Capítulo 193 Madrugada entre secretos y besos
El reloj marcaba las tres de la madrugada cuando Amatista se removió entre las sábanas, sintiendo una calidez familiar envolviéndola. Su cuerpo estaba entrelazado con el de Enzo, quien ya estaba despierto, observándola con esa mirada intensa que siempre la hacía sentir atrapada en su órbita.
Parpadeó varias veces antes de soltar un suspiro perezoso y enterrarse más contra su pecho.
—Mmm… ¿qué hora es? —murmuró con voz adormilada.
—Muy temprano para que despiertes —respondió Enzo con calma, deslizando una mano por su espalda desnuda.
Amatista se acurrucó más, disfrutando de su calor. Pero cuando su mente empezó a despejarse, una sensación de incertidumbre se instaló en su pecho.
—¿Anoche… pasó algo?
Enzo esbozó una sonrisa ladina y deslizó su mano hasta su cintura, acercándola más.
—Depende… ¿qué crees que pasó?
Ella frunció el ceño y apoyó la barbilla en su pecho, mirándolo con sospecha.
—No lo sé. Solo recuerdo estar en la fiesta… después de eso, todo es un poco borroso.
Enzo soltó una risa baja y acarició su mejilla con el dorso de los dedos.
—Digamos que fuiste el espectáculo de la noche.
Amatista entrecerró los ojos y lo miró con recelo.
—Eso no me gusta… —murmuró, sintiendo un leve escalofrío de vergüenza recorrer su cuerpo—. ¿Qué hice?
Enzo fingió pensarlo mientras su pulgar trazaba círculos perezosos en su piel.
—Bueno… para empezar, me declaraste lo guapo que soy unas veinte veces.
Amatista hizo una mueca y escondió el rostro contra su pecho.
—Dios… dime que no.
—Lo hiciste —confirmó Enzo, divirtiéndose con su reacción—. Con mucha pasión, por cierto.
Ella se quejó en voz baja, pateando suavemente las sábanas.
—Solo fue el vino…
—Ah, claro. Y también me llamaste tu almohada favorita delante de todos.
Amatista lo miró con el ceño fruncido, confundida.
—¿Mi qué?
Enzo sonrió con aire divertido y se inclinó para besarla en la frente.
—Nada, Gatita. Solo algo que dices cuando estás borracha.
—No, no, espera… ¿qué significa eso? —preguntó, incorporándose un poco, pero Enzo la sujetó con facilidad y la hizo recostarse nuevamente.
—No es importante.
—Si lo dije, quiero saber qué significa.
Enzo la miró con aire despreocupado, como si no tuviera intención alguna de responder.
—Te lo diré cuando te embriagues otra vez.
—¡Eso no es justo!
—La vida no es justa, Gatita.
Amatista infló las mejillas con indignación.
—Me estás ocultando algo.
—Tal vez.
Ella le dio un suave golpe en el pecho, frustrada, pero él aprovechó el movimiento para sujetar su muñeca y atraerla de nuevo hacia él, su rostro a escasos centímetros del suyo.
—Deberías estar agradecida de que no te estoy contando todo —murmuró con diversión, sus labios rozando su piel.
Amatista entrecerró los ojos y lo estudió, intentando descifrar qué tanto le estaba ocultando.
—Enzo…
—Shhh… —la calló con un beso, uno lento y profundo que la hizo olvidarse de su reclamo en cuestión de segundos.
Su lengua se deslizó con pereza contra la suya, mientras sus manos comenzaban a recorrer su cuerpo con una calma exasperante.
—Me gusta más cuando estás entretenida con otra cosa —susurró contra sus labios antes de besarla nuevamente, profundizando el contacto.
Enzo deslizó sus labios lentamente por el cuello de Amatista, saboreándola con calma mientras sus manos se deslizaban por su cintura, sujetándola con la firmeza de quien no tiene intención de dejarla escapar.
