Capítulo 109 Siempre será su gatita
Enzo se refugió en la penumbra de su despacho, con una botella de whisky medio vacía sobre la mesa y el vaso temblando ligeramente en su mano. Las cortinas estaban corridas, dejando la habitación en una penumbra acogedora pero sofocante. El silencio era interrumpido solo por el tintineo del cristal cuando el líquido ámbar tocaba el borde. Sus pensamientos eran un caos, girando una y otra vez en torno a la escena en la mansión Torner. La imagen de Amatista devolviéndole la caja de los anillos lo atormentaba como una herida abierta.
"No se trata de mí", pensó, apurando otro trago. "Se trata de ella. Siempre se trata de ella. Si realmente la amo, debo hacer esto por ella".
Decidido a dejarla, Enzo se convencía de que era la única manera de protegerla. "Le haré más daño si sigue conmigo. Merece algo mejor, alguien mejor. Pero siempre será mi gatita, aunque ya no esté a mi lado."
El sonido de unos pasos firmes lo sacó de su ensimismamiento. Alicia, su madre, apareció en el umbral del despacho, con una expresión de preocupación mezclada con la habitual firmeza que la caracterizaba.
—Enzo, ¿qué sucede? —preguntó, cruzando los brazos frente a su pecho. Su tono no admitía evasivas—. Se suponía que anoche regresarías con Amatista.
Enzo desvió la mirada, como si enfrentarse a su madre fuera aún más difícil que admitir sus errores.
—No va a volver, mamá —murmuró, con voz cargada de amargura.
Alicia se acercó con cautela, sentándose en uno de los sillones frente al escritorio. Sus ojos claros lo escrutaron con intensidad.
—¿Qué pasó?
Enzo dejó el vaso sobre la mesa con un golpe seco y se reclinó en su silla, llevando una mano a su cabello desordenado.
—Nos peleamos. Fui un idiota, como siempre. Fui a buscarla, pero no me escuchó... Le di un ultimátum. Le dije que si no subía al auto, me olvidaría de ella.
Alicia lo miró, incrédula.
—¿Cómo se te ocurrió darle un ultimátum? ¿O pretender obligarla? —preguntó, sorprendida.
—No lo pensé —confesó Enzo, con el ceño fruncido—. Creí que decirle eso la haría volver conmigo.
Alicia negó con la cabeza, conteniendo una risa amarga.
—¿Y te sorprendió que no funcionara? —su tono era sarcástico, pero detrás de sus palabras había una profunda empatía—. Enzo, Amatista te ama. Pero también es una persona. Quiere ser escuchada, respetada. No puedes esperar que todo se resuelva con tus condiciones.
Enzo suspiró, sintiendo el peso de cada palabra de su madre como una reprimenda merecida.
—Sé que la lastimé. Por eso decidí dejarla. No puedo seguir haciéndole daño. Ella merece ser feliz, aunque eso signifique estar lejos de mí.
Alicia arqueó una ceja y cruzó una pierna sobre la otra.
—¿Dejarla? ¿Así como así? —preguntó con una mezcla de incredulidad y desafío—. ¿Crees que eso es lo que necesita?
—No es lo que necesita, es lo que merece —replicó Enzo, bajando la mirada—. Siempre he sido un obstáculo para ella. Por mi culpa no tuvo la vida que podría haber tenido.
Alicia soltó una risa seca, pero no había burla en ella, solo una mezcla de ternura y exasperación.
—Eres tan terco, Enzo. ¿De verdad crees que olvidarla es la manera de protegerla? —Alicia se inclinó hacia adelante, su voz baja pero cargada de intensidad—. Lo que estás haciendo no es por ella, sino por ti mismo. Porque no sabes cómo manejar tus propios miedos.
Enzo sintió el peso de esas palabras. ¿Era verdad? ¿Estaba renunciando porque realmente quería protegerla o porque temía enfrentarse a sus propios errores?
Alicia continuó, suavizando su tono.
—Amatista no quiere una vida sin ti, pero también tiene derecho a ser feliz y cumplir sus sueños. Si la amas, dale tiempo. Dale espacio para ser quien quiere ser, y cuando esté lista, volverá a ti.
—No lo creo —murmuró Enzo, más para sí mismo que para ella—. Me pidió que no la llamara gatita. Nunca antes había hecho eso.
