Capítulo 88 Entre regalos y secretos
La mañana en Costa Azul era luminosa, con un sol suave que iluminaba las calles adoquinadas cerca del hotel donde Enzo y Amatista disfrutaban de unos días alejados de la agitada rutina. Aunque la tranquilidad de la ciudad parecía perfecta, el mundo que ambos dejaban atrás seguía girando con sus intrigas y amenazas.
Enzo miraba su teléfono mientras desayunaba con Amatista en la suite, revisando mensajes de sus socios y confirmaciones para la reunión de la tarde. Amatista, por otro lado, leía con calma un libro mientras tomaba su té, pero su atención se desvió hacia él al notar su expresión seria.
—Amor, ¿todo bien? —preguntó, dejando el libro a un lado.
Enzo levantó la mirada y suavizó su expresión.
—Sí, gatita. Solo son detalles menores que debo arreglar más tarde. Nada de qué preocuparse.
Ella asintió, confiando en sus palabras, y volvió a concentrarse en su desayuno. Aunque no podía negar que la intensidad de la vida de Enzo a menudo la hacía cuestionar cuánto podían disfrutar momentos como este, sabía que él siempre intentaba priorizarla, y eso era suficiente para ella.
—¿Qué te parece si salimos un rato? —sugirió ella después de un rato.
Enzo dejó el teléfono y le dedicó una mirada más relajada.
—Me parece una excelente idea. ¿A dónde quieres ir?
—Pensé que podríamos comprar algo para Alicia y Alessandra. Seguro les gustará recibir un detalle de este viaje.
La sonrisa que apareció en el rostro de Enzo era una mezcla de ternura y diversión. Sabía cuánto le gustaba a Amatista pensar en los demás, y aunque no era muy adepto a las compras, se levantó de su asiento dispuesto a complacerla.
—Entonces vamos, gatita. Pero te advierto que, si veo algo que me guste para ti, no aceptaré un no por respuesta.
Ella rió suavemente mientras se ponía de pie, emocionada por el plan.
El centro comercial cercano al hotel tenía una arquitectura moderna, pero con detalles clásicos que lo hacían encajar perfectamente en el ambiente elegante de Costa Azul. Mientras recorrían las tiendas, Enzo se mantenía atento a los gestos de Amatista, observando cómo sus ojos brillaban cada vez que encontraba algo que le gustaba.
—¿Qué opinas de esto para Alessandra? —preguntó Amatista, mostrando un collar delicado con un colgante en forma de hoja.
Enzo inclinó la cabeza, analizando la pieza con cuidado.
—Es bonito, pero Alessandra siempre ha preferido las joyas más llamativas. Quizá deberíamos buscar algo más acorde a su estilo.
Amatista asintió, dejando el collar de nuevo en su lugar. Su interacción era un ir y venir de comentarios y risas, con Enzo siempre asegurándose de que ella estuviera cómoda. En una de las tiendas, mientras Amatista examinaba unos perfumes, él notó un vestido en un maniquí que inmediatamente captó su atención.
—Gatita, ven aquí un momento. —La llamó, señalando el vestido.
Amatista se acercó, siguiendo la dirección de su dedo, y lo miró con curiosidad. Era un vestido negro, ajustado, con detalles de encaje en las mangas y un diseño que parecía hecho a medida para ella.
—Es precioso, pero no creo que lo necesite —respondió, intentando restarle importancia.
—No es cuestión de necesidad. Quiero verte con él.
Amatista intentó resistirse, pero la insistencia en los ojos de Enzo era difícil de ignorar. Finalmente, tomó el vestido y entró al probador. Mientras esperaba, Enzo se sentó en un sillón cercano, cruzando las piernas con la paciencia de quien sabe que el resultado valdrá la pena.
Cuando Amatista salió del vestidor, el vestido le quedaba perfectamente, resaltando cada curva con elegancia. Ella caminó hacia él con una mezcla de timidez y coquetería, girando ligeramente para mostrarle cómo se veía.
