Capítulo 62 El código de amatista
En la casa donde Amatista estaba retenida, la tensión aumentaba con cada día que pasaba. Lucas, sentado en su vieja silla, observaba inquieto mientras ella trataba de mantenerse tranquila, consciente de que cada acción y palabra podía ser crucial. La tranquilidad se rompió cuando dos hombres entraron abruptamente en la habitación. Eran diferentes a Lucas, con miradas frías y movimientos calculados que dejaban claro que estaban acostumbrados a imponer su voluntad.
—Escribe una carta para tu esposo —dijo el primero de ellos, extendiéndole un papel y un bolígrafo con brusquedad—. Di que te vas por tu propia voluntad y que no quieres que te busque.
Amatista, con el desafío brillando en sus ojos, negó con la cabeza.
—No voy a escribir eso —dijo con firmeza, manteniendo su postura erguida a pesar de las cadenas y los atados en sus muñecas.
El primer hombre se acercó con rapidez, agarrándola del cabello y tirando de su cabeza hacia atrás.
—No tienes opción, mujer. Hazlo ahora o lo lamentarás.
Amatista dejó escapar un resoplido de frustración, pero no perdió la calma.
—Si escribo esa carta, me matarán después. Les estaría dando exactamente lo que quieren. —Hizo una pausa para mirar directamente al hombre—. Además, mi esposo no se lo va a creer. Es una estupidez.
El segundo hombre, molesto por su resistencia, se acercó y le dio un golpe en el rostro, haciendo que Amatista cayera al suelo, jadeando por el dolor.
—Escribe la maldita carta. No me importa lo que pienses —espetó con furia.
Amatista, recuperándose, levantó la mirada y respondió con voz firme.
—Está bien, pero desátenme las manos. Con la cadena en el pie no puedo ir a ningún lado, ¿verdad?
Los hombres intercambiaron miradas antes de asentir. Uno de ellos desató sus muñecas, mientras el otro le pasaba el bolígrafo y el papel. Amatista tomó ambos objetos con calma, aunque su mente trabajaba frenéticamente. Lentamente, comenzó a escribir, asegurándose de que cada trazo fuera intencionado.
Cuando terminó, extendió la carta a los hombres, quienes la revisaron rápidamente antes de salir de la habitación satisfechos. Una vez que se quedaron solos, Lucas se levantó y se acercó a Amatista, su rostro mostrando una mezcla de preocupación y culpa.
—¿Estás bien? —preguntó, su voz más suave de lo que esperaba.
Amatista asintió mientras se acomodaba el cabello.
—Estoy bien. Gracias por preocuparte.
Lucas suspiró, cruzándose de brazos.
—¿Crees que tu esposo dejará de buscarte después de esto?
Amatista lo miró directamente a los ojos, su confianza inquebrantable.
—No. Enzo no va a creer ni una sola palabra de esa carta. —Hizo una pausa antes de añadir con un tono más grave—. Esto no va a terminar bien, Lucas. Él va a encontrarme, y cuando lo haga, matará a todos.
Lucas la miró en silencio, pero su expresión cambió cuando ella continuó.
—Si quieres salvarte, puedes ayudarme. Enzo no solo te perdonará, sino que también te compensará. Eres diferente a ellos, y él lo sabrá.
Lucas no respondió de inmediato. Se alejó unos pasos, dejando que el silencio se apoderara de la habitación. Pero Amatista sabía que había plantado una semilla en su mente.
En la mansión Bourth, un sobre llegó con discreción. Alicia, quien había estado esperando noticias, lo tomó y rápidamente se dirigió a la oficina del club de golf. Al llegar, encontró a Enzo sentado en su escritorio, rodeado por Paolo, Emilio y otros socios, todos atentos a cualquier novedad.
—Esto acaba de llegar —dijo Alicia, extendiendo la carta hacia su hijo.
Enzo la tomó, examinando el sobre con detenimiento antes de abrirlo. Sacó la hoja y comenzó a leer en silencio, su rostro permaneciendo impasible mientras sus ojos recorrían las líneas. Finalmente, dejó la carta sobre la mesa y caminó hacia su escritorio, donde sacó un papel y un lápiz.
—¿Qué dice? —preguntó Paolo, con evidente preocupación.
Alicia, incapaz de contenerse, tomó la carta y la leyó rápidamente. Su rostro mostró una mezcla de incredulidad y angustia mientras trataba de convencer a su hijo.
—Enzo, tú sabes que esto no tiene sentido. Amatista jamás te dejaría. Esto no es algo que ella haría.
Enzo levantó la mirada hacia su madre, su voz tranquila pero cargada de certeza.
—Lo sé, mamá. Esto no lo escribió porque quiera hacerlo.
