Capítulo 84 La verdad en la oscuridad
La noche en la mansión Bourth era tranquila solo en apariencia. Los vastos pasillos, iluminados tenuemente por lámparas de pared, parecían contener el aire cargado de tensión que flotaba entre sus muros. Alicia, sentada en el despacho de Enzo, sostenía entre sus manos un vaso de whisky. Su mirada estaba fija en el escritorio, pero sus pensamientos se encontraban a kilómetros de distancia, en los secretos que habían resurgido y la amenaza que ahora pendía sobre la familia.
Romano. El nombre resonaba en su mente con un peso incómodo. Su lecho de muerte había traído consigo una confesión que lo cambiaba todo. Isabel, la madre de Amatista, no estaba muerta. Alicia había guardado el secreto desde entonces, esperando el momento adecuado para revelarlo. Pero con Isabel apareciendo nuevamente, sus razones eran más que cuestionables.
Un suave golpe en la puerta interrumpió sus pensamientos.
—Pase. —dijo Alicia con firmeza.
Roque, el guardia más leal de los Bourth, entró en la habitación. Su figura imponente y su semblante serio siempre habían sido un pilar de confianza para la familia. Alicia lo miró, segura de que si había alguien con quien compartir este peso, era él.
—Señora Alicia, ¿me llamó? —preguntó Roque con respeto, cerrando la puerta tras de sí.
Alicia asintió, indicándole que tomara asiento frente a ella. Respiró hondo antes de comenzar.
—Hay algo que necesitas saber, Roque. Algo que no he compartido con nadie, ni siquiera con Enzo. —dijo, su voz baja pero cargada de gravedad.
Roque la observó con atención, sin interrumpir. Sabía que cuando Alicia hablaba de esa manera, lo que estaba a punto de decir era de suma importancia.
—Hace tiempo, cuando Romano estaba en su lecho de muerte, me confesó algo que nunca pensé escuchar. —comenzó Alicia, su mirada fija en el vaso entre sus manos—. Isabel, la madre de Amatista... no está muerta.
La declaración cayó como una roca en el silencio de la habitación. Roque, aunque era un hombre acostumbrado a las sorpresas, frunció el ceño, tratando de procesar la información.
—¿Qué quiere decir con que no está muerta? —preguntó con cautela.
Alicia dejó el vaso sobre el escritorio y se levantó, comenzando a caminar lentamente por la habitación.
—Isabel fingió su muerte. Según Romano, ella le pidió dinero y que organizara todo para que pareciera un suicidio. ¿La razón? A cambio de Amatista. —dijo, su voz cargada de amargura—. Él aceptó porque sabía que Enzo ya estaba obsesionado con la niña y quería tenerla cerca.
Roque respiró profundamente, su mandíbula apretándose al escuchar la verdad. Conocía a Isabel, aunque no había reconocido a la mujer que había llegado recientemente. Ahora, todo encajaba de una manera que solo le provocaba repulsión.
—¿Por qué vuelve ahora, después de tantos años? —preguntó, su tono reflejando la misma indignación que sentía Alicia.
Alicia se detuvo y lo miró directamente a los ojos.
—Porque su hijo está enfermo. Necesita un trasplante y, al parecer, ninguno de sus familiares es compatible. Isabel cree que Amatista podría ser su única esperanza.
El enojo en el rostro de Roque era evidente. Para alguien como él, que había dedicado su vida a proteger a los Bourth, la actitud de Isabel le parecía una traición imperdonable.
—¿Y qué piensa hacer al respecto, señora Alicia? —preguntó con firmeza.
—Lo primero es proteger a Amatista. No dejaré que Isabel se aproveche de ella de esta manera. —respondió Alicia, volviendo a su escritorio y apoyándose en él con ambas manos—. También he considerado hablar con Enzo, pero no puedo decirle algo tan delicado por teléfono. Esto debe tratarse cara a cara.
Roque asintió, comprendiendo la gravedad de la situación.
—¿Cree que Enzo lo tomará bien? —preguntó con precaución.
Alicia soltó una risa amarga.
—Por supuesto que no. Enzo no sabe nada de esto, y cuando se entere... —se interrumpió, mirando hacia la ventana—. Su relación con Amatista es lo más importante para él. Enterarse de que Isabel, la madre de la mujer que ama, la entregó a cambio de dinero... podría ser devastador.
