Capítulo 192 Celebrando a su manera
Las risas volvieron a llenar la sala después de las bromas sobre Enzo y su “suerte” con Amatista. La tensión de los días anteriores parecía disiparse en el aire, y por primera vez en mucho tiempo, la atmósfera no estaba cargada de estrategias o amenazas veladas.
—Vaya, Bourth —comentó Facundo con una sonrisa burlona—. No pensé que llegaríamos a ver el día en que serías el hombre rescatado en la historia.
—Sí, siempre fuiste el que jodía a los demás —añadió Eugenio, negando con la cabeza—. Y ahora resulta que nuestra querida Amatista fue la que te salvó el pellejo.
Amatista se acomodó mejor en el regazo de Enzo y arqueó una ceja con diversión.
—Bueno, alguien tenía que hacerlo. No podía dejar que lo mataran, ¿no?
—No, claro que no —dijo Mateo, apoyando el codo en el respaldo del sillón—. ¿Cómo nos divertiríamos sin sus amenazas y su cara de perro rabioso?
Las carcajadas estallaron, incluso Enzo esbozó una sonrisa breve antes de sacudir la cabeza.
—Parece que todos están demasiado cómodos burlándose de mí esta noche…
—Y no planeamos detenernos —intervino Samara, cruzando las piernas con elegancia—. Es divertido ver que Amatista tiene el control.
—Como si eso fuera novedad —murmuró Joel, provocando nuevas risas.
Enzo resopló, fingiendo fastidio, pero cualquiera que lo conociera bien sabría que lo estaba disfrutando a su manera. Apretó la cintura de Amatista con una mano y la miró con una mezcla de posesión y diversión.
—¿Y qué dice mi "gatita peligrosa" de todo esto?
Amatista ladeó la cabeza, fingiendo pensarlo.
—Creo que todos tienen razón. Deberías agradecerme más seguido.
—Agradecerte no es problema —susurró Enzo en su oído, su tono bajo y peligroso, provocándole un escalofrío placentero—. La forma en la que lo haré… es lo que deberías estar pensando.
Amatista le dio un suave codazo en el pecho, fingiendo indignación, pero no pudo evitar la sonrisa que se le escapó.
—Cuidado, Bourth. Podría empezar a pedir recompensas cada vez que te salve.
—Mientras no me mates en el proceso, todo bien —se burló Alan, provocando otra ronda de carcajadas.
—Brindemos por eso —dijo Andrés, alzando su copa—. Por nuestra gatita peligrosa, por la mala suerte de Enzo y porque seguimos todos vivos después de tanta mierda.
Las copas chocaron en un brindis despreocupado, las risas resonando en el aire.
Las copas chocaron en un brindis despreocupado, las risas resonando en el aire mientras todos disfrutaban del momento. Amatista llevó su copa de vino a los labios, saboreando el líquido con una sonrisa satisfecha. Pero antes de dar otro sorbo, sintió la calidez de Enzo acercándose a su oído.
—No bebas tanto, Gatita… —murmuró con voz baja, ronca, deslizando sus dedos por su muslo de forma casi distraída—. Aún tenemos cosas pendientes.
Amatista entrecerró los ojos con diversión y, en lugar de responderle con palabras, se inclinó para dejarle un beso en la mejilla, provocándolo con un roce ligero de sus labios antes de volver a acomodarse en su regazo.
Antes de que Enzo pudiera decir algo más, la puerta de la sala principal se abrió de golpe, llamando la atención de todos.
—¡Así que aquí está la celebración y no nos invitaron! —exclamó Paolo con su tono siempre enérgico, entrando junto a Darío, Mariano y Juan.
—Nos enteramos de la noticia y no podíamos quedarnos afuera —agregó Mariano con una sonrisa ladina, paseando la mirada por los presentes.
Paolo se acercó a Amatista con la confianza de siempre y le plantó un beso en la cabeza antes de decir con una sonrisa burlona:
—¿Cómo está mi cuñada favorita?
Amatista rió y le dio un leve empujón en el pecho.
—Eres un descarado, Paolo.
—Lo sé, por eso me quieren —bromeó él antes de acomodarse en uno de los sillones junto a los demás.
La llegada del grupo reavivó el ambiente, y pronto las bromas volvieron a volar de un lado a otro. Eugenio, decidiendo que la fiesta necesitaba más energía, se levantó y fue hasta el equipo de sonido.
—Es hora de ponerle ritmo a esto —anunció antes de seleccionar una canción animada, haciendo que algunos ya comenzaran a moverse en sus asientos.
