Capítulo 152 Revelaciones
Una vez dentro de la casa, Amatista y Roque se sentaron en la amplia mesa de madera junto a los demás. La estancia desprendía una calidez hogareña que contrastaba con los días de tensión que había vivido. Emilia, con su amabilidad característica, le ofreció un té a Amatista mientras Luis preparaba un café para Roque.
—¿Trabajas con Enzo Bourth, como Roque? —preguntó Emilia mientras dejaba la taza frente a Amatista.
Roque intervino antes de que Amatista respondiera.
—No exactamente. Amatista es la esposa de Enzo —dijo, con una seguridad que no admitía dudas—. Y los niños que espera son de él.
Amatista lo miró, sorprendida por la afirmación, pero prefirió no desmentirlo. En lugar de eso, asintió levemente, confirmando las palabras de Roque.
—Enzo siempre ha sido muy bueno con nosotros —comentó Emilia con gratitud—. Nos ayudó cuando atravesábamos problemas económicos. Casi tuvimos que vender la estancia, pero gracias a él pudimos salvarla.
Amatista sonrió, recordando el corazón generoso que Enzo mostraba con aquellos que le importaban.
—Enzo es bueno con las personas que quiere —respondió con suavidad.
Buscando desviar la conversación de temas personales, Roque intervino.
—Yo crecí aquí —dijo, mirando a Amatista—. Esta estancia fue mi hogar durante mucho tiempo.
Una de las jóvenes, hija de Luis y Emilia, se levantó con entusiasmo y regresó con una vieja fotografía.
—Mira esto, Amatista. Es Roque cuando era pequeño.
Amatista tomó la foto, observándola con ternura.
—No puedo creerlo —dijo con una sonrisa—. Jamás me lo imaginé de niño.
Todos rieron ante su comentario, y Luis intervino divertido.
—Roque también fue un niño como todos, aunque ahora no lo parezca.
Amatista alzó las manos con una risa.
—No me malinterpreten. Es solo que siempre lo he visto como un protector, alguien fuerte, sin miedo. Cada vez que hay un problema, Roque siempre está ahí. Me cuesta imaginarlo siendo un niño frágil o asustado.
Uno de los empleados, que escuchaba la conversación, miró a Roque con una sonrisa.
—Eso sí que es admiración, jefe.
Amatista asintió con firmeza.
—Para mí, Roque siempre ha sido una especie de héroe. Cuando era niña, él siempre estaba ahí para mí y para Enzo, sacándonos de problemas. Incluso me salvó la vida más de una vez. Por eso me cuesta verlo como otra cosa que no sea el hombre fuerte y valiente que es.
Roque negó con la cabeza, incómodo con los elogios.
—Solo hacía mi trabajo, Amatista.
Ella lo miró con sinceridad.
—Hiciste mucho más que eso, Roque.
Luis sonrió, complacido por las palabras de Amatista.
—La señorita Bourth sabe ser agradecida. No todos son así, especialmente cuando alcanzan cierto estatus.
Antes de que Roque pudiera responder, su teléfono sonó. Se levantó con un gesto de disculpa y salió al porche para atender la llamada.
Emilia aprovechó su ausencia para compartir algo con Amatista.
—Roque no suele mostrar muchas emociones, ¿sabes? Quizá sea porque fue abandonado. Lo dejaron en la puerta de la estancia cuando era apenas un bebé.
Amatista sintió un nudo en la garganta al escuchar aquello.
—Qué idiotas sus padres por perderse a un hijo como él —dijo con indignación.
Luis y Emilia asintieron.
—Siempre ha sido una gran persona. Un hijo para nosotros, aunque no lo llevemos en la sangre —afirmó Emilia con orgullo.
En ese momento, la joven que había preparado la habitación regresó para anunciar que estaba lista. Amatista agradeció el gesto, pero antes de que pudiera levantarse, Roque volvió.