Alicia lo miró con curiosidad.
—¿Por qué es tan importante para ti ese apodo?
Enzo se tomó un momento antes de responder, su voz más suave y vulnerable de lo que Alicia había escuchado en años.
—Porque fue mi promesa para ella. Cuando éramos niños, encontramos a un gatito herido. Amatista estaba tan triste... Me dijo que el gatito no tenía mamá que lo cuidara, igual que ella. Le prometí que yo la cuidaría, que siempre sería mi gatita. Desde entonces, no importa qué pase, siempre la he llamado así.
Alicia sonrió con ternura, comprendiendo la profundidad del vínculo entre ellos.
—¿Y crees que esa promesa desaparece porque ella te pidió que no la llames así? Enzo, está dolida. Las palabras no siempre significan lo que parecen.
Enzo asintió lentamente, pero su semblante seguía cargado de determinación.
—Tal vez tengas razón, pero no puedo seguir lastimándola. Intentaré seguir adelante con mi vida, aunque eso signifique alejarme.
Alicia negó con la cabeza y se levantó, caminando hacia él para posar una mano en su hombro.
—Te conozco, hijo. Dices eso ahora, pero en cuanto la vuelvas a ver, cambiarás de idea. Porque sabes tan bien como yo que lo que está destinado a ser, será.
Enzo levantó la vista hacia su madre, sus ojos oscuros cargados de emoción.
—¿Y si lo que está destinado a ser es que yo la deje ir?
Alicia se encogió de hombros, sonriendo con suavidad.
—Eso solo lo sabrás con el tiempo. Pero recuerda, Enzo, que proteger a alguien no significa alejarla. A veces, significa estar ahí, incluso cuando es difícil.
La puerta del despacho se cerró detrás de Alicia, dejando a Enzo solo con sus pensamientos. Su mirada se fijó en la botella sobre la mesa, pero esta vez no la tomó. Las palabras de su madre resonaban en su mente, como un eco que no podía ignorar.
"Siempre será mi gatita", pensó, recostándose en el sillón. "Pero tal vez protegerla signifique algo diferente de lo que siempre he creído".
El amanecer avanzaba, pero para Enzo, el día recién comenzaba, cargado de decisiones que definirían no solo su vida, sino también la de Amatista.
mientras Amatista, su padre Daniel y su hermanastra Jazmín caminaban hacia las tiendas del centro. Había algo refrescante en el aire, un pequeño escape de la opresión que había sentido en los últimos días. Aunque todavía cargaba con la tristeza y la decepción por lo ocurrido con Enzo, Amatista decidió que no dejaría que eso arruinara el día.
Una vez dentro de la primera boutique, la energía de Jazmín fue contagiosa. Ambas comenzaron a elegir vestidos, explorando cada rincón de la tienda con entusiasmo.
—Este es perfecto para ti, Jazmín —dijo Amatista, sosteniendo un vestido amarillo brillante con volantes excesivos—. Te hará ver como un sol radiante... o como un pollito gigante.
Jazmín soltó una carcajada, mientras Daniel, que observaba desde un sillón cercano, no pudo evitar reírse también.
—Tú primero —replicó Jazmín, desafiándola—. Quiero verte desfilar con algo más ridículo que eso.
Amatista aceptó el reto con una sonrisa traviesa. Seleccionó un vestido de lentejuelas verdes con plumas en los hombros y desapareció en el probador. Cuando salió, comenzó a caminar como si estuviera en una pasarela, girando con exageración y posando dramáticamente.
—Señoras y señores, el último grito de la moda: el loro glamuroso —anunció, mientras todos en la tienda, incluidos otros clientes, se reían a carcajadas.
Jazmín no se quedó atrás y se probó un vestido plateado con un diseño tan ajustado que apenas podía caminar. Ambas se miraron y estallaron en risas, mientras Daniel negaba con la cabeza, divertido, pero intentando mantener algo de compostura.
—No entiendo cómo pueden tomar esto en serio —comentó, levantándose cuando Amatista le lanzó una mirada desafiante.
—Oh, no te vas a escapar tan fácil, papá —dijo Amatista, señalándolo con un dedo—. Ahora te toca a ti.
