Capítulo 28 Marcas de lealtad y rivalidad
La mañana siguiente, Amatista despertó con la camisa de Enzo abrazándola. El frío de la tela era reconfortante, pero el calor de la cama aún persistía, como una huella del encuentro que había marcado la noche anterior. A su alrededor, las sábanas desordenadas y arrugadas hablaban de la pasión que había dejado su rastro, un rastro que ahora se reflejaba en su cuerpo, en las marcas de su cuello y sus hombros. Al abrir los ojos, se dio cuenta de que Enzo no estaba allí. El vacío en la cama, su falta de presencia, era palpable. Sin embargo, el calor que aún impregnaba las sábanas decía lo contrario: él había estado allí, y de alguna forma, eso la reconfortaba.
El sonido de la ducha la distrajo de sus pensamientos. Enzo salió del baño envuelto en vapor, con su cuerpo aún goteando agua, pero ya vestido con un conjunto deportivo. Sabía que tenía que ir al club a reunirse con los socios, pero al ver a Amatista en la cama, una sonrisa burlona apareció en sus labios. Sus ojos recorrieron su figura, y, aunque no lo dijo, los detalles de la noche pasada se reflejaban en él. Las marcas que había dejado en su mandíbula, la mordida que Amatista le había dado, eran demasiado evidentes, pero a él no le importaba. Se acercó a ella con paso decidido, se inclinó y la besó con la misma intensidad con la que había hecho el amor con ella unas horas antes. Sus labios fueron un recordatorio de la noche apasionada que aún pesaba sobre ellos.
Amatista, enroscada en la camisa de Enzo, lo observó con una mezcla de sentimientos. No podía evitar la vergüenza que sentía al verlo, aunque la noche pasada no había tenido reparos en dejarse llevar por él, en dejarse marcar por sus caricias y por su posesividad. Ella también llevaba marcas en su cuerpo, señales evidentes de su entrega. Se sentó en la cama, cubriéndose un poco con la tela de la camisa y mirando las huellas de su propio deseo, los arañazos y marcas que había dejado en su cuello, en su cuerpo. Enzo le había dado más de lo que esperaba, y ella, sin embargo, también había sido una autora de su propio sello.
"Amor, te lo tengo que decir", murmuró con un dejo de timidez. "Tu cuerpo está todo marcado. Los arañazos... y la mordida en tu mandíbula... son bastante evidentes."
Enzo se echó a reír, una risa baja y cálida que solo a ella le pertenecía. "Anoche no parecía que tuvieras vergüenza de marcarme, gatita", dijo, levantando la mano para acariciarle el rostro. "No parecía importarte mucho entonces."
Amatista sonrió de vuelta, un poco avergonzada, pero también divertida por la sinceridad de Enzo. Ella levantó la camisa levemente, dejando al descubierto las marcas de él sobre su piel, esas marcas que solo él podría haber dejado. "Parece que tú tampoco tenías vergüenza", le respondió, bromeando mientras lo observaba con una mirada traviesa.
Enzo se acercó a ella, se inclinó para acariciar su cuello suavemente, dejándola respirar su aroma. "Volveré esta noche, gatita. Estoy con muchas ganas", dijo en un susurro. El calor de su aliento le erizó la piel. La deseaba, lo sabía, y no podía esperar a regresar a ella. Sus ojos la recorrieron, mirándola con una intensidad que Amatista no pudo ignorar. "Prepárame una cena", añadió, "y ponte uno de esos vestidos que te quedan tan bien. O mejor aún, déjate la camisa. Te queda muy bien."
La manera en que la miraba, cómo la desnudaba con la mirada sin necesidad de palabras, hizo que el pulso de Amatista se acelerara. Se acercó a él, y antes de que pudiera detenerse, mordió ligeramente su labio inferior, como un desafío mudo. Enzo se relamió, disfrutando el gesto.
"Te salvas porque tengo que salir, gatita", dijo, un tono de voz que no dejaba lugar a dudas de su deseo.
Amatista se rió suavemente, un sonido que solo él podía escuchar y que a él le hacía pensar que, tal vez, no todo estaba perdido en su relación. "No llegues tarde a tus negociaciones", le dijo, sin poder evitarlo. Le gustaba verlo desconcertado, saber que él también sentía esa chispa entre ellos.
Unas horas después, Enzo llegó a la puerta del club. Estaba esperando la llegada de Roque y Daphne, su "prometida" en público, aunque a él no le gustaba ni un poco la idea de esa falsa relación. Cuando Daphne llegó, no pudo evitar notar de inmediato las marcas visibles en el cuello y la mandíbula de Enzo. Un destello de envidia cruzó su rostro, seguido de un furioso rencor. Aquello era más que una amenaza para su posición. Aunque sabía que debía mantener la calma para no hacer sospechar a Enzo, no podía evitar sentir que su control sobre él se desvanecía ante sus ojos. Si él pensaba que ella no lo había notado, se equivocaba.
