Capítulo 151 La sombra de la amenaza
El ambiente en la sala de espera era tenso, cargado de incertidumbre y ansiedad. Alicia estaba sentada junto a Amatista, sujetando su mano con una calidez que buscaba calmarla. Aunque intentaba mantenerse fuerte, la preocupación por el estado crítico de Enzo no dejaba de reflejarse en los ojos de Amatista, quien instintivamente acariciaba su vientre, ahora prominente por su embarazo de cinco meses.
Emilio, Paolo, Mateo y Massimo estaban de pie en diferentes puntos de la sala, intercambiando miradas de preocupación. Aunque no eran hombres fácilmente impresionables, la situación había logrado descolocarlos. Enzo, el implacable líder que nunca perdía el control, ahora luchaba por su vida, y no podían evitar sentirse vulnerables.
Rita, en cambio, parecía una olla a presión a punto de estallar. Su incomodidad era evidente, y no dejaba de lanzar miradas llenas de odio hacia Amatista. Finalmente, rompió el silencio de forma abrupta.
—Esto es tu culpa —declaró con un tono cargado de resentimiento mientras se acercaba a Amatista.
Todos en la sala se volvieron hacia ella. Alicia frunció el ceño, pero Rita no parecía tener intención de detenerse.
—Si a Enzo le pasa algo, será por ti. Desde que apareciste en su vida, todo se fue al demonio.
Amatista levantó la mirada hacia ella, su rostro reflejando tanto agotamiento como una determinación silenciosa.
—No estoy aquí para pelear contigo, Rita —respondió con voz serena pero firme—. Estoy aquí porque me importa Enzo, porque lo amo, y porque es el padre de mis hijos.
Rita soltó una risa amarga.
—¿Amarlo? ¡No me hagas reír! Tú lo abandonaste. Si le pasa algo, será porque lo dejaste en el peor momento, cuando más te necesitaba.
Amatista sintió el dolor de esas palabras, pero no permitió que la afectaran lo suficiente como para romper su calma. Sabía que había cometido errores, pero también sabía que Enzo había contribuido a ese distanciamiento.
—Si estamos aquí es porque ambos tomamos malas decisiones. Pero ahora no importa el pasado; lo único que importa es que Enzo se recupere.
—¡Qué conveniente! —Rita se inclinó hacia ella, con los ojos brillando de furia—. No te equivoques, Amatista. Si a Enzo le pasa algo, no me quedaré de brazos cruzados.
Antes de que Amatista pudiera responder, Alicia se levantó, colocándose entre ambas con una autoridad que no admitía discusión.
—Ya basta, Rita. Este no es el momento para tus ataques ni para culpar a nadie. Amatista está aquí porque ella también es importante para Enzo, mucho más de lo que tú puedas imaginar.
Rita dio un paso atrás, visiblemente molesta, pero no se atrevió a responder a Alicia. En cambio, se retiró a un rincón de la sala, cruzando los brazos y mirando hacia otro lado, como si con ello pudiera ignorar todo lo que estaba ocurriendo.
Massimo se acercó a Amatista, buscando aliviar la tensión.
—No te preocupes por ella. Sabemos lo importante que eres para Enzo, y lo que pasó entre ustedes es asunto de ustedes. Lo único que importa ahora es que él esté bien.
Amatista le dedicó una leve sonrisa, aunque la preocupación seguía reflejada en su rostro. Alicia volvió a tomar asiento junto a ella, pasando un brazo alrededor de sus hombros en un gesto maternal que la reconfortó.
—Él siempre ha sido orgulloso y complicado, hija, pero contigo siempre fue diferente. Tú eres su refugio, su razón para seguir adelante, aunque a veces sus acciones no lo reflejen. Nunca dejó de demostrar lo importante que eres para él, incluso cuando parecía perderse en su propio dolor.
El ambiente en la sala de espera se llenó de alivio cuando el médico salió finalmente con noticias sobre Enzo. Su expresión era seria pero esperanzadora.
—La hemorragia ya está controlada —anunció con voz firme, mirando a los presentes—. Con el paso de las horas, el señor Bourth irá mejorando, pero será necesario que permanezca bajo observación estricta por los próximos días.
Un suspiro colectivo recorrió la sala, pero el alivio fue rápidamente interrumpido por la voz afilada de Rita.
—Te salvaste esta vez, Amatista —dijo con una sonrisa burlona, clavando su mirada en ella—. Si algo le hubiera pasado a Enzo, no hubiera dudado en usar todo su poder para enseñarte una lección que nunca olvidarías.
Amatista, sentada al lado de Alicia, levantó la vista, pero antes de responder, Emilio se adelantó. Su tono era cortante, como el filo de un cuchillo:
—Basta, Rita. Todos aquí sabemos que Enzo se casó contigo por pura desesperación, pero nunca olvides algo: la única mujer que ha importado para él es Amatista. Siempre lo ha sido y siempre lo será.
Rita, con los ojos inyectados de furia, no pudo evitar responder, su voz tensa y desafiante.
