Capítulo 38 Miradas y confesiones
El sonido de los golpes al golf resonaba en el campo, mezclándose con las risas ocasionales de los socios y comentarios sobre estrategias y negocios. La competencia avanzaba entre bromas y conversaciones serias, pero había algo que captaba más atención que los propios jugadores: la dinámica entre Enzo y Amatista. Era imposible no notarlos, especialmente para quienes compartían el juego con ellos.
Maximiliano y Mauricio Sotelo, que habían sido cautivados por la belleza de Amatista al instante, se esforzaban por apartar la mirada para no llamar la atención de Enzo. Sin embargo, no podían evitar dirigirle breves y furtivos vistazos, asombrados por su elegancia y ese aire sereno que parecía envolverla.
Por su parte, Sofía, siempre rápida para detectar las tensiones, no perdió la oportunidad de burlarse de ellos. Se les acercó en un momento de pausa, cruzando los brazos con una sonrisa juguetona.
—Vaya, chicos, parece que no esperaban esa revelación de Enzo. ¿Siguen pensando que tienen alguna oportunidad? —preguntó, sus ojos brillando con diversión.
Mauricio bufó, intentando mantener la compostura.
—No estábamos planeando nada, Sofía. Solo... admiramos la vista.
—Claro, claro. —Ella rodó los ojos, divertida, antes de añadir con malicia—: Aunque si siguen mirándola así, tal vez no termine bien para ustedes. Enzo es reservado, pero no ciego.
Ambos hombres intercambiaron una mirada incómoda, mientras Sofía se alejaba con una risa suave. Aunque ninguno de ellos osaría desafiar a Enzo, el magnetismo de Amatista resultaba imposible de ignorar.
Cerca de ahí, Amatista permanecía junto a Enzo, observándolo con atención mientras se preparaba para su siguiente golpe. Había algo hipnótico en la forma en que él se movía, en su postura segura y en la precisión de sus movimientos. Ella no podía apartar los ojos de él, y cada vez que sus miradas se cruzaban, el mundo alrededor parecía desvanecerse.
Enzo no era ajeno a su mirada. Entre turno y turno, aprovechaba cualquier oportunidad para dirigirse a ella con susurros cargados de intención.
—Gatita, si sigues viéndome así, no llegaré al siguiente golpe —le murmuró con una sonrisa ladeada, provocándole un leve rubor.
—¿Y qué puedo hacer si me fascinas? —respondió Amatista en el mismo tono, mordiendo ligeramente su labio inferior, un gesto que sabía que lo volvía loco.
Enzo le dedicó una mirada intensa antes de volver al juego, pero no sin antes rozar su mejilla con la punta de sus dedos, un toque tan breve como electrizante.
Los Sotelo, que seguían atentos a la pareja, no podían evitar notar la química entre ellos. Aunque la admiración que sentían por Amatista no desaparecía, había algo en la conexión entre ella y Enzo que les dejaba claro que cualquier intento sería inútil. Su relación no solo era evidente; estaba marcada por una exclusividad que resultaba casi intimidante.
En un momento de descanso, mientras Enzo bebía agua después de un golpe particularmente complicado, Amatista lo observaba con esa mezcla de admiración y deseo que se le escapaba sin intención. Él, al percibir su mirada, bajó lentamente la botella y se acercó a ella.
—Amor, si me sigues viendo así, no me quedará otra opción que llevarte a un lugar más privado —le susurró, su tono grave y lleno de intención.
Amatista le dedicó una sonrisa traviesa, pero no respondió, dejando que su silencio hablara por ella. La chispa en los ojos de Enzo dejó claro que entendía perfectamente el mensaje. Se inclinó hacia ella y le dio un beso, corto pero lleno de intensidad, como una promesa de algo más.
—Enzo, estamos en público —murmuró ella, aunque su tono carecía de cualquier reproche real.
—Y no me importa. —Él le acarició la mejilla, su mirada fija en la de ella.
Este intercambio no pasó desapercibido para los demás. Sofía, que estaba cerca, se acercó con una sonrisa curiosa.
—No sabía que estabas casado, Enzo. Tienes una habilidad para mantener esos secretos.
Enzo, sin apartar su atención de Amatista, respondió con calma:
—Prefiero mantener mi vida personal lejos de los negocios.
—¿Cuánto tiempo llevan juntos? —insistió Sofía, evidentemente interesada.
Enzo sonrió antes de responder.
—Es complicado. En cierta forma, llevamos toda la vida juntos. Me enamoré de ella desde el momento en que la conocí.
