Capítulo 121 La verdad a medias
Amatista, aún golpeada por la revelación de Jeremías, salió del club de golf. El aire de la tarde, fresco pero penetrante, la envolvía mientras tomaba un taxi hacia la mansión Torner. A cada minuto, la incertidumbre de lo que acababa de descubrir se volvía más pesada. Jeremías había dicho tanto… palabras que ahora resonaban en su mente como un eco perturbador. Necesitaba hablar con Daniel, rápido, para encontrar algún tipo de respuesta, aunque temía lo que podría suceder.
Al llegar, la mansión seguía su ritmo de calma. Al entrar, se encontró con Mariam, su madrastra, que estaba en el pasillo.
—Buenas tardes, Amatista —saludó Mariam con una sonrisa tranquila.
—Buenas tardes, Mariam —respondió Amatista con cortesía, aunque la mirada en sus ojos no podía esconder la tormenta interna que llevaba. —¿Sabes dónde está mi padre?
—Está en su despacho —comentó Mariam, notando algo extraño en el rostro de Amatista, pero sin profundizar en ello.
—Gracias —dijo Amatista con una sonrisa fugaz, y sin perder tiempo subió las escaleras hacia el despacho de Daniel.
Al llegar, lo encontró inmerso en unos papeles, trabajando como siempre. Al verla entrar, Daniel levantó la mirada y sonrió.
—Amatista, ¿qué te trae por aquí? —preguntó con un tono amable, pero al notar algo en sus ojos, su sonrisa se apagó un poco.
Amatista lo miró por un instante, sus manos sudando ligeramente mientras se acercaba a él.
—Papá... —comenzó, temblando un poco en su voz—. Necesito hablar contigo, es algo importante.
Daniel, preocupado por la seriedad de su tono, la invitó a sentarse frente a él.
—Claro, hija. Siéntate, ¿qué pasa? —respondió con cariño, buscando ofrecerle el apoyo que siempre le brindaba.
Con una profunda respiración, Amatista comenzó a contarle la historia, entre sollozos y lágrimas, de cómo Jeremías Gartner se había acercado a ella unas semanas antes. Le relató, sin poder evitar la angustia, que Jeremías le había contado que él y Isabel habían sido amantes, y que Isabel le había confesado que ella podría ser su hija.
Daniel quedó visiblemente confundido, sin poder comprender del todo lo que escuchaba.
—¿Jeremías Gartner? —repitió, tratando de procesar las palabras—. ¿Y Isabel?
Amatista, con la voz quebrada, continuó, explicando que, después de esas palabras de Jeremías, se había hecho una prueba de ADN que había resultado positiva.
La expresión de Daniel cambió al instante, una mezcla de tristeza y enojo se reflejó en su rostro.
—Entonces, ¿no eres mi hija biológica? —preguntó, su voz más baja, como si esas palabras le dolieran.
Amatista, con lágrimas cayendo, asintió, su corazón roto por la verdad que había acabado de descubrir.
—No lo soy... —susurró, sintiendo una necesidad de disculparse.
Daniel se levantó de su escritorio de golpe, caminó hacia ella y la miró fijamente, pero con una ternura que contrastaba con la dureza de sus palabras.
—No es tu culpa, Amatista —dijo con firmeza—. Y no me importa el resultado. Para mí, siempre serás mi hija.
Amatista sonrió, un resplandor de alivio brillando en sus ojos, y sin pensarlo se acercó a él para abrazarlo.
—Tú eres mi padre, Daniel. La familia Torner siempre será mi familia —dijo con convicción, aferrándose a él como si el mundo estuviera a punto de desmoronarse.
Daniel, con un suspiro profundo, la separó ligeramente para mirarla, y sus ojos reflejaron una preocupación sincera.
—No quiero que te vayas de la casa por esto —dijo, tocando suavemente su rostro—. Si decides tener una relación con Jeremías, la respetaré, pero te pido que tengas cuidado. Jeremías es un hombre peligroso, no es alguien de fiar. Todo lo que hace, lo hace por interés propio.
Amatista asintió, entendiendo la gravedad de las palabras de su padre, aunque aún no sabía qué hacer con la información que tenía.
—Me cuidaré, lo prometo —respondió en voz baja, intentando calmarse.
