Capítulo 31 "El día que conocieron a 'gatita'"
En la imponente mansión Bourth, el ambiente estaba lejos de ser pacífico. Enzo caminaba de un lado a otro en el jardín junto a Emilio, Massimo, Mateo y Paolo, sus principales socios, quienes disfrutaban de bebidas mientras discutían los movimientos recientes de Daniel. Todos sabían que el hombre no se quedaría quieto, y su pasividad solo aumentaba las sospechas. Cerca de allí, en la sala principal, Daphne, Catalina y Lara se habían presentado, aparentemente para ayudar a Daphne con su misteriosa investigación sobre quién era “Gatita”. Aunque su verdadero interés era acercarse a Enzo, la inesperada reunión de los hombres había redirigido por completo su atención.
El sol de la tarde iluminaba el lugar cuando Roque, uno de los hombres de confianza de Enzo, apareció apresurado en el jardín. Su rostro estaba marcado por una evidente preocupación. Enzo, que de inmediato captó la gravedad del asunto, se giró hacia él.
—¿Qué sucede, Roque? —preguntó con tono firme.
El hombre titubeó antes de responder.
—Señor, ¿podemos hablar en privado?
Pero Enzo negó con la cabeza.
—Dilo aquí, delante de ellos. Si es importante, ellos deben saberlo.
Roque respiró hondo antes de soltar la noticia.
—Me he enterado de que Daniel está negociando con los Sorni.
Mateo levantó una ceja, interesado.
—¿Los Sorni? Esos miserables no son de fiar.
Enzo se encogió de hombros.
—Eso no me preocupa. Que negocie con quien quiera.
Pero Roque continuó, su tono volviéndose más urgente.
—Señor, Daniel les está ofreciendo bajar las comisiones de sus tratos a cambio de que le presten hombres para atacar... —hizo una pausa, mirando directamente a Enzo— ...la mansión Bourth.
La mención del ataque no sorprendió demasiado a los socios. Paolo, siempre pragmático, se sirvió más whisky.
—Nuestra seguridad está bien reforzada, ¿no? No lograrán nada.
Sin embargo, Roque no había terminado.
—No atacarán Bourth. Su objetivo es... la mansión del campo.
Enzo, que había estado casual hasta ese momento, se tensó de inmediato.
—¿Qué? —gruñó con los ojos encendidos.
—Parece que alguien, un tal Marco, uno de los hombres de Daniel, se enteró de que hay una mujer viviendo allí...
El resto de los hombres intercambiaron miradas curiosas. Massimo dejó su copa en la mesa con un golpe seco.
—¿Mujer? ¿Qué mujer?
Enzo, sin responder a las interrogantes de sus socios, se levantó de un salto.
—Roque, ve a la mansión del campo y tráela aquí. ¡Ahora mismo! —ordenó, con una intensidad que dejó a los presentes en silencio.
Fue en ese preciso instante cuando comenzaron a escucharse disparos en la entrada principal. La mansión Bourth estaba siendo atacada. Roque se detuvo en seco, pero Enzo le lanzó una mirada penetrante.
—Sal por la salida secreta y haz lo que te ordené. Nosotros nos encargaremos de esto.
Sin dudarlo, Roque asintió y desapareció.
El ataque ya había comenzado. Los guardias luchaban con ferocidad, pero la cantidad de hombres enviados por Daniel era abrumadora. Dentro de la casa, Amatista se encontraba en una de las habitaciones, escondida, con el corazón latiéndole a toda velocidad. Nunca había experimentado algo así. Los ruidos de disparos y gritos llenaban el aire, y el miedo la mantenía paralizada.
Los minutos pasaron como una eternidad hasta que un hombre irrumpió en la habitación. Amatista, al no reconocerlo, trató de defenderse, lanzándole un golpe débil con un objeto cercano. Esto solo provocó que el intruso la sujetará con fuerza y le propinará un golpe en la frente como advertencia.
—No hagas estupideces, o te irá peor —le gruñó mientras la arrastraba del brazo, ignorando sus intentos de soltarse.