Roque cruzó los brazos, reflexionando.
—Isabel debe saber que no puede jugar con la familia Bourth como si nada. —dijo con dureza—. ¿Volverá?
—Dijo que sí. Y la próxima vez, probablemente vendrá con más exigencias. —admitió Alicia.
Ambos quedaron en silencio por un momento, dejando que el peso de la conversación se asentara.
—¿Quiere que haga algo al respecto? —preguntó Roque finalmente.
Alicia negó con la cabeza.
—Por ahora, no. Pero mantente alerta. Quiero que me avises de inmediato si Isabel vuelve a aparecer. Mientras tanto, debemos esperar a que Enzo y Amatista regresen para manejar esto como se debe.
Roque se puso de pie, asintiendo con determinación.
—Lo haré, señora Alicia. No permitiré que nadie dañe a la familia.
Alicia lo observó con gratitud, pero su mente seguía trabajando, intentando anticipar los próximos movimientos de Isabel.
La lluvia caía incesante sobre Costa Azul, un telón gris que, lejos de opacar el ánimo, parecía darle al día una sensación de calma. En la suite, los primeros rayos del amanecer se filtraban a través de las cortinas mientras Amatista comenzaba a despertar. Su mirada somnolienta se dirigió hacia Enzo, quien aún estaba recostado a su lado.
—Buenos días, amor. —murmuró ella, acomodándose sobre su pecho.
Enzo, aún con los ojos cerrados, esbozó una sonrisa.
—Buenos días, gatita. —respondió, deslizando una mano por su cabello desordenado.
La suave intimidad del momento fue interrumpida por el sonido persistente de la lluvia golpeando los ventanales.
—Parece que tendremos otro día lluvioso. —comentó Amatista, levantando la cabeza para mirar hacia la ventana.
—Perfecto para quedarnos en casa... o en la suite. —bromeó Enzo, tirando de ella para besarla en la frente antes de levantarse de la cama—. Aunque mis reuniones no esperarán.
Amatista lo siguió al baño, donde ambos se prepararon para el día. Como siempre, el tiempo compartido bajo el agua tibia de la ducha fue un momento de complicidad y ternura. Enzo, con sus gestos tranquilos, masajeaba suavemente los hombros de Amatista mientras ella reía por alguna broma ligera que él había hecho.
Tras salir y vestirse, ambos se dirigieron a sus actividades respectivas.
Amatista decidió quedarse en la suite, enfocándose en avanzar en su curso. Había evaluaciones pendientes, y los bocetos que debía entregar exigían toda su atención. Sentada en la mesa junto a la ventana, con su taza de café al lado, comenzó a trazar las líneas que pronto se convertirían en diseños únicos.
El sonido de la lluvia y la tranquilidad de la suite la ayudaban a concentrarse, aunque no podía evitar pensar en Enzo de vez en cuando. Sin embargo, se obligó a mantenerse enfocada, sumergiéndose en la tarea con entusiasmo.
—Esto tiene que quedar perfecto. —se dijo a sí misma, ajustando los detalles de un colgante que había imaginado la noche anterior.
Mientras tanto, Enzo se encontraba en una sala de reuniones del hotel, acompañado por sus socios habituales: Pablo, Javier, María, Irene, Milán, Leticia y Gabriel. La atmósfera era profesional, aunque cargada de expectativas. También estaba presente Nazareno, el dueño de las playas privadas cercanas al hotel, quien había sido invitado personalmente por Enzo.
Enzo, sentado en la cabecera de la mesa, expuso su propuesta con claridad y precisión.
—La idea es simple: adquirir las propiedades cercanas a la costa para expandir nuestras operaciones. Esto no solo aumentará el atractivo del hotel, sino que también nos permitirá ofrecer experiencias exclusivas en el club de las playas privadas. —dijo, mientras señalaba unos gráficos en la pantalla que mostraban los planos del proyecto.
Nazareno, interesado, asintió lentamente.
—¿Y qué hay del bar que mencionaste? —preguntó, su tono lleno de curiosidad.
—Queremos construir un espacio versátil que funcione como bar, antro y salón para eventos especiales. —respondió Enzo, girándose hacia los demás socios—. Será un complemento perfecto para el concepto que estamos desarrollando aquí.
La idea generó un murmullo de aprobación entre los presentes. Pablo y María intercambiaron miradas y sonrieron.