Amatista, que había estado en silencio, no pudo evitar reír suavemente. Él continuó, con un brillo de humor en sus ojos:
—Claro, en ese entonces, ella tenía solo dos años.
Las risas se desataron entre los presentes, y Maximiliano comentó, en tono juguetón:
—No me sorprende. Amatista tiene algo que cautiva a cualquiera a primera vista.
Enzo asintió, con una sonrisa de orgullo, mientras rodeaba la cintura de Amatista con un brazo y la acercaba más a él.
—No podrías estar más en lo cierto. —Sus palabras estaban acompañadas de un beso suave en la frente de ella.
La competencia continuó entre conversaciones de negocios y bromas ligeras. Enzo, sin embargo, estaba más interesado en coquetear con Amatista que en el juego. Cada tanto, encontraba excusas para acercarse a ella, ya fuera para susurrarle algo al oído, acariciar su espalda o simplemente mirarla con esa intensidad que parecía derretirla por dentro.
Amatista correspondía a cada gesto con una sonrisa, una mirada o una caricia sutil en su brazo. Era un juego de idas y vueltas, un baile silencioso que no necesitaba palabras para transmitir su conexión.
Mauricio, observando desde la distancia, suspiró con resignación.
—Definitivamente, Enzo es el hombre más afortunado que conozco —comentó en voz baja a Maximiliano.
—Y el más celoso —añadió Maximiliano con una sonrisa irónica, viendo cómo Enzo no permitía que nadie se acercara demasiado a Amatista.
Cuando el juego llegó a su fin, El grupo se dirigió hacia la terraza del club de golf, un lugar abierto y relajado, perfecto para disfrutar de la última bebida de la noche antes de retirarse. La brisa fresca de la tarde movía las hojas de los árboles cercanos, mientras las luces suaves de las lámparas iluminaban la zona con un resplandor cálido que invitaba a la conversación tranquila. El ambiente estaba impregnado de una sensación de camaradería y despreocupación, una calma que contrastaba con las discusiones y tratos que habían tenido lugar durante el día. Todos parecían relajarse después de la intensa jornada, cada uno buscando una manera de descomprimir antes de regresar a sus respectivas casas.
Amatista y Enzo se sentaron juntos en uno de los rincones más apartados de la terraza, donde la vista sobre el campo de golf les ofrecía una vista panorámica. Amatista se recostó levemente sobre Enzo, buscando un poco de comodidad mientras él la rodeaba con su brazo de forma protectora. Su proximidad era una mezcla de familiaridad y posesión, una que solo ellos comprendían en su totalidad. Enzo no necesitaba decir nada para hacerle saber a los demás que Amatista era suya. Su presencia, su cercanía, era suficiente para que todos lo entendieran. Aunque el grupo seguía conversando animadamente, había algo inconfundible en el ambiente, como si la tensión estuviera colgando en el aire. Los ojos de los demás se movían de un lado a otro, entre ellos y la pareja, pero ninguno se atrevió a romper la calma.
Después de un rato, Maximiliano, con su mirada siempre en busca de algo interesante, notó a lo lejos una figura que se acercaba hacia la terraza. Era Daniel Torner, un nombre que le resultaba familiar, aunque no había tenido contacto con él en años. La sorpresa se reflejó en su rostro y, sin pensarlo demasiado, se dirigió a los demás.
—¿Ese no es Daniel Torner? —preguntó de forma despreocupada, mientras sus ojos se dirigían hacia la figura que caminaba en su dirección.
Maximiliano no tardó en mirar a su hermano, como si esperara confirmar su observación. La pregunta salió sin pensarlo, más como un comentario casual que como una cuestión importante. Sin embargo, el gesto fue suficiente para captar la atención de los demás. Enzo levantó la mirada brevemente, sólo para ver de reojo a Daniel Torner, pero rápidamente la desvió hacia Amatista, como si prefiriera no involucrarse más de lo necesario. El comentario de Maximiliano no había pasado desapercibido, pero Enzo hizo lo posible por qué no se notara su interés.
Amatista, por su parte, no pareció inmutarse. No levantó la mirada ni se interesó en observar al hombre de quien se hablaba. Estaba demasiado cómoda en el espacio que compartía con Enzo, ese pequeño refugio que él le había creado. La ausencia de su reacción no pasó desapercibida, pero Amatista no parecía querer involucrarse más de lo necesario en esa conversación. Como siempre, ella prefería mantenerse al margen de cualquier disputa o comentario innecesario. Enzo, por su parte, seguía con la mirada fija en ella, pero su rostro mostraba una calma casi inquietante, una que sólo él podía lograr. A pesar de la serenidad que intentaba proyectar, aquellos que lo observaban sabían que había algo más detrás de esa fachada tranquila.
