Capítulo 145 Movimientos silenciosos
El amanecer se colaba entre las cortinas de Santa Aurora, iluminando tenuemente el rostro cansado de Amatista. Había pasado gran parte de la noche en vela, dándole vueltas a las palabras de Roque. Cada pensamiento regresaba al mismo punto: no podía quedarse de brazos cruzados mientras otros jugaban con su vida.
El sonido de su teléfono la sacó de sus pensamientos. Al atender, la voz grave de Roque se escuchó al otro lado.
—Amatista, tenemos que hablar.
—Yo también lo creo, Roque —respondió ella con firmeza—. No puedo seguir escondiéndome mientras alguien destruye mi vida. No sé cómo, pero quiero ayudarte a encontrar al responsable de todo esto.
Roque suspiró aliviado.
—Me alegra que lo digas. Yo tampoco puedo hacer esto solo. Pero debes entender que trabajar juntos será complicado. Enzo tiene ojos en todas partes.
Amatista asintió, aunque él no podía verla.
—Lo sé. Pero no puedo quedarme sin hacer nada. Dime qué necesitas de mí.
—Por ahora, mantente oculta y no llames la atención. Tomas y Eugenio ya están trabajando en el análisis de las pruebas. Si encontramos algo sólido, será nuestro primer paso para exponer la verdad.
Amatista guardó silencio por un momento. Luego dijo:
—Roque… gracias. No sé qué habría hecho sin tu ayuda.
—No tienes que agradecerme, niña. Lo que pasó nunca debió ocurrir.
En un pequeño taller equipado con monitores, cables y herramientas digitales, Tomas conectó la USB a su computadora mientras Eugenio, con una expresión concentrada, revisaba los archivos iniciales.
—Aquí están los videos y las fotos que mencionó Roque —dijo Tomas, señalando la pantalla.
Eugenio ajustó sus gafas y comenzó a trabajar, analizando cada detalle con programas avanzados.
—Primero veremos si hay rastros de manipulación en los metadatos. Luego, cruzaremos la información con las marcas digitales para identificar posibles ediciones.
Tomas lo observó trabajar, ansioso.
—¿Cuánto tiempo crees que tomará?
Eugenio no apartó la vista de la pantalla.
—Unos días si queremos hacerlo bien. Pero si encontramos al responsable, será cuestión de seguir el rastro.
Tomas asintió, enviando un mensaje rápido a Roque:
"Estamos trabajando en ello. Te mantendremos informado."
En la mansión Bourth, Enzo se ajustaba los gemelos frente al espejo. Su mirada era fija, determinada, pero detrás de esa fachada de control se escondía una tormenta de emociones. Había pasado la noche inquieto, con pensamientos que giraban en torno al mismo punto: encontrar a Amatista.
Tomó su teléfono, deslizó la pantalla hasta el número que Facundo le había enviado la noche anterior y marcó. Después de un par de tonos, una voz masculina, firme pero neutra, contestó al otro lado.
—¿Diga?
—Soy Enzo Bourth. Facundo me dio tu contacto. Necesito que hagas un trabajo.
El hombre no respondió de inmediato, como si estuviera calibrando quién era su interlocutor.
—Mis tarifas no son baratas, Bourth. Si buscas eficiencia, también buscas algo caro.
Enzo dejó escapar un leve suspiro de impaciencia, ajustándose el cuello de la camisa.
—Eso no es un problema. Nos reuniremos en el club de golf Bourth. Al mediodía.
El hombre soltó una risa seca.
—¿Y cómo puedo estar seguro de que vale la pena el viaje?
La voz de Enzo se endureció, dejando clara su posición.
—No me interesa convencerte. Pero si tomas este trabajo, entenderás que no hay cliente como yo.
Hubo una pausa al otro lado de la línea antes de que el hombre hablara nuevamente.
—Está bien. Al mediodía.
Enzo colgó sin más palabras. Guardó el teléfono en el bolsillo de su pantalón y caminó hacia la sala principal. Sus pasos resonaban en la vasta mansión, ahora sumida en un silencio que parecía amplificar la ausencia de Amatista.
Mientras cruzaba el pasillo, sus pensamientos lo envolvían. Quería encontrarla, eso era innegable. Pero no sabía qué haría cuando la tuviera frente a él. Amatista era suya; lo había sido desde el principio, y nadie tenía derecho a apartarla de su lado. Sin embargo, la duda lo corroía.
"¿Qué harás cuando esté aquí?" pensó con amargura. "¿Pedirle explicaciones? ¿Perdonarla? ¿Reclamarla como si nada hubiera pasado?"
Frunció el ceño, su mandíbula se tensó. Las respuestas no llegaban, pero una cosa estaba clara: su vida no tenía sentido sin ella. Encontrarla era solo el primer paso, aunque no supiera cuál sería el siguiente.
Antes de salir de la mansión, Enzo se detuvo en la entrada, ajustándose la chaqueta con un movimiento decidido. Miró hacia el horizonte, donde el sol brillaba intensamente, indiferente a su lucha interna.