Enzo no apartó la mirada en ningún momento, sus ojos reflejando admiración y algo más.
—Te queda perfecto, gatita. Pero no te emociones demasiado. No pienso dejarte con ese vestido puesto por mucho tiempo.
Sus palabras, dichas con su característico tono calmado pero cargado de intención, provocaron que Amatista se sonrojara profundamente. Las risas contenidas de los empleados cercanos solo intensificaron su vergüenza, y rápidamente volvió al vestidor para cambiarse.
—Eres terrible —le dijo cuando salió, todavía avergonzada.
—Solo soy honesto —respondió él con una sonrisa mientras pagaba el vestido.
El paseo continuó, con Amatista recuperando la compostura mientras buscaban algo para Alicia. Enzo, que normalmente no era de expresar afecto por nadie más que Amatista, no podía negar el aprecio que sentía por Roque, su hombre de confianza. Cuando Amatista vio una campera de cuero en otra tienda, se detuvo de inmediato.
—Esto sería perfecto para Roque, ¿no crees? —preguntó, emocionada.
Enzo miró la campera y luego a ella, cruzando los brazos con una expresión fingidamente seria.
—Empiezo a preocuparme. ¿Por qué estás pensando tanto en otro hombre?
Amatista lo miró, sorprendida por el comentario, hasta que notó la pequeña sonrisa en la esquina de sus labios.
—Oh, por favor. Es Roque. Sabes cuánto lo aprecio.
—Está bien, gatita. Pero no te acostumbres. Soy bastante celoso, incluso cuando se trata de Roque.
Ambos rieron mientras él accedía a comprar la campera. Amatista, que disfrutaba ver ese lado más ligero de Enzo, no podía evitar sentirse agradecida por estos momentos.
De regreso en la suite, las bolsas de compras llenaban una esquina de la sala, acumuladas como recordatorio del agradable paseo que habían compartido. Amatista se dejó caer sobre el sillón, con una sonrisa satisfecha en los labios mientras repasaba mentalmente los regalos que habían escogido. Enzo, por su parte, se quitó la chaqueta y se acercó a ella, acomodándose a su lado con esa elegancia innata que nunca abandonaba.
—Tengo que ir a mis reuniones más tarde, pero antes… —dijo, inclinándose hacia ella, su voz baja y sugerente.
Amatista levantó la mirada, encontrándose con esos ojos que parecían verlo todo.
—¿Antes qué? —preguntó, con una sonrisa traviesa.
—Antes deberíamos tomar una ducha juntos. Ya sabes, como siempre.
Ella fingió considerar la idea, aunque la respuesta era evidente en su sonrisa.
—Supongo que no tengo otra opción, ¿verdad?
—Nunca la has tenido, gatita —respondió él con una risa suave, ofreciéndole la mano para ayudarla a levantarse.
La ducha era amplia, con paredes de mármol y una mampara de cristal que dejaba entrar la luz suave del mediodía. Amatista sintió el agua tibia recorrer su piel mientras Enzo, detrás de ella, ajustaba la temperatura con precisión. Siempre tenía ese cuidado sutil, incluso en los detalles más simples.
El vapor llenaba el espacio, envolviéndolos en una atmósfera íntima y tranquila. Enzo, con las manos descansando en la curva de su cintura, observaba cómo las gotas resbalaban por su cabello húmedo y se detenían en su espalda.
—Sabes, gatita… —murmuró, su voz apenas un susurro contra su oído—, no puedo quitarme de la cabeza cómo te veías con ese vestido.
Amatista sonrió, aunque el rubor subió inevitablemente a sus mejillas.
—Deberías estar pensando en tu reunión, no en mí.
Él soltó una risa baja, envolviéndola con sus brazos.
—Siempre pienso en ti. Y después de verte hoy… creo que necesito más tiempo contigo antes de salir.
El agua seguía cayendo, creando una melodía relajante mientras las manos de Enzo exploraban su piel con una mezcla de suavidad y firmeza. Había algo en su toque, en la manera en que se movía con tanta seguridad, que siempre la hacía sentir única, como si en ese momento no existiera nada más en el mundo.
