatista sintió un calor subirles a las mejillas y se apresuró a beber su jugo para disimular.
—¡Eso sí que fue legendario! —rio Mariano—. Cuando gritaste "¡Soy la favorita!", casi me ahogo de la risa.
—Yo sigo procesando que alguien en este mundo logró hacer que Enzo admitiera algo así —añadió Esteban.
Samara apoyó el codo en la mesa y miró a Amatista con una sonrisa divertida.
—Y dime, querida… ¿qué se siente ser la favorita?
Amatista resopló, cruzándose de brazos.
—No tengo ni idea de lo que están hablando.
El grupo estalló en carcajadas.
—¡Sí, claro! —se burló Alan—. Justo lo que diría alguien que anoche lloró porque no era la favorita.
—Y que después me echó la culpa a mí —añadió Massimo con los brazos en alto—. ¡Como si yo tuviera algo que ver!
—Porque en su lógica borracha, si Enzo te llamaba, significaba que tú eras su favorito —explicó Joel, riendo.
Amatista sintió su rostro arder.
—¡Eso no es cierto!
—No puedes defenderte, Gatita —intervino Enzo con tranquilidad, bebiendo su café—. Hay demasiados testigos.
—Y ninguno con intenciones de olvidar —agregó Esteban con una sonrisa burlona.
Las bromas continuaron entre risas, pero a pesar de todo, nadie mencionó el significado real de las almohadas. Era evidente que estaban disfrutando del misterio tanto como Enzo.
Cuando el desayuno llegó a su fin, el ambiente seguía siendo ligero y despreocupado. A pesar de que ya no convivirían en el club, todos sabían que sus caminos seguirían cruzándose. Después de todo, pertenecían al mismo círculo.
Enzo se puso de pie y miró a Amatista con esa expresión calculadora que siempre la hacía dudar de sus intenciones.
—Nos vamos.
Ella lo miró con curiosidad.
—¿Tan rápido?
—Tengo una sorpresa esperándote en la mansión —respondió con una media sonrisa.
Amatista entrecerró los ojos.
—¿Qué tipo de sorpresa?
—La verás cuando lleguemos. Enviaré a alguien a recoger las cosas después.
Amatista suspiró, sabiendo que no sacaría más información.
—Está bien.
Después de despedirse de los demás con abrazos y bromas finales, ambos salieron del club y se subieron a la camioneta.
El motor de la camioneta rugía suavemente mientras avanzaban por la carretera, acercándose cada vez más a la mansión Bourth. Amatista, con una sonrisa en los labios, miraba por la ventanilla, sintiendo esa emoción creciente por volver a lo que, pese a todo, consideraba su hogar.
—Extraño nuestra cama —comentó de repente, con un suspiro satisfecho—. La del club era cómoda, pero nada como la nuestra.
Enzo soltó una risa baja, sin apartar la vista del camino.
—¿Nuestra? —repitió con diversión.
Amatista le lanzó una mirada de soslayo, fingiendo indignación.
—¡Por supuesto! ¿O acaso duermes en otra habitación?
—No —admitió él, aún sonriendo.
—Entonces es nuestra cama —declaró con firmeza antes de continuar—. También extrañaba el baño… el agua caliente cae perfecto y la bañera es enorme.
—Para eso la mandé a hacer así —respondió Enzo con calma, disfrutando de escucharla.
—Y mi armario… —suspiró ella, estirándose en su asiento—. Es tan grande que hasta podríamos meter otra cama adentro.
Enzo negó con la cabeza, divertido.
—Sí, definitivamente volveremos a lo de antes.
Amatista lo miró por un momento y su sonrisa se suavizó.
—Solo faltan los niños para que estemos todos juntos.
El ambiente en el auto se volvió más cálido con esas palabras.
—No puedo creer que Renata y Abraham ya van a cumplir un mes… —su voz bajó un poco, reflejando esa mezcla de felicidad y melancolía—. Solo pude estar cerca de ellos una semana y nada más.
Enzo la observó de reojo antes de llevar una mano a su pierna en un gesto tranquilizador.
—No te preocupes, Gatita. Ya no tendrás que separarte más de los niños… ni de mí.
Amatista le sonrió, apoyando su mano sobre la de él en un gesto silencioso de confianza.
Pasaron unos minutos más en los que el paisaje fue transformándose en un escenario cada vez más familiar, hasta que finalmente cruzaron la gran reja de la entrada.
La mansión Bourth se alzaba imponente, exactamente como la recordaban, pero en la puerta de entrada, algo hizo que Amatista contuviera el aliento.
Alicia, la madre de Enzo, estaba en la entrada con Renata en brazos, su pequeña carita asomándose apenas entre las mantas. A su lado, Roque, aún con el rostro un poco pálido y los movimientos controlados mientras seguía recuperándose de los disparos, sostenía con firmeza a Abraham.
El corazón de Amatista latió con fuerza al verlos.
