Capítulo 119 Una nueva vida en camino
El aire en la oficina era tenso. Amatista despertó lentamente, sus pestañas revoloteando mientras trataba de enfocarse. Sus ojos recorrieron el lugar, deteniéndose en los rostros familiares. Massimo estaba de pie cerca de la ventana, Emilio recargado en el escritorio con los brazos cruzados, y Albertina se encontraba junto a la puerta, sosteniendo su teléfono con una sonrisa apenas perceptible. Enzo, sentado cerca del sillón donde descansaba Amatista, fue el primero en notar que había abierto los ojos.
—Gatita, no te muevas mucho —dijo con voz suave, acercándose.
Amatista parpadeó, confundida. —¿Qué pasó?
—Te desmayaste por el cansancio —respondió Enzo mientras tomaba su mano con delicadeza—. Federico te revisó y dijo que debemos cuidarte... más ahora que estás embarazada.
Amatista se incorporó un poco en el sillón, su expresión incrédula. —¿De qué embarazo estás hablando?
El silencio llenó la habitación. Enzo frunció el ceño, comprendiendo que ella tampoco lo sabía.
—Federico dijo que estás entrando en el segundo mes —dijo finalmente, sus palabras cuidadosas, como si temiera romper algo frágil.
Amatista dejó caer la cabeza contra el respaldo del sillón, su mirada perdida. —No lo sabía... no tenía idea.
Desde la distancia, Albertina lanzó una carcajada falsa. —Vaya sorpresa, ¿no?
Enzo ignoró el comentario y se inclinó hacia Amatista, sosteniendo sus manos con firmeza. —No te preocupes, gatita. Yo me encargaré de cuidarte a ti y al bebé.
Amatista lo miró con seriedad y apretó ligeramente sus manos. —No, Enzo. Yo me voy a cuidar bien, más ahora que lo sé.
Emilio intervino, con tono práctico pero afectuoso. —Deberíamos llevarla a la clínica de Federico. Seguramente necesita vitaminas y otros cuidados.
Enzo asintió. —Tienes razón. Vamos.
El grupo salió de la oficina. Albertina, con un movimiento apresurado, se adelantó para ocupar el asiento del copiloto. Enzo no comentó nada, pero le pidió a Emilio que condujera. Abrió la puerta trasera para que Amatista subiera primero y luego se acomodó junto a ella. Massimo, con una leve inclinación de cabeza, decidió seguirlos en su propio auto.
El trayecto hacia la clínica transcurrió en un silencio denso. Amatista mantenía la vista en la ventana, mientras Enzo no dejaba de mirarla de reojo, sus manos inquietas sobre las rodillas.
Al llegar, Federico salió a recibirlos, su expresión tranquila pero alerta. —¿Pasó algo?
Amatista negó con la cabeza. —No sabía que estaba embarazada, y pensamos que sería prudente venir para asegurarnos de que todo esté bien.
Federico asintió con seriedad. —Bien pensado. Vamos a aprovechar para hacer algunos estudios y recetarte vitaminas.
Amatista lo siguió hacia el consultorio, y Enzo no tardó en acompañarla, a pesar de que Federico no lo invitó directamente.
Dentro, Federico realizó las pruebas necesarias, incluyendo una toma de sangre. Después, se dirigió a ambos. —Esperen aquí un momento. Regresaré con los resultados en breve.
Cuando Federico salió, Enzo se acercó más a Amatista. Se arrodilló frente a ella y le tomó las manos con una mezcla de nerviosismo y vulnerabilidad.
—Gatita... sé que he sido un idiota —comenzó, su voz baja pero cargada de emoción—. Pero por favor, déjame cuidarte. A ti y al bebé. No quiero que les pase nada.
Amatista bajó la mirada, sus dedos jugueteando con los de Enzo. —Tengo miedo, Enzo. Miedo de que pase lo mismo que la primera vez...
