Capítulo 20 El contrato de prometida
Enzo abandonó la fiesta cuando la música aún resonaba en los salones. Se dirigió hacia la puerta principal mientras varios socios intentaban detenerlo para intercambiar unas últimas palabras. Sin embargo, su expresión distante los disuadió. Afuera, la noche estaba cargada con el frío propio de la temporada, y la brisa que cruzaba la entrada de la mansión parecía arrastrar consigo un eco de silencio incómodo. Roque lo esperaba junto al automóvil, atento y discreto como siempre.
–He bebido –anunció Enzo mientras tomaba asiento en la parte trasera del vehículo–. Tú manejarás.
Roque asintió sin pronunciar palabra, acostumbrado a los silencios de su jefe. Condujo sin prisa pero con precisión, esquivando los escasos autos en las carreteras que llevaban a la Mansión Bourth. Enzo, en el asiento trasero, dejó que sus pensamientos se apoderaran de él. Había sentido una incomodidad creciente durante la fiesta, como si las miradas de las mujeres presentes lo acecharan con una insistencia que comenzaba a resultarle intolerable. El interés que despertaba en ellas no era un halago, sino una carga. Fue entonces cuando se le ocurrió una solución inesperada.
–Roque –llamó desde el asiento trasero con voz firme–. Necesito que encuentres a una mujer.
El conductor lo miró fugazmente por el espejo retrovisor, sin interrumpir el curso del auto.
–Debe ser ambiciosa, interesada únicamente en el dinero. Alguien que esté dispuesta a ser mi prometida por los beneficios que eso le traerá. Pero asegúrate de que no se parezca en nada a Amatista.
Roque, aunque acostumbrado a las excentricidades de Enzo, sintió la necesidad de expresar su preocupación.
–¿Y qué hay de Amatista? –preguntó con cautela–. No creo que le guste que te comprometas con otra mujer.
Enzo lo miró fijamente desde su asiento, evaluando la situación.
–La convenceré. Esto es lo mejor para mantener a las demás mujeres lejos de mí. Haz lo que te pedí.
El silencio regresó al vehículo, pero Roque no pudo evitar sentirse incómodo. Había conocido a Amatista desde que llegó a la mansión y sabía cuánto lo amaba. Pensar en cómo podría afectarle esta decisión lo llenaba de inquietud.
Al día siguiente, Roque se dedicó a cumplir la tarea encomendada. Recorrió lugares y habló con personas hasta que encontró a la candidata perfecta: Daphne. Era exactamente lo que Enzo había solicitado. Ambiciosa hasta la médula, interesada únicamente en el dinero y sin ningún parecido con Amatista. Daphne era todo lo contrario: extravagante, segura de sí misma y con una personalidad que rozaba lo desmedido.
Roque la contactó, y al explicarle que el mismísimo Enzo Bourth quería reunirse con ella, la expresión de Daphne se iluminó. No podía ocultar la satisfacción que le producía la idea de relacionarse con un hombre tan poderoso y rico. Durante el viaje hacia la mansión, trató de mantener una actitud elegante, pero su entusiasmo se hacía evidente en cada comentario que soltaba, mientras Roque, al volante, seguía convencido de que aquello no terminaría bien.
Enzo los esperaba en su despacho, rodeado por la penumbra que otorgaban las gruesas cortinas cerradas. Daphne entró con un gesto de seguridad mal ensayado, y sus ojos brillaron al posarse sobre Enzo. Era innegable que el hombre poseía una presencia intimidante y un atractivo físico que acentuaba su autoridad. Daphne no podía creer la suerte que había tenido.
Enzo le señaló la silla frente a su escritorio con un gesto breve y, después, miró a Roque.
–Déjanos solos.
Roque salió del despacho con una sensación de inquietud que no pudo sacudirse. Enzo estudió a Daphne en silencio durante unos segundos, evaluando a la mujer que había aceptado presentarse ante él. Luego, comenzó a hablar con una calma cortante.
–Sé quién eres y lo que buscas. Normalmente prefiero mantenerme lejos de personas como tú, interesadas únicamente en el dinero. Sin embargo, tengo un trato que podría beneficiarnos a ambos.
Daphne, intrigada, asintió sin dudarlo. Por supuesto, en su mente no existía otra posibilidad más que la de haber conquistado a Enzo con su supuesto encanto. Pero las palabras del hombre pronto rompieron cualquier ilusión.
