Capítulo 79 Una tarde en el jardín
Al día siguiente, el ambiente en la mansión Bourth estaba tranquilo. Amatista y Enzo se encontraban en el jardín, disfrutando de una tarde relajada en unos sillones bajo la sombra. La brisa suave acariciaba sus rostros mientras conversaban de manera ligera y relajada, compartiendo risas y comentarios.
Enzo, como siempre, mantenía esa sonrisa tranquila que solo él sabía ofrecer, mientras observaba a Amatista con una mirada de complicidad. Habían pasado un par de días llenos de momentos divertidos y también de tensión, pero ahora solo había calma, aunque con un toque de nerviosismo que se colaba en el aire.
Mariel, la sirvienta, aún parecía algo incómoda después del incidente en la oficina. Amatista notaba su comportamiento cada vez que entraba o salía de la habitación, evitándolos a toda costa, sin mirarlos mucho a los ojos. Esto no pasó desapercibido para Enzo, quien también había notado que Mariel se marchaba rápidamente cada vez que se acercaba.
Tras un rato de charla entre risas, Amatista se recostó un poco en su sillón, mirando a Enzo mientras el sol comenzaba a ponerse en el horizonte. La tranquilidad de la tarde se rompió por su voz, llena de dulzura, pero también con un toque de preocupación.
—¿Cuánto tiempo más vamos a dejar que Mariel nos esquive? —preguntó Amatista de repente, rompiendo el silencio.
Enzo levantó la vista del documento, cruzando una pierna sobre la otra con su típica elegancia.
—¿Te preocupa, gatita? —respondió con un tono relajado, aunque sabía perfectamente a qué se refería.
—No exactamente, pero creo que debemos hablar con ella. No quiero que se sienta incómoda en su propio trabajo por un… desliz nuestro. —dijo, mordiéndose ligeramente el labio para no reír.
Enzo dejó escapar una pequeña risa, inclinándose hacia ella.
—Tal vez tengas razón. Aunque, admitámoslo, es un poco divertido.
Amatista lo miró con una ceja levantada, pero antes de que pudiera replicar, se escucharon voces acercándose desde la entrada del jardín. Ambos giraron la cabeza para ver a un grupo de sus amigos y socios acercándose.
Maximiliano y Mauricio Sotelo lideraban el grupo, seguidos por Massimo, Emilio, Mateo, Paolo, Sofía, Valentino, Alba y Alejandro. Cada uno de ellos irradiaba la confianza típica de quienes están acostumbrados a moverse en los círculos más exclusivos, pero también traían consigo una energía amistosa que aligeró el ambiente.
—¡Enzo! ¡Amatista! —saludó Maximiliano con entusiasmo, acercándose a ellos con los brazos abiertos.
—¿Nos esperaban? —bromeó Valentino, mientras los demás se unían a los saludos.
—No exactamente, pero siempre es bueno verlos. —respondió Enzo, levantándose para estrechar manos y dar un par de abrazos rápidos. Amatista hizo lo mismo, saludando con calidez.
Tras algunos comentarios iniciales y bromas sobre cómo siempre eran bienvenidos en la mansión Bourth, Amatista tuvo una idea.
—Voy a pedirle a Mariel que nos traiga algo de beber. —le susurró a Enzo, inclinándose hacia él con una sonrisa que mezclaba travesura y determinación. —De paso, aprovecho para hablar con ella.
Enzo asintió, pero apenas Amatista desapareció en dirección a la casa, los comentarios curiosos comenzaron.
—¿Qué sucede con Mariel? —preguntó Mauricio, apoyándose en el respaldo de uno de los sillones.
—Sí, parece que hay algo que no nos has contado, Enzo. —añadió Emilio, con una sonrisa cómplice.
—Es raro que tú, de todas las personas, tengas un pequeño misterio en casa. —bromeó Maximiliano.
Enzo, manteniendo su porte imperturbable, sonrió de lado y tomó un sorbo de su bebida.
—No es nada que deba preocuparlos. Solo un malentendido que ya está resuelto. —respondió con calma, pero su tono no hizo más que avivar la curiosidad del grupo.