Cuando parecía que no había escapatoria, apareció Roque, disparando al hombre con precisión letal. Amatista, temblando, se dejó caer al suelo.
—Señorita, no hay tiempo que perder. ¡Venga conmigo! —le dijo mientras la ayudaba a levantarse.
Ella obedeció, aún en estado de shock, y ambos salieron apresuradamente hacia el coche que los esperaba.
La batalla en la mansión estaba bajo control gracias a la habilidad y experiencia de los hombres de Enzo y sus socios. Massimo, Emilio, Mateo y Paolo habían participado activamente en el enfrentamiento, lo que impresionó a las tres mujeres que ahora se encontraban en la sala, intentando mostrarse vulnerables para atraer su atención.
Sin embargo, la mente de Enzo estaba lejos de las tonterías de Daphne y sus amigas. Caminaba de un lado a otro en la sala principal, lanzando miradas frecuentes al reloj. Su inquietud era evidente, y los intentos de Massimo por calmarlo no surtían efecto.
—Roque debería haber llegado ya. ¿Qué demonios está pasando? —gruñó, más para sí mismo que para los demás.
—Seguro están bien, Enzo. Ese hombre sabe lo que hace —comentó Paolo, aunque incluso él comenzaba a preocuparse por el retraso.
El ambiente en la sala era tenso. Los socios de Enzo estaban reunidos, murmurando entre ellos con expresiones de preocupación. Enzo, con la mandíbula apretada, se paseaba de un lado al otro, su mirada fija en la puerta como si con solo observarla pudiera traer de vuelta a Amatista. Roque había informado que la había encontrado, pero la espera para verla con sus propios ojos lo estaba volviendo loco.
De repente, el sonido de un motor acercándose rompió el silencio. Enzo se detuvo en seco, y todos los presentes voltearon hacia la entrada. Roque apareció primero, ayudando a bajar a una figura femenina. Era Amatista. Enzo quedó inmóvil al verla, sus ojos se suavizaron por un instante antes de llenarse nuevamente de determinación.
Amatista, al divisarlo, no dudó ni un segundo. Se soltó de Roque y corrió hacia Enzo con lágrimas en los ojos, lanzándose directamente a sus brazos.
—¡Amor! —exclamó, enterrando el rostro en su pecho.
Enzo la atrapó como si fuera lo más natural del mundo. La estrechó con fuerza, inclinándose para murmurarle al oído con una voz ronca por la mezcla de alivio y furia:
—Estás a salvo, gatita. Estoy aquí.
Los presentes quedaron atónitos. Emilio, que había permanecido serio hasta entonces, levantó las cejas sorprendido.
—¿Ella es la famosa 'Gatita'? —murmuró, como si no pudiera creerlo.
—Ya entiendo por qué se vuelve loco. —Paolo soltó una carcajada suave. Massimo asintió, divertido.
—Es como ver a una musa renacentista en la vida real —comentó Catalina, aunque sus palabras llevaban un dejo de envidia.
Daphne, quien hasta ese momento había fingido desinterés, frunció el ceño, apretando los labios con fuerza. La escena la incomodaba profundamente; sentía que Amatista, con su sola presencia, amenazaba su posición como la supuesta prometida de Enzo. Lara, parada junto a ella, no tardó en comentar en voz baja:
—Con razón nunca quiso comprometerse contigo, Daphne. Esa chica es... diferente.
—Cállate —respondió Daphne, fulminándola con la mirada.
Mientras tanto, Enzo bajó a Amatista con cuidado, pero su rostro se endureció al notar las marcas en su brazo y la herida en su frente. Con una mirada glacial, giró hacia Roque.
—¿Quién le hizo esto? —preguntó, con los dientes apretados.
—Ya me encargué de él, señor. No volverá a ser un problema —respondió Roque, sin rodeos.
—Él me salvó, amor —susurró Amatista, abrazándose nuevamente a Enzo. —Si no fuera por él, no estaría aquí.
—Eso no es suficiente. Alguien más pagará por esto. —Su voz era un gruñido bajo, lleno de promesas de venganza.
—Calma, Enzo. Déjala descansar primero —intervino Emilio, aunque claramente estaba disfrutando de ver a su socio tan afectado.
