Capítulo 110 Jugando con el poder
La tarde comenzaba a ceder ante la penumbra del atardecer, y el club de golf se llenaba de una atmósfera solemne, donde los grandes negocios se tejían entre conversaciones tensas y miradas calculadoras. Enzo, sentado al final de la larga mesa, observaba la reunión con una expresión tan fría como las paredes de la mansión que aún gobernaba. A su alrededor, hombres de poder —Massimo, Mateo, Paolo, Emilio, Santino y Albertina— intercambiaban opiniones sobre los próximos pasos en un proyecto que no solo involucraba dinero, sino prestigio.
El tema del día era la renovación de un antiguo edificio que se encontraba en el centro de la ciudad. Santino, como siempre, fue el primero en hablar con su tono firme pero diplomático.
—La estructura está en condiciones cuestionables —comentó, mirando los planos sobre la mesa—. No es el mejor lugar para una inversión, pero con algunas reformas podríamos salvarla.
Enzo desvió la mirada hacia el plano, apenas interesado. No estaba buscando soluciones a medias, ni compromisos. Sabía lo que quería.
—Reformarla no sirve —respondió con una frialdad que heló la habitación—. Derribamos todo y construimos de nuevo. Algo exclusivo, algo que refleje nuestra visión. Un edificio que sea una declaración de lo que somos, no una reconstrucción de lo que fue.
Santino levantó una ceja, sopesando las palabras de Enzo, mientras Emilio y los demás escuchaban en silencio.
—Eso aumentaría los costos significativamente —comentó Santino, consciente de las implicaciones financieras.
Enzo no tardó en dejar claro lo que pensaba.
—El dinero no es un problema —sentenció con voz grave y tajante—. Lo que importa es lo que dejemos atrás y lo que construyamos a partir de ahora. Eso tiene que ser único. Algo que sea nuestro, sin concesiones.
Hubo una pausa mientras los demás intercambiaban miradas de aprobación. Ninguno se atrevió a desafiar la propuesta. Paolo y Mateo, siempre leales a Enzo, asintieron casi al unísono, compartiendo la visión de crear algo que dejara huella, no solo por el dinero, sino por la exclusividad que podrían imponer.
Pero mientras los hombres discutían sobre costos y detalles, había una presencia que no pasaba desapercibida: Albertina. Su mirada no se apartaba de Enzo, con una mezcla de fascinación y deseo en los ojos. A cada palabra que él pronunciaba, ella lo observaba con un interés casi palpable. Para ella, no era solo el negocio lo que la atraía, sino la figura de Enzo, su control absoluto, su dominio sobre cada situación. Había algo en él que la deslumbraba, y sin duda, estaba dispuesta a acercarse lo suficiente para conseguir lo que deseaba.
Cuando la reunión concluyó y los demás comenzaron a levantarse, Albertina no hizo movimiento de irse. En lugar de eso, se quedó atrás, acercándose lentamente a Enzo, quien ya comenzaba a guardar sus documentos, indiferente a la atención que había capturado.
—Tu control en estos asuntos es impresionante —dijo con una sonrisa cargada de admiración, su tono suave y melódico.
Enzo la miró sin una pizca de emoción, su rostro implacable.
—Gracias —respondió cortante, sin siquiera levantarse—. Pero el control es solo parte del juego.
Albertina, sin intimidarse por la frialdad de Enzo, dio un paso más cerca, su perfume envolvente llenando el espacio entre ambos.
—Me gustaría aprender más de ti —dijo, su voz apenas un susurro, como si intentara seducir no solo a su mente, sino a su voluntad.
Enzo la observó con una leve ceja alzada, como si estuviera evaluando si valía la pena perder el tiempo. Un silencio pesado se instaló entre ellos, antes de que Enzo, con un gesto casi impersonal, hablara.
—Acompáñame esta noche —dijo de forma fría, pero firme—. Cena, solo nosotros dos. A las nueve.
Albertina se quedó un segundo en silencio, como si procesara la invitación. En ese tiempo, su sonrisa se expandió, satisfecha, mientras sus ojos brillaban con una mezcla de curiosidad y desafío. Había logrado lo que quería: captar la atención de Enzo. Y no pensaba dejarlo ir tan fácilmente.