Enzo la abrazó con fuerza, sus brazos envolviéndola como si quisiera protegerla del mundo entero. —Eso no va a pasar. Te lo prometo. Voy a cuidarte, no dejaré que nada malo les ocurra.
Amatista apoyó la cabeza en su pecho por un momento, buscando consuelo, pero luego se apartó lentamente. Lo miró a los ojos con determinación. —Eso no significa que volvamos a estar juntos.
Enzo frunció el ceño, claramente afectado por sus palabras, pero no discutió.
—Quiero continuar con mi trabajo de diseño, y estoy muy enojada por lo que insinuaste anoche en la fiesta.
Enzo suspiró, su mirada llena de remordimiento. —Lo siento, gatita. No quise decirlo de esa manera.
Amatista no respondió, simplemente apartó la vista hacia la puerta, justo cuando se escucharon pasos. Federico regresaba con los resultados.
—Bueno todo parece estar bien, pero te recetaré vitaminas y otros complementos para asegurarnos de que tengas un desarrollo saludable —dijo Federico con tono profesional.
Amatista asintió y miró brevemente a Enzo antes de volver su atención al médico, decidida a cumplir con lo necesario por el bienestar del bebé.
Mientras Amatista y Enzo permanecían en el consultorio, en la sala de espera Albertina no perdía oportunidad para lanzar comentarios venenosos.
—Qué conveniente su embarazo, ¿no creen? —dijo con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Seguramente está asegurando su lugar.
Massimo levantó una ceja y cruzó los brazos, divertido. —¿Lugar? Si hablamos de asegurar algo, seguro fue cosa de los dos. Ya conocemos a Enzo, ¿o no?
Emilio soltó una risa breve y agregó con tono burlón. —Exacto. Amatista no necesita obligar a nadie. Enzo siempre ha sido el primero en perder la cabeza por ella.
Albertina frunció el ceño, molesta por las risas cómplices entre los dos hombres. —Eso no cambia el hecho de que...
—De que Enzo está enamorado de ella —interrumpió Emilio, mirándola directamente. Su tono ya no era burlón, sino serio—. Amatista es la única mujer que Enzo ama, y no necesita ningún truco para eso. Si ella decidiera volver con él, Enzo lo haría en un instante.
—Incluso de rodillas, si Amatista se lo pidiera —añadió Massimo, arrancando una carcajada de Emilio y dejando a Albertina sin palabras.
Minutos después, Amatista y Enzo salieron del consultorio. Emilio fue el primero en preguntar:
—¿Cómo salió todo?
—Todo está bien —respondió Enzo—. Solo debemos comprar las vitaminas y complementos que Federico recomendó.
—A unas diez calles hay una farmacia —sugirió Massimo.
Enzo asintió, pero antes de decir algo, Amatista intervino. —Yo iré a comprar lo necesario y luego me iré a mi casa. No hace falta que me acompañen.
Antes de que alguien pudiera replicar, Amatista se giró y comenzó a caminar hacia la salida. Enzo reaccionó de inmediato y fue tras ella.
—Gatita, espera. Déjame llevarte —dijo mientras se adelantaba para abrirle la puerta del auto—. No quiero que vuelvas a desmayarte. Por favor, déjame hacerlo.
Amatista dudó por un momento, pero finalmente aceptó, entrando al auto. Enzo tomó el volante, mientras Emilio y Albertina se acomodaban en el asiento trasero.
El trayecto hacia la farmacia fue silencioso, con Albertina lanzando miradas furtivas hacia Enzo y Amatista, pero sin atreverse a decir nada.
Al llegar, Amatista bajó rápidamente y compró lo necesario. De regreso al auto, se dirigieron a la Mansión Torner. En cuanto llegaron, Amatista se bajó apresuradamente, evitando cualquier interacción, e ingresó directamente a la casa.
Dentro, Daniel, Mariam y Jazmín estaban merendando en el comedor. Jazmín fue la primera en notar la llegada de Amatista y la saludó con entusiasmo.
