Capítulo 180 Despertar entre sus brazos
El sol del mediodía se filtraba a través de las cortinas, iluminando la habitación con un resplandor cálido. Amatista comenzó a removerse entre las sábanas, sintiendo una calidez inusual a su alrededor. No tardó en darse cuenta de que ya no estaba apoyada en el respaldo de la cama, sino sobre el pecho firme de Enzo.
Parpadeó con pereza, todavía atrapada entre el sueño y la vigilia. La respiración rítmica de Enzo la envolvía, su calor envolvía cada parte de su cuerpo, y la sensación de familiaridad la golpeó con una intensidad inesperada.
—¿Pudiste descansar, gatita? —La voz ronca de Enzo la sacó completamente del letargo.
Amatista se refregó los ojos antes de mirarlo con algo de desconcierto.
—Se supone que yo debería preguntar eso.
Enzo sonrió con una tranquilidad poco común en él.
—Está bien, dormí perfectamente. —Sus ojos oscuros se clavaron en ella, como si grabaran cada detalle de su rostro—. Y tú también.
Amatista suspiró, estirándose un poco sobre la cama.
—Tengo hambre. Mucha hambre.
Enzo deslizó una mano por su espalda con un toque posesivo, disfrutando de la calidez de su cuerpo aún apoyado en él.
—Bajemos por algo —dijo con naturalidad—. Quiero que comas bien, gatita. No me gusta verte débil como hace unos días.
Amatista lo miró por un momento, sorprendida por el tono genuino en su voz. Aunque aún no estaban arreglados, había dejado de tratarlo con indiferencia. Algo entre ellos se había suavizado, aunque seguía sintiendo la barrera que los separaba.
—Está bien… Pero ya es muy tarde para desayunar —dijo con un leve suspiro—. Mejor bajemos por un almuerzo.
Enzo sonrió con satisfacción y deslizó los dedos por su mejilla antes de sentarse en la cama.
—Almuerzo, entonces.
Amatista se incorporó con calma y tomó su cabello en una coleta improvisada. Mientras lo hacía, notó cómo Enzo la observaba con detenimiento, como si grabara cada uno de sus movimientos en su memoria.
—¿Qué? —preguntó, arqueando una ceja.
—Nada. Solo me gusta verte así.
Ella rodó los ojos y se puso de pie, acomodándose la ropa.
—Vamos antes de que me arrepienta.
Enzo soltó una leve risa y la siguió, dejando atrás el refugio de la habitación.
Enzo se dirigió a los sillones de la sala principal, donde el grupo de siempre se encontraba reunido. Luna, Alexander, Esteban, Samara, Emilio, Alan, Joel, Facundo y Andrés conversaban animadamente, pero en cuanto lo vieron aparecer, las miradas se cargaron de burla contenida.
—Miren quién decidió revivir —soltó Alan con una sonrisa burlona.
—¿Te duele la cabeza o el orgullo? —se mofó Joel, dando un trago a su vaso.
—Nunca imaginé ver a Enzo Bourth fuera de combate… pero ahí estabas, desmayado en el sillón, medio desnudo y rodeado de botellas vacías —se burló Facundo, sacudiendo la cabeza como si fuera un espectáculo lamentable.
—Un cuadro digno de enmarcar —agregó Andrés con una carcajada.
Enzo rodó los ojos y se dejó caer en uno de los sillones con la misma arrogancia de siempre.
—Váyanse al diablo.
Las risas no hicieron más que aumentar.
Mientras tanto, Amatista había ido a la cocina. No tenía ganas de aguantar la conversación del grupo, así que prefirió concentrarse en buscar algo de comer. Abrió la despensa y encontró unos fideos instantáneos. No era una opción espectacular, pero serviría. Preparó dos porciones y, cuando estuvieron listos, volvió a la sala principal con ambos envases en las manos.
—Toma —dijo, extendiéndole uno a Enzo.
Él lo recibió sin rechistar, pero en cuanto intentó dar el primer bocado, hizo una mueca.
—Mierda… Están hirviendo.
Amatista no pudo evitar reírse.
—¿Qué esperabas? Apenas los saqué del agua.
Se acomodó en otro sillón y comenzó a comer sin darle más vueltas al asunto. Enzo, por su parte, esperó unos segundos más antes de intentarlo de nuevo, soplando con algo de impaciencia.