—Debo irme —le dijo a Amatista con seriedad.
Ella lo acompañó hasta el auto, y al estar solos, Roque le compartió algo importante.
—Enzo ya está mejor. Se despertó hace unos minutos y me pidió que fuera a verlo. Tiene algo que decirme. No te preocupes, estás en buenas manos aquí.
Amatista asintió, aunque su rostro reflejaba inquietud. Sin pensarlo demasiado, lo abrazó.
—Gracias, Roque. Por todo.
Él sonrió y, sin más palabras, subió al auto y se marchó. Amatista regresó a la casa, donde Emilia la esperaba para mostrarle su habitación.
—No es como las de la mansión Bourth, pero haremos todo lo posible para que estés cómoda —le dijo con una sonrisa amable.
—Todo lo que me ofrezcan, lo agradeceré de corazón —respondió Amatista—. Si necesitan ayuda en la cocina o con la limpieza, estoy dispuesta a colaborar.
Emilia negó con la cabeza, divertida por la oferta.
—Querida, estás embarazada. Lo único que necesitas hacer es descansar y cuidar a esos pequeños.
Amatista sonrió mientras se acomodaba en la sencilla pero acogedora habitación, sintiéndose más en paz de lo que había estado en mucho tiempo.
Roque llegó al hospital tras unas horas de viaje. El ambiente era tenso, casi opresivo. En la sala de espera, además de Emilio, Alicia, Mateo, Paolo, Massimo, el abogado de Enzo y Rita, ahora también estaban Alan, Joel, Facundo, Andrés y varias mujeres que solían acompañar a Enzo y su círculo en sus noches de diversión.
Emilio fue el primero en acercarse.
—¡Por fin llegas! Enzo está como loco, lleva intentando contactarte desde ayer —le dijo con impaciencia.
Alan, que estaba junto a él, intervino:
—Anoche recibió un mensaje y perdió la cabeza. ¡Parecía que iba a romper el teléfono!
—Lo peor fue que intentó llamarte una y otra vez, pero como no le contestaste, se largó hecho una furia —agregó Facundo con una sonrisa burlona. Luego, mirando a los demás, añadió con tono malicioso—: Esto tiene que ver con esa tal Amatista, ¿no?
La mención del nombre de Amatista generó un silencio incómodo entre Emilio, Mateo, Paolo, Massimo y Alicia. Las miradas de preocupación se cruzaron entre ellos, mientras Rita intentaba mantenerse en calma, aunque su rostro denotaba incomodidad.
—No hables de lo que no entiendes, Facundo —le espetó Mateo con frialdad, cortando en seco su comentario.
—¡Uy, ¡qué sensibles! —se burló Facundo, levantando las manos en señal de rendición—. Relájense.
El ambiente en la habitación era tenso. Roque entró con pasos rápidos, seguido por los hombres y mujeres que se habían reunido en el pasillo. Dentro, Enzo estaba acostado en la cama, con el rostro pálido y los ojos encendidos de ira. Alicia permanecía junto a él, su expresión grave, mientras Rita se mantenía de pie, claramente irritada, aunque intentaba mantener una apariencia calmada.
Enzo clavó su mirada en Roque.
—¿Dónde demonios estabas? —espetó con dureza—. Llevo horas tratando de contactarte.
Sin esperar respuesta, Enzo le extendió su teléfono. En la pantalla, una foto de Amatista en el ascensor del edificio donde solía quedarse.
—Alguien la está siguiendo. Quiero que la traigas aquí. Ahora.
Roque tomó el teléfono y observó la imagen con detenimiento. Se permitió un instante para analizarla antes de responder con calma:
—Amatista no desea volver hasta que se aclare lo del supuesto engaño.
El rostro de Enzo se tornó rojo de ira.
—¡Me importa un carajo lo que ella quiera! —rugió—. ¡Está en peligro!
Alicia, preocupada por el estado de Enzo, intentó calmarlo.