Daniel suspiró, claramente preocupado, y le pidió que no dijera nada por el momento.
—Voy a hacer una prueba de ADN, entre tú y yo, para asegurarnos de que Jeremías esté diciendo la verdad. No podemos fiarnos solo de su palabra.
Amatista, aunque inquieta, aceptó con una ligera inclinación de cabeza, sabiendo que tenía que seguir el consejo de su padre.
—Lo entiendo, pero Jeremías me mostró cartas y fotos de Isabel cuando eran jóvenes... —dijo, con un toque de incertidumbre en su voz.
—Sí, lo sé —respondió Daniel, tratando de mantener la calma—. Pero aun así, no podemos confiarnos completamente. Hablar con Isabel no nos dará respuestas claras, y no quiero que te pongas en peligro.
Mirando a Amatista con una ternura palpable, Daniel añadió, con una preocupación aún más profunda en sus ojos:
—Lo más importante ahora es que descanses, hija. Estás demasiado estresada con todo esto, y no es bueno para ti... ni para el bebé.
El suave recordatorio de Daniel, mencionando al bebé, hizo que Amatista sintiera un peso en el pecho, pero también una extraña sensación de alivio.
—Gracias, papá —dijo Amatista, tomando su mano con gratitud antes de salir del despacho.
Se dirigió a su habitación, sintiendo la necesidad urgente de desconectar por un momento de todo el caos en su cabeza. Entró al baño y se sumergió en una ducha caliente, dejando que el agua se llevara parte de la tensión acumulada. Cuando salió, con el cabello aún mojado, se pasó una toalla por la cabeza. Fue entonces cuando su teléfono comenzó a sonar. Al ver el nombre en la pantalla, su corazón dio un pequeño brinco. Era Enzo.
Contestó rápidamente, notando cómo su voz sonó un poco más suave de lo habitual.
—¿Cómo sigues, gatita? —preguntó Enzo, con un tono que denotaba preocupación.
Amatista sonrió levemente al escuchar el apodo, pero su respuesta fue medida.
—Estoy bien —respondió, sin entrar en detalles, ya que no quería agobiarlo más. —Hablé con Daniel, y las cosas fueron bien.
Enzo suspiró aliviado del otro lado de la línea.
—Me alegra escuchar eso. Ya sabes, cualquier cosa que necesites, llámame. Estaré aquí para ti... y para el bebé.
Amatista sintió un pequeño nudo en el estómago, pero no quería pensar demasiado en ello.
—Gracias, Enzo. —Hizo una pausa antes de continuar—. Mañana tengo que realizarme un ultrasonido, por si querías ir conmigo.
Enzo pareció pensarlo por un momento.
—Me encantaría —respondió con una sinceridad que Amatista pudo sentir a través de la llamada—. ¿A qué hora es?
—Federico me dijo que pase por la tarde, pero no me dio un horario fijo —explicó ella.
—Está bien, tengo una reunión por la tarde, pero la terminaré rápido para ir contigo —respondió, con la confianza de que podría organizar su agenda para acompañarla.
Amatista le dio una leve sonrisa, aliviada por su disposición.
—En realidad, voy a trabajar por la mañana, y luego puedo ir al club de golf. Puedo esperarte allí para que vayamos juntos.
Enzo pareció contento con la idea.
—Perfecto, no te haré esperar. Prometido. Será rápido, gatita.
Amatista asintió, aunque él no pudiera verla, y agradeció en silencio su apoyo.
—Nos vemos mañana entonces. Cuídate —dijo ella, antes de cortar la llamada.
Dejó el teléfono sobre la mesa y se quedó en silencio un momento. Sentía como si una capa de peso se hubiera aligerado, como si el simple hecho de hablar con Enzo le hubiera dado un pequeño respiro. Lo que había pasado entre ellos, la distancia, la pelea… todo había quedado momentáneamente en segundo plano. Y en su lugar, solo quedaba ese consuelo que él había transmitido, esa sensación de protección y cercanía que ahora la envolvía.
El día siguiente amaneció con una sensación de calma, aunque la incertidumbre seguía presente. Amatista se levantó temprano, sin ganas de perder el tiempo pensando demasiado en lo ocurrido. Se preparó con cuidado, como siempre lo hacía cuando debía presentarse ante los demás. La mañana transcurrió tranquila, con su mente centrada en el trabajo. En Lune, las cosas seguían su curso, y estaba ocupada con los preparativos para la presentación de las nuevas joyas que se realizaría en dos semanas. Las piezas seguían en el taller, pero ya comenzaban a tomar forma, y todo debía estar perfecto para el gran día.