—¡Amatista! Ven, compramos una torta de chocolate especial para ti.
Amatista, sonriendo con calidez, se unió a la mesa. Después de probar un pedazo de la torta, tomó un sorbo de té y miró a su familia con una mezcla de emoción y nerviosismo.
—Tengo que contarles algo —dijo, logrando captar toda su atención.
Hubo un silencio expectante, mientras Amatista dejaba que la tensión se acumulara antes de soltar las palabras.
—Estoy embarazada.
Jazmín soltó un pequeño grito de alegría, mientras Mariam y Daniel sonreían ampliamente.
—¡Felicidades, mi amor! —dijo Mariam con una mano en el pecho—. No quiero ser imprudente, pero... ¿quién es el padre del bebé?
Amatista no se mostró molesta por la pregunta. Su expresión era tranquila mientras respondía. —Es de Enzo. De hecho, jamás he estado con nadie más.
Daniel, claramente emocionado, se inclinó hacia ella. —¿Se lo vas a contar?
—Ya lo sabe —respondió Amatista, suspirando—. Y no sería capaz de alejar a mi bebé de él bajo ninguna circunstancia. No quiero ser como Isabel, que nos separó cuando yo era una niña.
Daniel asintió, conmovido. —Es la mejor decisión, hija.
—Y nosotros estaremos aquí para ti, para lo que necesites —agregó Mariam con una sonrisa cálida, mientras Jazmín asentía con entusiasmo.
Amatista sonrió con gratitud. —Gracias. Tenerlos a mi lado significa mucho para mí.
La conversación continuó, con un ambiente cálido y lleno de apoyo, mientras Amatista sentía una renovada confianza en el camino que tenía por delante.
Amatista subió las escaleras rumbo a su cuarto tras una tarde llena de emociones. Se dio un baño relajante, dejando que el agua cálida calmara su cuerpo, pero no su mente. Aunque sentía miedo por lo que deparaba el futuro, su determinación de cuidar a su bebé era más fuerte que cualquier incertidumbre. Una vez lista, se recostó en su cama, permitiéndose un merecido descanso.
Mientras tanto, Enzo conducía hacia la Mansión Bourth, con Emilio y Albertina en el asiento trasero. Massimo seguía el auto de cerca en su propio vehículo. Albertina, que no había tenido la oportunidad de visitar la mansión antes, quedó deslumbrada al verla. La imponente estructura y los jardines perfectamente cuidados la hicieron sentir una mezcla de admiración y envidia.
Al llegar, Mateo y Paolo salieron al recibidor con botellas de champagne en la mano, riendo y gritando:
—¡A festejar al futuro papá!
Enzo los miró con una ceja levantada, confundido. —¿Cómo se enteraron?
Massimo, que acababa de estacionar su auto, se acercó con una sonrisa traviesa. —Yo les avisé. No podía quedarme con la noticia solo para mí.
Albertina frunció el ceño al escuchar esto, aunque no dijo nada. Por dentro, se revolvía con el pensamiento de que todos ahora hablarían del hijo que Enzo tendría con otra mujer. "Como si no fuera suficiente que insinúen que soy un accesorio en su vida", pensó con amargura.
Enzo, ajeno a los sentimientos de Albertina, aceptó las felicitaciones de sus amigos con una sonrisa sincera. Luego, girándose hacia Roque, su guardaespaldas más leal, le dio instrucciones:
—Lleva a Albertina a su casa.
Albertina protestó de inmediato. —Quiero quedarme.
Enzo se encogió de hombros, dejando claro que no le importaba. —Haz lo que quieras, pero lejos de mí.
Roque, con una sonrisa, aprovechó el momento para felicitar a su jefe. —Felicidades, señor Bourth. Es una gran noticia.
Enzo asintió, agradecido. —Gracias, Roque.
Antes de unirse a la celebración con sus socios, Enzo indicó que debía hacer una llamada. Entró en su despacho, cerrando la puerta detrás de él, y marcó el número de Alicia, su madre.