—Enzo, tiene razón. Amatista debería estar junto a nosotros. Es más seguro.
Roque negó con la cabeza.
—Ella está en un lugar seguro. Cuando salimos del hospital, alguien nos siguió. Los perdí y decidí moverla a un sitio aún más discreto. La foto fue tomada en el edificio donde solía quedarse, pero ella ya no está ahí.
—¡Ella solo estará segura a mi lado! ¡Es donde pertenece! —sentenció Enzo con furia, ignorando la lógica de Roque.
Mientras tanto, los murmullos de los demás no se hicieron esperar. Alan, Joel, Facundo y Andrés lanzaron comentarios sarcásticos que no solo buscaban molestar a Rita, sino también alimentar la tensión.
—Parece que el gran Enzo Bourth ha perdido el control de su mujer —comentó Joel con una sonrisa burlona.
—Tal vez Rita pueda ayudar a localizarla… si es que tiene tiempo entre sus tareas —agregó Alan con una risa amarga.
Rita, visiblemente molesta, intentó replicar, pero Emilio alzó la voz con autoridad.
—¡Cállense! —ordenó, mirando a los hombres con dureza—. No es momento para estupideces.
El silencio se hizo en la habitación mientras Roque volvía a tomar la palabra.
—Enzo, no seas impulsivo. Esa foto fue enviada para provocarte, y claramente lo lograron. Amatista está en un lugar seguro. Si la traes aquí ahora, el estrés podría ser peligroso para los bebés.
La furia de Enzo no menguaba, pero antes de que pudiera responder, Alicia levantó la voz.
—¡Basta! —gritó, haciendo que todos voltearan a verla. Sus ojos brillaban de determinación—. Roque tiene razón. Si la persona que envió esa foto está tras Enzo, lo peor que podríamos hacer es mover a Amatista. No le ocasionemos más estrés del que ya tiene. Lo más importante ahora son ella y los bebés.
Enzo apretó los puños, frustrado, pero Alicia no había terminado.
—Además, en tu estado actual, aunque quieras protegerla, no puedes hacer nada por ella. Amatista no está en manos de un extraño. Es Roque quien la está cuidando y protegiendo.
Emilio, quien había permanecido en silencio hasta entonces, asintió.
—Tiene razón, Enzo. Nosotros podemos investigar quién está detrás de la foto mientras tanto. Roque puede manejar esto, como siempre.
Roque intervino de nuevo, aprovechando la calma momentánea.
—El punto de partida es claro: iré al edificio donde Amatista solía quedarse. La foto fue tomada ahí. Tal vez encontremos algo.
Mateo, que había estado analizando la situación, extendió la mano hacia Enzo.
—Dame el teléfono. Conozco a alguien que puede rastrear el dispositivo desde el cual enviaron la imagen.
Enzo miró a Mateo con recelo, pero finalmente le entregó el móvil.
—Hazlo rápido —ordenó con voz áspera.
Roque se giró hacia la puerta, listo para salir.
—Me encargaré de revisar el lugar. Mantendré informados.
Enzo, impotente, asintió con desgana.
—Haz lo que quieras, pero quiero a mi mujer aquí cuanto antes.
Roque sostuvo la mirada de Enzo y, con firmeza, replicó:
—Amatista está segura, pero no la traeré hasta que ella misma me lo pida.
La tensión era palpable. Enzo apretó los puños, pero no replicó. Roque, sin esperar más, salió de la habitación dispuesto a investigar, dejando al resto con la incómoda verdad.
Emilio y Mateo se levantaron poco después, llevando el teléfono para rastrear el número que había enviado la foto.
—No tardaremos —dijo Emilio, dándole una palmada en el hombro a Enzo antes de marcharse.
—Nosotros revisaremos si algún socio podría estar detrás de esto —anunció Massimo, seguido por Paolo. Ambos hombres salieron con determinación, dejando que el silencio volviera a llenar la habitación.