Con algo de resistencia, Daniel terminó probándose un par de trajes. Uno de ellos tenía un estampado a cuadros tan llamativo que parecía sacado de una película de comedia de los años setenta. Cuando salió del probador, Amatista y Jazmín se sostuvieron mutuamente para no caer al suelo de la risa.
—Definitivamente no —dijo Daniel con un suspiro, pero con una sonrisa que delataba que también estaba disfrutando el momento.
Entre risas y bromas, Amatista seleccionó algunos vestidos elegantes para ella y para Mariam, asegurándose de que fueran estilos clásicos y sofisticados que sabía que les encantarían. Jazmín también eligió un par de conjuntos para ella misma, inspirada por la energía juguetona de su hermanastra.
Aunque por dentro Amatista todavía sentía una punzada de tristeza, esos momentos de diversión con su familia eran un respiro necesario. En medio de los probadores, mientras se miraba al espejo con un vestido que realmente le quedaba bien, se detuvo un momento. "Lo que está destinado a ser, será", pensó, recordando las palabras que solía decirle a Enzo.
Los tres regresaron a la mansión Torner cargados de bolsas y con las sonrisas aún frescas en sus rostros. Al cruzar el umbral, fueron recibidos por Mariam, quien observó con sorpresa la cantidad de paquetes que llevaban.
—¿Acaso arrasaron con todas las tiendas del centro? —preguntó entre risas, acercándose para ayudar con las bolsas.
—Es culpa de Amatista —respondió Jazmín con un tono acusador pero divertido—. No pude resistirme a probarme de todo con ella al lado.
—Y Daniel tampoco se salvó —añadió Amatista con una sonrisa traviesa, ganándose una mirada de fingida desaprobación por parte de su padre.
—Fue por pura presión de grupo —respondió él, levantando las manos en señal de rendición.
El ambiente era ligero y cálido mientras se dirigían al comedor. Mariam, siempre atenta, había preparado un almuerzo que olía delicioso. La mesa estaba lista, decorada con sencillez pero con un toque elegante que reflejaba el estilo de la familia Torner.
Durante el almuerzo, las risas continuaron. Jazmín narraba con dramatismo las peores elecciones de ropa del día, exagerando hasta el punto de hacer que todos terminaran llorando de risa. Incluso Daniel, usualmente más reservado, participaba contando anécdotas del pasado que hicieron que Amatista y Jazmín rodaran los ojos, pero no sin sonreír.
A pesar del buen humor que reinaba, Amatista no podía evitar que su mente vagara de vez en cuando hacia Enzo. Sin embargo, se esforzó por mantenerse presente, recordándose que esos momentos con su familia eran importantes.
Tras el almuerzo, se retiró a su habitación por un momento para cambiarse y organizarse. Sabía que por la tarde tenía una reunión pendiente con Santiago, y aunque al principio había dudado en aceptar su propuesta, ahora sentía curiosidad por saber más detalles.
Cerca de las tres de la tarde, Amatista llegó al pequeño café del centro, el lugar donde, la tarde anterior, había tenido su primer encuentro con Santiago. Se dirigió hacia la mesa donde él ya la esperaba. Al verla acercarse, Santiago le dedicó una sonrisa y levantó la mano en señal de saludo.
—Puntual, como siempre —comentó con tono ligero, mientras le ofrecía la silla frente a él.
Amatista, aunque todavía sentía el peso de las dudas, se sentó. Tomó su café y, después de un pequeño momento de silencio, miró a Santiago.
—Disculpa si llego tarde, he tenido una mañana ajetreada —dijo, tratando de romper el hielo.
Santiago le sonrió con comprensión.
—No te preocupes, he estado organizando todo para cuando llegaras. —Miró a Amatista directamente, tomando aire—. Así que, ¿has tenido tiempo de pensar en mi propuesta?
Amatista se quedó pensativa por un momento, jugando con la taza de café entre sus manos. Sabía que debía decir algo, pero la desconfianza seguía siendo fuerte en su mente.
—Sí, lo pensé —respondió finalmente, levantando la mirada—. Pero, sinceramente… me siento desconfiada. Nadie hace una propuesta tan atractiva sin tener algo más detrás. No puedo evitar preguntarme… ¿por qué yo? ¿Por qué ahora?
Santiago no pareció sorprenderse por su respuesta. Sonrió levemente y, sin vacilar, comenzó a hablar.