Mientras tanto, Amatista había llegado a la cocina, donde encontró a Mariel ocupada preparando unas bandejas con vasos y botellas de limonada. La mujer, al verla entrar, levantó la vista por un momento, pero rápidamente volvió a centrarse en lo que hacía.
—Mariel, ¿puedo hablar contigo un momento? —preguntó Amatista, manteniendo un tono suave y amistoso.
La mujer mayor dejó de lado la bandeja, luciendo algo nerviosa.
—Claro, señorita.
—Mariel, ¿puedo pedirte un favor? —comenzó, viendo cómo la sirvienta levantaba la vista, algo avergonzada. —Sabemos que esto fue un malentendido, pero quiero que olvides lo que sucedió. No es para tanto, ¿verdad?
Mariel, visiblemente avergonzada, bajó la mirada y asintió.
—Sí… pero, realmente, no quería interrumpir.
Amatista sonrió de forma comprensiva, acercándose un poco más.
—Lo entiendo, y te aseguro que no fue nada grave. Pero, para evitar sorpresas en el futuro, quizás deberías golpear la puerta antes de entrar en la oficina. —dijo con una sonrisa amistosa. —Así no te llevas un susto de nuevo.
Mariel asintió, esta vez con una sonrisa más relajada.
—Lo tendré en cuenta. Gracias por ser tan comprensiva.
—No hay de qué. Sabes que no fue nada intencional —respondió Amatista con una sonrisa.
Amatista volvió al jardín con una sonrisa ligera, claramente más relajada después de su conversación con Mariel. Al acercarse a Enzo y al grupo de socios, las risas llenaban el aire, y varias miradas curiosas se volvieron hacia ella con una mezcla de complicidad y diversión.
—¿De qué se ríen ahora? —preguntó Amatista, arqueando una ceja mientras tomaba asiento junto a Enzo.
—De lo que todos sospechamos. —respondió Paolo, alzando su copa con una sonrisa maliciosa.
Amatista lo miró con fingida confusión, ladeando la cabeza.
—¿Y qué se supone que sospechan?
—Nada importante, gatita. —respondió Enzo con una sonrisa ladeada, alzando su copa y bebiendo un sorbo.
—Oh, claro. Porque tus amigos nunca tienen ideas extrañas. —replicó Amatista, lanzándole una mirada cómplice.
—Bueno, todos aquí tienen una teoría sobre lo que realmente sucedió con Mariel. —intervino Maximiliano, con una expresión seria que no logró disimular la chispa de diversión en sus ojos—. ¿Por qué no compartimos nuestras hipótesis con la protagonista?
Amatista dejó escapar una risa incrédula mientras cruzaba los brazos y los miraba desafiante.
—Adelante. Sorpréndanme.
Emilio fue el primero en hablar, inclinándose hacia delante con las manos cruzadas como si estuviera por revelar un gran misterio.
—Mi teoría es que Mariel los encontró en pleno… ¿cómo decirlo? Acto de amor apasionado.
Las risas estallaron, y Amatista rodó los ojos, aunque una sonrisa comenzó a formarse en sus labios.
—Por favor. ¿Acto de amor apasionado? —respondió ella con una mezcla de diversión y escepticismo—. ¿De dónde sacaste eso?
—Vamos, es lógico. —insistió Emilio, riendo mientras señalaba a Enzo—. Estamos hablando de Enzo. Él no hace nada a medias.
—Tal vez solo estaban discutiendo algo… con mucha intensidad. —añadió Mateo, haciendo un gesto ambiguo con las manos que provocó más risas.
—O quizás estaban a punto de… bueno, ya saben. —dijo Sofía, lanzando su teoría con un tono travieso y una mirada directa hacia Amatista.
Enzo alzó una ceja y miró a Sofía, luego a Amatista. Finalmente, sonrió con un gesto resignado.
—Sofía está más cerca de la verdad.
El grupo estalló en carcajadas, algunos inclinándose hacia atrás en sus asientos mientras otros brindaban con sus copas.
—¡Pobre Mariel! —exclamó Alba, llevándose una mano al pecho con fingida compasión—. No sé si logrará superarlo.
—No creo que ninguno de nosotros lo haga. —añadió Mauricio, con una sonrisa burlona mientras alzaba su copa.