Mientras ambos se alejaban, Emilio y Massimo, que habían permanecido en la sala, se miraron de reojo. Sabían perfectamente que lo que había sucedido no era un simple juego de negocios. Enzo había dejado claro que se disponía a ocupar a alguien en su vida para reemplazar a Amatista. Sin embargo, lo que no esperaban era que fuera tan rápido.
Massimo, con su característica mirada perspicaz, no pudo evitar comentar.
—Parece que Enzo no pierde el tiempo.
Emilio asintió, observando cómo Enzo y Albertina se retiraban hacia la salida, una imagen de control y poder. Pero en el fondo, ambos sabían que las cosas con Amatista no estaban tan cerradas como Enzo pensaba. Y este nuevo interés de Enzo, tan evidente y tan superficial, no iba a ser más que una distracción por lo que realmente le inquietaba.
Mientras tanto, Albertina caminaba junto a Enzo, disfrutando de la idea de que la cena no era solo un compromiso de negocios. Ella sabía lo que quería, y estaba dispuesta a conseguirlo. Y Enzo, tan distante, tan calculador, no parecía tener intenciones de negárselo.
Mientras Enzo preparaba cuidadosamente su próxima jugada, lejos del exclusivo club de golf, Amatista, Santiago y Alejo exploraban un pequeño edificio en un barrio tranquilo de la ciudad. Era un lugar modesto, con paredes que evidenciaban los años y un techo que necesitaba algunas reparaciones. A pesar de todo, tenía un aire acogedor que los tres podían ver como el inicio de algo prometedor.
—No es perfecto, pero creo que podría funcionar —comentó Alejo, pasando la mano por una pared, como evaluando la estructura.
Amatista, de pie en el centro de lo que sería la oficina principal, observaba a su alrededor con ojos soñadores, ya visualizando cómo ese espacio cobraría vida con su primera colección.
—Estoy de acuerdo —dijo ella, su voz llena de una mezcla de ilusión y nerviosismo—. No necesitamos algo lujoso ahora. Lo importante es que podamos empezar y usar el capital para los diseños.
Santiago, con las manos en los bolsillos y una sonrisa tranquila, asintió.
—Sí, además, este lugar tiene su encanto. Y con un poco de trabajo, puede ser exactamente lo que necesitamos.
El nombre de su nueva empresa, Lune, ya estaba decidido. Había algo en ese nombre que resonaba con todos ellos: la luna como símbolo de elegancia, misterio y renacimiento. Para Amatista, representaba el comienzo de una nueva etapa en su vida, algo que construía por sí misma.
Sin embargo, justo cuando empezaban a discutir sobre los detalles prácticos del contrato, el teléfono de Santiago vibró en su bolsillo. Se apartó un poco para responder.
—¿Ethan? —dijo, con cierta sorpresa en su tono.
Amatista y Alejo intercambiaron miradas, curiosos. Desde su posición, podían escuchar la voz de Santiago, aunque no distinguían las palabras exactas de quien estaba al otro lado de la llamada.
—¿En serio? —respondió Santiago, con evidente interés—. Sí, claro, mándame la ubicación. Podemos ir ahora mismo.
Cuando colgó, volvió hacia los otros dos con una expresión que mezclaba emoción y expectativa.
—Parece que hay otra opción —les dijo—. Ethan, un contacto que tengo, me habló de un edificio bien equipado que está disponible de inmediato. Podríamos verlo hoy.
—¿Y cómo es? —preguntó Amatista, con una mezcla de curiosidad y prudencia.
—No tengo muchos detalles, pero si está tan equipado como dice, puede ahorrarnos mucho dinero al principio. Vale la pena echarle un vistazo.
Alejo y Amatista asintieron, confiando en el juicio de Santiago. Era evidente que él quería lo mejor para Lune, y su entusiasmo era contagioso.
—Entonces vayamos —dijo Amatista—. No perdemos nada con mirar.
En otro rincón de la ciudad, Ethan guardó su teléfono en el bolsillo mientras alzaba la vista hacia Enzo, que estaba sentado al otro lado del escritorio en la oficina principal de su inmobiliaria. El espacio estaba impecablemente ordenado, con muebles modernos y grandes ventanales que dejaban entrar la luz de la tarde, aunque el ambiente dentro seguía siendo opresivo bajo la mirada fría de Enzo.
—Está hecho —dijo Ethan, intentando mantener la compostura—. Santiago y su grupo van a ver el lugar. Parecen interesados, pero aún no puedo garantizar que lo acepten.