—Es una idea brillante. —comentó María, tomando nota en su libreta—. Esto nos pondrá en el mapa de las experiencias de lujo.
—Siempre y cuando lo manejemos con la exclusividad que caracteriza a este lugar. —añadió Irene, con un tono de advertencia.
Enzo asintió.
—Esa es la clave. No estamos vendiendo un simple destino, sino una experiencia única.
El acuerdo parecía avanzar sin mayores contratiempos, y las copas comenzaron a llenarse para celebrar el progreso logrado.
Mientras los socios conversaban animadamente, Leticia, que estaba sentada cerca de Enzo, aprovechó la oportunidad para coquetear de manera sutil pero insistente.
—Siempre es fascinante escucharte, Enzo. Tienes una manera de hacer que todo parezca tan... simple. —dijo, inclinándose ligeramente hacia él con una sonrisa que buscaba captar su atención.
Enzo, sin levantar la mirada de los papeles que revisaba, respondió con un simple:
—Es cuestión de tener claridad en lo que se quiere.
La indiferencia de Enzo no pasó desapercibida para Gabriel, quien observaba la escena con una mezcla de diversión y exasperación.
—Leticia, ¿por qué no te rindes ya? —le dijo en tono bajo, lo suficientemente audible como para que ella lo escuchara.
—No tengo por qué rendirme. —respondió Leticia, cruzando los brazos con aire desafiante—. Es cuestión de tiempo.
—Quizás deberías cambiar de tácticas. —intervino Pablo, riendo suavemente mientras tomaba un sorbo de su bebida—. Si quieres conquistar a alguien como Enzo, necesitas algo más que halagos.
La conversación quedó ahí, aunque el tema parecía rondar entre los socios. Ninguno de ellos conocía la relación de Enzo con Amatista, ni mucho menos lo profundamente comprometido que estaba con ella.
Cuando Enzo regresó a la suite después de la reunión con sus socios, lo primero que vio fue a Amatista sentada en la mesa junto a la ventana, completamente concentrada en su trabajo. Los trazos de lápiz en el papel que tenía frente a ella eran precisos y delicados, mostrando una atención al detalle que él siempre había admirado.
—Hola, gatita. —dijo con voz suave, dejando las llaves sobre una mesa cercana.
Amatista levantó la cabeza al escuchar su voz y sonrió ampliamente.
—Hola, amor. ¿Cómo te fue? —preguntó, apartando momentáneamente su cuaderno.
Enzo caminó hacia ella, pero en lugar de responder de inmediato, se inclinó para tomarla en brazos.
—¿Qué haces? —rió Amatista, sorprendida, mientras él la alzaba con facilidad.
—Tomando tu lugar. —respondió Enzo con una sonrisa traviesa, sentándose en la silla que ocupaba ella y acomodándola sobre su regazo.
—¿Así que ahora este es tu lugar? —bromeó Amatista, rodeando su cuello con los brazos.
—Exactamente. —respondió Enzo, acomodándola mejor mientras sus manos descansaban en su cintura—. Ahora, dime, ¿qué estabas haciendo?
Amatista bajó la mirada al cuaderno que había dejado en la mesa.
—Solo es un diseño. Nada especial. —intentó restarle importancia, pero Enzo la miró con curiosidad.
—Déjame ver. —insistió, acercándose al cuaderno.
Amatista dudó por un momento antes de levantar el papel y mostrárselo. Era un boceto de un colgante, con una forma elegante y líneas suaves que transmitían delicadeza y fuerza al mismo tiempo.
—Es hermoso. —comentó Enzo, recorriendo el dibujo con la mirada—. Tiene algo que me recuerda a ti.
Amatista se sonrojó ligeramente ante el comentario.
—Gracias, pero aún tengo que trabajar en los detalles. —dijo, tomando el lápiz para añadir un par de líneas más mientras estaba cómodamente instalada sobre su regazo.
Mientras ella trabajaba, Enzo comenzó a acariciar suavemente su cabello y su espalda, sus movimientos relajantes y protectores.
—Sabes, creo que este diseño tiene potencial. Deberías terminarlo y convertirlo en algo real.
—Tal vez lo haga. —respondió Amatista, enfocándose en el papel mientras disfrutaba de las caricias de Enzo.