Ante la confusión de los presentes, Enzo tomó la carta y señaló algunos trazos específicos en las letras.
—Amatista y yo solíamos escribir mensajes escondidos en las cartas. ¿Ven estas letras incompletas? Es deliberado. Su caligrafía es perfecta, esto lo hizo a propósito.
Con un lápiz, comenzó a subrayar las letras, revelando las palabras "campo", "casa" y "guardias". Una sonrisa apenas perceptible apareció en su rostro.
—Está tratando de decirnos que está en una casa rodeada de campo y que hay guardias vigilándola.
Los hombres soltaron risas aliviadas, aunque la tensión seguía latente.
—Entonces, sabemos que está viva y que no está en la ciudad —comentó Massimo, su tono práctico.
Enzo asintió, su expresión endureciéndose de nuevo.
—Empiecen a buscar todas las casas en zonas rurales cerca del último lugar donde se vio la camioneta. No importa cuánto tiempo tome, pero vamos a encontrarla.
La luz del sol comenzaba a declinar mientras en la oficina de Enzo, los hombres seguían trabajando sin descanso. Los socios estaban al tanto de la misión que tenían por delante: encontrar a Amatista y traerla de vuelta. Enzo, de pie junto a su escritorio, observaba detenidamente los mapas y los informes que le traían, mientras su mente no podía apartarse ni un segundo de su esposa. La carta que ella había escrito, aunque falsa, había dejado claro que algo no cuadraba. Las pequeñas pistas, como el código en su caligrafía, habían sido suficientes para Enzo para saber que ella estaba viva y que algo más grande se estaba cocinando a sus espaldas.
—Recuerden, no mencionen nada sobre el código —les dijo Enzo, mirando a cada uno de los hombres en la sala. —Si esto se filtra, Amatista no podrá enviarnos más mensajes ocultos. Debemos mantener esto entre nosotros hasta que sea el momento adecuado.
Los hombres asintieron en silencio, comprendiendo la gravedad de la situación. Sabían que todo lo que hicieran tenía que ser meticuloso, sin margen de error. Mientras tanto, en las pantallas frente a ellos, la búsqueda continuaba. Enzo había ordenado que se revisaran todas las casas en áreas rurales cercanas al último lugar donde se había visto la camioneta amarilla que se había llevado a Amatista. Tras horas de investigación, el equipo había encontrado al menos veinte casas que coincidían con la descripción de la zona: aisladas, apartadas y en terrenos cercanos al campo.
—Ninguna de estas casas tiene guardias visibles —comentó Massimo, frustrado al ver que las pistas no conducían a nada concreto.
—No importa —respondió Enzo, manteniendo la calma, pero con una determinación implacable en su voz—. Enviemos guardias a vigilar las casas día y noche. No podemos permitirnos perder ni un segundo más.
La tensión en la oficina era palpable, pero el sentido de urgencia de Enzo los mantenía enfocados. Sabían que Amatista estaba en peligro, y eso los impulsaba a no detenerse hasta encontrarla. Cada momento que pasaba sin novedades solo aumentaba el peso sobre sus hombros.
Mientras tanto, en el lugar donde Amatista estaba retenida, la situación se volvía cada vez más insoportable. La humedad del lugar hacía que el aire fuera denso y pegajoso, mientras la caída del sol parecía acentuar la sensación de claustrofobia que invadía la pequeña habitación donde estaba confinada. Amatista, encadenada y atada, se encontraba sentada en el suelo sucio, observando el techo de la habitación. Su mente no podía dejar de pensar en Enzo, en cómo había sido secuestrada y en las promesas que había hecho a su esposo: que volvería con él. Sabía que no podía rendirse, pero el calor y la opresión del lugar hacían que todo fuera aún más difícil.
—¿Me puedes dar agua? —le pidió Amatista a Lucas, quien la vigilaba desde una esquina de la habitación. Su voz era suave, pero llena de una mezcla de cansancio y desesperación.
Lucas, que hasta ese momento se había mantenido distante, se levantó sin decir una palabra y le acercó un vaso de agua. Amatista lo tomó con manos temblorosas y bebió lentamente, apreciando cada gota como si fuera lo único que le quedara.
—¿Sabes quién es Enzo Bourth? —preguntó Amatista de repente, mientras terminaba de beber el agua. Aunque su voz estaba cargada de una calma inquietante, Lucas no pudo evitar sentirse intranquilo ante la pregunta.
—Sí —respondió Lucas, sin dejar de observarla—. Es alguien muy poderoso. Un hombre que no se cruza con cualquiera.
Amatista le dio una sonrisa fugaz, como si entendiera lo que Lucas trataba de decir, pero sus ojos seguían fijos en los suyos.