Enzo inclinó la cabeza ligeramente, sus ojos afilados como navajas. El silencio que siguió fue más pesado que cualquier palabra, hasta que finalmente habló, con su tono bajo y calculador.
—No parece suficiente, Ethan. Necesito más que interés. Necesito que lo acepten, sin dudas y sin reservas.
Ethan tragó saliva, sintiendo cómo la temperatura de la habitación parecía bajar unos grados. Aunque estaba acostumbrado a tratar con clientes exigentes, Enzo era otra cosa. Este no era un hombre al que se pudiera satisfacer con promesas vacías.
—Entiendo, señor Bourth —respondió rápidamente—. Haré todo lo necesario. Puedo ajustar las condiciones, quizás una rebaja en el alquiler o un periodo de prueba. Lo que haga falta para que firmen.
Enzo, con un leve movimiento de su cabeza, se acomodó en el respaldo de la silla, cruzando las piernas con un aire de control absoluto.
—Eso es mejor. Pero no quiero que piensen que es una oportunidad demasiado buena para ser verdad. Asegúrate de presentar todo como si fuera su elección, no una concesión. Quiero que crean que encontraron el lugar perfecto por sí mismos.
—Por supuesto —contestó Ethan, apresurándose a anotar mentalmente cada instrucción.
—Y una cosa más —continuó Enzo, inclinándose hacia adelante, con los codos apoyados en las rodillas—. Bajo ninguna circunstancia deben saber que estoy detrás de esto. Ni Santiago, ni Amatista, ni nadie. Si sospechan algo, será tu responsabilidad.
Ethan asintió rápidamente, aunque sentía cómo una gota de sudor le resbalaba por la sien.
—Entendido, señor Bourth. Haré que funcione.
Enzo observó a Ethan durante un largo momento, evaluándolo como un jugador que analiza cada ficha en el tablero antes de hacer su movimiento final.
—Espero que así sea. No estoy interesado en excusas, solo en resultados.
Con esas palabras, se levantó, ajustándose la chaqueta con movimientos precisos y elegantes. Su presencia dominaba la oficina, y su salida fue igual de imponente, dejando tras de sí un aire de tensión que parecía impregnarse en las paredes.
Ethan se dejó caer en su silla apenas la puerta se cerró. Sabía que estaba jugando un juego peligroso, pero también sabía que no había opción. Con Enzo Bourth, o cumplías sus órdenes o enfrentabas las consecuencias. Y él no tenía ninguna intención de averiguar cómo se veían esas consecuencias.
La tarde avanzaba cuando Amatista y Santiago llegaron al lugar indicado por Ethan. Desde afuera, el edificio ya mostraba su elegancia. Las líneas modernas y los acabados impecables lo destacaban entre las demás construcciones de la zona. Al cruzar las puertas de vidrio, ambos quedaron impresionados con lo que encontraron.
El vestíbulo, amplio y luminoso, daba paso a un taller completamente equipado, con máquinas de última generación y estaciones de trabajo perfectamente organizadas. En el segundo piso, las oficinas estaban impecablemente amuebladas, con salas de reuniones que parecían listas para recibir a los más exigentes clientes.
Santiago estaba encantado. Sus ojos brillaban mientras inspeccionaba cada detalle.
—Esto es increíble, Amatista. Todo está listo para empezar, no podríamos haber encontrado un lugar mejor.
Sin embargo, Amatista se quedó en silencio, observando a su alrededor con una expresión seria. Algo en todo esto no le cuadraba.
—Es demasiado bueno para ser cierto —dijo finalmente, rompiendo el entusiasmo de Santiago.
Ethan, que los acompañaba, se apresuró a intervenir, mostrando su mejor sonrisa de vendedor.
—Entiendo que pueda parecer sorprendente, pero los dueños son una pareja de personas mayores que prefieren tener el lugar ocupado a que se deteriore o lo vandalicen. El precio reducido es su manera de garantizar que alguien lo utilice de inmediato.
Santiago asintió, aceptando la explicación con facilidad.
—A veces pasa, Amatista. Hay personas que tienen tanto dinero que no se preocupan por estas cosas. Prefieren mantener sus propiedades en uso.
Amatista lo miró con escepticismo.
—Lo entiendo, pero aun así... este lugar es perfecto. La ubicación, el taller completamente equipado, y todo parece ser nuevo. ¿Por qué lo alquilarían tan barato?
