Capítulo 191 Advertencias al amanecer
El sonido de los nudillos golpeando la puerta interrumpió el breve silencio que se había instalado en la habitación. Amatista sintió cómo el cuerpo de Enzo, que la mantenía atrapada contra él, se tensaba ligeramente ante la interrupción.
—Otra vez… —gruñó con molestia, deslizando una mano por su rostro.
Amatista sonrió con diversión, sin moverse de su lugar.
—Tal vez es el universo recordándote que hay más cosas que hacer además de acosarme en la cama, Bourth.
Enzo la miró con una mezcla de diversión y advertencia, pero antes de que pudiera responder, la puerta volvió a sonar, esta vez con más insistencia.
—Será mejor que abras antes de que el pobre hombre termine muerto —murmuró ella, apartándose de él con un pequeño empujón juguetón.
Enzo suspiró y caminó hasta la puerta, aún sin camisa, su paciencia colgando de un hilo. Cuando la abrió, Emilio estaba al otro lado, con el ceño fruncido y los brazos cruzados.
—Interrumpo algo, ¿Bourth? —preguntó con una sonrisa ladina, mirando descaradamente a Enzo antes de dirigir una rápida mirada al interior de la habitación, donde Amatista seguía envuelta en la sábana, observándolos con interés.
—Siempre interrumpes —respondió Enzo, recargándose en el marco de la puerta con un aire de fastidio—. Más te vale que sea importante.
Emilio se puso serio de inmediato.
—Tenemos movimiento en Puerto San Esteban. Desde que eliminaste a Liam, sus negocios quedaron sin dueño, y ahora varios están disputándolos. Algunos están esperando a ver a quién decides apoyar… o si vas a reclamar el territorio para ti.
Enzo permaneció en silencio por unos segundos, procesando la información. Luego, soltó un resoplido, como si la situación le resultara una molestia innecesaria.
—Que les quede claro que me da igual quién tome el lugar —sentenció, su tono bajo y peligroso—. Pero también que entiendan que si alguno intenta traicionarme, terminará igual que Liam.
Emilio asintió, sin necesidad de más detalles. Sabía que el mensaje sería comprendido sin problemas.
—Me encargaré de que lo sepan.
Amatista, que había estado observando la conversación en silencio, se levantó de la cama y se acercó a Enzo, apoyando una mano en su espalda de manera instintiva. No necesitaba hablar para que él sintiera su apoyo.
—¿Algo más? —preguntó Enzo, volviendo su mirada a Emilio con un evidente deseo de cerrar la conversación y retomar lo que había dejado pendiente.
—Por ahora no —respondió Emilio—. Pero deberíamos estar atentos. Hay demasiadas personas viendo cómo te mueves, esperando cualquier señal de debilidad.
—Entonces dales un buen espectáculo —murmuró Enzo con una sonrisa fría—. Uno que les recuerde quién soy.
Emilio sonrió con complicidad y asintió antes de girarse para marcharse.
Cuando la puerta se cerró, Amatista observó a Enzo con detenimiento. Sabía que para él este tipo de problemas no eran nuevos, pero aún así, algo en su expresión la hizo fruncir ligeramente el ceño.
—Parece que el mundo no quiere darte descanso, amor.
Enzo giró su rostro hacia ella, deslizando una mano por su cintura para atraerla nuevamente hacia él.
—Pero vos sí —susurró contra su piel, su voz volviendo a ese tono bajo y peligroso que siempre la hacía estremecer—. Y no pienso desaprovecharlo.
Sin darle tiempo a protestar, la levantó en brazos y la llevó de regreso a la cama
Enzo deslizó los labios por el cuello de Amatista, dejando besos lentos que le erizaban la piel, antes de susurrarle con una sonrisa arrogante:
—Voy a aprovechar que llevas toda la mañana llamándome "amor" antes de que recuerdes que todavía no me perdonaste.
Amatista soltó una risa ligera y le rodeó el cuello con los brazos, acariciando la línea fuerte de su mandíbula con la yema de los dedos.
—Tal vez no lo haya olvidado… —respondió con picardía—. Pero me gusta ver lo confiado que eres.
Enzo la miró con esa intensidad que siempre la desarmaba y la tumbó sobre la cama, apoyándose sobre ella con una facilidad pasmosa.
—¿Y si aprovecho para hacer que lo olvides un poco más? —murmuró, rozando su nariz con la de ella, disfrutando de la manera en que sus mejillas se ruborizaban.
