Capítulo 197 Aniversario inagotable
La camioneta se deslizó suavemente por el camino de entrada de la Mansión Bourth, iluminada tenuemente por las luces del exterior. La noche había sido larga, llena de conversaciones, risas y confesiones, pero al final, tanto Amatista como Enzo sabían que lo mejor del día los esperaba en casa.
Los niños dormían profundamente en sus sillitas, con los rostros relajados y sus pequeñas manos aún cerradas en puños. Amatista los observó con ternura antes de suspirar.
—Fue un buen día —murmuró, con una sonrisa suave.
Enzo la miró de reojo y asintió.
—Sí, pero aún no terminó, Gatita.
Amatista rodó los ojos con diversión antes de desabrocharse el cinturón y bajarse de la camioneta. Con cuidado, sacó a Renata, acomodándola contra su pecho mientras Enzo hacía lo mismo con Abraham.
Caminaron en silencio hacia el interior de la mansión, subiendo las escaleras con la precaución de no despertarlos. La habitación de los niños, que compartían desde hacía algunos meses, tenía un ambiente cálido y acogedor, con las cunas ubicadas a cada lado de la ventana y decoraciones suaves en tonos neutros y pasteles.
Amatista colocó a Renata con delicadeza en su cuna, arropándola con cuidado antes de acariciar su cabecita. Enzo hizo lo mismo con Abraham, asegurándose de que estuviera cómodo antes de quedarse unos segundos observándolo.
Se quedaron allí por un momento, disfrutando de la tranquilidad de ver a sus hijos descansar.
—Son hermosos —susurró Amatista, abrazándose a sí misma.
Enzo deslizó una mano por su espalda y la atrajo hacia él.
—Salieron a vos —murmuró con una sonrisa de lado.
Amatista bostezó suavemente y se frotó un ojo con la mano.
—Deberíamos ir a dormir, amor. Estoy agotada.
Pero en lugar de soltarla, Enzo la sostuvo por la cintura y la atrajo más cerca, inclinándose hasta que sus labios quedaron a centímetros de los suyos.
—Tengo otra idea… —susurró con voz ronca—. Podríamos seguir festejando nuestro aniversario en la ducha.
Amatista abrió los ojos con sorpresa antes de reír suavemente.
—Me encanta la idea —admitió, deslizando las manos por su pecho—. Pero prometeme que no extenderemos demasiado la celebración… o no voy a despertar mañana.
Enzo sonrió de manera traviesa y la tomó de la mano, guiándola fuera de la habitación de los niños.
—Eso… no puedo prometerlo, Gatita.
Amatista soltó una risa baja mientras lo seguía, sintiendo cómo la expectativa de la noche aún no terminaba.
El sonido del agua al caer llenaba el baño con un eco suave, creando un ambiente íntimo, casi hipnótico. El vapor comenzaba a nublar el gran espejo, mientras Amatista y Enzo se deshacían lentamente de la poca ropa que aún los cubría.
Enzo la observaba con esa intensidad oscura y poseedora que siempre la había desarmado. No había prisa en sus movimientos, pero sí una certeza absoluta de lo que venía después.
Amatista, con una sonrisa ligera y traviesa, dio un paso hacia atrás, internándose en la ducha, dejando que el agua caliente resbalara por su piel. Su cabello comenzó a humedecerse, las gotas trazaban caminos por sus curvas mientras ella lo miraba con descaro.
—¿Vas a quedarte ahí mirándome o vas a unirte?
La sonrisa de Enzo se ensanchó antes de avanzar sin titubeos. Su cuerpo, fuerte y marcado, se fundió con el suyo en cuanto la atrapó entre sus brazos, pegándola contra la pared de mármol cálido.
El agua golpeaba sus espaldas, pero ellos estaban atrapados en otro tipo de calor.
Sus manos recorrieron su cintura con lentitud antes de bajar por sus caderas, tomándose el tiempo de explorar cada centímetro de piel como si intentara memorizarla.
Amatista exhaló con placer, sus uñas deslizándose por los músculos de su espalda mientras sus cuerpos se encontraban con una sincronía que no necesitaba palabras.
Las gotas resbalaban entre ellos, pero la humedad más intensa no provenía del agua.