La atmósfera de bromas y diversión pronto volvió a instalarse. Luna y Samara no tardaron en intentar captar la atención de Enzo con comentarios coquetos y miradas insinuantes.
—Si necesitas a alguien que cuide de ti cuando bebas demasiado, yo me ofrezco, Enzo —susurró Luna con una sonrisa juguetona.
—Yo también —añadió Samara, guiñándole un ojo.
Enzo ni siquiera les dirigió la mirada.
—No necesito niñeras.
Las chicas intercambiaron miradas y rieron entre ellas, pero no insistieron más.
Alan, aún entretenido con el asunto de la resaca de Enzo, decidió hacer la pregunta que todos tenían en mente.
—¿Y qué te enfadó tanto como para acabar con todo el bar?
El silencio entre el grupo se hizo evidente. Todos sabían que Enzo no solía perder el control con facilidad.
—Es algo personal —respondió Enzo, sin dar más detalles.
Mientras hablaba, sus ojos se deslizaron hacia Esteban, quien miraba con demasiada insistencia a Amatista. No dijo nada, pero su mandíbula se tensó ligeramente.
Alan, sin querer perder el ambiente de diversión, palmeó sus manos.
—¡Sigamos con el juego! Enzo, únete. Y tú también, Amatista, ¿quieres jugar?
—No, gracias —respondió ella con simpleza, enfocándose en su comida.
El juego consistía en repartir cartas y, a quienes les salían los comodines, debían cumplir una prenda. Si no estaban dispuestos a hacerlo, tendrían que beber un trago como castigo.
Mientras todos se reían y discutían sobre quién tenía más posibilidades de perder, Amatista comentó más para sí misma que para el grupo:
—Estos fideos están exquisitos.
Hubo un silencio corto antes de que todos estallaran en risas.
—¡Demonios, Amatista, ¡no puedo creer que lo dijeras tan en serio! —se burló Joel, sujetándose el estómago.
—No recordaba que tenías gustos tan refinados —añadió Alan con una sonrisa.
Incluso Enzo sonrió de lado, observándola con esa mirada oscura y cargada de algo que solo él entendía.
El ambiente seguía cargado de bromas y carcajadas, con el juego de cartas tomando el centro de atención. Enzo y Amatista se acomodaron en sus respectivos sillones, pero mientras los demás reían, ella se centraba en sus fideos, disfrutando la paz que le ofrecía no estar involucrada directamente en el juego. Sin embargo, Enzo, que observaba en silencio, no pudo evitar sentirse algo fastidiado con las insinuaciones constantes de Luna y Samara hacia él. Parecía que cada vez que las chicas le lanzaban una mirada, él respondía con una sonrisa seca, ignorando el tono coquetón que ellas buscaban.
El juego continuó, y Alan fue el primero en sacar un comodín. Todos se callaron en espera del desafío, y Alan, con una mirada traviesa, se frotó las manos.
—¡Tienes que imitar un gemido! —gritó Facundo, riendo.
Alan, con una expresión juguetona, se recostó hacia atrás y, sin pensarlo mucho, lanzó un gemido exagerado. Todos estallaron en risas.
—¡Eso estuvo… inquietante! —dijo Joel, apretando el pecho como si le doliera de tanto reír.
Luego fue el turno de Esteban. Su comodín lo llevó a tener que hacer un baile sensual. No dudó ni un segundo y, poniéndose de pie, comenzó a mover las caderas de una manera cómica pero exageradamente sensual. Las risas fueron más fuertes, y hasta Enzo no pudo evitar sonreír ante la escena.
Luna sacó un comodín después y, con una sonrisa traviesa, miró a Joel.
—¡Besito, Joel! —dijo sin rodeos.
Joel se levantó, sonriente, y le dio un beso en la mejilla, lo cual provocó una ronda de risas nerviosas de parte de todos los presentes. Samara, por su parte, también sacó un comodín, y tras unos segundos de silencio, soltó un suspiro.
—¡Tienes que decir qué odias de alguien y qué amas de otro!
Samara miró a su alrededor y, después de un par de segundos de meditarlo, habló con un tono algo meloso.
—Odio que Enzo sea tan… inaccesible. Pero… amo su forma de ser tan… dominante —su voz se tornó algo más seductora, lo que provocó varias miradas, incluso una extraña mezcla de aprobación y sorpresa.
Finalmente, llegó el turno de Enzo. Su rostro se oscureció ligeramente cuando vio que había sacado un comodín. No le gustaba que el juego lo obligara a hacer algo tan "abierto", pero sabía que no podía escapar de la regla. Los ojos de todos estaban sobre él.