Maximiliano, sin obtener una respuesta inmediata, decidió continuar su relato con un tono más relajado, como si no hubiera pasado nada. El ambiente, aunque en un principio tenso, poco a poco comenzó a relajarse de nuevo.
—Cuando nací, mi familia organizó un compromiso con la hija de Daniel. La idea era que nos casáramos, pero... —Maximiliano hizo una pausa, como si estuviera recordando el pasado—. La esposa de Daniel, Isabel, se escapó con la niña. Así que, al final, el compromiso nunca se concretó.
Las palabras de Maximiliano flotaron en el aire, como una especie de anécdota sin importancia, pero al mismo tiempo llenaban el espacio de tensión. Nadie estaba realmente preparado para escuchar esa historia, pero de alguna manera, todos seguían escuchando, como si esperaran que algo más surgiera de esa revelación. Sin embargo, fue la respuesta de Amatista la que realmente rompió el hielo.
—Isabel y Daniel son mis padres —comentó, con la voz despreocupada, como si estuviera hablando de algo trivial, algo que no merecía mayor discusión.
Su respuesta fue directa y calmada, pero la forma en que lo dijo hizo que todos se callaran por un instante. Fue un recordatorio silencioso de quién era ella y de lo que había ocurrido en su vida. Un recordatorio que, aunque simple, parecía tener un peso mucho mayor de lo que la conversación había anticipado. Nadie se atrevió a comentar nada al respecto, pues las palabras de Amatista habían dejado una marca que se sintió en el ambiente. Aunque nadie la cuestionó, todos se sintieron un poco incómodos al darse cuenta de lo que realmente había dicho.
Fue entonces cuando Enzo, con un tono bajo pero firme, intervino de manera inesperada. Su voz, aunque suave, llevaba consigo una amenaza sutil, algo que todos pudieron percibir, aunque no estaba completamente claro de qué se trataba.
—Es mejor que el compromiso no se haya llevado a cabo —comentó, mirando a Maximiliano con una expresión seria, que no dejaba lugar a dudas de que no era un tema para tomar a la ligera.
Las palabras de Enzo cayeron como un peso sobre la conversación, y por un segundo, el aire se cargó de una tensión palpable. Todos se quedaron en silencio, conscientes de que algo más profundo estaba en juego. La atmósfera cambió por completo, y lo que antes había sido una charla animada, ahora se había transformado en una especie de juego de poder. Amatista, al notar el cambio, se recostó un poco más sobre Enzo, como buscando la seguridad que él siempre le brindaba en esos momentos. La mirada de Enzo no se apartaba de Maximiliano, y todos pudieron sentir la diferencia en su presencia. Su comentario, cargado de un poder sutil, no dejó espacio para bromas.
El grupo quedó en un silencio incómodo tras la salida de Amatista y Enzo, como si la atmósfera del lugar hubiera cambiado por completo con su partida. Durante unos momentos, nadie se atrevió a romper la quietud, todavía procesando las revelaciones y las tensiones que habían surgido en los últimos minutos. Finalmente, Mauricio soltó una carcajada baja, que hizo que todos lo miraran con una mezcla de sorpresa y alivio.
—Bueno, eso fue... algo intenso —dijo, acomodándose en su silla mientras miraba hacia el lugar por donde se habían ido Enzo y Amatista—. Admito que no esperaba que el compromiso fallido de los Torner saliera a relucir esta noche.
—¿Intenso? —respondió Maximiliano con una sonrisa torcida—. Hermano, eso fue una declaración de guerra sutil. ¿Viste la cara de Enzo cuando mencioné lo del compromiso? Por un momento pensé que me lanzaría de la terraza.
—Y no sería para menos —intervino Sofía, riendo suavemente mientras giraba su copa de vino entre los dedos—. ¿Quién en su sano juicio menciona algo así frente a su mujer?
—Oh, vamos, no se lo tomó tan mal —replicó Maximiliano, levantando las manos en señal de inocencia—. Además, yo solo dije la verdad: mi familia organizó ese compromiso antes de que Isabel decidiera que la vida de fugitiva era más emocionante.
—Claro, y seguro Enzo lo agradece todos los días —añadió Diana con sarcasmo, rodando los ojos mientras sonreía—. Porque si esa boda hubiera ocurrido, Amatista sería la señora de alguien más, y no la reina de su castillo.