Amatista giró para enfrentarlo, sus ojos encontrando los de él, llenos de ese magnetismo que nunca dejaba de atraparla. Levantó las manos para rodear su cuello, acercándose más mientras el calor del agua se mezclaba con el de sus cuerpos.
—¿No llegas tarde? —bromeó, aunque su voz era un susurro lleno de afecto.
—Por ti, siempre estoy dispuesto a llegar tarde.
Y antes de que pudiera responder, él bajó la cabeza para capturar sus labios en un beso lento y profundo, uno que hablaba de promesas y pasión. La cercanía, el agua que caía a su alrededor, la manera en que sus dedos se entrelazaban en su cabello… todo parecía amplificar la conexión que compartían, como si el resto del mundo se desvaneciera.
El toque de Enzo era experto, pero también lleno de devoción. Sus movimientos eran pausados, como si cada segundo fuera un momento que quería alargar, asegurándose de que ella se sintiera adorada. Amatista, por su parte, respondía con la misma intensidad, dejando que el amor y la confianza que sentía por él guiaran cada uno de sus gestos.
El vapor cubrió por completo el cristal de la ducha, creando un velo que los aislaba aún más. Sus risas y susurros se mezclaban con el sonido del agua, llenando el espacio de una intimidad que iba más allá del físico.
Cuando finalmente el momento alcanzó su clímax, ambos se quedaron en silencio por un instante, dejando que la quietud los envolviera. Enzo la sostuvo contra él, su respiración aún algo acelerada mientras apoyaba la frente contra la de ella.
Mientras tanto, lejos de Costa Azul, en la imponente mansión Bourth, Roque y Alicia se encontraban en el despacho de Enzo, un espacio amplio y sobrio decorado con madera oscura y libros perfectamente alineados en las estanterías. El aroma a cuero de los muebles impregnaba el aire, y la luz de la tarde se filtraba a través de las cortinas pesadas.
Roque estaba de pie junto al escritorio, con una expresión seria mientras exponía los últimos acontecimientos a Alicia, quien lo escuchaba desde la silla frente a él.
—Logré que Isabel no pudiera abordar el vuelo a Costa Azul —comenzó Roque, su voz grave resonando en la habitación—. Pero me preocupa que intente ir en auto. He designado a un guardia para que vigile su casa por si decide moverse por carretera.
Alicia asintió lentamente, sus dedos entrelazados sobre el escritorio. Su postura era elegante, pero la tensión se reflejaba en la firmeza de su mandíbula.
—Hiciste bien, Roque. Pero sabes tan bien como yo que Isabel es astuta. No podemos subestimar lo que pueda hacer para alcanzar sus objetivos.
—No lo haré —aseguró él, con un leve asentimiento—. La vigilancia será constante.
Hubo un momento de silencio en el que ambos parecieron evaluar el peso de la situación. Entonces, Alicia se inclinó ligeramente hacia adelante, su mirada fija en Roque.
—Si hay cualquier indicio de que Isabel se dirige hacia Costa Azul, debes informarlo de inmediato. No podemos permitir que interfiera.
Roque frunció el ceño, aunque no de desacuerdo, sino de preocupación.
—¿Crees que deberíamos decírselo a Enzo directamente ahora?
Alicia negó con la cabeza, firme pero serena.
—No todavía. Si Isabel no tiene éxito, no hay necesidad de agitar más las aguas. Pero si se mueve hacia Costa Azul… entonces no tendremos otra opción.
Su voz se endureció al añadir:
—Si eso ocurre, Roque, llamaremos a Enzo y le contaremos toda la verdad.
El peso de esa última frase se asentó en el aire, cargado de implicaciones. Alicia, a pesar de su compostura habitual, parecía más tensa que de costumbre. Sabía que una llamada como esa podría cambiarlo todo.
Roque, por su parte, asintió con gravedad, consciente de la delicadeza de la situación.
—No se preocupe, Alicia. Haré todo lo necesario para mantener esto bajo control.