Enzo, como siempre, se mostró frío y distante. No le dirigió una sonrisa, pero tampoco dejó entrever la tensión. "Vamos", le dijo a Daphne, señalando la entrada.
Al llegar al club, algunos socios saludaron a Enzo, y fue entonces cuando comenzaron a notar las marcas en su cuello. Miradas furtivas recorrieron su cuerpo, y aunque la mayoría evitó comentar en su presencia, todos sabían lo que había pasado la noche anterior. Lo que sí era evidente era que Daphne no llevaba ninguna marca. Esto despertó la curiosidad en algunos y la burla en otros. No tardaron en comenzar los susurros y las bromas entre los socios.
"¿Parece que alguien ha tenido una noche agitada, ¿eh, Bourth?", comentó Massimo, riendo mientras observaba las marcas en su cuello. "¿Lo pasaste bien anoche?"
Enzo, siempre imperturbable, les lanzó una mirada fulminante. Pero los comentarios seguían.
"¿Gatita te dio lo suyo, Enzo?" preguntó Mateo, con una sonrisa burlona. "Parece que se notó bastante."
Paolo se unió a la conversación, entre risas. "No te preocupes, Enzo, el que mucha marca, poco se le olvida."
Daphne se cruzó de brazos, claramente irritada, pero al mismo tiempo, sabía que no podía hacer nada en ese momento. No podía permitir que Enzo sospechara de sus celos. Lo peor que podría suceder sería que él terminara el contrato con ella.
Sin embargo, los comentarios seguían. Emilio, siempre el más directo, le preguntó a Enzo con una sonrisa pícara: "¿Gatita ya sabe que estás comprometido con Daphne? ¿O aún no se lo has contado?"
Enzo lo miró fijamente y respondió, con una calma que parecía desbordar el espacio: "Sí, ella sabe que ella es la única." Las palabras resonaron en el aire, dejando claro que, a pesar de las apariencias, Amatista era la única que tenía su completa atención.
Daphne, al escuchar las palabras de Enzo, se alejó de ellos, sintiendo una furia creciente en su pecho. Ya no podía tolerar más los chismes que rondaban sobre Enzo y su relación con gatita. Se apartó, furiosa, y comenzó a desatar su ira en privado con un grupo de mujeres cercanas. "¿Sabéis qué?", dijo con voz baja pero peligrosa. "Voy a cuidar mi lugar, o me lo van a quitar. Es evidente que hay alguien más que ha hecho lo que otras no han podido."
Una de las mujeres presentes, Catalina, se acercó a Daphne con una sonrisa que denotaba más ambición que amistad. "¿Por qué no investigas quién es esa chica? Tal vez podamos averiguar más. Nadie se atrevería a enfrentarse a ti si te ayudaramos."
Daphne no dudó, aceptando la oferta, aunque sabía que no era tanto por su bien como por el deseo oculto de Catalina y Lara de acercarse a Enzo. Sin embargo, aceptó la propuesta. La competencia se había encendido, y en su mente, solo había una meta: recuperar el control.
La tarde continuó entre reuniones y negociaciones, donde los comentarios hacia Daphne se volvieron un elemento constante de diversión para el círculo de confianza de Enzo. Su mirada permanecía fría y desinteresada hacia ella, a pesar de sus intentos por mantenerse cerca y aparentar relevancia. Sin embargo, cualquier oportunidad de entretenimiento pronto quedó opacada por la llegada de Daniel Torner al club. Su presencia no pasó desapercibida para Enzo, quien decidió que era el momento de cumplir con su promesa a Amatista.
Al verlo, Enzo se acercó con paso firme y seguro. El saludo entre ambos fue cortés, aunque cargado de una tensión que apenas lograron disimular. Daniel, un hombre que llevaba años buscando respuestas sobre su hija perdida, no esperaba que ese encuentro pudiera darle algo más que información. Enzo, en cambio, llevaba un plan bien trazado: primero tantear el terreno y luego decidir cuánto revelarle.
—Daniel, hay algo que necesito decirte —comenzó Enzo, con un tono que buscaba equilibrio entre la formalidad y la urgencia.
—Adelante —respondió Torner, con la curiosidad asomando en sus ojos, aunque manteniendo la compostura.