—No importa cuál haya sido la razón, ahora soy la esposa de Enzo. Y merezco respeto, Amatista. Tú ya no eres parte de su vida. No te metas más.
Alicia, con una mirada serena pero firme, se adelantó para calmar la situación.
—Rita, no es el momento para discutir. Amatista vino para firmar la orden para la operación, y no tenemos tiempo para estas tonterías ahora.
Justo en ese momento, Isis entró en la habitación, su tono cargado de desprecio.
—Tía Alicia, ¿es que esto no es justo? Amatista engañó a Enzo con Santiago, y no conforme con eso, ahora viene a molestarlo. ¡La obsesión de Enzo por ella lo llevará a la muerte!
Alicia la miró con desdén y respondió de manera tajante.
—Isis, no te metas en la vida de Enzo. Y yo no creo que Amatista haya engañado a Enzo. Si quieres hablar de eso, lo hacemos cuando no haya vidas en juego.
Amatista, que había estado escuchando en silencio, aprovechó la oportunidad para intervenir. Su tono fue firme y directo, con una determinación que hizo que todos en la habitación la miraran.
—No lo engañé —dijo con claridad—. Alguien más está detrás de eso. Y para que lo sepan bien, estoy esperando gemelos de Enzo. No voy a irme de su vida, así que la “esposa” y la “prima” —hizo una pausa y miró a ambas con sarcasmo— deberán aguantarse, aunque no les guste.
El comentario de Amatista provocó una serie de reacciones, y varios de los presentes no pudieron evitar lanzar palabras de aprobación.
—Eso es lo que yo llamo ser directa —comentó Emilio con una sonrisa de aprobación—. Ya basta de rodeos.
Massimo asintió y agregó, su tono grave pero respetuoso.
—Amatista tiene razón. No hay por qué dar vueltas al asunto. Los gemelos son una realidad, y si Enzo la quiere, todos deben aceptarlo.
Mateo, siempre más cauteloso, no pudo evitar agregar su opinión.
—Enzo tiene que afrontar la realidad de las cosas. Nadie puede cambiar lo que ya está en marcha.
Paolo, que había permanecido en silencio hasta ahora, miró a Isis y Rita antes de soltar una sonrisa irónica.
—Qué divertido ver cómo todos intentan retorcer la realidad. Pero Amatista está en su derecho, después de todo.
Roque, siempre observador, frunció el ceño y se inclinó hacia ella.
—¿Estás bien? —preguntó con una nota de preocupación en la voz.
Amatista asintió, pero luego añadió con cierta incomodidad:
—Sí, pero siento el abdomen algo duro.
Roque se levantó inmediatamente.
—Te llevaré con Federico para que te revise. Después de eso, nos iremos.
Alicia, alarmada, preguntó:
—¿Por qué tienen que irse?
Roque suspiró, echando un vistazo al resto de los presentes antes de responder.
—Es lo mejor. Estamos investigando quién está detrás de todo este asunto —explicó—. Ya sabemos que las fotos que implicaban a Amatista con Santiago son falsas. Todo apunta a que fue Albertina, pero queremos asegurarnos antes de tomar cualquier acción.
Alicia asintió con pesar, comprendiendo la gravedad de la situación.
—Hagan lo que tengan que hacer, pero cuídense, por favor.
Amatista se levantó con la ayuda de Roque, tomando su bolso.
—Gracias, Alicia. Te prometo que haré todo lo posible para aclarar esto y proteger a Enzo… y a nuestros hijos.
Amatista salió del hospital junto a Roque y, al llegar al auto, se acomodó en el asiento del copiloto. Mientras Roque encendía el motor, su mirada se desvió hacia los espejos con cierta tensión.
—Voy a llevarte a otro hospital —dijo finalmente, arrancando con suavidad, pero sin apartar los ojos de los alrededores.
Amatista lo miró, sorprendida.
—¿Por qué?
—Sospecho que nos están siguiendo —respondió Roque, su tono calmo, pero con un filo de alerta.
Amatista asintió sin discutir, confiando en el instinto de Roque. Durante unos minutos, el auto avanzó en silencio. Finalmente, fue Amatista quien rompió la quietud.
—¿Por qué declaraste lo de la investigación? —preguntó, cruzando los brazos—. Ahora Rita estará más alerta.
Roque soltó una risa baja, breve, mientras maniobraba con destreza.
—Precisamente por eso. Cuando las personas piensan que están a punto de ser descubiertas, es cuando más errores cometen.
Amatista arqueó una ceja, intrigada.
—¿Y cómo sabes eso?
—Porque la mejor forma de arrinconar a alguien —explicó Roque con una sonrisa ligera— es haciéndoles creer que todo fue casualidad o un descuido. Así los nervios los traicionan y terminan dejando huellas.
Amatista se rio suavemente, impresionada.
—Eres increíble, Roque.
—Gracias por notar mi talento —bromeó él, pero su tono volvió a ser serio al añadir—: Ahora que Rita e Isis saben que ya comprobamos que las fotos son falsas, se van a poner más nerviosas. Seguramente intentarán cubrir sus huellas, pero eso solo les hará cometer errores. Podremos atraparlas en el momento en que lo intenten.