"Te encontraré, gatita", pensó con una mezcla de anhelo y determinación. "Y cuando lo haga… ya veremos qué será de nosotros."
El rugido del motor rompió el silencio cuando Enzo tomó la carretera hacia el club de golf Bourth. Durante el trayecto, su mente divagó en recuerdos de Amatista: su risa, su mirada, esa mezcla de fortaleza y vulnerabilidad que tanto lo fascinaba. Jugaba con el encendedor en su mano, abriendo y cerrando la tapa con un chasquido rítmico, como si el sonido pudiera calmar la maraña de pensamientos en su cabeza.
Al llegar al club, fue recibido por el personal con una mezcla de respeto y cautela, pero Enzo apenas les dedicó una mirada. Se dirigió a su oficina privada, un espacio funcional donde podía sumergirse en trabajo sin distracciones. Pasó la mañana revisando informes y firmando contratos, aunque su concentración se deslizaba constantemente hacia el encuentro que tendría al mediodía.
Cuando el reloj marcó la hora acordada, dejó los papeles a un lado, tomó su encendedor y cigarrillos, y salió hacia la terraza. El sol de mediodía brillaba con fuerza, pero el aire estaba cargado con la tensión habitual que acompañaba a Enzo.
Ezequiel ya estaba allí, esperándolo con una postura relajada pero alerta. Era un hombre discreto, con una presencia tranquila que denotaba experiencia en su campo.
—Ezequiel —dijo Enzo mientras extendía la mano para saludarlo.
—Señor Bourth. Un placer conocerlo —respondió el hombre con un leve asentimiento.
Enzo tomó asiento, encendiendo un cigarrillo con su encendedor. Inhaló profundamente antes de hablar.
—Antes que nada, quiero discreción. No me interesa que esto llegue a oídos de nadie más.
Ezequiel asintió, manteniendo una expresión seria.
—Entendido.
—Quiero que encuentres a esta mujer —dijo Enzo mientras sacaba varias fotos de Amatista y las deslizaba sobre la mesa.
Ezequiel las tomó, observándolas con atención.
—¿Algún punto de partida?
Enzo soltó una risa seca, exhalando una nube de humo.
—La última vez que la vi fue en la clínica de Federico. Ese es el único punto de partida que tienes.
—Podría empezar por ahí. Tal vez alguna cámara grabó algo —comentó Ezequiel, evaluando la información.
Enzo se inclinó hacia atrás, jugando con el encendedor entre los dedos.
—No será tan fácil. Amatista no huyó sola. La ayudó Roque, uno de mis empleados más leales. Si había cámaras, te garantizo que él ya se encargó de ellas.
Ezequiel asintió lentamente, comprendiendo la complicación.
—Eso lo hace más interesante. Si Roque la ayudó, también pudo conseguirle documentos falsos o algo que la mantenga oculta.
—Exacto —respondió Enzo mientras apagaba el cigarrillo en un cenicero cercano—. Amatista sabe cómo desaparecer. Pero lo que más me preocupa es que ella es… cautelosa. No tiene familia cercana, ni hábitos que la hagan cometer errores. Está acostumbrada a permanecer en un lugar sin salir, como lo hacía en la mansión del campo.
Ezequiel lo observó con interés, guardando la información en su mente.
—Entendido. Tal vez la clave esté en Roque. Si él la ayudó, podría visitarla en algún momento y delatar su ubicación.
Enzo soltó una carcajada breve y amarga.
—Tienes que tener cuidado con Roque. Es un hombre duro, y no dudará en defenderse si sospecha que lo están siguiendo.
Ezequiel esbozó una pequeña sonrisa.
—Lo tendré en cuenta. Seré discreto.
—Eso espero. Y recuerda esto —dijo Enzo, inclinándose ligeramente hacia él, su mirada helada—: En cuanto sepas dónde está, no hagas nada. No te acerques, no la asustes. Solo infórmame a mí. Si haces bien tu trabajo, te pagaré el doble de lo que pediste.
Ezequiel asintió, guardando las fotos en un portafolios.
—Quedó claro. Nos mantenemos en contacto.
Se despidieron con un apretón de manos, y Ezequiel desapareció rápidamente entre las sombras del club.
Enzo permaneció en la terraza, encendiendo otro cigarrillo mientras observaba el horizonte. Las palabras de Ezequiel resonaban en su mente, mezclándose con los recuerdos de Amatista.
"¿Qué haré cuando la encuentre?" pensó mientras exhalaba una nueva nube de humo.
Su mano jugueteó con el encendedor, abriendo y cerrándolo con el mismo chasquido que lo había acompañado todo el día. Por un lado, deseaba verla, tenerla cerca, reclamar lo que sentía que le pertenecía. Pero por otro, no podía ignorar el peso de lo ocurrido.
—Eres mía, gatita. Siempre lo has sido. Y haré lo que sea necesario para que vuelvas a serlo —murmuró para sí, con una determinación que encendía el fuego en su interior.
El cigarrillo se consumió lentamente en sus dedos, pero Enzo no lo notó. Su mirada fija en el horizonte reflejaba su decisión. No importaba cuánto tiempo tomara, ni cuántos obstáculos tuviera que derribar: Amatista volvería a estar a su lado.