La música llenó la sala, y poco a poco, algunos comenzaron a levantarse para bailar. Después de un rato, Amatista, ya con el efecto del alcohol haciéndole cosquillas en la cabeza, jaló a Enzo de la mano.
—Ven conmigo —susurró con una sonrisa traviesa.
Enzo la dejó llevarlo sin protestar, sus labios curvándose en una media sonrisa al verla tan suelta, con ese brillo especial en los ojos que solo el vino y la felicidad podían darle.
Se movieron al ritmo de la música, con Amatista pegándose más de lo necesario contra su cuerpo, deslizando las manos por su pecho y sonriendo como tonta.
—Eres muuuuuy guapo… —murmuró arrastrando las palabras, su mirada fija en él.
Enzo soltó una risa baja, sosteniéndola de la cintura mientras la mantenía cerca.
—¿Recién te das cuenta?
Amatista negó con la cabeza enérgicamente, enredando los brazos alrededor de su cuello.
—Nooo… siempre lo supe… pero ahora lo veo clarísimo.
Las risas de los demás no tardaron en llegar al ver a Amatista en ese estado, pero Enzo no se molestó. Al contrario, la encontró endemoniadamente adorable.
—Gatita, estás borracha… —susurró contra su oído.
—Nooo… solo un poquito alegre.
Enzo negó con la cabeza y la atrajo más contra él, asegurándose de que ningún otro tuviera el privilegio de verla así tan de cerca.
—Entonces sigamos bailando, mi alegre gatita.
Y con esa promesa, la hizo girar con facilidad, moviéndose con ella al ritmo de la música, disfrutando del raro momento de despreocupación en medio de su mundo caótico.
La tarde iba cayendo lentamente, tiñendo el cielo de tonos anaranjados mientras la fiesta seguía su curso. La música continuaba sonando, las risas no cesaban y las copas seguían llenándose sin pausa. Enzo estaba sentado en un sillón, con Amatista acomodada a su lado, aún un poco borracha, pero sin perder del todo la lucidez.
Ella estaba recostada contra su pecho, con una pierna doblada sobre el sillón y sus dedos trazando círculos perezosos en su brazo. A pesar del bullicio a su alrededor, Enzo no dejaba de observarla, todavía con una duda que lo perseguía.
—Dime algo, Gatita… —dijo de repente, su tono casual, pero con ese deje de curiosidad oculta que pocos notaban.
—Mmm… ¿qué cosa? —respondió ella, sin levantar la cabeza.
Los demás, que estaban en medio de una conversación dispersa, notaron el tono de Enzo y se giraron, expectantes.
—Eso que dijiste la otra vez… —continuó él, sin apartar la mirada de ella—. Lo de la almohada favorita y la almohada bonita.
Amatista, que parecía estar sumida en un estado de relajación absoluta, abrió los ojos lentamente y lo miró.
—Ya te expliqué que no sé… —murmuró, con una sonrisa traviesa—. Me lo preguntaste antes, ¿recuerdas?
Enzo entrecerró los ojos, sintiendo que ella estaba evitando el tema, lo que solo avivó más su curiosidad.
—¿De qué están hablando? —intervino Alan, mirando de Enzo a Amatista con interés.
—Sí, suena como algo extraño —agregó Joel, apoyando el codo en la mesa—. Explica eso de la almohada bonita y la favorita.
Enzo sonrió de lado y apoyó una mano en la cintura de Amatista, impidiéndole moverse demasiado.
—Algo que dice cuando está borracha —explicó con calma—. Pero nunca me explica bien qué significa.
—Tal vez porque no lo sabe —intervino Massimo con diversión—. No sería la primera vez que alguien dice tonterías con unas copas encima.
Enzo la miró con una expresión de desafío y tomó una copa de vino de la mesa, ofreciéndosela.
—Entonces sigue bebiendo, Gatita… tal vez logremos una respuesta más clara.
Amatista tomó la copa con una ceja arqueada, mirándolo como si supiera exactamente lo que intentaba hacer.
—No puedes embriagarme a propósito solo para sacarme información, Bourth.
—Claro que puedo —dijo Enzo con una sonrisa ladina—. Y lo haré.
Los demás estallaron en carcajadas mientras Amatista negaba con la cabeza, pero de igual manera bebió un sorbo del vino, sintiendo el ardor cálido recorrer su garganta.
—¿Y? —insistió Enzo, con paciencia infinita.
Amatista dejó la copa en la mesa y sonrió con picardía.
—Tal vez te lo diga… pero solo cuando yo quiera.
Enzo chasqueó la lengua y la estrechó un poco más contra él, sus labios rozando su oído.
—Te juro que voy a sacarte la verdad, Gatita.