Amatista entrecerró los ojos con diversión y deslizó los dedos por su espalda desnuda, pero antes de dejarse llevar completamente, le preguntó con suavidad:
—¿Cuándo volverán los bebés?
La pregunta lo hizo detenerse por un segundo. Enzo apoyó los codos a cada lado de su rostro y dejó un beso en su frente antes de bajar lentamente por su cuello y su pecho hasta alcanzar su abdomen.
—Voy a enviarle un mensaje a Alicia —respondió, besándola justo sobre la piel tersa de su vientre—. Seguramente los traerán mañana.
Amatista suspiró ante la calidez de sus labios contra su piel y deslizó los dedos por su cabello oscuro, enredándolos con suavidad mientras lo miraba con ternura.
—Mañana… —susurró, perdiéndose por un momento en la idea de volver a tener a sus hijos con ella.
El aliento de Enzo se volvió más pesado cuando sintió la mano de Amatista deslizarse lentamente hasta su entrepierna, con la punta de los dedos apenas rozándolo, provocándolo de la manera en la que solo ella sabía hacerlo.
—Entonces… —susurró contra sus labios, con una sonrisa maliciosa—. Deberíamos aprovechar.
Enzo dejó escapar una risa baja, gutural, pero no le dio el control tan fácil. Antes de que su toque se hiciera más insistente, atrapó su muñeca y la empujó sobre la cama, sujetándola por encima de su cabeza con una sola mano.
—¿Así que te gusta jugar conmigo, gatita? —murmuró, su voz ronca, oscura, deslizándose sobre su piel como una promesa de lo que vendría.
Amatista arqueó la espalda cuando la boca de Enzo descendió por su cuello, dejando un camino de besos húmedos hasta su clavícula, su lengua trazando líneas invisibles que la hacían estremecer. Cuando sintió sus dientes hundirse suavemente en su piel, un jadeo escapó de sus labios.
—No te hagas el difícil, Bourth —susurró, retorciéndose bajo él—. Estabas esperando que hiciera esto.
Enzo la miró desde arriba, con los ojos encendidos de deseo.
—No sabes lo que acabas de empezar —le advirtió antes de soltarle la muñeca y dejar que sus manos descendieran lentamente por su cuerpo, con la calma de un hombre que tenía todo el tiempo del mundo para devorarla.
La respiración de Amatista se entrecortó cuando sus dedos recorrieron su vientre, dibujando círculos sobre su piel antes de deslizarse más abajo.
—Abre las piernas, Gatita —le ordenó en un tono bajo y rasposo, una exigencia que no admitía negativa.
Ella obedeció sin dudar.
Y entonces Enzo le mostró exactamente lo que significaba aprovechar el momento.
Amatista sintió su cuerpo arder bajo el toque de Enzo. La manera en que la miraba, oscura y hambrienta, la hacía estremecer antes incluso de que la tocara por completo. Su orden seguía flotando en el aire, y el silencio que se creó entre ambos estaba cargado de tensión.
Sin apartar los ojos de ella, Enzo dejó que sus dedos se deslizaran lentamente entre sus piernas, rozándola apenas, como si quisiera torturarla con la espera.
—Tan obediente cuando te conviene… —murmuró con una sonrisa ladina, viendo cómo el pecho de Amatista subía y bajaba con rapidez, sus labios entreabiertos mientras intentaba controlar su respiración.
Amatista se retorció bajo su toque, buscando más, pero él se tomó su tiempo, disfrutando del poder que tenía sobre su cuerpo.
—Enzo… —murmuró con un suspiro tembloroso, y eso solo pareció avivar la arrogancia en su mirada.
—Sabes que me encanta cuando me dices mi nombre así… —murmuró, inclinándose para besar la línea de su mandíbula antes de bajar por su cuello, dejándole marcas con los dientes, reclamando cada rincón de su piel como suyo.
Cuando finalmente decidió darle lo que quería, Amatista ahogó un gemido y arqueó la espalda contra él, su cuerpo reaccionando de inmediato a cada movimiento calculado de Enzo. Su boca siguió el camino de sus caricias, besándola donde sus dedos la dejaban ardiendo.
—Me encanta verte así, Gatita… —su voz ronca vibró contra su piel, haciéndola estremecer aún más.