Enzo lo ignoró por completo. Tomando a Amatista de la mano, la guió hacia el sofá más cercano y la sentó con delicadeza. Luego miró a Roque.
—Trae el botiquín, rápido.
—Sí, señor. —Roque se retiró de inmediato.
Amatista observó a los hombres en la sala con algo de curiosidad y nerviosismo. Enzo lo notó y suavizó su tono.
—Estos son mis socios y amigos, gatita. —Hizo un gesto hacia el grupo. —Ellos trabajan conmigo, así que no tienes nada que temer.
Amatista asintió tímidamente, levantando una mano para saludarlos.
—Hola... —susurró, con una pequeña sonrisa.
—Es adorable —comentó Paolo en voz baja, aunque lo suficientemente alto para que otros lo escucharan.
—No cabe duda de que es especial. —Massimo rió entre dientes, pero una mirada fulminante de Enzo bastó para que callara.
Cuando Roque regresó con el botiquín, Enzo lo tomó y comenzó a preparar el desinfectante. Amatista, al ver lo que hacía, frunció el ceño de inmediato.
—Amor, no quiero. Me va a doler. —Su voz era casi un puchero.
—Gatita, hay que limpiar esa herida. —Su tono era firme, pero paciente.
—¡No quiero! —protestó, haciendo un berrinche infantil que provocó risas entre los socios.
—¿Así que este es el gran Enzo Bourth? —bromeó Massimo. —El hombre que no negocia con nadie, pero que no puede ganarle a una chica.
Enzo no les prestó atención, concentrado en Amatista.
—No te voy a dejar así. Déjame hacerlo, amor. —La mirada en sus ojos era tan protectora que Amatista no pudo resistirse más.
—Está bien... pero hazlo rápido. —Se quejó, cerrando los ojos con anticipación.
Cuando el algodón con desinfectante tocó su piel, Amatista soltó un quejido.
—¡Amor, eso duele!
—¡Y tú crees que a mí no me duele verte así! —le replicó con brusquedad, aunque sus manos seguían siendo cuidadosas.
Las risas de los socios llenaron la sala nuevamente, mientras Daphne miraba la escena con una mezcla de frustración y celos.
—Se nota que Enzo nunca cuidó de ti así, ¿no? —le susurró Catalina con un tono malicioso.
—Cierra la boca, Catalina —respondió Daphne entre dientes, incapaz de ocultar su irritación.
Finalmente, Enzo terminó de limpiar la herida y dejó el botiquín a un lado. Con un suspiro, tomó a Amatista entre sus brazos nuevamente.
—Nunca más dejaré que algo así te pase, gatita. Te lo prometo.
Enzo y Amatista descansaban juntos en el sofá, el sonido de las voces de los demás socavando el silencio. Los socios de Enzo, Emilio, Mateo, Paolo y Massimo, no tardaron en comenzar a charlar con Amatista, con la intención de aligerar el ambiente y hacerla sentir más relajada. Emilio, con su tono bromista, no perdió oportunidad para hacer un comentario sobre Enzo, su mal humor habitual.
—¿Sabes, Gatita? Enzo es conocido por su temperamento... siempre está a punto de estallar. Pero desde que te vio, su humor ha cambiado... un poco. —dijo con una sonrisa cómplice.
Massimo asintió, apoyando la broma.
—Es verdad, Enzo solía gruñir por todo. Ahora, ¡es como si un ángel lo hubiera tocado! —rió entre dientes.
Amatista soltó una risa nerviosa, algo incómoda por estar en el centro de tantas miradas, pero al mismo tiempo agradecida por el intento de aliviar la tensión. Incluso Paolo, con su actitud más seria, agregó con picardía:
—Y yo pensaba que nada podía calmar a este hombre... y mira, tienes el poder de hacerlo.
A pesar de su carácter serio, Enzo no pudo evitar sonreír ligeramente ante los comentarios, aunque su mirada seguía fija en Amatista, preocupado por ella. Mientras tanto, las mujeres, que se encontraban algo apartadas, no dejaban de observar a Amatista. Daphne, junto con Catalina y Lara, las tres mujeres más cercanas a Enzo, la miraban con envidia, sus ojos brillando con odio.