Amatista, divertida, pero queriendo defenderse, señaló a Enzo.
—Esto es totalmente culpa tuya.
—¿Mía? —repitió Enzo, arqueando una ceja mientras se inclinaba hacia ella.
—Sí. Fuiste el último en entrar, amor. Además, tú tuviste la brillante idea. Así que, claramente, debiste trabar la puerta.
—Eso no es justo, gatita. —protestó Enzo, aunque no pudo evitar sonreír—. Tú estabas ahí tan concentrada que pensé que tenías todo bajo control.
—¡Oh, no me pongas la culpa a mí! —respondió Amatista, señalándolo de nuevo con un dedo acusador—. Fuiste tú quien decidió distraerme en primer lugar.
—Bueno, tal vez Mariel también tiene algo de responsabilidad. —intervino Mateo, tratando de sonar razonable—. Es normal que en la intimidad de su cuarto una pareja tenga sus momentos.
Enzo asintió, girándose hacia Amatista con una mirada de complicidad.
—Eso tiene sentido. Aunque… —hizo una pausa dramática antes de sonreír—. No estábamos en la habitación.
El grupo quedó en silencio por un momento, antes de que las risas volvieran a explotar con más fuerza.
—¿Dónde estaban entonces? —preguntó Emilio, mirándolo con incredulidad.
—En la oficina de Amatista. —respondió Enzo, sin inmutarse, recargándose en el respaldo del sillón.
El comentario provocó una nueva ola de risas.
—¡En serio, Enzo! ¿La oficina? —exclamó Paolo, sacudiendo la cabeza mientras reía.
—Sí, ¿qué pasó con el profesionalismo? —añadió Maximiliano, alzando las manos en señal de burla.
Enzo alzó una mano para detener las bromas y miró a Amatista con una sonrisa traviesa.
—Antes de que sigan juzgándome, déjenme aclarar algo. —dijo Enzo, disfrutando de la atención del grupo mientras hacía una pausa dramática. —Ella me hizo inaugurar todas mis oficinas. Pensé que debía devolverle el gesto con su propia oficina.
El grupo estalló en carcajadas, y Amatista, mirándolo con una mezcla de indignación fingida y diversión, no pudo evitar soltar una risa.
—Enzo, no hace falta que hagas una lista de todos los lugares en los que hemos tenido… ya sabes.
Las risas aumentaron, y Enzo levantó ambas manos en señal de rendición, mientras su sonrisa de satisfacción mostraba que no le importaba estar siendo el blanco de las bromas.
—Solo estoy diciendo que fue una inauguración simbólica.
—Claro que sí. —respondió Amatista, rodando los ojos antes de mirarlo con una sonrisa traviesa. —Aunque al menos yo me tomé un momento para trabar la puerta de tu oficina cuando lo hicimos.
El comentario provocó otra ola de carcajadas y bromas, y Enzo solo pudo soltar una risa nerviosa.
—Eso lo explica todo. —dijo Mauricio, riendo mientras se inclinaba hacia atrás en su asiento. —La próxima vez, Enzo, recuerda: las puertas se traban por una razón.
—Eso si hay una próxima vez. —añadió Sofía, guiñando un ojo hacia Amatista, quien respondió con una risa juguetona.
Amatista levantó su copa, disfrutando del momento y de las bromas, mientras Enzo solo se recostaba más en su asiento, mirando a los demás con una sonrisa de rendición.
—Bueno, después de esto, Mariel probablemente pondrá cerrojos en todas las puertas de la casa. —bromeó Amatista, logrando que incluso Enzo riera con genuina diversión.
—¡Estoy segura de que lo hará! —añadió ella, mirando a los demás con una sonrisa burlona—. De hecho, no inauguramos todas las oficinas de Enzo, ¿eh? Solo fueron dos. Y por cierto, mi oficina nunca fue inaugurada oficialmente, por lo que la situación no pasó de una… semi-inauguración.
El grupo estalló nuevamente, y Amatista, disfrutando de las carcajadas, continuó:
—Lo más divertido fue ver la cara de Mariel cuando entró. ¡Ni siquiera nos dejó disfrutar de nuestro momento! —dijo entre risas. —Y cuando intentó salir rápidamente de la oficina mientras se disculpaba, como si eso pudiera resolver algo... Y la verdad, no estábamos ni desvestidos, solo un poquito… desprevenidos.