—¡Tienes que besar a alguien! —dijo Alan, sonriendo de forma pícara.
Enzo levantó una ceja, y todos los presentes esperaban una respuesta que rompiera la tensión. Sin decir palabra, Enzo se levantó con una calma que solo él podía mostrar. Sin dudarlo, cruzó la habitación y, con una mano firme sobre la cintura de Amatista, la atrajo hacia él y la besó de forma exagerada. Un beso largo, algo teatral, como si estuviera actuando en una película. Amatista se quedó congelada unos segundos, sorprendida por la audacia de Enzo.
Ella, que acababa de llegar de la cocina donde había dejado los restos de los fideos, lo miró con una mezcla de incredulidad y diversión.
—¡Oye, yo no estoy jugando! —le reclamó, apartándose un poco de él.
Enzo, sonriendo de manera burlona, le respondió:
—Y yo tampoco.
El grupo estalló en risas, y varios comentarios llenaron la sala, especialmente de parte de Alan y Joel.
—¡Esto sí que está fuera de control! —gritó Alan, aplaudiendo.
—¡Enzo nunca decepciona! —dijo Joel, levantando su vaso en señal de brindis.
El ambiente en la sala estaba lleno de risas y murmullos después del beso de Enzo a Amatista. Sin embargo, pronto, Alan decidió que el juego debía cambiar de rumbo. Con una sonrisa traviesa, propuso algo que captó rápidamente la atención de todos.
—¿Qué tal si cambiamos las reglas? —dijo Alan con tono juguetón—. El que saque el comodín, tiene que responder una pregunta de cualquiera de los demás. ¿Qué opinan?
El grupo asintió rápidamente, claramente entusiasmado con la nueva dinámica. Alan miró a Amatista y, con una sonrisa que no podía ocultar, le preguntó:
—Amatista, ¿quieres jugar también?
Amatista se recostó un poco más cómoda sobre el sillón, mirando el juego con una sonrisa que intentaba parecer tranquila.
—No, gracias —respondió con suavidad—. Este tipo de cosas no son lo mío.
Samara y Luna, sin perder la oportunidad de insistir, se acercaron a ella con sonrisas picarescas.
—Vamos, Gatita, será divertido —dijo Luna, tocando su brazo suavemente.
—Sí, ¡anímate! —añadió Samara con una risa traviesa—. ¿Qué tienes que perder?
Amatista dudó por un momento, mirando a Enzo de reojo. Algo en su mirada le transmitió que podría ser interesante. Con un suspiro, finalmente cedió.
—Está bien, está bien… Acepto. —dijo, levantándose y tomando una actitud relajada.
La ronda comenzó rápidamente. El primer comodín le tocó a Luna. Todos esperaban expectantes mientras ella sonreía, sabiendo que la pregunta que le harían no sería fácil.
—Luna —dijo Alan—, ¿te parece atractiva alguna de las mujeres aquí presentes?
Luna no dudó ni un segundo. Con una sonrisa confiada, señaló a Amatista.
—Sí, Amatista. Es hermosa. —respondió Luna, mirando a Amatista con una sonrisa de aprobación.
Las risas fueron casi inmediatas, aunque algunas miradas se hicieron más largas de lo que esperaban, especialmente de Enzo, que observaba a Amatista con atención, curioso por su reacción.
El siguiente comodín fue para Emilio. La pregunta fue algo más directa.
—¿Con cuántas mujeres has estado en tu vida? —le preguntó Samara, riendo por la naturaleza del juego.
Emilio, con una mirada que denotaba sinceridad, respondió.
—No las he contado, pero sí me he enamorado de tres. —dijo Emilio sin vergüenza, y la sala estalló en carcajadas por su honestidad.
El comodín luego tocó a Enzo, y el ambiente se tensó un poco. La pregunta era directa, pero Enzo no era alguien que se dejara intimidar fácilmente.
—Enzo —dijo Alan—, ¿cuál es el mejor lugar en el que has tenido un encuentro sexual que no sea en la cama?
Enzo pensó por un momento, como si estuviera reviviendo el momento, y luego, con una sonrisa que solo él podía dar, respondió.
—En el jardín de mi mansión. —dijo, sin cambiar su expresión, mientras lanzaba una mirada fugaz a Amatista, recordando un encuentro con ella en ese mismo lugar en el pasado.