Ethan se esforzó por mantener la calma, aunque claramente estaba nervioso.
—Si quieren, puedo organizar una reunión con los dueños. Así pueden hablar directamente con ellos y aclarar cualquier duda.
Santiago sonrió tranquilizadoramente y tomó a Amatista del brazo para apartarla un poco, alejándola de Ethan.
—Mira, entiendo tus dudas, pero creo que deberíamos aprovechar esta oportunidad. Si firmamos el contrato y luego notamos algo raro, simplemente lo rompemos y nos largamos. Pero sería una lástima dejar pasar algo así.
Amatista bajó la mirada, aún pensativa. Sus instintos le decían que algo estaba fuera de lugar, pero la lógica de Santiago tenía sentido.
—Está bien —suspiró finalmente—. Pero no quiero que firmemos nada hoy. Quiero leer el contrato con calma antes de tomar una decisión.
—Por supuesto, tú mandas —respondió Santiago con una sonrisa, aliviado.
Cuando regresaron junto a Ethan, Amatista anunció su decisión.
—Aceptaremos, pero primero queremos revisar el contrato en detalle.
Ethan asintió rápidamente, su alivio apenas perceptible.
—Por supuesto. Les enviaré el contrato esta misma noche para que lo revisen con calma. Estoy seguro de que estarán satisfechos.
Amatista echó un último vistazo al lugar antes de salir. Aunque el acuerdo parecía perfecto, no podía sacudirse la sensación de que había algo más detrás de todo esto.
Cuando Amatista y Santiago se despidieron de Ethan, este les devolvió el gesto con una sonrisa profesional, asegurándoles que el contrato estaría en sus manos esa misma noche. Santiago, aún emocionado, agradeció varias veces mientras conducía a Amatista hacia la salida.
—Gracias por todo, Ethan. Estoy seguro de que este será el comienzo de algo increíble —dijo Santiago antes de girarse para seguir a Amatista, quien caminaba con pasos calculados, todavía analizando todo lo que habían visto.
Una vez que la pareja estuvo fuera de vista, la sonrisa de Ethan se desvaneció. Cerró la puerta principal con un chasquido seco y sacó su teléfono. Marcó un número rápidamente y esperó, caminando de un lado a otro en el lujoso vestíbulo.
—¿Sí? —La voz de Enzo Bourth se escuchó del otro lado, firme y directa.
—Ya se fueron. Revisarán el contrato y, con suerte, lo firmarán pronto —informó Ethan, manteniendo el tono profesional.
—¿Hubo algún problema? —preguntó Enzo con una calma calculada, pero con un trasfondo de interés.
—Amatista se mostró desconfiada, señor. Parece que no es fácil de convencer. Mencionó que el precio, la maquinaria nueva y la ubicación le parecían demasiado buenos para ser reales. Por un momento pensé que rechazarían la oferta.
Enzo dejó escapar una breve exhalación, casi una risa seca.
—Eso suena a ella. Siempre analizando todo, siempre buscando lo que está oculto. ¿Lograste calmar sus dudas?
—Parcialmente, señor. Le dije que los dueños eran personas mayores que preferían alquilar barato antes de que el lugar se deteriorara. Santiago pareció comprar la historia, pero Amatista aún tiene reservas. No firmaron de inmediato, quieren leer el contrato primero.
—Bien. Que lo lean. No hay nada en el contrato que los haga sospechar de mi implicación —respondió Enzo con tono cortante. Hizo una pausa breve y luego añadió—. Asegúrate de que acepten, Ethan. No hay margen para errores.
—Lo entiendo, señor. Haré lo necesario.
—Y recuerda —dijo Enzo, su tono más frío que antes—, nadie debe saber que estoy detrás de esto. Si algo se filtra, será tu responsabilidad.
—No se preocupe, señor Bourth. Todo está bajo control.
Enzo no respondió, solo colgó.
Ethan observó el edificio una última vez antes de cerrar la puerta principal con un leve golpe. Su mirada se desvió por la fachada elegante y las grandes ventanas que reflejaban el cielo despejado, todo tan impecable y ordenado, que resultaba casi irreal. Su mente, siempre alerta, no podía evitar la sensación incómoda que lo acechaba desde que había entrado allí por primera vez.
—Es difícil no desconfiar... esto parece tan perfecto —murmuró para sí mismo, sus ojos recorriendo una vez más los detalles de la estructura.