Las respiraciones se volvieron irregulares, los movimientos más profundos, y en ese instante solo existía la sensación del otro.
Las manos de Enzo la sujetaron con firmeza, guiándola con precisión, conociendo exactamente cómo hacerla perderse en él.
El mármol frío detrás de su espalda contrastaba con el calor abrasador que se extendía entre ambos.
El sonido del agua se mezcló con sus jadeos entrecortados, con el choque rítmico de piel contra piel, con la manera en que cada uno buscaba prolongar el placer sin apresurarlo.
Cuando finalmente la intensidad alcanzó su punto máximo, Amatista inclinó la cabeza hacia atrás, sintiendo cómo su cuerpo se estremecía con la ola de sensaciones.
Enzo la siguió segundos después, aferrándola contra él, asegurándose de que no existiera distancia entre sus cuerpos.
El agua continuó cayendo sobre ellos, como si intentara apaciguar el fuego que habían desatado.
Finalmente, Amatista dejó caer la cabeza contra su pecho, con los párpados pesados y la respiración aún agitada.
Enzo pasó una mano por su espalda en un gesto posesivo antes de inclinarse para besar su hombro con lentitud.
—Definitivamente, la mejor manera de terminar el día.
Amatista soltó una risa baja y lo miró con diversión antes de apartarse solo lo suficiente para buscar la esponja con calma.
—Y ahora, ya que estamos aquí… lávame el cabello.
Enzo dejó escapar una carcajada ronca antes de tomar el champú.
—Mimada —murmuró, pero con una sonrisa satisfecha en los labios.
El agua siguió cayendo, envolviéndolos en un último momento de intimidad antes de que la noche finalmente los alcanzara.
El agua seguía resbalando por sus cuerpos mientras Enzo enredaba sus dedos en el cabello de Amatista, masajeando su cuero cabelludo con movimientos firmes y lentos. Amatista cerró los ojos, disfrutando la sensación.
—Si sigues así, me voy a dormir parada —murmuró con voz adormilada.
Enzo sonrió con arrogancia, sin detenerse.
—No sería la primera vez que te dejo sin fuerzas.
Amatista abrió un ojo y le dio un leve codazo en el abdomen, aunque no tenía mucha fuerza después del encuentro de hace unos minutos.
—Presumido.
Enzo dejó escapar una risa baja antes de enjuagar el champú de su cabello. Luego, deslizó sus manos por su espalda con una ternura inusual en él, asegurándose de retirar cualquier rastro de espuma.
Cuando terminaron, Amatista salió de la ducha envuelta en una toalla y caminó hasta el tocador. Se secó el cabello con calma mientras Enzo se ponía una bata negra y se apoyaba en el umbral de la puerta, observándola.
—Deberías dormir, Gatita. Mañana tienes tu reunión en Lune.
Amatista suspiró mientras terminaba de peinarse.
—Lo sé. Y también iremos al club con los niños en la tarde.
—Exactamente. Así que no me hagas despertarte a la fuerza.
Amatista le lanzó una mirada desafiante a través del espejo.
—¿Y qué harías?
Enzo se apartó del umbral y caminó con calma hacia ella. Se inclinó hasta que su boca quedó cerca de su oído, su aliento cálido contra su piel.
—No te gustaría averiguarlo.
Amatista sintió un leve escalofrío recorrer su espalda, pero no se dejó intimidar. En cambio, se giró y apoyó las manos en su pecho, empujándolo suavemente hacia la cama.
—Vení, amor. Vamos a dormir.
Enzo sonrió con suficiencia y la dejó guiarlo. Se acomodaron en la cama, ella enredándose en su pecho con naturalidad, como si ese fuera el único lugar al que pertenecía.
Enzo le besó la frente y apagó la lámpara de la mesita de noche.
—Dulces sueños, Gatita.
—Mmm… —fue lo único que Amatista murmuró antes de quedarse dormida en cuestión de segundos.
Enzo la observó por un momento, disfrutando de la tranquilidad del momento. Luego, cerró los ojos, dejando que la madrugada los envolviera en un descanso merecido.
El amanecer se filtraba a través de las cortinas de la habitación, bañando todo con una luz tenue y dorada. Enzo ya estaba despierto desde hacía un rato, recostado sobre un codo mientras observaba a Amatista, quien aún descansaba con total tranquilidad.