—Entiendo tu desconfianza. Es algo natural. —Hizo una pausa antes de continuar—. Mira, trabajé durante años en la empresa Orsini, la de mi familia. Pero la verdad es que nunca me han valorado como merezco. Mi orientación sexual, en sus ojos, es un obstáculo. Me pasaron por alto una y otra vez, incluso cuando mis ideas fueron bien recibidas. No estaba dispuesto a quedarme en esa sombra, siendo solo el "hijo" que no aportaba nada.
Amatista lo miró sorprendida por su franqueza. Nunca imaginó que la propuesta que le había hecho tuviera algo más detrás. Santiago, al notar su sorpresa, siguió hablando.
—Así que decidí crear mi propia marca de joyas, sin depender de ellos. Pero, para que sea realmente exitosa, necesito a alguien con el talento que tú tienes. —Hizo una pausa, observándola fijamente—. Lo que te propongo no es solo un trabajo, Amatista. Es una oportunidad para que ambos construyamos algo desde cero, algo que realmente podamos llamar nuestro.
Amatista, aunque impresionada, no podía evitar una sensación de inseguridad. La propuesta sonaba demasiado bien, demasiado fácil.
—Lo entiendo, pero crear una marca desde cero no es sencillo, y menos cuando competimos contra algo tan establecido como Orsini. Ellos llevan años en el mercado, tienen renombre y capital. No va a ser fácil igualar eso.
Santiago asintió, como si ya esperara su reacción.
—Lo sé, por eso lo que te ofrezco es ser socios. Yo tengo el capital y la experiencia para hacerlo, pero sin un buen diseñador, todo eso no serviría de nada. Tú serías la clave. —Santiago sonrió con algo de picardía—. Y tengo la sensación de que, con tu talento, podríamos crear algo que, incluso Orsini, no podría ignorar.
Amatista se quedó en silencio por un momento, pensando en sus palabras. La idea de ser socia de Santiago la intrigaba, pero también sabía que era un gran riesgo. Finalmente, soltó una risa suave, aliviando la tensión.
—Supongo que… es demasiado buena para dejarla pasar —dijo, entre bromas, aunque en el fondo no estaba tan segura de lo que implicaba.
Santiago se rió también, satisfecho con su respuesta.
—Te lo dije. Solo necesitaba que vieras el potencial que tienes.
Amatista se inclinó hacia adelante, más decidida pero aún llena de dudas.
—Esta mañana, justo antes de venir aquí, recibí un correo de Orsini —dijo, mirando a Santiago con una mezcla de sorpresa y desconfianza—. Me ofrecieron un puesto. Dicen que mis diseños son buenos, que les gustan, pero… no están de acuerdo con mi anonimato. Quieren que me haga visible, que me exponga. Para ellos, soy más una pieza de marketing que una diseñadora.
Santiago la miró con atención, comprendiendo su punto.
—Lo sé, y eso es exactamente lo que puede funcionar para nosotros. Tu anonimato, ese aire de misterio, puede ser nuestra carta de presentación. Algo que atraiga la atención del público sin necesidad de ser convencional. Podemos usarlo como una estrategia de marketing para destacar lo que realmente importa: el diseño y la autenticidad.
Amatista lo pensó por un momento, considerando la idea. La verdad era que lo que proponía tenía sentido.
—Eso podría funcionar. A veces, lo que no se ve es lo que más atrae. —Suspiró, con una sonrisa—. Y parece que no tengo muchas opciones si quiero seguir adelante con algo grande.
Santiago se inclinó hacia atrás, satisfecho con el giro de la conversación.
—Exactamente. Y eso es lo que quiero ofrecerte, Amatista: la oportunidad de ser parte de algo que no solo sea exitoso, sino también auténtico. Pero, para que eso ocurra, necesitamos estar en esto juntos. Tú con tu diseño, y yo con el capital y la estructura.
Amatista lo miró a los ojos, sintiendo una mezcla de emoción y responsabilidad.
—Está bien —dijo finalmente, con una sonrisa—. Acepto. Vamos a hacerlo.
Santiago extendió la mano hacia ella, con una expresión de satisfacción.
—Bienvenida a bordo. Estoy seguro de que no te arrepentirás.
Amatista estrechó su mano con firmeza, sintiendo que, por fin, tenía en sus manos una oportunidad que podría cambiarlo todo.