Por un momento, ninguno de los dos habló. La lluvia golpeaba suavemente los ventanales, y el ambiente en la suite era tranquilo, casi hipnótico.
—¿Qué te parece si pedimos algo de cenar y nos quedamos aquí? —sugirió Enzo, rompiendo el silencio.
Amatista dejó el lápiz y lo miró con una sonrisa.
—Me parece perfecto. No hay nada como una cena tranquila contigo, amor.
Enzo asintió, tomando su teléfono para hacer el pedido.
—Algo ligero, pero delicioso. Ya verás, gatita.
Mientras esperaban la comida, Amatista guardó su cuaderno y lápices, dedicándose a disfrutar del momento con Enzo. Ambos se recostaron en el sofá cercano, hablando de temas ligeros y riendo por cosas triviales.
Cuando llegó la cena, los empleados del hotel llevaron los platos a la suite, colocándolos sobre una mesa pequeña con vista a la ventana. Amatista, con un gesto agradecido, se levantó para servir las bebidas mientras Enzo arreglaba los últimos detalles.
La comida era exquisita: mariscos frescos, ensaladas bien presentadas y un postre ligero que parecía derretirse en la boca. Amatista no dejó de elogiar los sabores, y Enzo, aunque acostumbrado a este nivel de lujo, disfrutaba más al verla a ella tan complacida.
—Siempre tienes buen gusto, amor. —comentó Amatista, señalando los platos vacíos que habían quedado después de la cena.
—Solo lo mejor para ti, gatita. —respondió Enzo, alargando la mano para tomar la suya.
Después de terminar, ninguno de los dos parecía tener prisa por moverse. Permanecieron sentados frente a la ventana, observando cómo las gotas de lluvia recorrían el vidrio mientras charlaban sobre los proyectos de Amatista y los avances en las reuniones de Enzo.
Después de terminar la cena, ninguno de los dos parecía tener prisa por moverse. Permanecieron sentados frente a la ventana, observando cómo las gotas de lluvia recorrían el vidrio, creando patrones que parecían cobrar vida bajo la tenue luz de la suite.
—¿Te has dado cuenta de lo relajante que puede ser la lluvia? —preguntó Amatista, apoyando su cabeza en el hombro de Enzo.
—Relajante, sí. Pero contigo aquí, todo es más intenso. —respondió Enzo, deslizando una mano por su espalda con suavidad.
Amatista levantó la cabeza para mirarlo. Había algo en su tono que la hizo sonreír, pero también la alertó de la chispa que había encendido entre ellos. Antes de que pudiera responder, Enzo inclinó la cabeza hacia ella y capturó sus labios en un beso que comenzó suave pero pronto se volvió más profundo, cargado de deseo.
Amatista respondió con la misma intensidad, dejando que sus manos se deslizasen hacia su cuello, atrayéndolo más cerca. Enzo, sin soltarla, la levantó de la silla con facilidad, guiándola hacia la cama sin romper el contacto visual, una mirada que hablaba de su deseo inquebrantable.
—Esta noche es mía, gatita. —murmuró Enzo, su voz más grave y firme que de costumbre.
En la cama, Enzo tomó el control de manera evidente, pero con la misma devoción que siempre lo caracterizaba. Sus movimientos eran decididos, sus caricias más demandantes, como si quisiera demostrarle a Amatista lo profundo de su deseo. Cada gesto parecía estar cargado de una pasión que no admitía límites, y cada beso hablaba de la intensidad de lo que sentía por ella.
Amatista se entregó completamente, dejando que él marcara el ritmo, pero sintiendo cómo cada momento la acercaba al límite. Cuando finalmente llegó a su clímax, lo hizo temblando, aferrándose a Enzo como si su conexión fuera lo único que importaba en el mundo.
Enzo no se detuvo de inmediato. Mantuvo su intensidad, buscando prolongar el momento, asegurándose de que ambos se perdieran completamente en la pasión compartida.
Cuando finalmente ambos quedaron exhaustos, la lluvia continuaba cayendo afuera, un eco distante que parecía armonizar con la tranquilidad que ahora llenaba la suite. Sin necesidad de palabras, Enzo envolvió a Amatista en sus brazos, acariciándole suavemente el cabello mientras ella descansaba su cabeza en su pecho.
Aunque la noche avanzaba, el tiempo parecía haberse detenido para ellos, encapsulando un momento que ninguno de los dos olvidaría.