Catalina frunció el ceño al ver la complicidad entre Amatista y los hombres, mientras Lara, con su actitud más fría, apenas disimulaba su desprecio. Pero fue Daphne quien no podía quitarle los ojos de encima a Amatista, con una mezcla de celos y desdén que era imposible de disimular.
Enzo, tras percatarse de la tensión entre las mujeres, se levantó y se acercó a Amatista, poniendo una mano suavemente sobre su hombro.
—Gatita —dijo con voz suave, pero firme—, ve a nuestro cuarto a descansar. Tómate lo que necesites, yo me ocupo de todo aquí.
Amatista, sin pensarlo mucho, asintió, dándole un beso en la mejilla. Luego, levantó la mano en señal de despedida hacia los socios de Enzo, quienes la respondieron con una mezcla de respeto y curiosidad.
Antes de marcharse, Amatista se detuvo un momento, mirando a Enzo con preocupación.
—¿Dónde están Alicia y Alessandra? —preguntó, buscando en su rostro una respuesta.
Enzo, con calma, la miró y, aunque su tono fue tranquilo, algo en su mirada parecía ocultar algo más.
—No te preocupes, amor. Ellas están con unos parientes fuera del país. —dijo, sin entrar en más detalles.
Amatista asintió, aunque algo en su interior seguía inquieto. Al llegar a su cuarto, se dio una ducha rápida, luego se puso una camisa de Enzo.
Mientras tanto, Enzo estaba en el salón, su mirada fija en los socios, ya sabiendo que el día no terminaría ahí. Les dio instrucciones a Roque, quien debía encontrar al hombre que había filtrado la información sobre la mansión de campo, y traerlo consigo. También le pidió que se asegurara de que las pertenencias de Amatista llegaran pronto.
Cuando Roque salió, Enzo se giró hacia sus socios.
—Sobre Daniel —empezó, con tono grave— primero haré una investigación, y luego decidiré qué hacer con él.
Massimo lo miró con interés, mientras Emilio se cruzaba de brazos, asintiendo.
—Entendido. Y nosotros, ¿qué hacemos? —preguntó Mateo, buscando más detalles.
—Quédense en la mansión, les mandaré a alguien a por sus cosas, para que puedan instalarse.
Los hombres asintieron sin dudar. Enzo, luego de darles instrucciones claras, se acercó a Daphne, quien, como siempre, observaba en silencio. Con una mirada fría y calculadora, se acercó a ella, y sin levantar la voz, le susurró amenazas claras.
—Si intentas algo contra Amatista, correrás la misma suerte que el tipo que la golpeó. —su tono fue gélido, y su mirada, peligrosa. — Lo mismo va para Catalina y Lara. No se irán de aquí hasta que prueben que son inocentes.
Daphne, que no esperaba una amenaza tan directa, palideció y asintió con rapidez, sin atreverse a decir palabra. Sabía que Enzo no bromeaba.
Con la situación bajo control, Enzo subió al cuarto, donde encontró a Amatista con la camisa secándose el cabello con una toalla. Al verla, una ola de preocupación invadió su pecho. Se acercó, acariciándola suavemente.
—¿Estás bien, gatita? —dijo, con un susurro lleno de cariño.
Amatista, con una sonrisa tímida, acarició su rostro y se inclinó para besarlo.
—Sí, estoy bien, amor —susurró, antes de apartarse un poco para mirar sus ojos con suavidad.
Enzo, tocándole el rostro, le dijo con seriedad:
—Te quedaras aquí, en la mansión Bourth, hasta que todo esté resuelto. Ya mandé traer tus cosas, y cuando lleguen, acomodaremos todo en nuestro cuarto para que puedas dormir conmigo.
Amatista, sintiendo una sensación de calma en su pecho, asintió y, antes de descansar, se recostó en la cama con una ligera sonrisa. Enzo se quedó cerca de ella, cuidándola, sabiendo que aún quedaban muchas cosas por resolver, pero al menos, por ahora, ella estaba a salvo.