–Te propongo que seas mi prometida –anunció sin rodeos–, pero con condiciones claras. Tu tarea será mantener alejadas a todas las mujeres que intenten acercarse a mí. Vivirás en mi casa, pero no compartiremos la misma habitación. No puedes usar perfume si estás cerca de mí. No estoy interesado en ti, ni romántica ni físicamente, y no quiero que intentes nada en ese sentido. No te meterás en mis asuntos, y yo no me involucraré en los tuyos.
Daphne no tardó ni un segundo en aceptar. En su mente, estaba convencida de que con el tiempo, Enzo caería rendido a sus pies.
–A cambio –continuó él con frialdad–, podrás gastar todo el dinero que desees. Tendrás acceso a mis influencias y comodidades, pero recuerda que no toleraré nada que me incomode. Si rompes alguna de estas reglas, me encargaré de que lo lamentes.
Cuando Daphne se levantó de la silla, Enzo la detuvo con una última advertencia.
–Roque se encargará de todo para presentarte como mi prometida. Tendrás que acompañarme a eventos y fiestas, pero no confío en tu gusto, así que me ocuparé de elegir tu ropa.
Daphne asintió, todavía deslumbrada, y abandonó el despacho. Mientras tanto, en la mansión del campo, Amatista terminaba su desayuno en compañía de Rose. Ambas compartían una conversación animada sobre Nicolás, el novio de Rose. La joven hablaba emocionada de sus planes para sorprenderlo, mientras Amatista la escuchaba con atención.
–Deberías prepararle una cena romántica –sugirió Amatista con una sonrisa–. Eres una excelente cocinera, y eso seguro lo sorprenderá.
Rose aceptó la idea y, emocionada, comenzó a recibir consejos de Amatista sobre cómo preparar el ambiente perfecto. Juntas pasaron la tarde buscando el vestido adecuado en el armario de Amatista y probando diferentes estilos de maquillaje. Entre risas y comentarios, Amatista le enseñó a Rose cómo acomodar su cabello y utilizar pequeños gestos para llamar la atención de su novio, explicándole con paciencia cada detalle.
En la ciudad, Roque recibía instrucciones precisas de Enzo para llevar a Daphne de compras. Fue claro al insistir en que él mismo debía elegir la ropa, ya que no confiaba en el gusto de la mujer. Daphne, por su parte, recorría las tiendas con una expresión de triunfo absoluto, fascinada por las joyas y los vestidos. No perdía oportunidad de admirar su reflejo en los espejos y proclamarse la futura "Señora Bourth". Su actitud hacia Roque y los empleados de las tiendas se volvió despectiva, como si su posición ya estuviera asegurada.
Roque observaba en silencio, con una mezcla de resignación e inquietud. Sabía que la elección de Daphne había sido acertada para los propósitos de Enzo, pero no podía evitar pensar en Amatista. Conocía su devoción y amor por Enzo desde hacía años, y temía que esta situación la lastimara de un modo que ni siquiera Enzo podría prever. Sin embargo, el tiempo revelaría si la decisión tomada esa noche sería el inicio de una solución o el principio de un desastre.
Enzo llegó al club de golf a media mañana, justo cuando el sol comenzaba a calentar lo suficiente para hacer del juego un desafío cómodo pero agradable. Vestido con ropa deportiva impecable, se acercó al área donde sus socios habituales ya lo esperaban: Emilio, siempre puntual, revisaba un maletín que llevaba consigo; Paolo, relajado, observaba el campo con la mirada de alguien que disfrutaba tanto de los negocios como de los pequeños placeres de la vida; y Mateo, el más entusiasta de todos, ya practicaba algunos golpes con su palo de golf, ajustando su postura mientras tarareaba una melodía que sólo él parecía conocer.
El saludo entre ellos fue breve, pero cargado del respeto y la camaradería que solo los años de negocios juntos podían construir. Una vez en el campo, comenzaron el juego con charlas ligeras que pronto derivaron en temas más serios. Hablaron sobre inversiones recientes y los movimientos que sus respectivas empresas estaban planeando. Emilio, como siempre, trajo consigo los números exactos, planteando estrategias que podrían beneficiar a todos. Mateo, menos metódico pero igual de persuasivo, sugería alternativas con el aire despreocupado que lo caracterizaba. Paolo, por su parte, escuchaba más de lo que hablaba, lanzando comentarios certeros que revelaban su experiencia y su capacidad para captar los detalles importantes.
Enzo, en su papel habitual de líder silencioso, absorbía la información mientras hacía sus jugadas. Su precisión en el campo de golf era tan impecable como en los negocios, y sus socios no podían evitar hacer bromas al respecto.