—Bourth… —susurró ella entre jadeos, aferrándose a sus hombros.
Pero él se detuvo de golpe, su aliento cálido acariciando su piel cuando murmuró contra su oído:
—Deja de llamarme así.
Amatista abrió los ojos lentamente, sintiendo el cosquilleo de su voz baja y ronca en cada fibra de su cuerpo.
—¿Qué…?
Enzo levantó el rostro y la miró fijamente, su expresión cargada de una intensidad que hizo que su corazón latiera más rápido.
—No quiero que me llames por mi nombre… ni por mi apellido —dijo, acariciándole la mejilla con la yema de los dedos—. Solo quiero que me llames "amor".
Amatista sintió su respiración entrecortarse, no solo por el peso de sus palabras, sino por la forma en que él continuó besándola sin darle oportunidad de procesarlo del todo.
Su boca reclamó la suya en un beso lento, profundo, lleno de posesión. Sus manos se deslizaron por su espalda desnuda, recorriéndola con devoción, como si quisiera impregnarse de su calor.
—Dilo… —murmuró contra sus labios antes de morderlos suavemente, provocándola.
Amatista se arqueó contra él, perdiéndose en el contacto de su piel, en la manera en que su cuerpo respondía a cada roce suyo.
—Enzo… —intentó llamarlo de nuevo, pero él la silenció con otro beso más demandante, esta vez sujetándole el mentón con suavidad.
—No —susurró, su tono grave y autoritario—. Llámame amor.
Amatista sintió un escalofrío recorrer su espalda, su cuerpo vibrando bajo el dominio de su toque.
—Amor… —susurró al fin, con voz entrecortada.
La reacción de Enzo fue inmediata. Un gruñido bajo escapó de su garganta mientras la sujetaba con más fuerza, volcando sobre ella toda la necesidad que había contenido.
—Así me gusta… —murmuró contra su piel antes de volver a devorarla con besos y caricias, decidido a recordarle por qué él era el único al que podía llamar así.
La sonrisa de Enzo se curvó contra la piel de Amatista cuando la escuchó susurrar "amor". Su voz, dulce y temblorosa, se sintió como una victoria que lo encendió aún más.
—Dilo otra vez —ordenó con voz baja y cargada de deseo, mientras sus labios descendían por su cuello, dejando besos ardientes a su paso.
Amatista jadeó cuando su lengua delineó la curva de su clavícula, su respiración ya entrecortada. Sus dedos se aferraron a su cabello, buscando algo de estabilidad en medio de la tormenta que él provocaba en su cuerpo.
—Amor… —murmuró, esta vez con un tono más entregado, más necesitado.
Un gruñido satisfecho escapó de la garganta de Enzo antes de que atrapara sus labios en un beso profundo, devorador, como si quisiera marcarla desde adentro. Sus manos la recorrían con una seguridad indiscutible, encendiendo su piel con cada caricia.
—Solo yo —susurró contra su boca, deslizando sus dedos por sus muslos, acariciándola lentamente—. Solo yo puedo ser tu "amor", Gatita.
Amatista sintió su estómago revolverse ante el peso de sus palabras, ante la posesión en su voz, en sus caricias.
—Siempre has sido el único… —susurró sin pensar, antes de morderse el labio, dándose cuenta de lo que acababa de confesar.
Enzo se detuvo un segundo, sus ojos oscuros atrapándola, analizándola con esa intensidad peligrosa que siempre la desarmaba.
—Dilo otra vez —exigió, pero esta vez su tono era más profundo, casi una súplica disfrazada de orden.
Amatista sintió que su corazón latía con fuerza contra su pecho. Trató de desviar la mirada, pero él atrapó su rostro entre sus manos, obligándola a verlo.
—Siempre has sido el único… amor —repitió con voz baja, dejando que sus dedos recorrieran su espalda desnuda.