En cuanto Enzo frenó la camioneta, ella abrió la puerta rápidamente y salió corriendo hacia la entrada.
—¡Mis bebés! —exclamó con emoción, sintiendo cómo el pecho se le llenaba de calidez al verlos.
Se acercó primero a Alicia y besó suavemente la frente de Renata, quien movió sus manitos con torpeza al reconocer su voz. Luego, sin poder contenerse, acarició la mejilla de Abraham antes de dejarle un beso en la cabecita.
Enzo observó la escena con una sonrisa apenas perceptible, pero en sus ojos oscuros brillaba un orgullo innegable. Ver a Amatista con los bebés le provocaba una calidez que pocas veces experimentaba, una sensación de plenitud que no se molestaba en ocultar.
Dio un paso hacia ellos y se inclinó levemente para observar mejor a los pequeños. Abraham dormía tranquilo en los brazos de Roque, mientras que Renata se movía inquieta en los de su madre. Enzo extendió una mano y, con una suavidad que contrastaba con su naturaleza implacable, acarició la mejilla de su hija.
—Definitivamente los extrañaba —murmuró con voz ronca.
Amatista lo miró y sonrió con ternura antes de entrelazar sus dedos con los de él en un gesto silencioso.
—Vamos a dentro —sugirió Alicia—. Estar aquí en la entrada con los niños no es buena idea.
Enzo asintió y, sin soltar la mano de Amatista, la guió hacia la sala principal de la mansión. Roque y Alicia los siguieron con los bebés en brazos, moviéndose con el cuidado propio de quienes sostenían lo más preciado.
Una vez en la sala, todos tomaron asiento en los grandes sillones, pero para Enzo y Amatista no existía nada más en el mundo que sus hijos.
Amatista tomó a Renata en sus brazos, sosteniéndola con la delicadeza de alguien que jamás se cansaría de mirarla. Enzo, por su parte, recibió a Abraham de manos de Roque, acomodándolo contra su pecho con una facilidad sorprendente.
El ambiente era cálido, impregnado de una paz inusual para la mansión Bourth.
—Creo que tienen sueño —murmuró Amatista, observando cómo los párpados de Renata caían pesadamente.
—Sí, es mejor llevarlos a la habitación —asintió Enzo, poniéndose de pie con Abraham en brazos.
Amatista lo siguió de inmediato, y juntos se dirigieron al dormitorio que compartían.
La habitación estaba exactamente como la habían dejado, con la diferencia de que la cuna que Enzo había comprado aún permanecía allí, junto a la mecedora que Amatista había declarado como "la más perfecta".
Con sumo cuidado, Amatista depositó a Renata en la cuna, acomodándola con suavidad. Enzo hizo lo mismo con Abraham, asegurándose de que estuviera bien arropado antes de quedarse de pie junto a Amatista, observándolos.
El silencio se apoderó de la habitación mientras los dos se quedaban quietos, sin poder apartar la vista de sus hijos.
Enzo se inclinó y tomó la pequeña mano de Renata, besándola con devoción. La niña hizo un leve movimiento en respuesta, pero no despertó.
—Déjala descansar —susurró Amatista, mirándolo con una pequeña sonrisa.
Enzo resopló suavemente, pero no discutió. Se enderezó y deslizó un brazo por la cintura de Amatista, atrayéndola contra él.
—Está bien —murmuró, y luego, con una sonrisa satisfecha, agregó—. Son perfectos.
Amatista lo miró de reojo, su corazón latiendo con fuerza ante la ternura oculta en su voz.
—Claramente salieron a vos, Gatita —concluyó Enzo, sin dejar de observar a los bebés.
Amatista suspiró con una sonrisa mientras apoyaba la cabeza en el hombro de Enzo, disfrutando del momento de tranquilidad.
—No sé, Enzo… creo que veo mucho de vos en ellos.
—Gatita, eso no es nada malo —murmuró Enzo con diversión, dejando un beso en su cabello antes de tomar su mano—. Vamos abajo.
Dejaron a los bebés durmiendo en la cuna y salieron en silencio de la habitación, cerrando la puerta con cuidado antes de bajar a la sala principal. Alicia y Roque ya estaban allí, sentados en los sillones, aparentemente en medio de una conversación tranquila.
—Roque, ¿cómo estás? —preguntó Amatista al verlo, tomando asiento junto a Enzo.
Roque esbozó una leve sonrisa.
—Estoy bien, pero me tomaré unos días para descansar. Voy a visitar a mis tíos.
Amatista asintió con comprensión.
—Me parece bien. Luis y Emilia estarán contentos de verte, mándales saludos de mi parte.
—Lo haré —aseguró Roque.
Enzo lo miró con seriedad y añadió:
—Si necesitas algo, avísame de inmediato.
—Lo sé, jefe —respondió Roque con una sonrisa de lado.
La conversación continuó con tranquilidad hasta que Alicia, con su característico aire curioso, desvió la charla a otro tema.