—Él es mi esposo. —Dijo con una seriedad que hizo que Lucas se quedara quieto por un momento.
En ese instante, Lucas entendió el verdadero peso de las palabras de Amatista. Ella no estaba hablando de cualquier hombre; estaba hablando de Enzo, un hombre que no perdonaría fácilmente lo que le habían hecho a su esposa.
—No puedo hacer nada... —murmuró Lucas, su voz cargada de incertidumbre. —Si intento hacer algo, me matarán.
Amatista lo observó en silencio, su mirada comprendiendo la difícil posición en la que se encontraba. Sabía que no podía esperar que él actuara de inmediato, pero también sabía que algo dentro de Lucas podía cambiar si jugaba bien sus cartas.
El aire en la habitación se volvió aún más pesado cuando Amatista decidió hablar de nuevo.
—No importa lo que hagas, Lucas. Enzo me encontrará, y cuando lo haga, matará a todos. Si quieres salvarte, puedes ayudarme. No te imaginas lo que hará si le traes información. Te perdonará, te recompensará. Pero si no haces nada... todos sufrirán las consecuencias.
Lucas no respondió de inmediato. Su mirada se desvió hacia el suelo, como si tratara de procesar las palabras de Amatista. Aunque su lealtad a los hombres que lo habían contratado seguía siendo fuerte, las palabras de Amatista sembraban una semilla de duda en su mente. La idea de salvar su vida y ayudar a Enzo comenzaba a hacerle sentido.
Mientras tanto, en la oficina del club de golf, las tensiones seguían aumentando. El sol ya se había ocultado y la noche comenzaba a caer, pero la inquietud de Enzo no disminuía. A medida que las horas pasaban sin ninguna novedad sobre el paradero de Amatista, su paciencia se agotaba. Los hombres que trabajaban junto a él seguían recibiendo información de los puntos de vigilancia, pero nada indicaba un avance claro.
De repente, la puerta de la oficina se abrió y Maximiliano entró, su rostro mostrando una mezcla de fatiga y determinación.
—Enzo, tenemos algo —dijo, mientras se acercaba a la mesa y extendía un informe—. La camioneta amarilla fue vista en el centro de la ciudad. Alguien la vio y dio una descripción de uno de los hombres, y por las cámaras que tenemos, podemos identificarlo como uno de los que secuestró a Amatista.
Enzo se levantó de golpe, su mirada completamente centrada en Maximiliano.
—¿Dónde están esos hombres ahora? —preguntó, su voz baja pero cargada de furia.
—Estamos en proceso de localizar al hombre, pero sabemos que la camioneta fue estacionada en un área cercana a una de las casas que habíamos marcado. Creo que estamos cerca de encontrarla.
Enzo asintió, su mandíbula apretada mientras su mente se aceleraba con pensamientos de venganza. Sabía que no podían perder más tiempo.
—No dejen que se escape. Asegúrense de que lo capturen. Si necesitamos más información, lo obtendremos de él —dijo con una firmeza que hizo que todos los hombres presentes en la sala asintieran de inmediato.
Enzo dio la vuelta rápidamente, dirigiéndose a la puerta.
—Voy a la mansión para coordinar con Roque. Que estén listos para moverse en cuanto tengamos más detalles.
Mientras salía, su mente no podía dejar de imaginarse a Amatista, y cómo, sin importar lo que tuviera que hacer, la iba a traer de vuelta.
En el sombrío lugar donde Amatista estaba cautiva, la atmósfera era tensa y pesada. Un nuevo guardia había sido asignado a su vigilancia, uno cuya presencia imponía un aire hostil y distante. Su mirada fija y fría recorría cada rincón de la pequeña habitación, sin mostrar la mínima compasión.
Amatista, observando sus movimientos, notó de inmediato su actitud dura y distante. Sabía que no podía permitirse mostrar debilidad, ni interactuar con él como lo había hecho con Lucas. Este hombre era diferente, parecía dispuesto a seguir las órdenes sin dudar, sin la mínima duda sobre su rol en ese lugar.
Decidió que lo mejor sería mantenerse tranquila y en silencio, guardando sus palabras y sus gestos. No confiaba en él, y no estaba dispuesta a arriesgarse a que cualquier comentario o gesto pudiera ponerla en peligro. Permaneció en su rincón, evitando cualquier intento de contacto visual, sabiendo que cualquier interacción podría ser utilizada en su contra.
El hombre permaneció callado, observándola como una sombra distante, pero Amatista no se movió, manteniéndose en su lugar. Ella tenía claro que, aunque no podía prever qué harían a continuación, lo único que podía hacer era esperar.