Enzo no le dio tiempo a reaccionar. En cuanto las palabras salieron de su boca, la atrapó entre sus brazos, su boca devorando la suya con una desesperación cruda, salvaje. No había dulzura en su beso, solo necesidad pura, la urgencia de hacerle entender que él era el único, que siempre lo había sido y que jamás permitiría que fuera de otra manera.
Amatista se aferró a sus hombros, sus uñas dejando marcas en su piel mientras sentía su cuerpo ceder ante él. Enzo la giró con facilidad, quedando sobre ella, sus labios descendiendo por su cuello, dejando besos húmedos y mordidas que la hacían estremecer.
—Dilo otra vez —murmuró contra su piel, su voz ronca y cargada de deseo.
Amatista apenas podía respirar.
—Enzo…
Él gruñó contra su clavícula, descontento con la respuesta, y su lengua recorrió el camino hasta su oído, su aliento cálido provocándole un escalofrío.
—No —susurró con una sonrisa oscura—. Llámame como debes.
Ella cerró los ojos, su cuerpo en llamas bajo sus caricias. Sabía que Enzo no la dejaría escapar de esto, que quería escucharla entregarse por completo.
—Amor… —murmuró, sintiendo cómo él respondía con un beso más profundo, más posesivo, su cuerpo moldeándose al suyo con perfección.
La manera en que la tomó, cómo la hacía sentir atrapada y al mismo tiempo libre, era algo que solo él podía provocar.
—Eso me gusta, Gatita —susurró Enzo contra su boca antes de volver a besarla con hambre, con la necesidad de demostrarle, una vez más, que su única opción siempre sería él.
Amatista se aferró a él, sus uñas hundiéndose en su espalda mientras sentía cómo la completaba con cada movimiento, arrancándole jadeos entrecortados que se perdían en la boca de Enzo.
—Mía… —gruñó contra su oído, sus labios dejando un rastro ardiente por su cuello, su clavícula, hasta perderse en cada rincón de su cuerpo.
—Tuya… —susurró ella sin dudarlo, perdida en el torbellino de sensaciones que solo él podía provocarle.
El cuarto se llenó del sonido de sus cuerpos uniéndose una y otra vez, del eco de su respiración agitada, de los murmullos y suspiros que escapaban entre besos desesperados.
Cuando el clímax los alcanzó, Amatista sintió cómo Enzo la envolvía con su fuerza, su peso cálido sobre ella mientras sus labios buscaban los suyos en un último beso profundo.
Por unos segundos, solo se escuchó el latido acelerado de sus corazones.
Enzo la mantuvo entre sus brazos, su mano recorriendo su espalda con caricias perezosas mientras su respiración se normalizaba.
—Duerme, Gatita —murmuró con voz ronca, besando su sien.
Amatista, aún sumida en el calor de su cuerpo, se acomodó sobre su pecho, sintiendo el ritmo estable de su corazón bajo su mejilla.
—Solo si me sigues abrazando así… —susurró en un tono soñoliento.
Enzo sonrió apenas y ajustó el agarre alrededor de su cintura, cerrando los ojos.
—No tengo intención de soltarte, gatita.
El silencio envolvía la habitación, solo interrumpido por la respiración tranquila de Enzo y Amatista. La calidez de su cuerpo aún latente sobre la piel de ella, el ritmo acompasado de su pecho subiendo y bajando con cada respiro, la seguridad de sus brazos rodeándola como si temiera que se desvaneciera en la noche.
Pero Amatista no podía dormir. No todavía.
Con los ojos abiertos en la penumbra, su mente volvía una y otra vez a algo que la inquietaba. Algo que no lograba recordar, pero que Enzo sí.
—Enzo… —murmuró con voz baja, casi dudosa.
Él gruñó suavemente, enterrando su rostro en su cabello, sin abrir los ojos.
—Duerme, Gatita.
—No. No hasta que me digas qué es eso de la almohada bonita y la almohada favorita.