Cuando llegó la tarde, después de terminar su jornada, se dirigió al club de golf, donde Enzo la esperaba. Como siempre, Albertina estaba allí, no perdía oportunidad de estar cerca de él. El rostro de Amatista, al ver a la falsa novia de Enzo, se mantuvo impasible, aunque en su interior algo se revolvía.
Cuando entró al salón, Enzo se levantó al instante, invitándola a sentarse con una sonrisa. Amatista, aunque contenida, aceptó la invitación. No dijo nada, dejándose llevar por el momento, mientras Albertina, como era de esperar, comenzaba a intervenir en la conversación. Sus palabras eran correctas, nada fuera de lugar, pero cada comentario que hacía tenía una sutil intención de demostrar su posición como la novia de Enzo, lo que solo aumentaba la incomodidad de la situación.
Enzo, por su parte, estaba concentrado en la conversación con Emir, Nicolás, Leonel y Samuel, discutiendo los permisos necesarios para el centro comercial. Amatista permaneció en silencio, observando cómo la interacción fluía con naturalidad, aunque algo en su interior le decía que no encajaba completamente en ese mundo que él compartía con ellos.
—Entonces, solo necesitamos la aprobación final para avanzar con la construcción —decía Enzo, mientras echaba un vistazo a los papeles que tenían sobre la mesa.
Nicolás asintió, respondiendo con calma.
—Así es, todo está en orden. Solo falta un pequeño detalle, y estaremos listos.
Amatista se mantuvo apartada, con la vista fija en el horizonte, tratando de mantener la calma. Después de un rato, la reunión llegó a su fin. Enzo, como siempre atento, se levantó y le ofreció una mano para ayudarla a ponerse de pie.
—Vamos, gatita —dijo Enzo, con esa ternura que solo él podía expresar en momentos como este.
Ambos caminaron hacia el auto. Mientras tanto, Emir, Nicolás, Leonel y Samuel miraban a Albertina con curiosidad. No pudieron evitar preguntarse sobre la mujer que acababa de irse con Enzo.
—¿Quién es ella? —preguntó Samuel, mirando a Albertina con una ceja levantada.
Nicolás, siempre observador, añadió:
—Jamás vi a Enzo ser tan cariñoso con alguien. ¿De verdad están rompiendo?
Albertina, evidentemente molesta, intentó mantener la compostura, pero las preguntas seguían llegando, cada vez más incisivas.
—Es solo la exesposa de Enzo —dijo Albertina, con tono despectivo, dejando claro su desdén—. Lo único que él hace es cuidarla porque está embarazada, aunque aún tienen que comprobar si el bebé es realmente suyo.
—Parece que ella es más importante para él de lo que creíamos —comentó Leonel con una sonrisa burlona—. No sabía que Enzo estaba casado.
Luego, sin perder la ocasión, agregó:
—Pero claro, si está embarazada, no me extraña que quiera estar cerca de ella. Aunque eso de que todavía tienen que comprobar si el bebé es suyo... eso sí que suena raro, ¿no?
La tensión aumentó, y la incomodidad de Albertina era evidente. Sin embargo, fue Leonel quien, con tono de juego, le propuso algo que hizo que Albertina se sonrojara de ira.
—¿Y qué harás cuando Enzo te deje? Tal vez puedes ser mi amante —dijo, con una sonrisa pícara en el rostro.
Albertina, furiosa, se levantó del asiento con rapidez.
—Voy a hablar con Enzo. Si no me respeta, las negociaciones se acaban, y él será el que se ría entonces —respondió, furiosa.
Pero los hombres no la dejaron ir tan fácilmente. Nicolás, con una risa sarcástica, lanzó la última palabra.
—Los hombres como Enzo Bourth no terminan negociaciones por mujeres. No se engañen.
Los cuatro hombres rieron al unísono, sabiendo que Albertina no tenía la posición que pensaba. Mientras tanto, Amatista y Enzo ya estaban en el camino hacia la clínica, sin ser conscientes del pequeño teatro que se estaba desarrollando en el club, donde las tensiones entre ellos y la presencia de Amatista comenzaban a dejar huella.