—Es sobre Amatista. Creo que es hora de que la conozcas —Enzo hizo una pausa, considerando por un instante si era prudente seguir hablando. Cuando estaba a punto de continuar, Daniel lo interrumpió con un gesto severo.
—No lo haré —declaró Torner, con una firmeza que sorprendió a Enzo.
—¿Qué significa eso? —preguntó Enzo, tensando ligeramente la mandíbula.
—No puedo seguir buscando a Amatista. Mi prioridad es Jazmín. Ella ha estado más inestable últimamente, y los celos podrían llevarla a hacer algo... irreversible —Daniel desvió la mirada un instante, como si temiera la reacción de Enzo.
Aquellas palabras encendieron una chispa de disgusto en el interior de Enzo, aunque mantuvo la fachada inmutable.
—¿Y qué hay de Amatista? —Enzo dejó caer la pregunta con una frialdad que heló el ambiente.
—Amatista se ha arreglado sola todo este tiempo. Seguramente sabrá cómo continuar —añadió Daniel, tratando de justificar su decisión.
El puño de Enzo se apretó en un reflejo inmediato de contención. Las palabras de Torner le parecieron una burla al esfuerzo, al sacrificio y, sobre todo, al dolor que Amatista había cargado por años.
—Si decides no conocerla, al menos ten el valor de decírselo a la cara —replicó Enzo, en un tono que dejó claro que su paciencia estaba al límite.
Daniel dudó. Por un momento, su semblante pareció quebrarse, mostrando algo de la culpa que lo atormentaba.
—No lo haré. Sería demasiado cruel para ella... —admitió, dejando entrever una sombra de remordimiento. Luego agregó:— Si puedes, dile que he decidido no buscarla más. Quizás sea lo mejor para todos.
Enzo se mantuvo en silencio por unos segundos, evaluando sus opciones. Finalmente, asintió de manera casi imperceptible antes de despedirse con una frialdad que no pasó desapercibida.
Cuando la noche comenzó a caer, Enzo se acercó a Roque para darle instrucciones.
—Lleva a Daphne a la mansión Bourth. Yo me iré solo —ordenó, sin dar espacio a preguntas.
—¿Seguro, jefe? —inquirió Roque, aunque sabía que no obtendría más explicaciones.
Enzo apenas movió la cabeza antes de dirigirse a su auto, con un único destino en mente: Amatista.
Al llegar a la mansión del campo, el ambiente era cálido y acogedor. El aroma de una cena preparada con dedicación llenaba el aire, y allí estaba ella, como un faro en medio de la tormenta, vestida únicamente con su camisa. Enzo la observó por unos segundos, intentando grabar esa imagen en su memoria. Sin embargo, su semblante traía algo distinto, algo que Amatista percibió de inmediato.
—Amor, ¿todo está bien? —preguntó con suavidad, acercándose para recibirlo.
Enzo no respondió de inmediato. En cambio, se acercó lentamente, colocando una mano en su mejilla con un gesto que intentaba tranquilizarla.
—Ven, siéntate conmigo —dijo finalmente, tomando asiento en el sofá y guiándola para que se acomodara a su lado.
El silencio se hizo presente durante unos segundos eternos antes de que Enzo encontrara las palabras adecuadas.
—Hoy vi a Daniel Torner —comenzó, con un tono bajo pero cargado de intención.
Los ojos de Amatista se iluminaron de inmediato.
—¿De verdad? ¿Qué te dijo? —preguntó, con una mezcla de emoción y esperanza en su voz.
Enzo respiró hondo antes de continuar.
—Me pidió que te dijera que no quiere conocerte... Su prioridad es su otra hija, Jazmín. Cree que como te has arreglado sola todos estos años, puedes seguir haciéndolo —confesó, cada palabra pesando más que la anterior.
Amatista se quedó en silencio, procesando lo que acababa de escuchar. Las lágrimas comenzaron a llenar sus ojos, y su voz se quebró cuando finalmente habló.
—Mi madre decía en su carta que era un buen hombre... Pensé que podría ser cierto... —susurró, mientras las primeras lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas.
Enzo la rodeó con sus brazos, apretándola contra su pecho con una ternura que contrastaba con su imagen habitual.
—Lo siento, gatita... Pero no necesitas a nadie más. Estoy aquí, siempre lo estaré. Te amo, y si eso puede aliviar, aunque sea un poco este dolor, entonces lo haré el doble —murmuró, acariciando su cabello mientras ella lloraba desconsolada en sus brazos.
Amatista no respondió. Solo dejó que sus emociones fluyeran, refugiándose en el calor y la seguridad que Enzo le ofrecía. Aquella noche no hubo más palabras, solo el sonido de su llanto y las promesas silenciosas que él hacía con cada caricia.