El auto llegó a una pequeña clínica situada en un barrio discreto. Amatista y Roque bajaron con rapidez y, tras unos minutos de espera en la sala, un médico la atendió. Tras revisarla, el diagnóstico fue claro:
—Es producto del estrés. Los músculos del abdomen están tensos, pero no hay peligro para los bebés. Necesita descansar, evitar situaciones de tensión y mantener la calma tanto como sea posible.
Amatista agradeció al médico con una sonrisa cansada, pero aliviada. Cuando volvió al auto con Roque, le comentó:
—Estoy bien, es solo estrés. Pero supongo que eso ya lo sabías.
Roque asintió con un gesto cómplice.
—Conociéndote, podía imaginarlo. Ahora vamos a Santa Aurora.
Ambos se subieron al vehículo, y Roque arrancó con tranquilidad, pero al tomar un desvío hacia las afueras, notó algo en el espejo retrovisor que lo hizo tensarse.
—Colócate el cinturón, Amatista —le indicó con seriedad, sin apartar los ojos del camino.
—¿Qué sucede? —preguntó ella, ajustándose el cinturón rápidamente.
—Nos están siguiendo —respondió.
Amatista miró por el retrovisor con disimulo, su corazón acelerándose.
—¿Y ahora qué?
—Ahora nos deshacemos de él —dijo Roque con una calma que no reflejaba la tensión en sus manos al volante. Aceleró, tomando una serie de curvas cerradas en una ruta secundaria, mientras Amatista se agarraba al asiento, tratando de mantener la calma.
El auto que los seguía intentó mantenerse cerca, pero Roque, con movimientos precisos, buscó desviar su trayectoria.
—Sujétate bien —advirtió, girando bruscamente hacia un camino de grava que se perdía entre los árboles.
Amatista obedeció, sintiendo el auto vibrar con fuerza.
—¿Crees que lo perderemos? —preguntó, su voz baja pero llena de preocupación.
Roque sonrió de lado, su confianza intacta.
—Es lo que mejor sé hacer.
Roque sonrió más ampliamente, sin apartar la vista del camino mientras maniobraba.
—¿En otra vida fuiste militar o espía? —preguntó Amatista con una risa suave, intentando aliviar la tensión del momento.
Roque rió con ella, pero luego su tono se volvió más serio.
—Nada tan emocionante, pero uno aprende cosas cuando tiene que sobrevivir en ciertos ambientes. Por ahora, lo mejor será que vayamos a otro lugar. Tengo unos amigos en Santa Aurora, te llevaré con ellos.
Amatista asintió, aunque con cierta preocupación.
—Está bien, pero necesito los diseños que dejé en el departamento. Los necesito para mi trabajo.
Roque negó con la cabeza, tranquilizándola con su firmeza.
—No te preocupes por eso, yo me encargaré. También dejaré todo avisado al encargado para que no tengas problemas.
Ella lo miró agradecida y asintió en silencio. Durante el resto del trayecto, el auto quedó en un silencio tranquilo, solo roto por el ruido del motor y el ocasional crujido de la grava bajo las ruedas.
Unas horas después, llegaron a una residencia en el campo, rodeada de árboles frondosos y con una vista tranquila que parecía estar alejada de cualquier peligro. Roque bajó del auto y saludó a los dueños del lugar, una pareja de personas mayores con semblantes cálidos.
—Tío Luis, tía Emilia —los saludó con un abrazo afectuoso—. Gracias por recibirme con tan poco aviso.
Los anfitriones sonrieron al verlo y luego posaron sus miradas en Amatista, quien descendía del auto con cuidado, acomodando su abrigo sobre su vientre.
—Ella es Amatista —les presentó Roque—. Necesito que la reciban por un tiempo y la cuiden. Su embarazo es riesgoso, y el estrés no ayuda.
Luis y Emilia se miraron, asintiendo sin dudar.
—La cuidaremos como a una hija, no te preocupes —dijo Emilia con una voz maternal, extendiéndole una mano a Amatista—. Bienvenida, querida. Entra, ponte cómoda. Esta es tu casa ahora.
Amatista sonrió tímidamente, agradecida por la calidez de la pareja.
—Muchas gracias por recibirme.
Luis puso una mano en el hombro de Roque.
—Vamos, muchacho. Tú también entra, seguro están agotados.
Ambos aceptaron la invitación y entraron a la casa, donde un grupo de jóvenes estaba sentado alrededor de una gran mesa de madera, conversando animadamente. Algunos eran familiares de Roque, mientras que otros parecían ser empleados del lugar. Las miradas curiosas se volvieron hacia ellos, pero todos les dieron una cálida bienvenida.
Amatista se sintió extrañamente aliviada en ese ambiente acogedor, aunque su mente seguía preocupada por lo que había dejado atrás. Roque, notando su tensión, se inclinó un poco hacia ella mientras caminaban.
—Confía en mí, estás en buenas manos. Nadie te encontrará aquí.
Amatista le devolvió una pequeña sonrisa, decidida a seguir adelante, aunque su corazón todavía latía con inquietud.