Llegaron a la clínica poco después, y aunque no había mucha gente, la espera pareció interminable. Enzo se mantenía a su lado, con una calma que Amatista apreciaba profundamente. A pesar de la situación tensa que vivieron en los últimos días, esa cercanía entre ellos, esa protección silenciosa de Enzo, la llenaba de una sensación de tranquilidad que no había experimentado en mucho tiempo.
Finalmente, el doctor Federico los llamó para el ultrasonido. Se acomodaron en la sala y, mientras Federico preparaba el equipo, Enzo tomó la mano de Amatista, apretándola suavemente.
Federico comenzó el procedimiento, y la pantalla del monitor se iluminó con la imagen borrosa del bebé en su interior. Amatista observó con detenimiento, su corazón acelerado mientras veía la pequeña figura moverse en el monitor, aunque no pudieran distinguir mucho aún.
—Ahí está —dijo Federico con una sonrisa—. Está en su tercer mes, así que aún es temprano para ver detalles claros, pero todo parece estar bien por ahora.
Amatista miró a Enzo, quien tenía una sonrisa ligera en el rostro, aunque era evidente la emoción en sus ojos. Por primera vez en mucho tiempo, Amatista sintió que algo bueno podría surgir de todo lo que había vivido. Aunque el bebé aún no estaba completamente formado, verlo, aunque tan pequeño, la hizo sentir una conexión aún más profunda con la vida que llevaba en su interior.
Enzo le apretó la mano, su rostro reflejaba una mezcla de ternura y preocupación.
—Está perfecto, ¿verdad? —preguntó Amatista, sus palabras llenas de esperanza.
—Sí —respondió Enzo, mirando la pantalla—. Está perfecto.
Tras unos momentos de silencio, Federico les informó que aún faltaba un mes para poder saber el sexo del bebé. Aun así, la simple imagen en el monitor fue suficiente para ambos. Estaban emocionados, incluso si aún había mucho por descubrir.
Cuando terminaron, salieron de la clínica y Enzo, siempre atento, le preguntó:
—¿Te gustaría ir a comer algo? Podríamos ir a algún lugar tranquilo, a relajarnos un poco después de todo esto.
Amatista sonrió suavemente, pero luego pensó un momento y le dijo:
—Está bien, pero mejor vamos al club de golf. Quiero comprar algunas galletitas artesanales para llevarme.
Enzo asintió con una sonrisa y, con un gesto amable, abrió la puerta del auto para ella. Amatista se subió y, mientras él tomaba su lugar al volante, ambos comenzaron su viaje hacia el club.
Al llegar al club, Enzo se bajó del auto con la misma elegancia y calma que siempre lo caracterizaban. Dio la vuelta y abrió la puerta del lado de Amatista, ofreciéndole la mano para ayudarla a bajar. Este gesto no sorprendió a Amatista; Enzo siempre había tenido esa clase de atenciones con ella, incluso en los momentos más tensos de su relación. Aun así, no pudo evitar notar la leve sonrisa que él le dedicó al hacerlo, un detalle que la reconfortó.
Albertina, que estaba cerca, observó toda la escena con evidente molestia. En los meses que llevaba con Enzo en su papel de falsa novia, él jamás había hecho algo parecido por ella. No podía evitar compararse con Amatista, y la sensación de ser relegada a un segundo plano la carcomía.
Dejando el orgullo a un lado, Albertina caminó con paso firme hacia Enzo. Su rostro reflejaba una mezcla de indignación y frustración, pero intentó mantener un tono controlado al hablar:
—Enzo, necesito hablar contigo. Leonel me faltó el respeto. Me propuso ser su amante.
Amatista, que había permanecido en silencio junto a Enzo, desvió la mirada, sintiéndose fuera de lugar ante la conversación que no le concernía.
Albertina, sin embargo, aprovechó la oportunidad para lanzar su exigencia:
—Esto no puede quedarse así. Quiero que termines las negociaciones con él. No pienso tolerar algo así.
Enzo la miró con una expresión neutra, casi fría, pero sus ojos reflejaban un leve toque de irritación. Su tono fue sereno, pero firme:
—No voy a hacer eso.