Ella solo rió, apoyando su cabeza en su hombro.
La escena tenía un aire ligero y caótico. La tarde había dado paso a la noche, pero la celebración no mostraba señales de terminar. Amatista, evidentemente pasada de copas, se había acomodado en el sofá como una niña pequeña, balanceándose sobre sus rodillas y riéndose de algo que solo ella entendía.
Enzo, sentado frente a ella con su postura relajada, encendió un cigarrillo, observándola con una mezcla de diversión y curiosidad mientras exhalaba el humo en silencio. Su mirada oscura recorría cada uno de sus gestos, como si intentara descifrar cada uno de sus pensamientos borrachos.
Los demás estaban dispersos por la sala, disfrutando del espectáculo improvisado que Amatista brindaba sin siquiera darse cuenta. Entre risas contenidas y comentarios sarcásticos, los socios miraban con interés lo que ocurría.
De repente, Amatista levantó la vista y fijó su atención en Enzo, su mirada desenfocada pero llena de emoción.
—¡Eres muuuuy guapo! —declaró de la nada, arrastrando las palabras con una sonrisa exagerada. Luego se recostó contra el respaldo del sofá como si esa fuera la mayor verdad que hubiera dicho en su vida.
Las carcajadas estallaron en la sala. Enzo dejó escapar una risa baja y se inclinó un poco hacia ella.
—¿Ah, sí? ¿Solo por eso me dejas preguntarte lo que quiera?
Amatista asintió, completamente convencida.
—Por supuesto. Solo porque eres tan, pero taaan guapo…
—Bien… —Enzo tomó un sorbo de su whisky antes de continuar—. Entonces quiero preguntarte algo.
Amatista lo miró expectante, su cuerpo balanceándose ligeramente de un lado a otro.
—Pregunta, pregunta.
Enzo la observó con intensidad antes de soltar la pregunta que había estado rondando en su cabeza desde la última vez.
—Quiero que me digas qué significa “almohada bonita” y “almohada favorita”.
El rostro de Amatista se iluminó con una expresión de confusión pasajera, pero rápidamente se recuperó, como si acabara de recibir una misión importante. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que todos estaban atentos.
—¡Oh, es fácil! —exclamó con emoción, aunque claramente no lo era para ella en su estado.
Alan y Joel intercambiaron miradas antes de preguntar al unísono:
—¿Qué carajo es eso?
Enzo, con su cigarro en una mano y su copa en la otra, sonrió de lado.
—Algo que Amatista dice cuando está borracha.
—¿Y qué significa? —insistió Facundo con curiosidad.
—Eso es lo que estamos a punto de averiguar —murmuró Enzo, extendiéndole otra copa de vino a Amatista, quien la aceptó sin dudarlo.
—Bien, bien, escuchen con atención… —dijo ella con aire solemne, como si estuviera a punto de revelar un secreto ancestral.
Los socios se acomodaron, esperando lo que vendría.
—La almohada bonita… es… —Amatista frunció el ceño, tratando de concentrarse—. Es como… un helado de chocolate, pero a veces quieres vainilla…
Las risas estallaron de inmediato.
—Esto va a ser bueno —comentó Joel, dándole un codazo a Alan.
Amatista los señaló con un dedo tambaleante.
—¡Shhh! Esto es importante.
Enzo, que la miraba con absoluta diversión, la animó.
—Tómate tu tiempo, Gatita.
Ella respiró hondo y lo intentó de nuevo.
—La almohada bonita… es como una silla. Una silla bonita… que puedes usar para sentarte, pero si se rompe, buscas otra.
—Definitivamente, esto es un desastre —dijo Alan entre carcajadas.
Amatista le lanzó una mirada asesina.
—¡No te rías! ¡Ustedes tampoco lo entienden!
—Inténtalo de otra manera —dijo Enzo con paciencia infinita.
Amatista asintió y, tras unos segundos de concentración, su mirada se volvió más seria.
—La “almohada bonita” es necesaria. Es algo que te calma, te consuela… pero si no está, puedes seguir viviendo. No es lo mismo, claro, pero hay más bonitas allá afuera. Es como… como sobrevivir.
El ambiente se tornó más tranquilo. Amatista hizo una pausa, su voz bajando ligeramente.
—Pero la "almohada favorita" no.
El silencio en la sala se hizo más denso, todos atentos a sus palabras.
—La favorita es todo. No es solo bonita, es… esencial. Es la única que te llena el alma. Sin ella… —trago saliva con dificultad—. Sin ella, no puedes respirar, no puedes soñar. Es lo que hace que tu vida tenga sentido, y cuando no la tienes, sientes que te falta una parte de ti. No puedes reemplazarla. Nunca.