Era una de las pocas veces en que podía verla completamente relajada, sin preocupaciones dibujadas en su rostro. Le encantaba cuando era perezosa.
Pero, aunque disfrutaba ese momento, sabía que no podía dejarla dormir todo el día.
Se inclinó y deslizó una mano por su cintura, acercándose lo suficiente para murmurarle al oído con su voz grave y adormilada:
—Gatita, es hora de despertar.
Amatista solo se removió ligeramente y enterró más el rostro en la almohada.
Enzo sonrió con diversión antes de besarle el hombro.
—Me encanta cuando sos perezosa… pero recordá que tenés una reunión.
Amatista gruñó bajo y se cubrió la cabeza con la sábana.
—Cinco minutos más…
—No. Arriba —insistió Enzo con firmeza, pero sin perder el tono divertido.
Ella suspiró resignada antes de estirarse con pereza. Se frotó los ojos y, finalmente, se incorporó con un bostezo.
—Está bien, amor… ya estoy despierta.
—Eso espero —respondió Enzo, dejando un último beso en su sien antes de levantarse junto con ella.
Se vistieron con calma y bajaron a la sala principal, donde el aroma del café y el pan recién horneado impregnaban el ambiente. En el comedor, Alicia y Alessandra ya estaban sentadas, junto a Renata y Abraham, que jugaban en sus sillitas.
—Buenos días —saludó Amatista con una sonrisa mientras se acercaba a besar a los niños en la cabeza.
—Buenos días, dormilones —respondió Alessandra con diversión.
—¿Cómo durmieron? —preguntó Alicia mientras servía café en una taza.
—Muy bien —respondió Enzo, tomando asiento junto a Amatista.
La conversación fluyó con naturalidad mientras todos desayunaban, hasta que Alessandra, visiblemente emocionada, comenzó a hablar con entusiasmo.
—Hoy voy a ver universidades —anunció con una gran sonrisa—. Quiero empezar a prepararme para mi futuro.
—Eso es excelente, Alessandra —dijo Amatista con sinceridad.
Pero entonces, Alessandra la miró con brillo en los ojos y soltó su verdadera confesión.
—Quiero estudiar diseño de joyas, como vos.
Amatista parpadeó con sorpresa antes de sonreír.
—¿De verdad?
—Sí, me encanta lo que hacés. Siempre lo admiré —dijo Alessandra con emoción—. Quiero aprender de vos.
Amatista pensó por un momento y, con una sonrisa cómplice, le ofreció:
—Si realmente querés hacerlo, podés empezar con pasantías en Lune.
Alessandra abrió los ojos con incredulidad.
—¿Hablas en serio?
—Por supuesto —respondió Amatista, estirando una mano para acariciarle la cabeza con ternura—. No hay nada que no haría por mi hermanita.
Alessandra sonrió ampliamente, pero Amatista levantó un dedo en advertencia.
—Pero eso sí… te voy a exigir al máximo. Tenemos que dejar el apellido Bourth en alto.
Alessandra asintió con determinación.
—¡No te voy a decepcionar!
La emoción de Alessandra era palpable. Sus ojos brillaban con entusiasmo mientras imaginaba todo lo que vendría con su nueva oportunidad en Lune.
—Bueno, entonces, cuando termines de visitar las universidades, pasá por la empresa y te presentaré al equipo —dijo Amatista, dándole un sorbo a su café.
—¡Sí! —exclamó Alessandra con una sonrisa radiante. Luego miró a su madre—. ¡Mamá, ¿podés creerlo?!
Alicia sonrió con ternura y le acarició la mejilla.
—Claro que sí, hija. Estoy muy orgullosa de vos.
Enzo, que hasta ese momento se mantenía en silencio, observando con una leve sonrisa de lado, finalmente habló:
—Espero que estés lista, Alessandra. Amatista no se anda con juegos cuando se trata de trabajo.
Alessandra bufó con confianza.
—Puedo manejarlo.
Amatista soltó una risa baja y cruzó una pierna sobre la otra, mirándola con diversión.
—Eso ya lo veremos.