Las risas comenzaron a surgir, aliviando un poco la tensión que había quedado en el ambiente. Sin embargo, Maximiliano, incapaz de dejar pasar la oportunidad, miró de reojo a Mauricio y sonrió de manera cómplice.
—Ahora que lo pienso, hermano, ¿te imaginas si hubiéramos conocido a Amatista antes? Quizás podríamos haber cambiado la historia.
Mauricio soltó una carcajada, pero no dejó pasar la oportunidad de devolverle el comentario.
—¿Cambiar la historia? Por favor, Maxi, ninguno de los dos habría tenido una oportunidad con ella. Apenas Enzo se dio cuenta de su existencia, marcó territorio como un lobo.
Luciano, que había permanecido en silencio hasta entonces, finalmente intervino, riendo entre dientes:
—Y pensar que ustedes dos estaban apostando por quién haría caer a Amatista. ¿Qué pasó con esa apuesta? ¿Ya aceptaron que no hay forma de ganar?
—¿Ganar? —respondió Maximiliano, fingiendo estar ofendido mientras se recostaba en su silla—. Vamos, Luciano, la apuesta sigue en pie... pero reconozco que las probabilidades no están a nuestro favor.
Mauricio levantó su copa y la giró ligeramente antes de agregar:
—Amatista no es cualquier mujer. Hay algo en ella... es difícil de describir. No es solo que sea hermosa. Es la forma en que lo mira a él, como si fuera el único hombre en el mundo. ¿Viste cómo se mordía los labios al verlo? Si una mujer me mirara así, me caso al instante.
El grupo estalló en carcajadas, aunque había una verdad innegable en las palabras de Mauricio. La intensidad de la conexión entre Enzo y Amatista era evidente, y aunque ninguno de los presentes intentaría algo con ella, no podían evitar reconocer su magnetismo.
—Hipnotizante, esa es la palabra —agregó Maximiliano, asintiendo con la cabeza como si estuviera aprobando su propio comentario—. Esa mujer tiene un aura que te atrae como si fueras una polilla acercándose a la luz.
—Y esa luz es mortal, querido Maxi —dijo Diana con una sonrisa burlona—. Porque si llegas a acercarte demasiado, Enzo te apaga de un solo golpe.
La mesa estalló en risas una vez más, pero las bromas seguían teniendo un trasfondo de cuidado. Todos sabían que Enzo no era un hombre con quien jugar, y mucho menos cuando se trataba de Amatista. Aun así, las bromas continuaron, con Maximiliano tomando el rol de provocador.
—¿Y si el compromiso con los Torner se hubiera llevado a cabo? Quizás me habría ahorrado esta obsesión. Isabel habría sido mi suegra, y yo estaría casado con una mujer así de fascinante.
—Claro, porque seguro Amatista habría aceptado casarse contigo —respondió Sofía, rodando los ojos con exageración—. No olvidemos que no tienes el encanto letal de Enzo.
—¿Encanto letal? —repitió Maximiliano, fingiendo indignación—. Sofía, querida, me estás subestimando. Tal vez debería hablar con Enzo y sugerirle que reconsidere nuestro trato. Podríamos renegociar...
—¿Renegociar? —Mauricio lo interrumpió entre risas—. Si quieres renegociar, que sea por tu vida, porque lo único que obtendrás será una bala con tu nombre.
Las carcajadas se desataron una vez más, aunque había un toque de nerviosismo en ellas. Enzo no era alguien que tomara bien las bromas cuando se trataba de Amatista, y aunque ninguno de los presentes cruzaría la línea, todos sabían que era mejor mantener las distancias.
Luciano, que hasta ahora había estado observando con una sonrisa tranquila, levantó su copa y brindó:
—Por nosotros, por sobrevivir una noche más después de haber hablado de Amatista frente a Enzo.
La mesa estalló en risas, chocando sus copas en un gesto de camaradería. Sin embargo, el nombre de Amatista seguía siendo el tema principal de la conversación, y su presencia, aunque ya no estuviera físicamente allí, continuaba llenando el espacio.
Maximiliano, incapaz de resistirse, agregó un último comentario:
—De todas formas, admitámoslo, ella es la clase de mujer por la que vale la pena arriesgarse... aunque solo sea para que te digan que no.
Las risas se apagaron lentamente, y aunque el tono seguía siendo ligero, todos sabían que las palabras de Maximiliano no estaban tan lejos de la realidad. Amatista era un enigma, una mujer que, sin proponérselo, dejaba una impresión duradera en todos los que la conocían. Y Enzo, como un guardián celoso, se aseguraba de que nadie se acercara demasiado a su tesoro más preciado.