Se puso de pie, apagando el cigarrillo en el cenicero con un movimiento decidido. Su mente ya estaba trazando los pasos necesarios para asegurar su victoria, sin importar el precio. Enzo Bourth no era un hombre que aceptara la derrota, y esta vez no sería diferente.
Desde el pequeño departamento en Santa Aurora, Amatista observaba por la ventana mientras el sol comenzaba a ocultarse detrás de los edificios. Su teléfono vibró sobre la mesa, sacándola de sus pensamientos. Al ver el número desconocido, vaciló un momento antes de contestar.
—¿Amatista Fernández? —preguntó una voz cálida y profesional al otro lado de la línea.
—Sí, soy yo. ¿Quién habla?
—Le habla Marta González, representante de Valmont Designs. Quería felicitarla, señorita Fernández. Los diseños que nos presentó han sido un éxito.
Amatista sintió un ligero alivio mezclado con sorpresa.
—Gracias, Marta. Me alegra mucho escuchar eso.
—Nos gustaría invitarla a una reunión de diseño que realizaremos aquí, en Santa Aurora —continuó Marta—. Será una excelente oportunidad para compartir ideas con otros diseñadores y también para que podamos conocer más sobre su trabajo.
Amatista apretó el teléfono con nerviosismo. Aunque la noticia era emocionante, no podía evitar sentir una sombra de preocupación por exponerse más de lo necesario.
—¿Cuándo sería la reunión?
—El viernes por la tarde, en nuestra oficina principal. Es un evento pequeño, algo íntimo, pero creemos que su presencia sería invaluable.
Amatista inhaló profundamente antes de responder.
—De acuerdo, estaré allí.
—Perfecto. Le enviaré los detalles al correo que nos proporcionó. Fue un placer hablar con usted, señorita Fernández.
—El placer es mío. Muchas gracias, Marta.
La llamada terminó, dejando a Amatista con una mezcla de emociones. Aunque la invitación era un reconocimiento importante a su talento, sabía que cualquier exposición pública implicaba un riesgo.
Se levantó y comenzó a pasear por el departamento, pensando en lo que significaba esta oportunidad. Su corazón quería abrazar esta nueva etapa, pero su mente no podía dejar de preguntarse si estar fuera de la sombra de Enzo era realmente seguro.
Finalmente, tomó el cuaderno donde había anotado sus ideas para nuevos diseños y se sentó en el escritorio. Si iba a asistir, debía estar preparada.
Amatista cerró su cuaderno con un suspiro después de pasar un par de horas ajustando los bocetos para su presentación. Se levantó, observando el cielo que comenzaba a oscurecerse, y tomó el teléfono con decisión. Marcó el número de Roque, quien contestó después del segundo timbre.
—¿Amatista? —preguntó, su voz firme pero calmada.
—Sí, Roque, soy yo. Quería contarte algo —dijo mientras se apoyaba en el escritorio—. Valmont Designs me contactó. Mis diseños les gustaron, y me invitaron a una reunión este viernes aquí, en Santa Aurora.
Roque permaneció en silencio un momento antes de responder.
—Eso es una buena noticia. Por ahora, es casi imposible que alguien asocie Santa Aurora contigo. Puedes asistir, pero tienes que mantener un perfil bajo. Nada de llamar la atención.
Amatista asintió, aunque él no podía verla.
—Lo entiendo. Gracias, Roque.
—No, gracias a ti. Esto demuestra lo talentosa que eres. Felicidades, niña —dijo con un leve tono de orgullo.
Amatista sonrió, aunque su mente estaba lejos de sentirse completamente tranquila.
—Roque… estuve pensando en algo.
—Dime —respondió con cautela.
—Creo que debería salir un poco más lejos, a otro pueblo. Desde allí podría llamar a Enzo desde un teléfono público. Eso podría calmarlo —explicó Amatista, su tono grave pero decidido—. Podría decirle que tengo pensado volver.
Roque suspiró profundamente al escucharla.
—Amatista, eso es peligroso. ¿Sabes lo que podría pasar si rastrean esa llamada?
—Lo sé —admitió—, pero si Enzo cree que voy a regresar, eso podría calmarlo y darnos tiempo para investigar.
Roque reflexionó unos segundos antes de responder.
—Está bien. Pero si decides hacerlo, debes ser extremadamente cuidadosa. No hables más de diez minutos. Eso reducirá las posibilidades de que te localicen.
—Entendido. Haré todo lo posible para no ponerme en riesgo —aseguró Amatista.
—Confío en ti, niña. Pero por favor, no tomes decisiones apresuradas. Cada movimiento cuenta.
—Lo sé, Roque. Gracias por confiar en mí.
Cuando la llamada terminó, Amatista dejó el teléfono sobre la mesa y cerró los ojos, tratando de calmar la tormenta de emociones que la invadía. Aunque sabía que acercarse a Enzo de esa manera era un riesgo, algo en su interior le decía que necesitaba hacerlo.
El tiempo se estaba acabando, y cada paso debía ser calculado.