El cuerpo de Enzo se tensó apenas por un segundo antes de relajarse de nuevo. No hizo ningún intento de apartarse de ella, pero su voz sonó entretenida cuando respondió:
—¿Otra vez con eso?
Amatista frunció el ceño y se removió un poco en sus brazos, levantando la cabeza para mirarlo en la oscuridad.
—Sí, otra vez con eso. Me molesta que todos lo sepan menos yo.
Enzo finalmente abrió los ojos, observándola con una media sonrisa, pero sin la más mínima intención de darle lo que pedía.
—No es "algo" —dijo con calma, deslizando sus dedos por su espalda desnuda—. Es algo que tú me dices cuando estás borracha.
Amatista chasqueó la lengua, frustrada.
—Entonces más razón para que me lo cuentes. ¡Es mío!
—Tal vez —murmuró él, con diversión en su tono—. Pero te lo diré cuando crea conveniente.
Ella resopló, claramente molesta.
—Eso no es justo.
—La vida no es justa, Gatita —repitió Enzo con una sonrisa arrogante, besando su frente.
Amatista apretó los labios y deslizó sus dedos lentamente por su pecho, como si intentara distraerlo con caricias.
—Dímelo, Bourth…
Enzo atrapó su muñeca antes de que siguiera provocándolo y la miró con intensidad.
—Amor —corrigió con tono bajo y peligroso—. Llámame amor.
Amatista le sostuvo la mirada, reconociendo en sus ojos la misma necesidad obsesiva que lo dominaba cada vez que la tenía cerca.
—Amor… —susurró, y sintió la forma en que sus músculos se relajaron con esa sola palabra.
Enzo se inclinó hacia ella, dejando un beso lento en sus labios antes de susurrarle contra la boca:
—Solo te diré esto. Para vos, yo soy tu almohada favorita.
El corazón de Amatista dio un vuelco en su pecho, y antes de que pudiera preguntar, él continuó con voz grave:
—Y para mí, vos sos mi almohada favorita.
Ella sintió un nudo formarse en su garganta, sin saber por qué esas palabras le afectaban tanto. No tenía idea del peso que cargaban, del significado profundo que escondían.
—Pero…
—No hay peros, Gatita. Es todo lo que necesitas saber por ahora.
Enzo continuó acariciándole la espalda con calma, disfrutando de la forma en que su cuerpo encajaba contra el suyo, pero sabía que su mente seguía inquieta.
—No pienses en preguntarle a los demás —murmuró con diversión—. No te dirán nada.
Amatista se quedó en silencio unos segundos antes de separarse bruscamente de su abrazo. Se sentó en la cama con un puchero casi infantil y encendió la luz de la lámpara de la mesita de noche.
—¡No es justo! —se quejó, cruzándose de brazos y frunciendo el ceño—. Yo quiero saber.
Enzo, con una sonrisa de lado, se acomodó sobre la almohada y la observó con absoluta tranquilidad.
—No importa cuántos berrinches hagas, Gatita. No te lo diré.
Amatista entrecerró los ojos, con una expresión desafiante.
—Entonces no te llamaré amor.
Enzo soltó una risa baja, apoyando una mano detrás de su cabeza.
—Está bien. De todos modos, ya conseguí lo que quería.
Amatista apretó los labios con frustración, fulminándolo con la mirada. Pero él solo la observó con aire satisfecho, sin la más mínima intención de ceder.
Derrotada, bufó y apagó la luz antes de volver a acostarse de espaldas a él.
—Eres malo —murmuró con fastidio.
Enzo sonrió en la oscuridad y deslizó un brazo por su cintura, atrayéndola nuevamente contra su pecho.
—Y, aun así, no puedes dormir sin mí.
Amatista no respondió. Solo cerró los ojos, sintiendo el calor de su cuerpo envolviéndola, aceptando que, al menos por esa noche, Enzo se quedaría con su secreto.