—¿Enzo? —preguntó Alicia al contestar, su voz llena de curiosidad—. No esperaba tu llamada. ¿Todo bien?
—Sí, mamá, todo bien. Quería contarte algo —comenzó Enzo, con un tono más relajado de lo habitual—. Amatista está embarazada.
Hubo un silencio breve al otro lado de la línea, y luego la voz de Alicia sonó con una mezcla de emoción y sorpresa. —¿Están juntos otra vez?
—No —respondió Enzo rápidamente—. Eso no ha cambiado. Pero vamos a tener un hijo.
—¿Un hijo? —repitió Alicia, emocionada—. ¡Enzo! Esto es maravilloso. ¿Cómo estás con todo esto?
—Feliz, mamá —dijo con sinceridad—. No hay nada más importante para mí ahora que asegurarme de que estén bien, Amatista y el bebé.
Alicia suspiró, su voz suavizándose. —Sabes que siempre puedes contar conmigo, hijo. Dale mis felicitaciones a Amatista, ¿sí?
—Lo haré. Gracias, mamá.
Después de colgar, Enzo regresó al salón principal, donde los socios ya habían descorchado las botellas. Mateo y Paolo lo esperaban con copas llenas.
—¡Por el futuro heredero de los Bourth! —exclamó Mateo, alzando su copa.
—¡Salud! —corearon los demás.
Durante la celebración, Paolo, el único entre ellos que tenía hijos, se acercó a Enzo con una sonrisa de complicidad.
—Déjame darte un consejo, Enzo. Ser padre cambia todo. Lo importante es estar presente y ser un pilar para ellos, pase lo que pase.
Paolo terminó su consejo con una palmada en la espalda de Enzo, dejando un aire de reflexión en el grupo. Emilio, siempre práctico, se adelantó:
—Si vamos a brindar por el futuro Bourth, deberíamos empezar por preparar la mansión. Hay que reformar una de las habitaciones para el bebé.
Mateo, que ya tenía una copa en la mano, negó con un gesto. —Es mejor esperar. Aún no sabemos si será niño o niña. No querrás elegir un color y luego tener que cambiarlo todo.
Enzo, que hasta entonces había estado en silencio, suspiró y dejó su copa en la mesa. —La habitación es lo de menos ahora. Amatista fue muy clara: no piensa volver conmigo, al menos por ahora. Todavía está enojada, y no puedo culparla.
Los hombres asintieron, aunque Paolo le lanzó una mirada comprensiva. —Dale tiempo, Enzo. Las cosas suelen acomodarse solas cuando llega un bebé.
Mientras tanto, Albertina había aprovechado el bullicio de la celebración para pasear por la mansión. Cada rincón la sorprendía más que el anterior: los pasillos adornados con cuadros antiguos, los muebles de madera oscura tallados a mano, y los ventanales que dejaban entrar la luz de la luna, dándole al lugar un aire majestuoso.
Finalmente, llegó a una de las habitaciones más grandes, cuya puerta estaba entreabierta. Entró con curiosidad y enseguida reconoció que se trataba de la habitación de Enzo. Los muebles eran sobrios pero elegantes, y cada detalle hablaba de lujo.
Lo que más captó su atención fue el enorme armario. Al abrirlo, se sorprendió al encontrar una sección entera dedicada a ropa de mujer. Había vestidos de diseñador, zapatos de marcas exclusivas y cajones llenos de joyas finas. Su mente inmediatamente hizo la conexión: todo eso pertenecía a Amatista.
Albertina no pudo evitar sentir una punzada de celos al ver el lugar que Amatista aún ocupaba en la vida de Enzo, incluso cuando no estaba allí físicamente. Mientras tocaba suavemente uno de los vestidos, su determinación creció.
—Esto debería ser mío —murmuró para sí misma, con los ojos brillando de ambición—. Tengo que hacer que lo sea.