Alicia se acercó a Enzo, quien seguía tensando la mandíbula mientras su mirada se fijaba en un punto inexistente.
—Hijo, tienes que descansar —le dijo con suavidad.
—No puedo descansar —respondió él, su voz cargada de frustración.
Alicia suspiró. Sabía que Amatista era su punto débil, y era lo único que podía usar para convencerlo.
—Si no te recuperas, ¿cómo piensas protegerla? —susurró, buscando sus ojos.
Eso pareció llegarle. Enzo se recostó, aunque su expresión seguía siendo de pura obstinación.
—Bien. Pero no me pidas que me relaje.
Alicia le acarició el rostro antes de volverse hacia el resto del grupo. Alan, Joel, Facundo, Andrés, las mujeres y Rita permanecían en la habitación.
—Déjenlo descansar —pidió Alicia con firmeza—. Está agotado.
Alan asintió.
—Estaremos en el pasillo por si necesita algo.
Todos comenzaron a salir, y la habitación quedó en silencio, salvo por el leve sonido de la respiración de Enzo.
En cuanto llegaron al pasillo, las tensiones no tardaron en emerger. Una de las mujeres, que ya había tenido un altercado con Rita anteriormente, fue la primera en hablar.
—Parece que aquí hay lugares reservados. ¿Qué se siente ser desplazada, Rita? —soltó con una sonrisa burlona.
Alan se unió con una carcajada.
—¿Tal vez necesitas un poco de la suerte de Amatista? Porque, claramente, ella es la prioridad.
Joel negó con un falso gesto de lástima.
—Pobre Rita. Ni siquiera puede mantener su lugar en una habitación con Enzo.
Facundo, divertido, hizo un comentario más directo.
—Oye, Rita, ¿tú conoces a esa tal Amatista? Porque parece ser la única capaz de volver loco a Enzo. Nunca lo vi así.
Rita, que mantenía una sonrisa tensa, respondió con brevedad:
—Sí, la conozco.
Sin embargo, su mente estaba en otra parte. Lo que Roque había dicho antes sobre la investigación seguía dándole vueltas. Esperaba el mensaje de Isis sobre como continuar. La respuesta llegó justo en ese momento.
"Ya me encargué de todo."
Rita respiró aliviada, aunque mantuvo el teléfono escondido. No podía mostrar debilidad frente a este grupo.
Una de las mujeres rompió el silencio con una risa petulante.
—¿Sabes qué es gracioso? Cuando estuve con Enzo, me llamó “gatita”. ¿No es adorable?
Facundo se echó a reír, mirando a Alan.
—Tal vez ella es la favorita, ¿no crees?
Dos de las otras mujeres rieron con burla.
—Por favor, a nosotras también nos llamó así. No te emociones tanto.
Rita sonrió con frialdad y dejó caer su respuesta con una voz cargada de desdén.
—No se sientan tan importantes.
Andrés arqueó una ceja, divertido.
—¿Por qué lo dices? ¿Te llamó “gatita” a ti también?
El grupo estalló en risas, y Rita, fingiendo divertirse, respondió:
—Sí, claro que sí. Pero no porque yo sea una gatita como ustedes.
Hubo un momento de silencio expectante antes de que Rita soltara su golpe final:
—Amatista y “gatita” son la misma persona. Lo único que Enzo buscaba con ustedes era calmar su necesidad de ella. No porque realmente las deseara.
El pasillo estalló en murmullos, y las mujeres quedaron en silencio incómodo. Rita sonrió con altivez y agregó:
—La única diferencia es que, al menos, yo soy su esposa. Vivo en la mansión, con privilegios.
Facundo se rió, levantando las manos.
—Bueno, esta vez ganó Rita.
Alan bromeó mientras se giraba hacia las mujeres:
—Mejor suerte para la próxima, chicas.