La respuesta dejó a todos un poco en shock, y algunos no pudieron evitar soltar risitas nerviosas, especialmente al ver cómo Enzo miraba a Amatista de reojo.
El comodín siguiente fue para Esteban, y la pregunta fue más cómica que otra cosa.
—¿Cuál fue tu peor experiencia con una mujer? —preguntó Joel, esperando una respuesta entretenida.
Esteban no dudó y soltó una carcajada.
—Una vez estuve con una mujer que olía mal… Fue horrible, la peor experiencia de mi vida. —respondió, provocando más risas entre los presentes.
Finalmente, llegó el turno de Amatista. Todos la miraron con expectación. Sin embargo, ella seguía tomando el juego con una calma sorprendente.
—Amatista —dijo Alan—, ¿con cuántos hombres has estado en toda tu vida?
Amatista miró la carta en su mano y luego levantó la mirada hacia los demás, sin incomodarse en lo más mínimo.
—Solo con uno —respondió tranquila, sin nervios.
Hubo un silencio momentáneo. Los presentes intercambiaron miradas, incrédulos ante su respuesta.
—¿En serio? —dijo Joel, arqueando una ceja—. ¡Con lo hermosa que eres!
Luna, sorprendida, también comentó.
—¡No puedo creerlo! ¿Solo con uno? Eso es... increíble.
Amatista sonrió con calma, sin una pizca de vergüenza.
—Solo con Enzo. Y no me arrepiento en lo más mínimo. —dijo, con una serenidad que sorprendió a todos, especialmente a las mujeres.
Amatista había dejado claro su punto sobre su relación con Enzo, sin dejar espacio para dudas o incomodidades. Pero el juego no se detuvo, y la suerte volvió a jugarle una carta inesperada. El comodín salió nuevamente para ella, y todos se quedaron en silencio esperando la próxima pregunta.
Alan, con una sonrisa traviesa, le lanzó la pregunta sin dudar.
—Amatista, ahora te toca a ti nuevamente. Cuéntanos, ¿en qué lugares has tenido sexo, que no sean en una cama?
Amatista levantó una ceja y miró alrededor, aparentemente pensativa, como si estuviera evaluando si podía responder de manera divertida.
—¿Todos los lugares? —preguntó, casi desinteresada.
Joel, sorprendido por la calma con la que Amatista se tomaba todo, asintió rápidamente.
—Sí, todos los lugares.
Amatista pensó por un momento, como si estuviera haciendo una lista mental. Luego, sonrió, completamente relajada, y comenzó a enumerar sin titubear.
—En el jardín de la mansión… en el auto… en la oficina… en la ducha… en la piscina… en la cocina… en el sillón… en un vestidor de una tienda… y en el baño de un bar. —dijo, como si estuviera hablando de una lista de lugares comunes.
La sala estalló en carcajadas. Los comentarios no se hicieron esperar.
—¡Madre mía! —exclamó Alan, con los ojos abiertos como platos—. ¿¡En un vestidor de una tienda!?
Joel, con cara de incredulidad, no podía creer lo que escuchaba.
—¡En el baño de un bar! —dijo con una risa nerviosa—. ¡Eso sí que es nuevo!
Amatista solo sonrió, disfrutando de la sorpresa y las risas de los demás. Sin embargo, Enzo, que había permanecido callado hasta ese momento, decidió intervenir, con una sonrisa juguetona y algo protectora.
—No te metas con el baño del bar —dijo, mirando a Alan con una mirada ligeramente desafiantes—. Ahí fue donde salieron mis gemelos.
Las risas se intensificaron al escuchar esa revelación. Algunos miraron a Enzo con sorpresa, pero no pudieron evitar seguir riendo.
Amatista se encogió de hombros y, aún sonriendo, añadió.
—Sí, bueno, lo que pasa en el bar, se queda en el bar…
Enzo, con una sonrisa más amplia, se unió a la diversión.
—Olvidé mencionar que también lo hicimos en la terraza. —dijo, con una expresión burlona mientras miraba a Amatista.
Todos estallaron en risas de nuevo, algunos mirando a Enzo con cierto asombro por lo directo que era. Alan, con una sonrisa burlona, levantó su copa en un brindis.
—Esto va a dar mucho de qué hablar. —dijo Alan, mientras los demás continuaban riendo y bromeando sobre las respuestas inesperadas de Amatista.