El desayuno continuó con charlas amenas mientras Renata y Abraham jugaban con sus pequeños cubiertos, golpeando la mesa con entusiasmo.
Cuando terminaron, Amatista se puso de pie y miró su teléfono.
—Ya es hora. Tengo que ir a la reunión.
Enzo también se levantó y la tomó de la cintura.
—Te llevo.
—No hace falta, amor. Puedo ir con el chofer.
Enzo la miró fijamente.
—No estoy preguntando, Gatita.
Amatista rodó los ojos con una sonrisa.
—Está bien. Vamos.
Alessandra las observó con una sonrisa cómplice mientras Alicia negaba con la cabeza, divertida por la dinámica de ambos.
—Nos vemos después —se despidió Amatista, dejando un beso en la frente de los niños antes de salir con Enzo.
Amatista y Enzo se subieron a la camioneta, acomodándose con la naturalidad de quienes llevaban años compartiendo el mismo espacio. Enzo encendió el motor y dirigió la camioneta hacia la salida de la mansión, pero mientras conducía, no pudo evitar notar la expresión pensativa de Amatista.
Ella estaba mirando por la ventana, jugando distraídamente con los anillos en sus dedos, como si estuviera debatiendo internamente si decir algo o no.
Con una sonrisa de lado, Enzo aprovechó un semáforo para girarse un poco hacia ella.
—Gatita, si vas a pedirme algo, mejor decímelo de una vez.
Amatista lo miró de reojo, fingiendo desinterés.
—¿Quién dice que quiero pedirte algo?
—Te conozco. Lo estás pensando demasiado —afirmó con seguridad—. Decime qué es.
Amatista suspiró, cruzó las piernas y finalmente lo soltó:
—Quiero sacar el registro de conducir y comprar un auto.
Enzo arqueó una ceja, claramente interesado.
—¿Y por qué ahora?
—Porque ya es hora —respondió con simpleza—. Manejar sin registro no es la mejor idea, y tampoco puedo depender de que siempre haya alguien que me lleve.
Enzo dejó escapar una risa baja, recordando todas las veces que ella había conducido sin permiso, la mayoría de las veces escapando de él o llevándolo al borde de la paciencia.
—Está bien. Te ayudaré.
Amatista sonrió, satisfecha.
—Gracias, amor. Pero necesito que me ayudes en serio. Aunque ya manejé antes, quiero practicar más para el examen. Además, no sé nada de autos, así que quiero que me acompañes a comprar uno.
Enzo asintió sin dudar.
—El fin de semana iremos a la mansión del campo. Practicarás todo lo que necesites y estudiaremos para el examen. Cuando lo apruebes, compraremos el auto.
—Me parece perfecto —dijo Amatista, relajándose en el asiento.
Pero entonces, Enzo desvió la mirada de la carretera para observarla con una sonrisa astuta.
—Solo hay una condición.
—¿Cuál? —preguntó ella, con desconfianza.
—Yo pago el auto.
Amatista soltó una carcajada divertida.
—Eso ya lo tenía contado, amor. Ahora que legalmente soy tu esposa, tenés que complacer todos mis caprichos.
Enzo entrecerró los ojos, su sonrisa volviéndose aún más marcada.
—Cada capricho que mi esposa desee será cumplido… o voy a dejar de llamarte Gatita.
Amatista le lanzó una mirada fingidamente ofendida.
—Eso sería una amenaza muy seria, Bourth.
—No es una amenaza, es un trato —murmuró Enzo, con ese tono bajo y provocador que siempre la hacía temblar.
Amatista se rió suavemente, pero su mente no pudo evitar recordar algo.
Cada vez que Enzo intentó enseñarle a manejar, habían terminado teniendo intimidad en el auto.
Lo miró de reojo y mordió su labio, imaginando cómo iba a terminar todo esto cuando estuvieran en la mansión del campo.
—No sé si esto es una buena idea —murmuró, fingiendo estar pensativa.
Enzo notó su expresión y dejó escapar una carcajada baja y peligrosa.
—Demasiado tarde, Gatita. Ahora vas a aprender a manejar… y yo me voy a encargar de que esta vez, realmente sea una lección.
Amatista rió, sin creerse ni por un segundo sus palabras.
Porque ambos sabían exactamente cómo iba a terminar todo.