—Y díganme… ¿ustedes dos ya se reconciliaron? —preguntó con una media sonrisa, observándolos con atención.
Enzo resopló con una sonrisa ladeada y deslizó un brazo por el respaldo del sillón, rodeando a Amatista con su presencia.
—Estoy en eso, pero Gatita me lo está poniendo difícil.
Alicia soltó una risa ligera y le dirigió una mirada divertida a Amatista.
—Haces muy bien, hija.
Amatista sonrió con dulzura, disfrutando del apoyo de Alicia. En cambio, Enzo resopló con fastidio.
—No la apoyes, mamá. Quiero casarme con ella, pero no va a ser hasta que me perdone. Mejor ayúdame.
Alicia se rió y negó con la cabeza.
—No, hijo. El que se equivocó fuiste vos, así que arreglalo vos.
Roque rió con suavidad y sacudió la cabeza.
—Ustedes dos nunca han sabido vivir separados. Desde niños han sido así. Tarde o temprano, se reconciliarán.
Amatista también rió y miró a Roque con diversión.
—Definitivamente, no podemos dejarte ir nunca. Sabes todos los secretos de la familia Bourth.
—No lo duden —bromeó Roque, provocando más risas en la sala.
Las risas continuaron por unos minutos más mientras la conversación seguía fluyendo con la naturalidad de quienes compartían demasiada historia juntos. El ambiente en la mansión Bourth, a pesar de todo lo que habían vivido, se sentía inusualmente cálido.
Justo en ese momento, dos guardias entraron a la sala con varias bolsas en las manos.
—Son sus cosas, señor Bourth, señorita Amatista. Acaban de traerlas del club.
—Déjenlas aquí —ordenó Enzo con un leve movimiento de cabeza.
Los hombres obedecieron y se retiraron en silencio. Amatista se levantó del sillón y comenzó a revisar entre las bolsas, hasta que sacó una en la que había tres pequeñas cajas.
Enzo, que la observaba con atención, arqueó una ceja.
—¿Y eso?
Amatista le dedicó una sonrisa y sostuvo la bolsa con aire misterioso.
—Son regalos. Preparé algo para Alicia, Roque y Alessandra.
Sacó la primera caja y se la entregó a Alicia, quien la tomó con curiosidad.
—Ábrela, espero que te guste —dijo Amatista con una sonrisa.
Alicia retiró con delicadeza la tapa y, al ver el contenido, sus ojos brillaron con sorpresa y admiración. Dentro de la caja, descansaba un collar elegante, sofisticado y perfectamente acorde a su estilo refinado.
—Amatista… es precioso —murmuró Alicia, tomando el collar entre sus dedos con evidente fascinación.
—Lo diseñé especialmente para vos —explicó Amatista—. Quería que fuera algo que te representara, algo que sé que usarías con gusto.
Alicia sonrió con ternura y se inclinó para besarle la frente.
—Muchas gracias, hija. Es hermoso.
Amatista sonrió, satisfecha, y luego tomó otra caja, esta vez acercándose a Roque.
—Este es para vos.
Roque la miró con sorpresa antes de tomar la caja. Al abrirla, encontró un reloj de diseño sofisticado, elegante y fuerte, exactamente como él.
—Es increíble… —murmuró, observando cada detalle del reloj.
—Sabía que te gustaría —dijo Amatista con orgullo—. Lo diseñé pensando en vos.
Roque la miró con gratitud y negó con la cabeza, divertido.
—Esto es demasiado, Amatista. No tenías que hacerlo.
—Claro que sí —respondió ella con firmeza—. Cuidaste de mis hijos y de mí. Es lo mínimo que puedo hacer para agradecerte.
Alicia y Roque seguían admirando sus regalos cuando Enzo, que hasta el momento solo los había observado en silencio, se aclaró la garganta.
—Si vamos a presumir regalos… —murmuró con una sonrisa de lado antes de levantar su muñeca y mostrar el reloj que Amatista le había diseñado.
Alicia y Roque dirigieron su atención a él, y al verlo, sus expresiones cambiaron por completo.
Era un reloj elegante, hecho con un diseño que reflejaba el estilo de Enzo a la perfección. No solo tenía una estética impecable con sutiles incrustaciones, sino que, al mirarlo más de cerca, ambos notaron los nombres de Renata y Abraham grabados con precisión entre los detalles del reloj.
—Santo cielo… —murmuró Alicia, impresionada.
—Es una obra de arte —agregó Roque con admiración.
Amatista sonrió con orgullo.
—También lo diseñé para él. Sabía que no era un hombre de accesorios, pero un reloj… eso sí lo usaría.
Enzo bajó la muñeca y la miró con una intensidad que la hizo estremecer.
—Me encanta, Gatita. Es el mejor regalo que me han dado.
Amatista sintió su corazón latir más rápido, pero en lugar de responder, solo desvió la mirada con una sonrisa.
Alicia y Roque intercambiaron una mirada cómplice antes de volver a observar sus propios regalos con una sonrisa.