–Si hicieras los negocios con la misma facilidad con la que golpeas la bola, serías imbatible, Enzo –comentó Mateo, riendo mientras se apartaba del camino tras un golpe fallido.
Enzo respondió con una sonrisa breve, pero sus pensamientos ya estaban en otro lado. Sabía que había llegado el momento de introducir un tema más personal, aunque con implicaciones estratégicas para su entorno. Fue después de uno de los mejores golpes del día cuando decidió soltar la noticia.
–Por cierto –dijo casualmente, mientras limpiaba el palo con un paño blanco–, en unos días será el cumpleaños de Emilio. ¿Tienes algo planeado, Emilio?
El hombre aludido levantó la vista de su tarjeta de puntaje y negó con la cabeza.
–Nada en especial. Ya sabes que no soy de grandes celebraciones. Con algo sencillo, estaría bien.
Paolo intervino, riendo.
–Claro, porque tú y yo siempre competimos por quién tiene el cumpleaños más cercano. Por años hemos dicho que somos gemelos separados al nacer.
La broma arrancó risas entre todos, relajando aún más el ambiente. Enzo esperó el momento justo para lanzar su “bomba”. Su tono se mantuvo tranquilo, pero la mirada que les dirigió a todos dejó en claro que lo que estaba a punto de decir tenía importancia.
–Entonces, ¿te molestaría si en tu fiesta hago un anuncio importante?
La curiosidad fue inmediata. Los tres hombres dejaron de lado el juego por un instante, centrando su atención en Enzo. Fue Emilio quien habló primero.
–¿Anuncio importante? ¿De qué tipo? –preguntó, alzando una ceja.
–Voy a presentar a mi prometida –dijo Enzo, con una frialdad que contrastaba con el impacto que sus palabras causaron.
Por unos segundos, el silencio reinó. Luego, Mateo soltó una carcajada, pensando que era una broma, pero la expresión seria de Enzo lo detuvo.
–¿Prometida? ¿De verdad? –Paolo fue el primero en reaccionar, incrédulo–. ¿Finalmente conoceremos a "gatita"?
La mención de “gatita” hizo que Enzo entrecerrara los ojos y que Emilio soltara un suspiro cargado de resignación. Era evidente que, aunque todos conocían la existencia de Amatista, su relación con Enzo seguía siendo un tema lleno de incógnitas y especulaciones.
–No –corrigió Enzo con firmeza, alzando una mano para detener cualquier otra idea equivocada–. No se trata de gatita. Es solo una mujer cualquiera. Una herramienta para mantener a esas mujeres insoportables alejadas de mí.
La explicación dejó a los demás con expresiones confusas. Paolo frunció el ceño, intentando procesar la lógica detrás del movimiento. Mateo parecía a punto de reír de nuevo, pero Emilio fue quien habló con más seriedad.
–Es decir, vas a usar a esta "prometida" como una distracción –concluyó Emilio–. Pero, ¿y gatita? ¿Has pensado en cómo va a tomarse esto? Porque te aseguro que no le hará gracia.
Enzo, imperturbable, levantó el palo de golf y apuntó hacia su próxima jugada.
–No es algo que deba preocuparle. Gatita sabe cuál es su lugar, y no hay nada en este mundo que cambie eso. Si se molesta, ya me encargaré de manejarlo.
La tranquilidad con la que lo dijo no convenció a Emilio, quien lo miró con una mezcla de escepticismo y lástima.
–¿Seguro que esto no va a explotar en tu cara? Porque todos sabemos que gatita no es como esas mujeres de las que intentas deshacerte.
Enzo se tomó un momento antes de responder, golpeando la bola con la precisión habitual y viéndola volar hacia el green. Luego, se volvió hacia Emilio con una expresión calculadora.
–No tengo intención de que esto pase a mayores. Es un movimiento táctico, nada más. Pero si gatita decide que tiene algo que decir al respecto… entonces aprenderá que conmigo no hay lugar para cuestionamientos.
Mateo, que había estado observando la escena con una mezcla de interés y diversión, levantó ambas manos en un gesto de rendición.
–Bueno, esto será interesante de ver. Solo espero que tengas un buen plan, porque a veces da la impresión de que gatita tiene más poder del que tú crees.
La última frase provocó una breve risa entre los hombres, pero no arrancó más que un leve encogimiento de hombros por parte de Enzo. Para él, todo estaba bajo control, como siempre. Sin embargo, Emilio no podía quitarse de la mente la sensación de que esta decisión podría ser el principio de un problema mucho mayor del que Enzo estaba dispuesto a admitir.