Enzo, visiblemente avergonzado pero divertido, no pudo evitar sonreír ante la manera en que Amatista relataba la situación.
—Te estás pasando, gatita. —dijo Enzo entre risas. —Pero, sí, la verdad fue un espectáculo digno de recordar.
Amatista sonrió ampliamente, disfrutando de la atención que había generado. Luego, con una mirada juguetona y un tono más dramático, continuó:
—Estoy segura de que Mariel comenzará a golpear todas las puertas antes de entrar, incluso si están abiertas. No vaya a ser que se encuentre con algo “inesperado” otra vez.
La risa colectiva resonó una vez más entre el grupo, y Enzo, incapaz de resistirse, la miró con una mezcla de diversión y adoración.
—¿Así que todo esto fue culpa mía? —dijo Enzo, levantando una ceja mientras la miraba de reojo.
—¡Claro que sí! —respondió Amatista con una sonrisa descarada. —Si hubieras trabado la puerta, nada de esto habría pasado.
La risa estalló nuevamente entre el grupo, y Maximiliano, después de un trago de su copa, sugirió en tono jocoso:
—Creo que lo mejor sería darle unas vacaciones a la pobre Mariel, para que se recupere del gran susto que se dio.
Todos en la mesa se rieron, y Paolo, sin perder la oportunidad, añadió:
—Sí, y así podríamos llevar a cabo la "inauguración" que se interrumpió tan amablemente.
Enzo, fingiendo indignación, levantó las manos en señal de rendición.
—No vamos a dejar la inauguración para otro momento. —dijo con una sonrisa—. Aunque lo de las vacaciones para Mariel no es mala idea. Podríamos considerar eso.
Mauricio, que había estado riendo desde el principio, no se quedó atrás.
—Tampoco es mala idea el consejo de trabar las puertas, Enzo. —dijo, guiñándole un ojo.
Amatista, sin perder la oportunidad para seguir con la broma, rió fuerte y comentó:
—Ah, claro, ahora todos se acuerdan de mí por el incidente de la llave de la camioneta, pero ahora todos recordarán a Enzo por no saber trabar las puertas.
El grupo estalló en risas, y Enzo, con una sonrisa torcida, se recostó en su silla, sin poder evitarlo. No podía negarlo, el incidente había sido tan inesperado como divertido, y la reacción de todos lo hacía más llevadero.
—Bueno, bueno, si tanto insisten, tal vez haya que invertir en cerrojos en cada puerta. —dijo Enzo con tono bromista, pero con la mirada cómplice que solo Amatista conocía tan bien.
Amatista, sin dejar de sonreír, se acercó a Enzo y le susurró al oído:
—Quizás la solución sea que no tengamos más oficinas privadas... ¿Qué opinas?
Enzo la miró con una mezcla de diversión y deseo, pero no dijo nada. El juego de palabras y las bromas seguían fluyendo mientras todos disfrutaban del momento, aunque sabían que en algún momento, la conversación volvería a centrarse en lo que había sucedido y en la inevitable tensión que aún se mantenía entre ellos.
Mientras las risas continuaban, el aire entre Amatista y Enzo se volvía más cálido y cargado de una atracción que nunca desaparecía, aunque las bromas suavizaban la tensión. En el fondo, a pesar de las interrupciones y de los momentos incómodos, ambos sabían que su relación estaba más fuerte que nunca.
Amatista, con una mirada juguetona, dejó escapar una risa mientras se alejó un poco del grupo y, al regresar a su asiento junto a Enzo, volvió a bromear:
—No te preocupes, amor, seguro que Mariel ya se está tomando unas vacaciones mentales.
Enzo la miró con una sonrisa de medio lado.
—¿Y tú? ¿Vas a seguir haciendo que todo sea un tema de broma, gatita? —dijo, su tono divertido, pero con un dejo de complicidad.
Amatista se acomodó en su asiento, mirando alrededor del grupo que continuaba riendo y conversando. La escena, aunque llena de bromas y momentos ligeros, también mostraba el lazo especial que compartían con todos aquellos que los rodeaban.