Enzo apagó el cigarrillo en el cenicero, su mirada fija en ella con una intensidad que ninguno de los presentes pudo ignorar.
—Si pierdes tu almohada favorita —susurró Amatista, con la voz temblorosa—, todo se apaga. Y no importa cuántas bonitas tengas, siempre te sentirás vacío.
Los socios intercambiaron miradas entre ellos, pero nadie dijo nada.
Entonces, Enzo habló con simpleza, pero con un peso que lo decía todo.
—Lo entiendo.
Amatista, en su estado de embriaguez, gateó hasta el sillón donde él estaba sentado, apoyó la cabeza en sus rodillas y lo miró con ojos brillantes de emoción.
—No es justo… —dijo con un puchero infantil—. Yo quiero ser tu almohada favorita.
Enzo sonrió levemente y pasó una mano por su cabello revuelto.
—Tú ya eres mi almohada favorita.
Amatista abrió los ojos de golpe, como si hubiera recibido la mejor noticia de su vida.
—¡¿En serio?! —gritó, incorporándose de inmediato—. ¡¿Escucharon eso?! ¡Soy la favorita!
Las risas volvieron a llenar la sala. Alan y Joel chocaron las manos con ella, celebrando como si fuera una gran victoria. Massimo se limitó a negar con la cabeza, pero también reía.
Sin embargo, de repente, Amatista frunció el ceño y se dejó caer dramáticamente sobre el suelo.
—Es mentira… —murmuró con un tono derrotado.
Enzo suspiró y se inclinó hacia ella.
—No es mentira. Eres mi almohada favorita.
Ella levantó la mirada, los ojos brillando con lágrimas.
—Estoy tan feliz… —hizo una pausa, parpadeando—. Pero me estás mintiendo otra vez.
—No estoy mintiendo, Gatita.
Amatista lo miró con recelo y señaló a Massimo de repente.
—¡Y tú, Massimo! Una vez te fuiste porque él te llamó. Eso quiere decir que tú eres su favorita, no yo.
Massimo levantó las manos, riéndose.
—No es culpa mía.
Enzo suspiró.
—Fue porque Massimo estaba en peligro.
—No importa —protestó Amatista—. ¡No dejas a tu favorita por nada!
Enzo la tomó de las manos y la atrajo hacia él.
—Tienes razón, me equivoqué. No va a volver a pasar.
Ella lo miró con suspicacia antes de asentir.
—Claro que va a pasar. Pero está bien… porque yo siempre te voy a perdonar. Es lo que haces por tu almohada favorita.
Enzo acarició su mejilla con ternura.
—Entonces tendré que esforzarme más para merecerte.
Amatista rió y se abrazó a él como una niña.
—Sí, porque yo también soy tu almohada favorita.
El comentario de Amatista provocó una ola de reacciones entre los presentes.
—Bueno, eso fue más intenso de lo que esperaba —murmuró Facundo, cruzándose de brazos con una sonrisa divertida.
—Diría que demasiado tierno para ser Bourth, pero aquí estamos —añadió Andrés, fingiendo sorpresa.
—Ahora todo tiene sentido —bromeó Alan—. ¡Enzo es un sentimental!
Joel silbó, divertido. —Si lo hubiéramos sabido antes, le habríamos comprado una almohada de regalo.
Las carcajadas estallaron nuevamente, mientras Samara y Luna intercambiaban miradas con diversión.
—La verdad, fue adorable —comentó Luna, apoyando su cabeza en la mano.
—Aunque no sé si Enzo aceptará que lo llamen "adorable" —agregó Samara con una sonrisa burlona.
Paolo negó con la cabeza, riendo. —Este momento hay que recordarlo. ¿Alguien grabó?
Enzo los ignoró. Acariciaba la espalda de Amatista, que seguía abrazada a él con los ojos entrecerrados, ya perdiendo la batalla contra el sueño.
—Mmm… almohada favorita… —murmuró contra su pecho, su voz adormilada.
Enzo suspiró con una sonrisa leve.
—Está bien, Gatita. Hora de dormir.
Sin decir más, la alzó en brazos con facilidad, ignorando las miradas y los comentarios de los demás.
—¿A dónde vas, Bourth? —preguntó Mariano con una sonrisa burlona.
—A llevar a mi almohada favorita a la cama —respondió Enzo con calma, sin detenerse.
Las carcajadas lo acompañaron mientras se alejaba, pero a él no le importó. Lo único que tenía en mente era acomodar a Amatista en la cama y asegurarse de que durmiera tranquila en sus brazos.