Amatista intentó decir algo, pero todo lo que logró fue un suspiro entrecortado cuando Enzo aumentó la intensidad.
Él no tenía prisa.
Iba a demostrarle que, cuando decía que aprovecharían el momento, realmente lo harían.
Amatista se aferró a las sábanas, su respiración entrecortada y su cuerpo temblando bajo el dominio experto de Enzo. Cada caricia, cada beso y cada movimiento suyo la desarmaban, la arrastraban a un lugar donde solo existía él, su boca, sus manos, su cuerpo reclamándola sin prisa pero con una intensidad abrasadora.
—Dime lo que quieres, Gatita… —susurró Enzo contra su piel, dejando un beso húmedo en la curva de su cadera antes de morderla suavemente, provocando un nuevo estremecimiento.
Amatista apenas podía formular un pensamiento coherente con la manera en que la estaba tocando. Lo odiaba por eso. Lo adoraba por eso.
—A ti… —murmuró con voz entrecortada, hundiendo las uñas en su espalda cuando él volvió a subir por su cuerpo, dejándole un camino de besos hasta sus labios.
Enzo sonrió contra su boca antes de atraparla en un beso profundo, salvaje, con el tipo de hambre que la hacía sentir completamente suya. Sus cuerpos encajaron con una naturalidad peligrosa, como si nunca hubieran conocido otra forma de existir.
—Ya me tienes, Gatita —murmuró contra sus labios, con una arrogancia que la hacía perder la cabeza—. Siempre me tienes.
Amatista envolvió sus piernas alrededor de su cintura, apretándolo más contra ella.
—Entonces demuéstramelo…
No tuvo que repetirlo.
Enzo se hundió en ella con un movimiento lento y profundo, arrancándole un jadeo ahogado mientras su mundo se reducía al ritmo de su respiración, a la forma en que él la llenaba y la llevaba más allá de cualquier límite.
La habitación se llenó del sonido de su piel chocando, de sus susurros entrecortados y del latido acelerado de dos cuerpos encontrándose como si nunca hubieran conocido la distancia.
Amatista no sabía cuánto tiempo pasó antes de que el placer la arrastrara sin piedad, arrancándole el aliento y cualquier pensamiento racional. Solo sabía que, cuando todo terminó, cuando su cuerpo finalmente se relajó entre los brazos de Enzo, él la sostuvo con firmeza contra su pecho, su respiración aún pesada contra su cabello.
—Me encanta cuando sigues mis órdenes… —murmuró con una sonrisa satisfecha, acariciando su espalda desnuda.
Amatista dejó escapar una risa baja, todavía intentando recuperar el aliento.
—Y me encanta cuando pierdes el control por mí.
Enzo entrecerró los ojos, deslizando los dedos por su muslo aún tembloroso.
—Eso nunca va a cambiar, Gatita.
Y con la forma en que volvió a atraparla bajo él, Amatista supo que hablaba en serio.
El cuerpo de Enzo aún estaba caliente contra el de Amatista cuando ella se separó lentamente de él, estirándose sobre las sábanas con la satisfacción reflejada en su expresión. Pero su momento de calma no duró demasiado.
—Vamos, Gatita —murmuró Enzo, apoyando la cabeza en su mano mientras la observaba con una sonrisa perezosa—. Alan va a fastidiar si no bajamos.
Amatista soltó una risa baja, rodando sobre su costado para mirarlo.
—¿Y desde cuándo te preocupas por lo que diga Alan?
—Desde que insiste en que esta celebración es para vos —respondió, su tono despreocupado, pero con un brillo especial en la mirada.
Amatista suspiró con resignación y se sentó en la cama, el aire frío de la habitación erizándole la piel. Apenas dio un paso cuando sintió el peso de la mirada de Enzo recorriéndola.
—Me gusta más cuando no llevas nada —murmuró con una media sonrisa.
Amatista le lanzó una mirada de advertencia antes de dirigirse al vestidor.
—Si sigues mirando así, no bajaremos nunca.
—No veo el problema —replicó, pero no intentó detenerla. Solo disfrutó del espectáculo de verla alejarse desnuda.
Amatista sacó un vestido corto negro, elegante pero cómodo, y lo combinó con tacones del mismo tono. Dejó su cabello suelto y se puso un toque de perfume antes de regresar a la habitación, encontrando a Enzo aún recostado con una expresión relajada.
—¿Vas a vestirte o piensas bajar así?