Alicia permitió que una pequeña sonrisa se formara en sus labios, aunque no llegó a sus ojos.
—Confío en ti, Roque. Pero no bajes la guardia, ni por un segundo.
Roque inclinó la cabeza a modo de despedida y salió del despacho, dejando a Alicia sola con sus pensamientos. Mientras la puerta se cerraba tras él, ella se permitió un suspiro profundo. Las piezas en el tablero estaban en movimiento, y sabía que cualquier error podría desencadenar consecuencias irreparables.
Enzo llegó tarde a la reunión, como era su costumbre en situaciones en las que algo más importante le ocupaba la mente. Cuando entró a la sala, sus socios ya estaban sentados, conversando en pequeños grupos y mirando el reloj. Su presencia, aunque silenciosa, era suficiente para que la conversación se apagara instantáneamente.
Con un gesto de cortesía, Enzo asintió hacia todos, mientras se dirigía a su lugar en la mesa. Cuando uno de los socios levantó la mano en señal de pregunta, él respondió de manera breve pero precisa.
—Tuve algo importante que atender —comentó, con voz grave y autoritaria. No ofreció más detalles y, como siempre, su tono dejaba claro que no se toleraban más preguntas al respecto.
Un murmullo recorrió la mesa, pero rápidamente todos comprendieron que no debían insistir. Enzo, sin perder tiempo, pidió que comenzaran con la reunión.
—Vamos directo al grano —dijo, abriendo su carpeta con los documentos y lanzando una mirada a cada uno de sus socios. Kaila, Pablo, Javier, María, Irene, Milan, Leticia, y Gabriel lo observaban expectantes.
Enzo comenzó a hablar con la misma determinación con la que siempre lo hacía. Su voz baja pero firme llenó la sala mientras se dirigía a los puntos principales del encuentro.
—Ya he hablado con el dueño de los terrenos en la costa —comenzó, dirigiéndose a todos sin apartar la vista de los papeles frente a él—. Está dispuesto a vender, y el precio es bastante bueno. Por lo tanto, nuestra única prioridad debe ser ponernos de acuerdo con las expansiones.
Una de las preguntas más recurrentes que surgieron fue cómo organizar las ampliaciones sin afectar las ganancias. Enzo ya había considerado este punto con anticipación, y con calma lo expuso.
—Propongo que realicemos las ampliaciones en temporada baja, cuando la afluencia de turistas disminuye. De esta manera, no impactará en las ganancias de ninguno de nosotros. Las obras se harán de manera controlada, y podremos seguir operando con normalidad.
El ambiente se tornó más relajado al escuchar sus propuestas, pero Enzo sabía que, como siempre, debía mantener el control absoluto. No estaba dispuesto a permitir que la incertidumbre de cualquier socio pusiera en riesgo lo que había logrado.
—Además —continuó, volviendo a atraer la atención de todos—, he estado en contacto con un arquitecto que tiene varios proyectos interesantes. Me parece una buena oportunidad que trabajemos juntos en el diseño del bar. Quiero algo que se ajuste a la visión que todos tenemos, pero también que sea rentable. Este lugar debe atraer a más clientes sin perder de vista su esencia.
En ese momento, Kaila, quien estaba presente como decoradora contratada para el hotel, levantó la mano, como si estuviera lista para opinar sobre el diseño y el estilo. Sin embargo, Enzo la miró sin dar espacio a una intervención más extensa.
—Kaila —dijo de manera tranquila pero firme—, te agradeceré que te encargues de la decoración. Pero las decisiones sobre el diseño general las tomaré con el arquitecto, y luego te contactaré para que nos ayudes con los detalles. No es el momento para debatir sobre eso ahora.
Kaila asintió, consciente de que no podía hacer más que seguir sus indicaciones. Era una profesional y entendía perfectamente su lugar en el proyecto, aunque en ese momento sentía que podría haber tenido más influencia en los detalles. No obstante, sabía que Enzo era quien tomaba las decisiones finales.