—Podría bajar sin camisa —bromeó, pero tras ver la expresión de Amatista, suspiró y se puso de pie.
A diferencia de ella, Enzo no tardó más de un minuto en vestirse. Eligió una camisa negra de tela ligera, desabrochando los primeros botones como siempre, y unos pantalones oscuros. Una vez listo, la tomó de la cintura y la atrajo hacia él.
—No prometo que esta noche termine con vos vestida, Gatita —murmuró contra su oído antes de besar su cuello.
—Bajemos antes de que decida castigarte por hablar de más —replicó con picardía, separándose de él y tomando su mano para sacarlo de la habitación.
Amatista descendió por las escaleras junto a Enzo, su mano entrelazada con la de él en un gesto natural, aunque sabía que todos los ojos en la sala estaban sobre ellos. Apenas pusieron un pie en la sala principal, Alan fue el primero en hablar, su tono cargado de diversión.
—¡Miren quién llegó! Nuestra gatita peligrosa en persona.
El comentario provocó carcajadas en el grupo, incluso de aquellos que intentaban mantenerse serios. Enzo resopló con una sonrisa apenas visible, mientras Amatista se cruzaba de brazos y miraba a Alan con fingida indignación.
—Cuidado con lo que dices, Alan —advirtió con una sonrisa coqueta—. Podría considerarte un traidor y hacerte pagar.
—¿Ah, sí? —Alan arqueó una ceja, recargándose despreocupadamente en el respaldo del sillón—. ¿Y qué castigo me darías?
—Algo creativo… y nada placentero —respondió ella, inclinando la cabeza de forma calculada.
Las carcajadas aumentaron, y Alan alzó las manos en rendición.
—Está bien, está bien. No quiero probar la furia de la legendaria Amatista.
—Demasiado tarde para eso, hermano —agregó Joel con una risa—. Una vez que estás en su lista, no hay escapatoria.
Los comentarios hicieron reír a casi todos en la sala, y Amatista aprovechó para deslizarse hasta donde Enzo acababa de sentarse en uno de los sillones. Iba a acomodarse a su lado cuando él, con un movimiento firme pero natural, la tomó de la cintura y la dirigió directamente a su regazo.
Ella arqueó una ceja, pero no protestó. Conocía bien a Enzo, y sabía que tenía una necesidad innata de marcar su territorio, en especial cuando estaban rodeados de tantas personas.
—¿Cómoda, Gatita? —murmuró él contra su oído, con esa voz grave que la hacía estremecer.
Amatista apoyó una mano en su pecho y lo miró con una sonrisa pícara.
—Muy.
La conversación no tardó en girar en torno a Enzo y su estado físico.
—Oye, Bourth, no te ves tan invencible hoy —comentó Massimo, señalando con una sonrisa el moretón en su mandíbula.
—Sí, parece que alguien se ensañó contigo anoche —añadió Facundo, sin poder contener la risa.
—Espero que no haya sido la gatita peligrosa —bromeó Andrés, mirando a Amatista con una ceja alzada.
Las risas aumentaron, pero Enzo solo sonrió de lado, pasando un brazo alrededor de la cintura de Amatista con posesión.
—Si ella me golpeara, no estarían viéndome así… estarían organizando mi funeral.
Amatista negó con la cabeza, divertida, pero antes de que pudiera agregar algo, Eugenio intervino con tono burlón.
—De todos modos, Enzo, tenés suerte. Si Amatista no hubiera ideado esa estrategia, estarías en una situación bastante jodida.
—Cierto —agregó Esteban—. No podemos olvidar que fuiste rescatado por tu mujer.
—A estas alturas, yo diría que ella es la que debería estar al mando —añadió Samara con una sonrisa burlona, disfrutando de la conversación.
Amatista se echó a reír mientras Enzo negaba con la cabeza, masajeándose las sienes con fingida resignación.
—Así que ahora todos son unos malditos comediantes… —murmuró él, mirando a su alrededor.
—No es nuestra culpa, Bourth —intervino Alexander con una media sonrisa—. Es solo que nunca pensamos verte en apuros.
Amatista se giró un poco en su regazo, acariciándole la mandíbula con una expresión falsamente inocente.
—¿Quién diría que terminarías siendo el afortunado de la historia, Enzo?
—Cállate, Gatita… —murmuró Enzo, pero su mirada ardía de diversión y orgullo.